viernes, 29 de octubre de 2021

Afanes de hormiga

 

Ulises Velázquez Gil


En el prólogo a la edición Porrúa de México insurgente y Diez días que estremecieron al mundo de John Reed, se puede leer la siguiente frase, a guisa de epígrafe: “Ser tu amigo es tratar de ser honrado intelectualmente”. Si nos guiamos por los significados de la palabra honrado, resaltan distinción y honestidad, cualidades que quien las recibe, le ofrendan el mayor reconocimiento.

            Consciente de lo anterior, Rodrigo Martínez Baracs nos entrega, bajo la señera figura del discurso académico, su acercamiento a una de las facetas más importantes de su padre, el escritor José Luis Martínez, en particular aquella que dio orden y ulterior presencia en el panorama cultural de su tiempo, y, que, por ende, trasciende fronteras de orden cronológico y espacial.

José Luis Martínez, editor, pasa revista a uno de los trabajos más importantes dentro de la vida y la obra del autor de La expresión nacional: su faceta editorial, de donde abrevaron varias empresas posteriores: [es] de interés repasar su vida y obra desde el punto de vista de su actividad como editor, pues la edición es una actividad que abarcó la mayor parte de su vida. No hubo trabajo que desempeñara, como escritor y como funcionario, en el que el aspecto editorial no estuviera presente. Sobre este aspecto, Martínez Baracs lo enfatiza de la siguiente forma: […] edición de textos y documentos, a menudo con estudios y notas, dirección de revistas y editoriales, y coordinación de estudios colectivos.

Sin embargo, y por más que intente disociar la vida de la obra, la primera pone la pauta en cuanto a la aparición de la segunda. Vayamos por partes. Su encuentro con varios de sus contemporáneos incide en los proyectos a realizar; con Alí Chumacero y Jorge González Durán creó la revista Tierra Nueva, y su admiración por Alfonso Reyes lo condujo por los senderos de su obra, al grado de involucrarse en su creación, tal y como sucedió en el volumen México en la cultura, donde Reyes, en un ejercicio de generosidad, lo subió a ese barco a través del texto “Las letras patrias”. Pero el empeño de magnitudes épicas llegaría después con la Cartilla moral, sobre la que Martínez Baracs nos pone al tanto. En la Secretaría de Educación Pública la actividad como editor de mi padre se multiplicó. Para la Cartilla alfabetizadora de 1944, que elaboraba un equipo de pedagogos de la SEP, mi padre le pidió a Alfonso Reyes que escribiera dos o tres lecciones finales de menos de una página con preceptos elementales de moral. Pero don Alfonso no pudo acotarse a las dos páginas requeridas y en cambio, en un intenso fin de semana, escribió 40, un magnífico tratadillo sobre ética, la famosa Cartilla moral, que no se podía incluir en la Cartilla alfabetizadora. (Años después, su padre le hace algunos ajustes para hacerla más asequible a las nuevas generaciones. Aunque éstas, polémica mediante, la conozcan de primera fuente, y hasta suscitando una versión de corte inmoral.)

Un buen editor, como todo lector que se digne de serlo, debe nutrirse de todas las lecturas que salen a su paso, y José Luis Martínez siempre echó mano de éstas, a fin de realizar toda suerte de faenas que conlleva la edición, no sólo de libros, sino también de revistas y con un poco más de pericia, hasta ambas en una sola exhibición. De los libros que quedaron a su cuidado, aparte de aquellos de alfonsina estampa, destacan los dos tomos de El ensayo mexicano contemporáneo (constantemente revisados, dado su ímpetu autocrítico), las Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua (con todo y ediciones facsimilares), las antologías de El mundo antiguo (todavía en espera de una merecida “reencarnación” editorial), y, desde luego, su paso por la dirección del Fondo de Cultura Económica, institución desde donde fraguó una de las empresas más ambiciosas hasta ese momento. El ambicioso proyecto personal que sí pudo realizar […] fue el de hacer una edición facsimilar de completa de las más importantes Revistas Literarias Mexicanas Modernas, de la primera mitad del siglo XX. Se conjugó la feliz circunstancia de que mi padre era director del Fondo, de que él mismo tenía en su biblioteca la mayor parte de estas revistas literarias, y de que las había estudiado, de tal modo que realizó casi toda la edición con sus propios ejemplares.

