Ulises
Velázquez Gil
Cuando
Luis González y González se planteó la escritura de La ronda de las generaciones,
lo hizo con el fin de dar cuenta de los sucesos y las figuras que conformaron
el engranaje de México durante los siglos XIX y XX, donde “se juntan gentes de
muy distinta condición […] como si pertenecieran a la misma especie social”.
Caso similar ocurre con el campo de la cultura, donde cada época produce a sus
figuras, unas más disímiles que otras, pero espectaculares todas -con todo y
defectos, que no es poco decir.
Consciente de que la historia es más que un chisme
sabroso, Julia Santibáñez nos entrega El lado B de la cultura. Codazos,
descaro y adulterios en el siglo XX, donde se da cuenta de sucesos y
figuras harto conocidas, pero desde el lado que menos se les conoce, volviéndolos
tan cercanos que hasta nos extrañaría no haberles conocido en alguna de
nuestras correrías por la vida de todos los días.
En cincuenta capítulos breves, como los años que
componen un medio siglo, nos ponen al tanto de la historia propia de
escritores, pintores, actores, músicos y hasta un abogado sui generis, que,
como no queriendo la cosa, une más cabos que los que se podrían imaginar. Un lado B que […] arroja luz sobre cómo el arte y el
pensamiento se vinculan con la vida diaria, con lo prosaico del mundo cotidiano.
En estas páginas dinamito seriedades entre la minoría bienpensante que engola
la voz para hablar de los grandes
creadores, como si fuera de otra
pasta. Resulta que también son gemebundos cuando se enamoran, tienen
supersticiones, se ponen viejos pian pianito.
Dice el refrán que “la
familia, como el sol, entre más lejos, mejor”, y ante las parentelas y dinastías
abordados por su autora nos hacen dudar un poco de tan acendrado paremio, como
podemos leer en “¿Familia de artistas? Intenseo seguro”, donde aparecen tanto
los fabulosos Revueltas como las sortílegas Campobello. Toda parentela que se precie guarda una oveja
negra en el clóset. Cuando entre miembros decentes despunta una bailarina o un
escritor se fractura la solidez de la patria casera, ganada a punta de
conductas ejemplares. Y cuando entre cuatro paredes hay más de un artista “llega
el empezose del acabose”, como diría Mafalda.
Tal y como sucede hasta
en las mejores familias, los personajes retratados con polaroid en este volumen
-por la brevedad de los textos, recordemos- han hecho, a la par de las labores propias
de su sexo y de su talento, chambas y oficios de cualquier tipo; “Ay, los
oficios alimenticios” da santo y seña de ello. Los
personajes de la cultura no siempre (ok, nunca) tienen un arranque terso en el medio.
Igual que un auto destartalado, los ingresos cascabelean, el reconocimiento
pasa aceite, la estabilidad parece jalonearse. Por eso trabajan de lo que sea,
para autobecarse en el trabajo artístico.
En el término acuñado
por Luis Buñuel -patente en el nombre del capítulo-, lo mismo encontramos a un
Juan José Arreola vendedor de tepache, a Jaime Sabines despachando telas
mientras urde Tarumba, o a varios escritores que venden películas y
comerciales -Álvaro Mutis- o que ponen sus talentos verbales al servicio de las
marcas, como Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Francisco Hernández y Fernando
del Paso, que hizo de ese ambiente un territorio a explorar dentro de su geografía
novelística. La
literatura y la publicidad tienen más puntos en común de los que habitualmente
se reconoce. Comparten materia prima: palabras, musicalidad e imaginación.
Aunque el anuncio provoca la compra de un producto y el texto literario es el
fin en sí mismo, ambas disciplinas generan emociones. Buscan quedarse en la cabeza
del destinatario. Por eso muchos escritores bragados han vivido de marcas en
las que quién sabe si creían. Da igual (“Publicistas
o el arte de dorar la píldora”).
Una de las cosas que se
planteó la autora al momento de poner en orden El
lado B de la cultura, es la justa mención
de las mujeres que hicieron mella en el siglo XX, y también de algunas que se
vieron opacadas por el genio y la figura de sus esposos, colegas y hasta
familiares. A dónde quiera se pasemos las páginas o que el azar nos haga la travesura
de abrirse en equis o ye capítulo, siempre hay una mujer presta a contar sus
andanzas o de volverse visible como parte de otra historia más grande. María
Félix y Tongolele, Elena Garro y La
China Mendoza, Silvia Pinal y Nahui
Ollin, Pita Amor y Vitola (más las que se acumulen por la lectura) hacen
gala de sus talentos y maravillas, que aún siguen ganando batallas en estos
agitados dosmiles, donde la equidad busca volverse una sana
costumbre.
Además de conocer las
historias de gente y sucesos excepcionales, muy cercanos a nuestro bagaje
cultural, Julia Santibáñez nos obsequia a la primera oportunidad palabras de su
propia cosecha (sabrosidad,
piropear, inspiradero, automuerto, malditidad,
etc.), porque de la misma forma en que hacemos propia la admiración por una figura
importante, es ineludible hacer nuestra una palabra, incluso si se permite inventarla;
en ese empeño, la figura que le es más cercana es “Un bato muy acá: Tin Tan”: Una de sus mayores riquezas, el lenguaje
bífido, agringado, rebelde al convencionalismo, lo que hoy llamamos espanglish,
se le atragantaba a José Vasconcelos. […] si los pochismos de las películas del bailarín
sonaban ajenos, la modernidad incorporó al español expresiones como tenquiu, oquéi, uasumara. Hay que
documentar que, omnívoro de palabras, el actor acuñó giros de uso caribeño como
guagua, candela y tumbao.
De El lado B
de la cultura podemos llenar hojas y hojas, a fin de ponderar cuidadosamente
su contenido (donde los apodos célebres, el Palacio de Lecumberri -penal de cinco
estrellas que palidecería al Hilton por albergar a grandes luminarias-, el
gusto por los gatos y hasta la cafetofilia -no del todo suscrita por La
Utora, su avatar hebdomadario-,
etc.), pero de una cosa podemos estar seguros: de contar con un libro de
buena onda y rollo, que nos identifique como recipiendarios de una
tradición y como artífices de otra nueva, “por asistir a un desfile de personas
[…] que aparecen y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos”, retomando a Luis
González y González. (Paréntesis aparte: en ese mismo tenor, la portada/contraportada
de Bernardo Fernández BEF, que nos remite a los murales del extinto
restaurante Prendes, a la cuasi totalidad de una conocida portada sesentera, o
a los afanes retratistas de Abel Quezada.)
Sin picarme de profético, El lado B de la cultura pinta para volverse obra de referencia obligada, y que amerita una, dos, tres, las continuaciones necesarias. Y mientras llega ese momento, quede aquí esta ricura de libro: deleite y celebración de sus lectores presentes, pretéritos y futuros. (Chapeau!)
Julia
Santibáñez. El lado B de la cultura.
Codazos, descaro y adulterios en el México del siglo XX. México, Reservoir
Books, 2021.
(30/agosto/2021)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario