viernes, 24 de junio de 2022

Legado de verdades

 

Ulises Velázquez Gil

 

Cada vez que leo un libro de memorias y autobiografías, siempre me hace mella aquella frase que Raymundo Ramos consigna en su conocido estudio y antología: “Recordar es un arte difícil”. Y no es para menos, porque en el empeño de hacer corte de caja de toda una vida, suelen aparecer otros recuerdos que pudieron revocar una postura irrebatible, o atenuaron una polémica entonces férrea y furibunda. De cualquier manera, volver a conocidos sucesos y figuras refrenda nuestro propio vaivén de vida.

            Después de dos volúmenes de índole memorialista, Emmanuel Carballo (1929-2014) da cierre a esa etapa con otro similar, en apariencia fragmentario, pero que añade, sazona o refrenda algo de lo dicho previamente: Párrafos para un libro que no publicaré nunca, que se compone por 96 textos, entre ensayos, cartas y notas al vuelo sobre escritores, libros e instantáneas personales de un escritor que ejerció, férreamente, el oficio de la crítica, con todo y altibajos.

De 1953 a 2011 -fechas del primer y del último texto, respectivamente-, se da cuenta del proceso (también del progreso, cabría notar) de un escritor frente a su oficio y del cómo éste le atrajo aciertos que fallas, pero aprendizajes constantes por encima de todo. Desde hace unos cuantos años algunos de los poemas escritos en México se me caen de las manos. Sobre todo si se trata de los escritos por nuestros poetas recién llegados. Casi todos ellos (poetas y poemas) inducen a jugar a los acertijos. Lectores y críticos, al leerlos, nos convertimos en vulgares eruditos de heráldica. A primera vista, nos parece que Carballo hizo una radiografía puntual de la poesía de cuño reciente, pero al checar el año de escritura, se descubre -no sin sorpresa- ¡que es de 1953!, lo que nos lleva a pensar que no hay nada nuevo bajo el sol… por ahora.

Como ocurrió con su Diario público (volumen intermedio entre Ya nada es igual y el libro que ahora nos ocupa), se pasa revista a la vida cultural de México en décadas recientes, con la salvedad de que estos párrafos vienen a matizar nociones expuestas con antelación, o también para develar su otra cara, no tan halagüeña que digamos. Encuentro esta dualidad de miradas en “Las dos muertes de Martín Luis Guzmán”: Qué paradoja para los críticos en blanco y negro que un hombre ganado por el sistema sea, en el fondo de sí mismo, un iconoclasta, un disidente y un escritor de protesta. Cuando el hombre pacta con el gobierno, el escritor enmudece. A partir de ese instante, la literatura deja de tener sentido, razón, alas. Aunque Carballo no deja de reconocer la genialidad de uno de sus grandes maestros -cuya mención se prodiga al vaivén de las páginas, digno es resaltarlo-, sí le echa en cara su posterior significación. (Al final del día, su obra le sobrevive…)

Una peculiaridad de estos Párrafos… es la alternancia de pequeños ensayos (que nos remiten a sus Notas de un francotirador) con cartas dirigidas a distintos corresponsales (de José Lezama Lima y Julio Cortázar hasta familiares y amigos) e inclusive dos que tres anotaciones sobre el oficio de la crítica, por parte de un implacable y respetado exponente. Y lo más sorprendente, descubrir que aquellas consejas siguen más vigentes que nunca. Cada generación en cuanto obtiene la credibilidad que le dan las obras trascendentes publicadas por sus miembros lo primero que hace es modificar la lista de los escritores sobresalientes que redactó la generación en retirada a la cual va a sustituir. Quita a algunos viejos para colocar a algunos jóvenes talentosos. […] Al crítico le corresponde poner orden, ser el cronista de un momento (o de varios momentos sucesivos) de la literatura de un país. […] El verdadero crítico cuando madura aprende a mirar amigos y enemigos como autores a secas, en unos casos más capaces y en otros menos talentosos; lo demás es lo de menos. (En tiempos donde los dictados del gusto se someten al capricho del hype, es necesario atender comedidamente la preceptiva de un crítico con hartas horas de vuelo, que hoy en día echamos en falta.)

Una vez que llegamos a la última página de este libro, cabe la siguiente pregunta: ¿por qué Carballo es enfático en decir que no publicaría estos párrafos? Ante dicho cuestionamiento, me viene a la mente el escritor Emil Cioran y la decena de cuadernos que dejó a su muerte, bajo la instrucción de destruirlos, y en los cuales el franco-rumano escribió cosas sólo reservadas para la secrecía o el descargo personal, y que, dichas a las figuras allí mencionadas, multiplicaría los, de por sí, bastantes malentendidos.

