Ulises Velázquez Gil
Dice el dicho que “las veredas quitarán,
pero la querencia ¿cuándo?”, y no es para menos, cuando aquellos lares tan
queridos para uno regresan a nuestra vista y se empeñan en seguir contando su
historia; sin embargo, ni el viajero ni el terruño son ya los mismos, pese a
verse iguales.
Un viajero frecuente
de la literatura contemporánea llamado Hernán Lara Zavala, cuya anglofilia lo ha llevado por grandes
urbes y territorios insospechados, regresa a sus viejos lares con su primer
libro de cuentos, De Zitilchén, sólo
que ahora su escala íntima viene con otras historias en espera de conocerse y,
por añadidura, complementarse con las ya anteriores.
En 1982, un pueblito
localizado en el mero centro de la península de Yucatán, de nombre Zitilchén
(“pocito” en maya), aparece por vez primera en la geografía literaria de
México, y como el Comala de Juan Rulfo o el Cuévano de Jorge Ibargüengoitia,
cuenta de primera fuente su historia, una no muy diferente de las que suceden
en otra parte. En esta primera escala, resaltan el despertar sexual de un
adolescente cuando confunde a una extranjera con la Xtabay, diosa de temer en la tradición maya, las tribulaciones del
Padre Chel, o el sueño de una niña de fugarse del pueblo y fundirse con la vida
errante del circo. Nueve historias que nos permiten conocer a un pueblo en
busca de sentido, así también justificar el porqué de sus acciones. En “Morris”
cualquier indicio de döppelganger es
mera coincidencia, mientras que en “El beso”, un triángulo amoroso se aviva al
calor de la visita del gobernador a Zitilchén; de este cuento, bien merece
citarse el siguiente diálogo: –Me dice tu
abuelo que quieres ser poeta. Cuando escribas algo, tal vez cuando yo ya haya
muerto, no olvides mencionarme en alguno de tus escritos, pues en esta
peluquería también hemos hecho poesía y de la buena [...].
Nunca falta en un
minúsculo pueblo –el lugar es lo de menos– que las bellas artes se expresen de
forma continua; para Zitilchén ese ateneo de postín se concentra en la
peluquería, donde todo se sabe, hasta el detalle mínimo de los personajes con
rancio abolengo. (Si me permiten decirlo, al habitante menos pensado le es
conferida la misión de contar las historias de su pueblo. La vida ya le dirá de
qué callada manera…)
Toda obra es, en sí,
una autobiografía. Para Lara Zavala esta idea reside en rendirle señero
homenaje a la región de sus padres; éstos sí, oriundos de la península. Pero a
medida que su recorrido por ese “hipotético” pueblo aumenta en personajes y en
experiencias, más que un paisajista se vuelve un personaje adicional.
En 1994, luego de una
novela, dos libros de ensayo y una distópica reunión de cuentos cosmopolitas,
Lara Zavala regresa a Zitilchén con cinco historias más, de entra las cuales
destaca una “Carta al autor”, donde la realidad y la ficción parecen
confrontarse: Tu pueblo y tus personajes
se hallan en coordenadas tan distantes que no alcanzo ni a identificarlas ni a
ubicarlas debidamente. Es verdad que algo tiene en común con la vida de la
península, pero más bien parece existir en el ámbito de la invención que a las
realidades de esta tierra. Vaya tarea vana y pretenciosa que pareces haberte
impuesto: ¡reinventar el sureste de México! ¡Qué bueno que seas tú y no yo el
que se lanzó a tan ingenuo, descabellado e inalcanzable proyecto! En esta
carta firmada por quien se ostenta como el cronista del pueblo, aparte de
“reclamarle” su intentona de narrador, de cierto modo juega con nosotros
lectores, en aras de conocer quién, de verdad, tiene la razón: si el cronista,
por contar con todos los datos, o el narrador, por saberlos bien aprovechar. De
cualquier manera, y como dice el dicho, “aunque digan que no es, con lo que
aseguren basta”. (Quizás.)
En esta segunda
escala, digno es resaltar el papel preponderante que tienen las mujeres
protagonistas de estos cuentos, como la extranjera Karla y sus armas de seducción masiva, o la idílica belleza
de Sandra, que despierta primeras pasiones en “Flor de Nochebuena”, o el aplomo
y heroísmo de “María”, cuya primera descripción ya nos hizo la lectura: En su nombre llevaba la naturaleza de su
carácter. La M y la a le daban el toque maternal. La r, suave exactamente a la mitad, le permitía
el enlace, como si librara un breve obstáculo entre la simplicidad y la
sonoridad del sonido ma y la somera
agudeza de la i, que, acentuada, se
eleva un instante para ceder de inmediato su lugar a la otra a que desciende suave, diáfana y cierra así
su nombre con un eco: María. (Dentro de lo que cabe, encuentro aquí un
concepto casi exclusivo de la obra de Luis González y González: matria, y como en este pueblo, buena
parte de sus historias tienen sentido y hasta un posible destino, sus
protagonistas mujeres –principio del mundo, al fin y al cabo– sabrán expresarlo
de primeras a primera.)
Treinta años después
del primer viaje narrativo, los nueve cuentos originales hoy en día se
volvieron diecinueve para esta flamante edición de aniversario. A decir verdad,
algunas obsesiones de Hernán Lara Zavala –las mujeres, la extranjería, el
claroscuro de la religión– se conservan intactas o en el mejor de los casos,
hasta con ímpetu renovado. “La querella”, por ejemplo, versa en torno a la
(¿típica?) enemistad entre un padre católico y un pastor protestante –¡y ambos
extranjeros!–, mientras que en “Infierno grande” el pasado cobra sus cuentas
con el arma más poderosa de todas: el perdón, pero nunca el olvido. Por otro
lado, la virginal Olivia y la eterna Lizbeth (a quien el autor dedica un
memorial, a guisa de epílogo narrativo) son el máximo ejemplo de fidelidad a un
territorio, a un recuerdo, porque después de todo, no son los autores los que escogen sus temas sino los temas los que
escogen al escritor. Éste es mi único consuelo.
Por último, hay un
cuento, “A golpe de martillo”, que merece especial atención; si leemos De Zitilchén desde la primera página
hasta el punto final, notaremos allí que todos los personajes de las entregas
anteriores reaparecen como fantasmas de un tiempo anterior, sólo vueltos al
presente por medio de ese desconcertante artilugio llamado literatura (“el lugar de las apariciones”, recordando a Juan José
Arreola).
A más de treinta años
de su primera edición, De
Zitilchén de Hernán Lara Zavala nos transporta hacia un lugar
único, espejo del mundo que ansía encontrar su prístino lugar, uno que sigue a
cabalidad la máxima de León Tolstoi, “Pinta tu aldea y pintarás al mundo”,
indispensable para quienes nos dedicamos al oficio de la imaginación. Y aunque
la matria narrativa de Lara Zavala se consolidara con Charras y Península,
Península, los diecinueve cuentos que integran este libro, funcionan a
manera de escalas para una querencia,
donde todas las pasiones buscan segura correspondencia con su lector, y, por
ende, confirman el experimentado oficio de un narrador sin par. Y el resto es mera exageración. (Tal vez sí, tal vez no.)
Hernán Lara Zavala. De Zitilchén. México, Fondo
de Cultura Económica, 2012 (Letras Mexicanas, 144).
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