lunes, 28 de junio de 2021

Una docena bien contada

Ulises Velázquez Gil


En alguna parte de Somos cuentos de cuentos, José Saramago nos dice lo siguiente: “¿Qué hacemos, los que escribimos? Nada más que contar historias”. Sin importar el género o si se lleva el oficio en las venas, una buena historia no se hace esperar; sin embargo, ésta se disfruta mejor cuando cuaja de principio a fin, y en este sentido, el cuento es su denominación de origen.

            Después de incursionar en el ensayo de corto y largo aliento -con una breve escala poética-, Héctor Iván González se interna por los senderos del cuento para entregarnos su primera carta de navegaciones bajo el nombre de Los grandes hits de Shanna McCullough.

Compuesto por doce cuentos (cuyo número me recuerda otro libro, de peregrina estampa), además de una prosa elegante y fluida, en éstos se denota un amor al detalle y una historia redonda en cuanto a su desarrollo, cuya atención de mantiene firme de principio a fin. Tal y como se puede ver en “Una historia (History)”, donde uno se sabe narrado mientras haya alguien dispuesto a conocer tu historia: […] en realidad me encuentro ante los límites de una palabra, porque no sé si su historia es más una History que una storiette. Quizá el cúmulo, el contacto, el juego y la continuidad de historias (Storiettes) van formando tu Historia (History). Y en realidad me conmueve darme cuenta de que así como esta palabrita, tú te desarrollas en varios planos, por lo menos en más de dos. Una evocación y encuentro con una mujer se vuelve, de manera periférica, en una breve reflexión acerca del cuento, del cómo una historia puede formar parte de otra más grande, y viceversa.

De igual manera, un mismo personaje apenas esbozado en una historia se torne figura elemental en otra, como ocurre con Shanna McCullough, de breve mención en “El ánima de Venus” (Las siguientes ocasiones fueron más objetivas, debo admitir: entrabas y empezabas a analizar a la “heroína”, podría ser “Rebequina”, “Dany Cheeks”, “Mariette”, “Silvia Saint”, “Shanna McCullough” o “Rebbecca Wild”. No sé si sólo yo me fijaba en esos detalles, tampoco sé si era la única, pero veía el filme como si estuviera en la sala de Cannes), mientras que en el relato que da nombre al volumen de marras, su vida, reservada al anonimato de la pantalla de plata, se vuelve arranque de biografía para consumo personal. Me fui adentrando en el mundo de Shanna, ya no veía videos de nadie más. Ninguna me interesaba más que ella, incluso me propuse ver otras pornstars, aunque no conseguía sentir nada. […] Era como un acto de fidelidad hacia ella. También deseaba que recibiera la celebridad que merecía, una fama que era muy superior a la que hasta ese momento le habían otorgado. (Si no podemos hacer nuestras esas obsesiones, al menos, el esmero por contarlas sí deber serlo…)      

Una constante en Los grandes hits de Shanna McCullough es la presencia de mujeres que destellan encanto y sorpresa en la medida que Héctor Iván González nos las presenta. “Ágata”, por ejemplo, nos devela a una belleza rara, cuyos mensajes de texto pecan de ingenuidad y adolecen de buena ortografía (como los recados de la novia en turno en “El principio del placer” de José Emilio Pacheco), y en “Golpe de temperatura”, por el contrario, nos presenta al polo opuesto, Mercedes, que también se vuelve obsesión para el protagonista, cuya intrepidez hacia ella se queda en mera ingenuidad al conocerle un lado nada luminoso. (En ambos casos, el placer es autoflagelante.)

Otra característica digna de notar, la fluidez con que transcurren los sucesos plasmados en cada cuento, que constantemente nos dan la impresión de estar frente a una pantalla de cine, y no es para menos, porque un buen cuento se escribe con el mismo cuidado y dedicación a los aplicados para la realización de una película. (Si varios de estos cuentos pudieran llevarse a la pantalla grande, entre Damián Szifron y Quentin Tarantino se daría el toma y daca por la silla del director, o por lo menos, para adaptar el guion.)

Una condición sine qua non en toda primera incursión en un género nuevo es la presencia de los autores leídos y admirados: la elección de la propia genealogía, siguiendo el precepto de Jorge Luis Borges, a quien Héctor Iván González rinde pleitesía en “Caravan”, o en “La noche es igual en todas partes”, donde estrecha la mano de Julio Cortázar. Pero el ejercicio de admiración no se queda ahí, sino que se amplia en “La última noche”, de hilo policial y escenarios norteños, donde saluda a sus clásicos contemporáneos como Daniel Sada, o en el caso de “Buscadores de tesoros, Inc.”, donde las travesuras del azar nos remiten a Jorge F. Hernández y su búsqueda de El álgebra del misterio, y, desde luego, al arte de fantasmas -frase de José de la Colina con que definió al cine- que hace eco en más de un cuento.