Ejemplares propios como esfuerzos físicos, donde seleccionar, revisar, consultar, corregir y sobre todo leer, fueron fundamentales para establecer -su palabra favorita, recuerda Enrique Krauze en Retratos personales- una conversación con las letras mexicanas […] como si la tarea fundamental de su vida estuviera contenida en el lema Tolle lege, “Toma y lee”, que nos legó san Agustín […], fundamental para cualquier mexicano que busca resolver la crisis política, moral, cultural que vive el país, que en última instancia es una crisis de lectura, de incapacidad para tener presente el legado que nos van dejando los hombres más sabios y generosos que nos antecedieron.

Para finalizar, bien cabe volver a la frase referida al principio de estas líneas. José Luis Martínez es honrado por partida doble por su hijo Rodrigo, sea por su presencia señera en la cultura mexicana, sea por su ejemplo de honestidad intelectual, cuyos afanes de hormiga prosigue el autor en su propia labor historiográfica. (Mientras el padre pasó de las letras a la historia, el hijo, por el contrario, transitó el camino a la inversa. Eso sí, en ambas plumas destella la pasión por el conocimiento.)

En estos tiempos, donde los vientos soplan hacia direcciones contrarias y la historia cae en manos maniqueas, digno es acercarse a la obra de un editor sin par, y doblemente, por boca de quien vivió a flor de piel todas sus batallas. (Al final del día, leer para conocer. Que así sea.)   

Rodrigo Martínez Baracs. José Luis Martínez, editor. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua. México, Universidad Nacional Autónoma de México/ Academia Mexicana de la Lengua, 2021.  


(15/octubre/2021)

lunes, 11 de octubre de 2021

Al vaivén del tiempo


Ulises Velázquez Gil

 

Por boca del narrador de Mi diario sobre ti, Raymundo Ramos nos dice que “la escritura es una rendija por donde se asoman las fantasías del alma para salir a la calle, aunque tantas veces se nos filtran fragmentos de realidad para ingresarse en la conciencia”. A medida que se escribe, tanto unos como otros aparecen a lo largo del texto en proceso, y sin importar el género donde se incursione, ambas se trastocan un poco más de la cuenta.

            Luego de transitar por las veredas de la poesía y afianzar sus afanes ensayísticos, Ingrid Solana toma vuelo y se interna por un campo, a primera vista, sólo reservado a la ficción. Resultado de ello tenemos Memorias tullidas del paraíso, su primera incursión en el género de la novela. A diferencia de una convencional (delimitada por capítulos y personajes variados), ésta se distingue por su carácter fragmentario donde reluce el ejercicio introspectivo de su protagonista, Artemisa, historiadora del arte, frente a una disyuntiva que cimbra su trayectoria de vida transitada hasta ese momento: la confección de una tesis, acompañada por una suerte de reflexiones sobre la fotografía, suscitadas por la impronta dejada por el levantamiento zapatista de 1994. Pero antes de su impasse académico y del vértigo producido por la imagen, […] es fundamental regresar al pasado. Pensar en él una y otra vez y tomar posición en torno a los acontecimientos que caracterizaron nuestra vida personal porque ellos explican la Historia.

Cuando Manoel de Oliveira filmó Viaje al principio del mundo, a partir de la experiencia de un actor luso-francés, también lo hizo, precisamente, para explicar(se) la Historia; dicha condición predomina en Artemisa, quien vuelve a su matria, Oaxaca, a los lugares, sucesos y personas que le dieron rumbo y desviación a su futuro proceder. Una madre que la ve como una extraña, una tía que es la extensión de sus mismas inquietudes, y su estancia preparatoriana que la narradora denomina Paraíso. Mi bachillerato no se llamaba Paraíso, pero me agrada nombrarlo de ese modo; pensar que fue un edén, el espacio primigenio de mis ilusiones. Paraíso tenía una cancha de futbol enorme, dos canchas de basquetbol, laboratorios y un salón de teatro al que íbamos los viernes. […] Yo había dejado a mis papás en Oaxaca y vivía con la tía Beatriz. Me sentía a su lado, recordaba lo que decía de los libros y de las películas que veíamos, ritualmente, los miércoles y los viernes por la noche […].

