Ulises Velázquez Gil
En alguna de las cartas que Octavio
Paz le escribió a su colega catalán Pere Gimferrer, se puede leer la siguiente
frase: El verdadero y único premio del escritor son sus amigos desconocidos.
Para quienes hacen de la escritura semanal una carrera de resistencia contra el
tiempo, encontrarse un lector que agradezca las líneas de un artículo (que le
ayudó a sobrellevar la vida de todos los días) es el bálsamo que renueva el
afán de asir el tiempo, a la vera de sucesos y figuras inolvidables -al menos,
para quien guste de escribirlo.
Después de dos volúmenes que reúnen
lo más granado de su columna Agua de azar, Jorge F. Hernández nos
entrega un tercero, cuyo título da fe de una meta cumplida, donde ninguna
inquietud se queda sin explorar y las figuras que nos dan sentido siguen ganando
batallas, siempre al encuentro con sus andanzas y maestranzas.
Llegar al mar se compone por 79 artículos,
donde el autor da fe de su admiración por maestros, colegas y amigos que le
ayudan a ser -palabras más, palabras menos- una mejor persona y un buen
escritor, tal y como ocurre con viejos conocidos suyos (también nuestros, si
hemos seguido con suma dedicación las compilaciones anteriores), como Jorge
Ibargüengoitia: Celebro […] sus
novelas que releo como si reviviera la época en que visitábamos las librerías
esperando sus nuevos libros. Soy de la idea de que las muchas perfecciones
envidiables que cuajó en Estas ruinas que ves (incluyendo sus dos finales), Dos crímenes y Las muertas transpiran -entre la admiración y la
envidia- una contagiosa adrenalina por escribir, más allá del placer de su
lectura (“¡Ibargüengoitia, forever!”). O grandiosos
contemporáneos que siguen presentes, tanto en el recuerdo como en las
maestranzas suscitadas por su obra. Ejemplo irrebatible: Eliseo Alberto, Lichi. ¡Ay, mi Lichi, si
supieras!, que hay días en que parece que escucho tu voz con música de fondo,
un son triste que revela que esa fibra musical donde se finca el jolgorio de tu
isla también es dolor y recuerdo a menudo que Bioy Casares nos daba licencia
para ser así como somos al definir que toda cursilería cuando es humilde tiene
todo el gobierno del corazón (“Informe de eternidad”).
Además de proseguir esa
conversación con maestros, colegas y amigos, Jorge F. Hernández pasa revista a
sucesos recientes, que le muestran señales que evidencian los alcances que
tiene el ser humano en cuanto a su papel dentro del mundo. Hay dos figuras que
merecen especial atención: Nelson Mandela y Malala Yousafzai. Del primero nos dice:
[es] el hombre que hablaba en silencio las
palabras que nombran a las cosas, los callados párrafos de la prosa más íntima,
los versos que se aprenden de memoria los presos que no pueden abrir las alas de
los libros. El hombre que miraba el instante que hoy se acerca calladamente desde
el momento en que veía a través de los barrotes de su celda el cielo
indescriptible que a veces parece inalcanzable, allá donde se pronuncian en
cada uno de los idiomas todos los nombres de la libertad (“Todos los
nombres”). Por otro lado, […] las palabras de Malala Yousafzai deberían recordarnos
que efectivamente todas las niñas son princesas (¿qué no hubo nadie que se los
hiciera creer en su infancia?), todas emperatrices de su propia voluntad,
dueñas de sus palabras, ensueños y encantos. Ya lo sabemos: en algún momento o
instante de su vida (suspiros que pueden durar segundos o toda una vida) toda
mujer es la mujer más bella del mundo… (“En el nombre…”).
Son las palabras las que dan
sentido al mundo, sea la vía que uno se digne a usarlas; lo mismo pueden
construir presencias que derrumbar reputaciones. Y una buena pluma como la de
Jorge F. Hernández lo sabe por entero, porque sus fuerzas y afanes se vuelcan
hacia una justa ponderación de las cosas que valen la pena (por ver, para vivir),
así también para hacer clara denuncia de sujetos y situaciones no tan halagüeñas
del todo.
Uno de sus maestros en el
oficio de hacer literatura con prisa, es Antonio Muñoz Molina, con quien comparte,
además de una colección de libros publicados por la UNAM, un peregrinaje por
los sucesos de cada día. Sobre la desmedida (pero justa) admiración por el
autor de Travesías y El Robinson urbano, podemos leer en “Shalom”
lo siguiente: Yo aprendo mucho de los escritores de veras, que además son
grandes personas; abrevo de la desatada imaginación y honesta pasión ante la
página con la que escriben, tanto como de la decencia y cordura civil con la
que caminan por las calles… Yo admiro la literatura de Antonio Muñoz Molina, aprecio
su amistad tan cerca tan lejos (Bien podrían aplicarse dichas palabras a
nuestro autor. Y nos consta quienes lo hemos leído y/o conversado…)
¿Por qué Llegar al mar? Ante
una realidad plagada de plagiarios, politicastros con poco seso frente a la
cultura y toda serie de sucesos funestos y que flaco favor nos hacen con sus
improperios y poco tacto, digno es recordar que la vida de veras, aquella que
le da destino y sentido a nuestra presencia, es la materia prima de los
artículos de Jorge F. Hernández, donde el agua de azar no deja de multiplicar
sus sortilegios, con todo y que […] hubo más de un jueves en que me resigné
a la aceptación dolorosa de no ser ya necesario para quienes me llegué a creer
indispensable, a contrapelo de la conmovedora aparición semanal de un nuevo
lector que me escribía algún correo o me confiaba de viva voz el
entrelazamiento de su voluntad, memoria o imaginación con cualesquiera de mis
párrafos. (Los verdaderos amigos desconocidos que mencionaba Octavio Paz,
referido al principio de estas líneas.)
Con todo y que esta
compilación cierra una época en su trayectoria hebdomadaria (la cual no termina
del todo, sino que se pospone), sus letras siguen prodigando lecciones de vida
y sin contratiempos de por medio, para que, al final del día, suscribir aquel
deseo que Santi Balmes, vocalista de Love of Lesbian, expresó en la canción “Viento
de oeste”: Que un camino así pueda guiarte,/ pueda guiarte a mí./ Que la
vida sea al fin tu obra de arte,/ tu obra de arte…
Quede aquí la evidencia de
sus pasos. (Gracias, siempre.)
Jorge F. Hernández. Llegar al mar. Prólogo de Hernán Bravo Varela. México, Almadía, 2016. (Crónica)
(31/octubre/2022)