lunes, 8 de abril de 2024

Recuerdo entre libros

Ulises Velázquez Gil


De entre las cápsulas e intervenciones culturales que solían programarse por la frecuencia de Opus 94.5 FM, existió una cuyo título, en sí, era profesión de fe: Todo lo que somos está en los libros, que se caracterizaba por proponer al radioescucha un libro o un autor que le suscitara interés o un (posible) acercamiento por medio de la lectura. Si en algo se distinguía su titular, Alicia Zendejas, es en ser una persona de libros; su marcada presencia dentro de la historia del Premio Xavier Villaurrutia la dibuja de cuerpo entero en esos afanes y empeños.

            Si de personas de libros hablamos, esta nomenclatura hoy día recae en un librero (anticuario, de lance, de ocasión, da por igual el adjetivo), cuya pericia y olfato bibliográfico pone frente a sí desde un ejemplar incunable hasta una rareza sólo reservada a un cuento de Borges o de Arreola. De ese tipo de andanzas y maestranzas se compone Librovejero, libro donde Álvaro Castillo Granada da cuenta de sus pasos por el oficio de librero, al que llegó por casualidad, pero con una marcada conciencia de su vocación, que se distingue -fundamentalmente- por trazar la ruta que lleve a un libro con su (posible) destinatario.

Treinta textos (como el número de años que lleva su autor en el oficio librero) que evidencian la pasión por un mundo de letra impresa, y de los sucesos que se dieron en paralelo a su aparición; para muestra, el siguiente fragmento: Ese era el trabajo con el que soñaba desde niño. ¿Cómo lo veía entonces? No lo tengo claro. No había conocido a alguien a quien pudiera decirle librero. Generalmente cuando entraba en una librería esperaba que algún libro lograra hallarme en medio de todos los que me rodeaban y se ajustara a mi bolsillo. Eran tantos los libros que quería leer y tener que me dediqué a hacer listas. Ahí nació una afición que, con el paso del tiempo, me ha sido muy útil: lector y consultador de bibliografías (“Ya no me quedaban hojas de vida”).

            A diferencia del dependiente de librería de prestigio, el librero sabe sondear los gustos de sus potenciales parroquianos, ver sus temas de interés y, hasta con un poco de suerte, conseguir el deseado ejemplar con la prístina dedicatoria de su autor; esta dinámica ha llevado a Álvaro Castillo a conocer figuras señeras de las letras como a nuevos amigos (y cómplices) en el oficio -con miras a cofradía- de librero. Uno de ellos -muy sonado hoy día por una novela de póstumo impacto-, además de echar mano de su conocimiento librario, le “bautizó” en atención a su ingenio y artificio con el sobrenombre que le da título al libro. Es en ese momento cuando comienzo a existir para él. Me puso un apodo que fue convirtiéndose, para algunos, en una manera de nombrarme: “Librovejero”. Primero fue “Libroviejero”. Lo cambió: “Mejor Librovejero… como ropavejero…” No solamente le conseguía libros a su hermano, sino a él también. Sus encargos venían/llegaban por múltiples vías. Siempre ediciones precisas y específicas. No podían ser otras. Las que había leído, las que había tenido, las que había visto [Gabriel García Márquez].

Para un buen librero, no hay hallazgo raro (puesto que todo libro es, en sí, una rareza), pero cuando se trata de un “cliente” como García Márquez, el caso puede adquirir dimensiones épicas; tal y como se plasman em “De Gabo a Mario”, donde un volumen que reúne el saber de sendos titanes de las letras hispanoamericanas, se torna empresa épica en cuanto a conseguir las firmas de ambos escritores (si recordamos su persistente enemistad hasta el momento en que se dio el hallazgo). Si para un consumado “caza firmas”, dárselas de “espontáneo” encierra su propia epopeya, ante dos figuras adversas esto se dificulta más. Haber hecho coincidir, sin trampa ni engaño alguno, a estos dos inmensos escritores, quienes alguna vez fueron los mejor amigos, en la misma página de un libro que nos deja escucharlos hablar, es una de las conquistas más hermosas que me ha dado la oportunidad de realizar (gracias a la complicidad y la amistad, por supuesto) este oficio de librero en el que ya llevo treinta y tres años. Y siga usted contando.