En ese tiempo, Artemisa comprende que debe forjarse su propio camino a partir de las decisiones que elija de forma posterior, de la misma forma que Chinito Matías, ex boxeador de quien aprende el arte del boxeo, a resultas de cambiar su adicción al cigarro por afanes de primer impacto. En el gimnasio, Chinito Matías corrige a sus pupilos, no le gusta que perdamos el ritmo, que nos ahoguemos de cansancio, nos interpela y azuza. Las primeras veces el ambiente del gimnasio es amenazante para una mujer; los hombres expiden el primitivismo de su fuerza, sus músculos se complacen en la competencia elemental entre ellos. […] Las mujeres somos las espectadoras de la fuerza.

Ante la poca disciplina frente a la hoja en blanco (para urdir esa tesis tan rumiada), Artemisa se refugia en el deporte, sobre todo en el recuerdo de su vida, con el fin de responderse otras interrogantes sobre el deber de escribir: ¿para qué o para quién? Con sólo borronear una hoja en blanco, ya se incurre en ese cuestionamiento, donde lo único irrompible es la duda; desconocer si nuestras palabras encuentran eco en otros ojos, otra orilla. La vida es un tejido: correlaciones, pactos, saltos de tiempo, es una yuxtaposición de surcos del lenguaje. La vida no es cronológica: no es sucesiva; es una travesía de eternidades juntas, es decir, memoria. La memoria no es progresiva ni retentiva, es un cuerpo tullido.

Como parte de ese cuerpo, digno es detenerse en las imágenes que lo conforman; en este caso, hay dos lecturas que se alternan en continuo paralelo: las reflexiones acerca de la fotografía y el vértigo producido por las imágenes de dicho levantamiento armado. Las fotografías nos permiten anularnos, separarnos de lo que consideramos nuestro, son también fragmentos de tiempo aislados y, al mismo tiempo no lo son, son hilos anudados, nudos que olvidan su origen, que se buscan, que quieren encontrarse en el mapa de la totalidad. […] Soy la dispersión, mi escrito fragmentado. En este carácter fragmentario, aparte de las muchas lecturas hechas por la autora/narradora (Georges Didi-Huberman, Chantal Maillard y hasta Roland Barthes, entre otros autores), hay ecos de otras plumas, como los Fuegos de una joven Marguerite Yourcenar o las crepusculares visiones de Marguerite Duras plasmadas en Escribir. (Paréntesis aparte: me atrevería a decir que Artemisa tiene en José García -protagonista de El libro vacío de Josefina Vicens- a su par en los avatares de la procrastinación, a quienes no les queda más remedio que persistir en su descritura.)

Con todo, Memorias tullidas del paraíso es una novela que nos pone en jaque a cada fragmento: flechas artemisas que llegan certeras al blanco de toda duda, a tal grado de no creerse los propios pensamientos inclusive. Al vaivén del tiempo, somos las líneas que escribimos, las guerras que se asumen (como Chinito Matías) o las memorias titubeantes de generar sus propios vínculos (las que Artemisa vacila en proseguir). Esta novela encuentra un inusitado contrapunto con Restauración de Ave Barrera y en el Retrato involuntario de Marina Azahua, tanto por la reflexión constante como por el vértigo producido por una fotografía, una palabra, o la actualización de un recuerdo.

Para quienes hemos seguido con devoción lectora la obra de Ingrid Solana, en este libro se concretan todas sus obsesiones (“fantasías del alma, fragmentos de realidad”, retomando a Raymundo Ramos), vislumbradas desde las definiciones que encabezan los cuadrantes de su Barrio Verbo, hasta la fusión de géneros, evidente en sus Notas inauditas. Una novela que obedece a muchas lecturas, inclusive las que se acumulen durante el proceso.

En ustedes, lectores, está descubrirlo por cuenta propia. (Así sea.)   


Ingrid Solana. Memorias tullidas del paraíso. México, Dharma Books, 2021 (El Vuelacercas, 21).  

(27/septiembre/2021)