Ulises Velázquez Gil
En alguna entrevista, el
escritor rumano Emil Cioran confesó que para aprender el francés se dio a la
tarea de copiar páginas y páginas de grandes escritores francófonos, y así
aprender mejor la lengua con la que, a la postre, terminó por expresarse. Caso similar
ocurre dentro del oficio de escribir: cuando se admira sobremanera a un autor,
de forma inconsciente surge el deseo de emularlo, de “copiar” sus
características, incluyendo virtudes y defectos.
Lector
en horas 24 de la realidad y navegante de dos aguas –Letras e Historia–, Jorge
F. Hernández nos entrega un largo ensayo en torno a uno de sus escritores
predilectos, tan cercano a él por orígenes geográficos como por elección de
vida, y de grata coincidencia onomástica: Jorge Ibargüengoitia.
En Jorge en diez o doce pasos. Instrucciones
para leer a Ibargüengoitia, el autor nos presenta un libro muy sui
generis en torno al autor de La
conspiración vendida; una lectura muy personal de su vida y obra,
donde se encuentran no pocas coincidencias, entre éstas, por ejemplo, el origen
guanajuatense. Mi padre y
sus hermanos fueron amigos de Jorge en la infancia. Nuestras familias son ambas
guanajuatenses y el inexplicable azar de las coincidencias ha entretejido
anécdotas de amigos y parientes sobre un compartido pasaje que se llama Cuévano.
Además
de los recuerdos familiares y las remembranzas de tamiz tardío, Jorge en diez o doce pasos se
compone de nueve capítulos, cada uno en torno a una faceta de Ibargüengoitia;
suerte de lecturas hechas tanto a la obra como a la vida del ilustre
guanajuatense, donde el autor –biógrafo de aproximaciones y reintegros– busca
la pincelada ideal donde se exprese el mundo que rodeaba a su eminente tocayo,
a guisa de explorar una veta rica en sucesos y personajes, caracteres (de
imprenta) propios de una región, vuelta Cuévano por obra y gracia de una mirada
punzante y lapidaria. […] Ibargüengoitia
sobrepuso en sus párrafos el Guanajuato de su infancia y demás etapas de su
biografía al plano del Cuévano de su imaginación. Entre el ensyeño y la
realidad, […] hacía
eco de chismes de azotea […].
En el
capítulo “Un plan de abajo”, se evidencia que el mundo recreado por
Ibargüengoitia ya no es el Guanajuato que nos marcan los libros de Historia o
el señalado en la cartografía mexicana; más bien, geografía de letras,
personajes y algunos recuerdos de familia. El estado de Guanajuato es y no es el estado de Plan de Abajo
que narra […] en
la vasta geografía de por lo menos tres o cuatro de sus novelas. […] es un país en sí mismo donde se
refleja el Bajío o la Querencia y los Pueblos en vilo, que estudió el microhistoriador Luis
González y González, padre de la microhistoria, […] porque [ésta] emana de la misma pulpa con que
escribe Ibargüengoitia, ambos dueños de la prosa que usa palabras en sepia […].
(Paréntesis aparte. La primera reseña de Pueblo en vilo de Luis
González –maestro, colega y amigo del autor– corrió por cuenta del propio
Ibargüengoitia; ante el desconcierto y la negativa del gremio historiográfico,
la lectura de un escritor, vuelto dramaturgo a golpe de máquina de escribir,
demostró a cabalidad que las letras
de la historia también forman parte de esa comedia humana
donde todos jugamos, sin excusa ni pretexto. Con el tiempo, tanto para “el mago
de San José” como para el Ingeniero en Dramaturgia, su propia historia de las letras habría
de redimirles.)
Los capítulos 3, 4 y 5 dan cuenta de una transición, respecto
del ulterior destino de Ibargüengoitia. Un ingeniero vuelto dramaturgo por mera
agua de azar, pero con el sino del buen narrador en espera de un encuentro
definitivo. Ya no haría levantamientos topográficos, sólo estructuración de
tramas y argumentos, sujeción de personajes y caracteres por doquier. Es curioso que los pasos de Jorge por la
carrera de Ingeniería quedaron reflejados en vagas evocaciones de artículos y
quizá incluso en el subsuelo de su prosa, su manera de construir las tramas de
sus novelas como si fuesen andamios inquebrantables (aunque modificables) o la
resistencia de sus personajes como vigas de una estructura verbal [donde] se revela quizá la arquitectura de
una vocación […].
Ya que mencionamos la palabra arquitectura, para Ibargüengoitia
(como para Jorge F. Hernández) los pilares de su prosa son el cuento y el
artículo periodístico, tal y como se observa en los capítulos 6 (“Cuentos como
sobremesa”) y 7 (“Las columnas de un templo”), respectivamente. Para el primer
caso, se resalta el cuento y su polisémica función de sobremesa en las familias
guanajuatenses, como germen de una buena historia, que con el paso del tiempo
se ciñe a la brevedad de su propia historia (tal es el caso de La ley de Herodes) o se integra
al engranaje de una novela (la que gusten nombrar). Jorge escribía porque no encontraba en las
librerías los libros que quería leer y leía por goce, tanto como insinuar que
escribía cuentos por las mismas razones: porque hay anécdotas que no merecen
olvidarse, que son perfectas prendas de placer o bien, inventos que llegan en
lo que se cruza por el pasillo de un mercado, la esquina de un semáforo
descompuesto o los enredos y desenredos con una mujer rejega.
Respecto a “Las columnas de un templo”, la pluralidad de la
sobremesa de vuelve caldo de cultivo para el tratamiento de muchos temas, por
medio del oficio periodístico ejercido en las columnas semanales que
Ibargüengoitia publicaba en el diario Excélsior. Escribió en el espacio urgente de la
bitácora de sus viajes, las peripecias que pasan en un día común y corriente
(como haría G. K. Chesterton al narrar para salir del apuro de una columna el
contenido de su bolsillo) y el azar imprevisible de lo inmediato: la avería del
baño, los errores de un albañil, y el tema inesperado que se vuelve artículo
invaluable (como hiciera en más de una entrega García Márquez, periodista).
¿Por qué leer Jorge
en diez o doce pasos? En aras de adentrarse en la obra de un
escritor admirado (por obra y gracia de la constante relectura), digno es
conocer su secreto engranaje, de maravillarse ante una prosa a prueba de balas,
certera inclusive por estos días, puesta en clave biográfica donde confluyen puntos de
vista y temas muy caros, que bien merecen la lectura en paralelo con Los pasos de Jorge de
Vicente Leñero, y con Lágrimas
y risas de Ignacio Trejo Fuentes, por mencionar algunos
acercamientos críticos sobre Jorge Ibargüengoitia.
Entre signos de admiración, y a la espera de que nazca un próximo
lector de un guanajuatense ingenioso y genial, quede este libro como preclara
evidencia. (Y aquí me detengo…)
Jorge F. Hernández. Jorge en diez o doce pasos. Instrucciones
para leer a Ibargüengoitia. Guanajuato, México, Universidad de
Guanajuato, 2019. (Homenaje)
(30/octubre/2019)