Así como existen el amor o la amistad a primera vista, para Álvaro Castillo Granada existe también “a primera leída”, una vez que sus manos y ojos se encuentran con un autor en espera de compartirle sus ingeniosos y geniales afanes, como ocurrió con Fina García Marruz y Cintio Vitier (protagonistas de “Fina, mi Fina” y “Cinfin”, respectivamente) y, vicariamente, con Eliseo Diego (“Mi Eliseo, Fefé”). Amistades que se unen por los libros, y que se afianzan mediante el trato personal, de cuyas maravillas y milagros somos testigos -y hasta con un poco de suerte, abonarlo a nuestra propia experiencia. Siempre, siempre, han estado para mí. Para nosotros. No sólo en su casa nos hemos visto. Hasta estuvimos los tres sentados una vez en el cuarto de un hospital cuando ingresaron a Cintio (“Fina, mi Fina”); […] Miré tus libros, me senté en el piso, los saqué todos y los puse frente a mí […] Los abrí uno por uno y leí cada una de las dedicatorias; […] Mirarlos, ver las fechas y el lugar donde los compré, es sumergirme en la memoria, sentir que ha sido mucho el tiempo que ha pasado y que ha sido más, demasiado más, lo que hemos compartido, los tres (“Cinfin”).

La vida de quienes amamos los libros no sólo se compone de autores y de ejemplares firmados, sino también de sucesos y de cosas que irrumpen con sorpresa y nos obsequian su magia a cada paso. Una mochila -jaba- que se llena de libros en espera de encontrarse con sus próximos lectores, una figuración sólo realizable dentro de un cuento, la cardiografía que conlleva el primer autógrafo conseguido -que suscita y secunda a sus sucedáneos-, e incluso las crónicas del instante que ciertos libros se presentaron frente a nuestros ojos, y en cuya vuelta se siente menos la nostalgia. Compartir memorias es uno de los misterios más fascinantes de la existencia. No es sólo el compartir la experiencia sino lo que conservamos de ella, lo que decidimos por alguna razón preservar y guardar.

Con todo, en Librovejero se da fe de los pasos por un sendero tan edificante como vertiginoso, cuyas andanzas y maestranzas no dejan de prodigar saberes y querencias -y doblemente cuando de libros se trata-; en las lecturas que hacemos, de igual forma con aquellas que nos esperan en el futuro, queda una parte de sí mismos, con una visión del mundo más amplia, pero certera en afectos y convicciones, donde anide el recuerdo entre libros, imbatible a todo tiempo.

En la nómina de libreros ungidos a las letras, el nombre de Álvaro Castillo Granada figura con igual intensidad junto al de don Enrique Fuentes (cuyos empeños hoy día prosigue su hija Andrea en la Antigua Librería Madero en la Ciudad de México), desde su ínsula de nombre San Librario (que devela sus propios arcanos per se), donde -amistosamente- se confirma la fortaleza de un verso de Joan Margarit: La libertad es una librería.

Quede aquí la invitación para acercarse a este volumen de alcances memorialistas, aunados a la franqueza de las buenas plumas, dotando de permanencia lo fugitivo, para deleite de activos y de nuevos lectores. (Así sea.)   


Álvaro Castillo Granada. Librovejero. Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2023 (Colección Popular, 834).  

 

babelises@hotmail.com

@Cliobabelis



viernes, 23 de febrero de 2024

¡Zarpar al fin!

 Ulises Velázquez Gil

 

 

De las cinco novelas que componen su llamada Pentagonía, Reinaldo Arenas escribió Otra vez el mar cuatro veces: tres de éstas, luego que le fuera requisado el manuscrito correspondiente. (La versión definitiva hoy se encuentra bajo resguardo de la Universidad de Princeton, junto con el resto del archivo del escritor cubano.)

