Ulises Velázquez Gil
Por
boca del narrador de Mi diario sobre ti,
Raymundo Ramos nos dice que “la escritura es una rendija por donde se asoman
las fantasías del alma para salir a la calle, aunque tantas veces se nos
filtran fragmentos de realidad para ingresarse en la conciencia”. A medida que
se escribe, tanto unos como otros aparecen a lo largo del texto en proceso, y
sin importar el género donde se incursione, ambas se trastocan un poco más de
la cuenta.
Luego de transitar por las veredas
de la poesía y afianzar sus afanes ensayísticos, Ingrid Solana toma vuelo y se
interna por un campo, a primera vista, sólo reservado a la ficción. Resultado
de ello tenemos Memorias tullidas del paraíso, su primera incursión en
el género de la novela. A diferencia de una convencional (delimitada por
capítulos y personajes variados), ésta
se distingue por su carácter fragmentario donde reluce el ejercicio
introspectivo de su protagonista, Artemisa, historiadora del arte, frente a una
disyuntiva que cimbra su trayectoria de vida transitada hasta ese momento: la
confección de una tesis, acompañada por una suerte de reflexiones sobre la
fotografía, suscitadas por la impronta dejada por el levantamiento zapatista de
1994. Pero antes de su impasse académico y del vértigo producido por la
imagen, […] es fundamental regresar al pasado.
Pensar en él una y otra vez y tomar posición en torno a los acontecimientos que
caracterizaron nuestra vida personal porque ellos explican la Historia.
Cuando Manoel de Oliveira filmó Viaje al
principio del mundo, a partir de la experiencia de un actor luso-francés,
también lo hizo, precisamente, para explicar(se) la Historia; dicha condición predomina
en Artemisa, quien vuelve a su matria, Oaxaca, a los lugares, sucesos y
personas que le dieron rumbo y desviación a su futuro proceder. Una madre que
la ve como una extraña, una tía que es la extensión de sus mismas inquietudes,
y su estancia preparatoriana que la narradora denomina Paraíso. Mi bachillerato no se llamaba Paraíso, pero
me agrada nombrarlo de ese modo; pensar que fue un edén, el espacio primigenio
de mis ilusiones. Paraíso tenía una cancha de futbol enorme, dos canchas de
basquetbol, laboratorios y un salón de teatro al que íbamos los viernes. […] Yo había dejado a mis papás en Oaxaca y vivía con la tía Beatriz. Me
sentía a su lado, recordaba lo que decía de los libros y de las películas que
veíamos, ritualmente, los miércoles y los viernes por la noche […].
En ese tiempo, Artemisa comprende que debe
forjarse su propio camino a partir de las decisiones que elija de forma posterior,
de la misma forma que Chinito Matías, ex boxeador de quien aprende el arte del
boxeo, a resultas de cambiar su adicción al cigarro por afanes de primer
impacto. En el gimnasio, Chinito Matías corrige a sus pupilos, no le gusta
que perdamos el ritmo, que nos ahoguemos de cansancio, nos interpela y azuza.
Las primeras veces el ambiente del gimnasio es amenazante para una mujer; los
hombres expiden el primitivismo de su fuerza, sus músculos se complacen en la
competencia elemental entre ellos. […] Las mujeres somos las espectadoras
de la fuerza.
Ante la poca disciplina frente a la hoja en blanco
(para urdir esa tesis tan rumiada), Artemisa se refugia en el deporte, sobre
todo en el recuerdo de su vida, con el fin de responderse otras interrogantes
sobre el deber de escribir: ¿para qué o para quién? Con sólo borronear una hoja
en blanco, ya se incurre en ese cuestionamiento, donde lo único irrompible es
la duda; desconocer si nuestras palabras encuentran eco en otros ojos, otra orilla.
La vida es un tejido: correlaciones, pactos, saltos de tiempo, es una
yuxtaposición de surcos del lenguaje. La vida no es cronológica: no es sucesiva;
es una travesía de eternidades juntas, es decir, memoria. La memoria no es
progresiva ni retentiva, es un cuerpo tullido.
Como parte de ese cuerpo, digno es detenerse en
las imágenes que lo conforman; en este caso, hay dos lecturas que se alternan
en continuo paralelo: las reflexiones acerca de la fotografía y el vértigo producido
por las imágenes de dicho levantamiento armado. Las fotografías nos permiten anularnos, separarnos de lo que consideramos
nuestro, son también fragmentos de tiempo aislados y, al mismo tiempo no lo
son, son hilos anudados, nudos que olvidan su origen, que se buscan, que
quieren encontrarse en el mapa de la totalidad. […] Soy la dispersión, mi
escrito fragmentado. En este carácter fragmentario, aparte de las muchas
lecturas hechas por la autora/narradora (Georges Didi-Huberman, Chantal
Maillard y hasta Roland Barthes, entre otros autores), hay ecos de otras
plumas, como los Fuegos de una joven Marguerite Yourcenar o las
crepusculares visiones de Marguerite Duras plasmadas en Escribir. (Paréntesis
aparte: me atrevería a decir que Artemisa tiene en José García -protagonista de
El libro vacío de Josefina Vicens- a su par en los avatares de la procrastinación,
a quienes no les queda más remedio que persistir en su descritura.)
Con todo, Memorias tullidas del paraíso es
una novela que nos pone en jaque a cada fragmento: flechas artemisas que llegan
certeras al blanco de toda duda, a tal grado de no creerse los propios
pensamientos inclusive. Al vaivén del tiempo, somos las líneas que
escribimos, las guerras que se asumen (como Chinito Matías) o las memorias
titubeantes de generar sus propios vínculos (las que Artemisa vacila en
proseguir). Esta novela encuentra un inusitado contrapunto con Restauración de Ave Barrera y en el Retrato involuntario de Marina Azahua, tanto
por la reflexión constante como por el vértigo producido por una fotografía,
una palabra, o la actualización de un recuerdo.
Para quienes hemos seguido con devoción lectora la
obra de Ingrid Solana, en este libro se concretan todas sus obsesiones (“fantasías
del alma, fragmentos de realidad”, retomando a Raymundo Ramos), vislumbradas
desde las definiciones que encabezan los cuadrantes de su Barrio Verbo,
hasta la fusión de géneros, evidente en sus Notas inauditas. Una novela
que obedece a muchas lecturas, inclusive las que se acumulen durante el proceso.
En ustedes, lectores, está descubrirlo por cuenta
propia. (Así sea.)
Ingrid Solana. Memorias tullidas del paraíso. México, Dharma Books, 2021 (El Vuelacercas, 21).
(27/septiembre/2021)
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