No dudaría ni un ápice que también pase lo mismo con Carballo, con la salvedad de que muchas de sus apreciaciones y juicios sólo confirmen la perspectiva adquirida en lecturas anteriores. En este ejercicio de autocrítica, me viene a la mente el Pro domo mea que Jean Meyer publicó a tres décadas de su obra capital, La Cristiada, a guisa de ajuste de cuentas o, quizá, como justa valoración del camino andado. A lo largo de cincuenta y tantos años he tratado de ser fiel a mí mismo y congruente con las ideas en las que sustenté y sustento mis tareas como escritor y hombre preocupado por sus compatriotas. […] Supongo que a las personas como yo la historia oficial nos juzgará con simpatía. Quisimos cambiar el mundo y no pudimos.

Con Párrafos para un libro que no publicaré nunca, Emmanuel Carballo cierra una trayectoria de ímpetus críticos, así también la de participante de una época pródiga en expresiones y en lecturas, ambas susceptibles de justipreciarse y después colocar sucesos y cosas en el lugar que les corresponde: legado de verdades a la espera de hallar a su destinatario. Por la procedencia variopinta de los textos, encuentro cierta afinidad con los que Fernando Fernández nos comparte en su blog, de nombre Siglo en la brisa, donde ensayos de breve extensión y notas al vuelo se suceden con franqueza y fidelidad, entre la celebración y el aprendizaje constantes, cualidades dignas de un escritor comprometido con la página de cada día.

La última -de muchas palabras- queda a disposición de ustedes, de principio a fin. (Que así sea.)   

Emmanuel Carballo. Párrafos para un libro que no publicaré nunca. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Dirección General de Publicaciones, 2013 (Memorias Mexicanas).  

 

(10/junio/2022)

viernes, 17 de junio de 2022

Memoria con prisa

 

Ulises Velázquez Gil 

 

En alguno de sus Párrafos para un libro que no publicaré nunca, Emmanuel Carballo nos dice que “el memorialista lo sabe todo, únicamente tiene que recordarlo, arrebatándoselo al olvido: así goza de nuevo sus viejas vivencias y experiencias”. Para el caso del cronista, no basta recordar las cosas, sino serle fiel al espíritu que le corrió en suerte vivir; sin embargo, cuando destella una buena pluma, ambas circunstancias hacen las paces y el efecto es más impactante.

     Consciente de su tránsito por ambos mundos, José Ángel Leyva nos entrega sus Anacrónicas, donde la memoria se hace escuchar, pero la persistencia de los hechos le conserva su aura de inmediatez. Diecinueve textos que van de sucesos y figuras del mundo cultural -territorio nativo del autor, a primera vista- hasta dar cuenta de la realidad que se escapa de nuestras manos, tanto en el buen como en el mal sentido: de la (mala) influencia del narco a la inverosimilitud del Torito.

La primera sección del libro se compone de tres entrevistas con figuras únicas en su tipo, en cuyo nombre llevan el sino de una vida llena de altibajos; aunque sus tribulaciones los llevan a sopesar un poco más su lugar en el mundo, a los tres les une el contacto con la creatividad: […] La creación es libertad, si no, no es nada. Atreverse a hacer algo que antes no existía, porque la palabra libertad es a la vez una palabra hueca, vacía, desgastada, que sólo puede adquirir sentido en el hacer (Vlady). […] Descubrí que hay un universo de otras cosas que sí puedo hacer, comer y saborear. Aprendí a darle estabilidad a mi vida, a dominar mi carácter. No se puede modificar el destino, lo que sí se puede es conocer los complejos y dominarlos. Uno no elige el destino, el destino lo elige a uno, y aunque se haga todo por negarlo, tarde o temprano nos encontrará (Santero).

Para la segunda parte de Anacrónicas, nos encontramos con figuras un poco más afines al autor, es decir, colegas de pluma y afanes, que prodigan ingenio y genialidad por los cuatro costados. Un Nicanor Parra que ejerce sus cualidades de buen anfitrión, incluso cuando persiste un reclamo sobre el uso de su imagen; a Edmundo Valadés y su memoriosa imaginación; a Rafael Ramírez Heredia, figura y “espontáneo” frente a las lides de la vida diaria, así como el recuerdo de dos poetas excepcionales -Lêdo Ivo y Juan Gelman (vuelto cuentista por obra y gracia de un taxista)-, y hasta una genealogía de bolsillo, plasmada en su texto sobre los Evodio Escalante, padre e hijo, paisanos al fin. Evodio Escalante Vargas, referente inevitable para quienes evocamos un Durango utópico. No el que vivimos, sino el que remorimos cada día esperando cambios, noticias, señales de un porvenir acorde a los deseos, misterios de rumbos ajenos ligados a los nuestros. Evodio era un receptor de tales signos.