(Paréntesis aparte. Como parte de esa persistencia cinematográfica, no dudaría en añadirle su propia banda sonora a cada cuento. Por ejemplo, al finalizar “Caravan”, escuchar “Et maintenant” de Gilbert Becaud a guisa de créditos finales; de igual manera con “Alma de loca” de Adriana Varela para “Una historia (History)”, o “With a little help to my friends” en la versión de Joe Cocker para “Buscadores de tesoros, Inc.”, ideal para evocar una aproximación de la felicidad o el reintegro de una realidad sin tapujos. Hasta “Lanzallamas” tendría un énfasis apocalíptico con Piazzolla a guisa de soundtrack…)    

Con todo, Los grandes hits de Shanna McCullough da muestra de un consumado oficio de narrador, que se lanza al ruedo una vez que su historia en proceso de contar le sale al encuentro; una docena bien contada donde se evidencia una posible respuesta a la interrogante de Saramago referida al principio de estas líneas: “En el fondo creo que nunca seremos más que la memoria que tenemos. Y que esa es la única y plausible historia que podemos contar […], en los personajes que vamos inventando, a su vez inventores de nosotros mismos”.

Quede aquí constancia de un escritor non, en espera de que sus intenciones se vuelvan invenciones, por obra y gracia de la literatura. (Así sea.)   


Héctor Iván González. Los grandes hits de Shanna McCullough. Monterrey, México, Dieci7iete Editorial, 2021 (Entre Fronteras).  

 

(14/junio/2021) 

viernes, 4 de junio de 2021

En franco paralelo

Ulises Velázquez Gil


En su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, Felipe Garrido menciona que, para leer, explorar y transformar el mundo, “nos servimos de cuanto la naturaleza, la tradición, el arte, la ciencia y la tecnología ponen a nuestro alcance”. Mediante la lectura es posible unir todas estas disciplinas, y a fin de encontrarles varios puntos en común, es posible que todas destellen por entero, sin asomo de contraponerse unas por encima de las otras.

            Consciente de esta grata confluencia, David Huerta nos entrega un libro que consigna una pasión lectora, a prueba de tendencias actuales -espejismos, las más de las veces- y cuya persistencia no cesa de ofrecerle gratas sorpresas: Correo del otro mundo. Fundamentalmente compuesto por las entregas mensuales en el suplemento Hoja por Hoja, de 2001 a 2008, el autor comparte con nosotros sus hallazgos, así como sus reflexiones acerca de los libros leídos y de cómo su lectura suscita un encuentro con otras disciplinas; en aras, casi siempre, de provocar, en el buen sentido, una conversación.

Correo del otro mundo se divide en dos partes: una con textos de mayor aliento, y otra, homónima, con otros de menor extensión, bajo la dinámica de aquel precepto de Baltasar Gracián (“Si lo bueno, breve, dos veces bueno”), y donde el autor nos comparte algunas reflexiones, como en el caso de “Ayudalectura”: Miopes y astígmatas agradecemos esa invención formidable, sea de quien fuere. Nos acompaña a lo largo de la vida; se confunde con los rasgos de nuestras caras para siempre. […] Entre nuestros ojos y el mundo; entre nuestras pupilas y el texto, dos almendras transparentes. Qué maravilla. (En menos de dos páginas, y a resultas de su lectura de El nombre de la rosa de Umberto Eco, el autor nos comparte un elogio del instrumento principal del lector por antonomasia. Si alguien no se identifica a la primera, será porque es lector a cuentagotas, o quizá tenga una visión de 20-20. Quién sabe…)

Uno de los libros más consultados -por no decir leídos-, sin lugar a duda, es el diccionario, que cuenta con su propia notícula: “Reunión de palabras”, donde ciñe su larga historia dentro de un párrafo, y de cómo su presencia influye en el ulterior destino de quien empuña una pluma para lanzarse al mar de la escritura. El poeta francés Bernard Nöel me confió una vez cómo había hecho su aprendizaje: redactando diccionarios. Creí no entenderlo: ¿preparaba algunas (o varias) entradas, escribía artículos, confeccionaba fichas? No, me aclaró; escribía, él solo, anónimamente, diccionarios enteros.