            Sirva el dato anterior para comenzar con una nueva serie de entregas (luego de varios meses fuera de circulación por razones que no es preciso mencionar), donde espero retomar algo del espíritu original con que nacieron tanto La marcha de las Letras como Las horas de mi agenda en el espacio en línea antes conocido como Flor y Látigo.

Mientras estuve en una recesión intermitente, llegaron a mi vida toda serie de sucesos (favorables y no), donde al final del día mis lecturas del mundo presente no dejan de sorprender y de generar nuevos enlaces.

El feliz reencuentro con una querida colega y amiga (de quien esperamos nuevas colaboraciones dentro de la serie Trazos y enlaces) vino a inyectarle vida a un oficio que, antes que todo, se compone de persistencia. Las reseñas de libros de La marcha de las Letras como las misceláneas de Las horas de mi agenda me ayudaron mucho a ponerle orden a mi mundo (el que pasa frente a mis ojos, el que comparto con mis contemporáneos, el que descubro a través de la lectura), y en suma justicia, digno es proseguir con ese afán.

En estos días, donde la Feria de Minería llega a su cuadragésima quinta edición, llega el momento justo para dejar mi recesión involuntaria, echar plumas y libretas a la maleta y, como en la novela que Álvaro Mutis planeaba escribir dentro de la saga de Maqroll el gaviero, gritar entusiasmado ¡Zarpar al fin!   

 

babelises@hotmail.com 

@Cliobabelis 

viernes, 26 de enero de 2024

El infinito de los imposibles

Con todo y que el nuevo año ya lleva casi un mes transcurrido, doy la bienvenida a este espacio en línea a una colega y amiga, que lleva muchas horas de vuelo en el ejercicio de la escritura, pero es hasta ahora que se le concede una agradable escala dentro de su itinerario. 

Desde remembranzas y reseñas de libros hasta crónicas y reflexiones (como la que leeremos a continuación), se le desea buena suerte y que su talento destelle a diestra y siniestra.

NRB

 

El infinito de los imposibles

 

Tania Rodríguez Castro

 

Como seres humanos racionales que coexisten en sociedad llevamos a cuestas la ineludible necesidad de comunicarnos, una actividad que por común, constante e innata pasa por muchos inadvertida. Pero para algunos; No sé si muchos o pocos, no sé si cuerdos o locos, no sé si lúcidos o dormidos, no sé si terrestres o divinos, pero lo que sí sé es que son los más "afortunados" para quienes la ocasión de comunicarse puede ser la oportunidad de abrir aquella puertecita que con habidos esfuerzos retiene aquellos universos que luchan por existir.

Hay algunos, esos mismos afortunados, que sirven de puente entre el "todo" esa magia de lo absoluto y el lado mortal; en cada palabra pronunciada, en cada letra plasmada, por cada pincelada, nota musical, mirada, sentimiento o suspiro transmutan lo etéreo y paren, sí, ¡dan vida a la realidad! Son esos ejércitos de artesanos que crean herramientas de la nada y llenan cada vacío de la existencia o la no existencia, con historias, imágenes, melodías, caricias que dan sentido al existir. Son ellos quienes crean mundos nuevos, convertidos en monumentos, poemas o ciudades, son los que sueñan los que con sus diestros bisturíes diseccionan la materia sin vida para injertar jardines, sabores, ilusiones y candiles bastos de luces de esperanza para este plano inerte. 

Aquellos audaces, rebeldes, revolucionarios que desafían lo preexistente con sus fértiles mentes, los que a pesar de lo normal y lo cotidiano abren nuevos senderos a la realidad. De ellos es el lienzo de la vida, la partitura por comenzar. Son ellos quienes perfuman las secciones de noticias, quienes embellecen el despertar y la promesa de un mejor mañana. Son ellos mi fuente de inspiración y su colección de imposibles, la misión. Si tú, mi estimado lector, te les unes, si usas tu llave personal para esa puerta o si por curiosidad te asomas por el cerrojo te aseguro que tuyo también será este planeta por editar.