Líneas más adelante, el recipiendario de aquellos signos terminará siendo -¡oh, milagro de la genealogía!- su hijo, también tocayo y homónimo. Es duro para un poeta ser crítico de sí mismo, pero lo es más para un crítico ser poeta. En ambos casos la complacencia es el enemigo a vencer. Evodio es implacable con la obra ajena porque existe un manifiesto amor por la belleza, una exigencia irrestricta de perfección y de congruencia.

El tercer apartado es, a su vez, deuda y homenaje hacia un país de sus grandes afectos: Colombia, presente a través de colegas y amigos, así también sus tribulaciones y pesares al saberla cautiva de la violencia -de la realidad, por así decirlo-, evidente en “Colombia, la cruel felicidad” y “El Guaviare. ¿Dónde comienza La Vorágine?” Con “El poeta con un tiro en la cabeza” se engarzan tanto los ya mencionados como aquellos dedicados a Juan Manuel Roca y a Jotamario Arbeláez, porque la poesía se torna territorio inmune a la realidad. Su nombre es Fausto Ávila y su vida transcurre, paradójicamente, en la desolación que impone su invalidez. Es poeta, pintor y víctima de la violencia que ha dejado estelas de sufrimiento en el pueblo colombiano. […] Su humor era punzante y rápido. Cuando todos salieron a buscar bebidas, él pidió una cerveza sin alcohol. En un medio etílico la solicitud parecía un chiste. Pregunté por qué. Él sonrió con discreta amargura y respondió sin afectaciones: “Porque tengo una bala en la cabeza”.

Respecto a la cuarta y última escala de Anacrónicas se manejan dos registros: la tragedia y el humor. Del primero dan cuenta “Ciudad Juárez, entre el miedo y la esperanza” y “Déjà vu 19-S”. Una aclaración necesaria: aunque la tragedia es el hilo conductor (la situación de violencia en esa ciudad fronteriza, la reincidencia de las fechas en un suceso que cimbró -literalmente- a la gente que lo vivió de lejos muy cerca), hay un dejo esperanzador que nos devuelve a la conciencia de tales sucesos. (El miedo atávico por los temblores sigue, como también el dejarse alcanzar por la violencia fronteriza…)

Sobre “Superbarrio: un pueblo, una máscara” y “Una estancia en El Torito”, asistimos a un pintoresco desfile de personajes donde, aparentemente, se pueden reflejar taras como obsesiones. Un ídolo de la lucha libre que eligió un pancracio más intenso, el de la militancia política, aun sin perder su peculiar semblante: […] La lucha como espectáculo y como crítica, como escenificación de una pelea contra los problemas que agobian al pueblo, a la sociedad en general […]. Del ambiente plasmado en el segundo texto, salen a relucir sujetos interesantes que se vuelven, a lo largo de 36 horas -más lo que se acumule por amparos de cuestionable procedencia- en hermanos de infortunio. Cuando me contaron el caso de una amiga muy respetable y tímida a la que recluyeron en El Torito […], no me entraba en la cabeza cómo alguien de su edad y se rango intelectual fuera consignada a tales separos. […] El caso es que me acaba de suceder. Si en ella me parecía absurdo, en mí era inimaginable.

(Paréntesis aparte: Por la manera en que Leyva pinta a los “huéspedes” del Torito, me recuerda a aquellos que Álvaro Mutis plasmó en su Diario de Lecumberri, con la salvedad de que los compañeros del narrador de dicha crónica sí podían salir de tal embrollo. Inevitable sentir simpatía por el peleonero de Iztapalapa, el Nicolás Alvarado con uniforme o hasta por los Manolín y Capulina de petatiux…)

Con todo, acercarse a estas Anacrónicas (“cuya fuerza radica en el sentir y resentir de lo cotidiano”, a decir de Cathy Fourez, en el prólogo que antecede al conjunto) nos recuerda el deber que tenemos como contadores de historias, inclusive las ajenas que se vuelven nuestras por el simple hecho de contarlas, de hacernos partícipes de sus andanzas y hasta de sus tribulaciones, donde al final del día persistan el recuerdo y el aprendizaje. (Memoria con prisa, después de todo.)   

Para quienes estamos al tanto de la obra de José Ángel Leyva, encontramos en este flamante volumen la pericia de sus libros de entrevistas, pero también su prístina misión de ganarle al tiempo todas las batallas habidas y por haber mediante el ejercicio de la poesía, de no dejarle nada al olvido.

De la permanente inmediatez de este libro, sabrán ustedes qué hacer. (Así sea.)   

José Ángel Leyva. Anacrónicas. Prólogo de Cathy Fourez. México, Fondo de Cultura Económica, 2021 (Letras Mexicanas).  

 

(3/junio/2022)