De cierta manera, Correo del otro mundo cumple las veces de un “diccionario”, donde lecturas, recuerdos e inquietudes se ciñen a la concisión de una página, y aunque ésta sea quien coloque la nota dominante, no es lo mismo un diccionario enciclopédico que uno de uso, por no decir escolar. (Una cosa sí es segura: el despeje de la duda.) Para definir “Crimen y política”, Huerta se vale de La sombra del Caudillo, y para iatrogenia, recurre a Iván Illich, Francisco González Crussi y Lewis Thomas, médicos que encuentran en la página escrita la ampliación de su mesa de operaciones (“El impacto iatrogénico”).

Dos artículos merecen especial atención: “Cúmulo de sustantivos” y “Novela e imágenes”; sendas lecturas a la obra de Gabriel García Márquez. En la primera, las palabras más importantes y poderosas forman una diarquía, una aristocracia bicápite: son los verbos y los sustantivos. Dicho de otra manera: los Actos y las Presencias. Sólo un gran escritor, un escritor de genio, puede abolir esa distancia, refundar, modificándola, esa disonancia permanente, y fundir el acto con la presencia; conseguir la vitalidad de los sustantivos por medio de su acumulación orquestada. Mientras que en “Novela e imágenes”, el autor de Cien años de soledad se negaba rotundamente a que dicha obra se adaptara a la pantalla grande (o chica, dadas las plataformas de hoy en día), porque nunca se imaginó verle el rostro a sus personajes, delegando en el lector esa tarea. A mí, la verdad, me inspira simpatía la actitud de García Márquez. Además, la entiendo muy bien. La literatura y la visibilidad tienen relaciones peculiares y no deberían ser reducidas a la brutal operación de darnos gato por liebre de texto; un dibujo coloreado en lugar de las palabras del relato […].

Sobre la segunda parte del libro, Huerta prosigue la conversación con su lector, pero sus textos se tornan de mayor extensión, y se ciñen a temas meramente literarios, como la obra de José Gorostiza, “Un delirio de alas prisioneras”, y de tres estudios al respecto, “El sol de Gorostiza”. Aquí cabe detenerse un poco: de la tercia de libros acerca del autor de Canciones para cantar en las barcas, de uno celebra su estilo para suscitar un primer -y afortunado- acercamiento, mientras que de otro sólo agradece la atención prestada, dejando en último término un estudio más aledaño al galimatías, de pingües aportaciones, a final de cuentas.

La joya de esta sección reside en un texto que, a primera vista, podría contraponerse con el resto del libro; luego de leerla, no dudamos en suscribir su razón de ser: “La querella del papel y el espacio”, cuasi decálogo que más uno no dudaría en suscribir -no sin tristeza, claro está. Siempre serán demasiados los libros: los que ya leímos, los que nunca leeremos, los que nos regalaron y vemos (con una especie de santa culpa) porque debemos hojearlos, siquiera, y luego, quizá, no podamos decir nuestra opinión a quienes lo regalaron. Dan ganas, por supuesto, de reclamar ante algunos presentes encuadernados: “Gracias por regalarme este libro… pero ojalá me hubieras regalado, también, el tiempo para leerlo. (A primera vista, encuentro un eco de esta querella en “Cuidado con los libros” de Vicente Quirarte; a ratos, casi elegiacos ambos.)   

¿Por qué leer Correo del otro mundo? Retomemos otra idea de Felipe Garrido: “leer es a veces aprender […] y otras es formarse, compartir las ideas o los sentimientos de un autor y dar al espíritu propio la forma intelectual o emotiva de lo que se lee”. Cuando un libro llega a nuestra vida, se lee y al momento de llegar a la última página, queda la evidencia de un cambio, de ver el mundo de otra manera, a fin de proseguir el bosquejo de una propia trayectoria, en franco paralelo con el tiempo y el aprendizaje aledaños a toda conversación, como suele pasar cuando leemos los ensayos de David Huerta, cuya pericia en la crítica se nota a párrafo batiente. (Si en la presente compilación prima la concisión, en Las hojas. Sobre poesía, la profundidad.)

Con todo, que este correo de lecturas y algo del mundo, empleando el título de un libro de Álvaro Mutis, no deje de traernos buenas noticias, vueltas lectura a la espera de un siguiente converso. (Así sea.)   

 

David Huerta. Correo del otro mundo (y algunas lecturas más). Hoja por Hoja, 2001-2008. México, Grano de Sal/ Universidad Autónoma de la Ciudad de México/ Universidad de Guadalajara/ Universidad Autónoma de Nuevo León, 2019.  


(21/mayo/2021)