lunes, 11 de octubre de 2021

Al vaivén del tiempo


Ulises Velázquez Gil

 

Por boca del narrador de Mi diario sobre ti, Raymundo Ramos nos dice que “la escritura es una rendija por donde se asoman las fantasías del alma para salir a la calle, aunque tantas veces se nos filtran fragmentos de realidad para ingresarse en la conciencia”. A medida que se escribe, tanto unos como otros aparecen a lo largo del texto en proceso, y sin importar el género donde se incursione, ambas se trastocan un poco más de la cuenta.

            Luego de transitar por las veredas de la poesía y afianzar sus afanes ensayísticos, Ingrid Solana toma vuelo y se interna por un campo, a primera vista, sólo reservado a la ficción. Resultado de ello tenemos Memorias tullidas del paraíso, su primera incursión en el género de la novela. A diferencia de una convencional (delimitada por capítulos y personajes variados), ésta se distingue por su carácter fragmentario donde reluce el ejercicio introspectivo de su protagonista, Artemisa, historiadora del arte, frente a una disyuntiva que cimbra su trayectoria de vida transitada hasta ese momento: la confección de una tesis, acompañada por una suerte de reflexiones sobre la fotografía, suscitadas por la impronta dejada por el levantamiento zapatista de 1994. Pero antes de su impasse académico y del vértigo producido por la imagen, […] es fundamental regresar al pasado. Pensar en él una y otra vez y tomar posición en torno a los acontecimientos que caracterizaron nuestra vida personal porque ellos explican la Historia.

Cuando Manoel de Oliveira filmó Viaje al principio del mundo, a partir de la experiencia de un actor luso-francés, también lo hizo, precisamente, para explicar(se) la Historia; dicha condición predomina en Artemisa, quien vuelve a su matria, Oaxaca, a los lugares, sucesos y personas que le dieron rumbo y desviación a su futuro proceder. Una madre que la ve como una extraña, una tía que es la extensión de sus mismas inquietudes, y su estancia preparatoriana que la narradora denomina Paraíso. Mi bachillerato no se llamaba Paraíso, pero me agrada nombrarlo de ese modo; pensar que fue un edén, el espacio primigenio de mis ilusiones. Paraíso tenía una cancha de futbol enorme, dos canchas de basquetbol, laboratorios y un salón de teatro al que íbamos los viernes. […] Yo había dejado a mis papás en Oaxaca y vivía con la tía Beatriz. Me sentía a su lado, recordaba lo que decía de los libros y de las películas que veíamos, ritualmente, los miércoles y los viernes por la noche […].

En ese tiempo, Artemisa comprende que debe forjarse su propio camino a partir de las decisiones que elija de forma posterior, de la misma forma que Chinito Matías, ex boxeador de quien aprende el arte del boxeo, a resultas de cambiar su adicción al cigarro por afanes de primer impacto. En el gimnasio, Chinito Matías corrige a sus pupilos, no le gusta que perdamos el ritmo, que nos ahoguemos de cansancio, nos interpela y azuza. Las primeras veces el ambiente del gimnasio es amenazante para una mujer; los hombres expiden el primitivismo de su fuerza, sus músculos se complacen en la competencia elemental entre ellos. […] Las mujeres somos las espectadoras de la fuerza.

Ante la poca disciplina frente a la hoja en blanco (para urdir esa tesis tan rumiada), Artemisa se refugia en el deporte, sobre todo en el recuerdo de su vida, con el fin de responderse otras interrogantes sobre el deber de escribir: ¿para qué o para quién? Con sólo borronear una hoja en blanco, ya se incurre en ese cuestionamiento, donde lo único irrompible es la duda; desconocer si nuestras palabras encuentran eco en otros ojos, otra orilla. La vida es un tejido: correlaciones, pactos, saltos de tiempo, es una yuxtaposición de surcos del lenguaje. La vida no es cronológica: no es sucesiva; es una travesía de eternidades juntas, es decir, memoria. La memoria no es progresiva ni retentiva, es un cuerpo tullido.

Como parte de ese cuerpo, digno es detenerse en las imágenes que lo conforman; en este caso, hay dos lecturas que se alternan en continuo paralelo: las reflexiones acerca de la fotografía y el vértigo producido por las imágenes de dicho levantamiento armado. Las fotografías nos permiten anularnos, separarnos de lo que consideramos nuestro, son también fragmentos de tiempo aislados y, al mismo tiempo no lo son, son hilos anudados, nudos que olvidan su origen, que se buscan, que quieren encontrarse en el mapa de la totalidad. […] Soy la dispersión, mi escrito fragmentado. En este carácter fragmentario, aparte de las muchas lecturas hechas por la autora/narradora (Georges Didi-Huberman, Chantal Maillard y hasta Roland Barthes, entre otros autores), hay ecos de otras plumas, como los Fuegos de una joven Marguerite Yourcenar o las crepusculares visiones de Marguerite Duras plasmadas en Escribir. (Paréntesis aparte: me atrevería a decir que Artemisa tiene en José García -protagonista de El libro vacío de Josefina Vicens- a su par en los avatares de la procrastinación, a quienes no les queda más remedio que persistir en su descritura.)

Con todo, Memorias tullidas del paraíso es una novela que nos pone en jaque a cada fragmento: flechas artemisas que llegan certeras al blanco de toda duda, a tal grado de no creerse los propios pensamientos inclusive. Al vaivén del tiempo, somos las líneas que escribimos, las guerras que se asumen (como Chinito Matías) o las memorias titubeantes de generar sus propios vínculos (las que Artemisa vacila en proseguir). Esta novela encuentra un inusitado contrapunto con Restauración de Ave Barrera y en el Retrato involuntario de Marina Azahua, tanto por la reflexión constante como por el vértigo producido por una fotografía, una palabra, o la actualización de un recuerdo.

Para quienes hemos seguido con devoción lectora la obra de Ingrid Solana, en este libro se concretan todas sus obsesiones (“fantasías del alma, fragmentos de realidad”, retomando a Raymundo Ramos), vislumbradas desde las definiciones que encabezan los cuadrantes de su Barrio Verbo, hasta la fusión de géneros, evidente en sus Notas inauditas. Una novela que obedece a muchas lecturas, inclusive las que se acumulen durante el proceso.

En ustedes, lectores, está descubrirlo por cuenta propia. (Así sea.)   


Ingrid Solana. Memorias tullidas del paraíso. México, Dharma Books, 2021 (El Vuelacercas, 21).  

(27/septiembre/2021)

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