Ulises
Velázquez Gil
En
alguna parte de Alexis o el tratado del inútil combate, dice Marguerite
Yourcenar lo siguiente: “Estamos atados por tantas ligaduras al lugar en que
hemos vivido que nos parece que al alejarnos será también más fácil alejarnos
de nosotros mismos”. Cuando una vida, sin importar su propio cauce, se ve
orillada a dejar su lugar de origen y de residencia, hay sucesos y figuras que,
por un lado, nos incitan a dar el siguiente paso, o también, por otra parte, a
desistir de hacerlo y quedarse en el mismo punto. Si en algo se distingue
sobremanera la literatura es en materializar esas posibilidades, siempre y
cuando en aras de contar una historia y significarse con ésta de alguna manera.
Con Esto no es una canción de
amor, Abril Posas se avienta a explorar ambas opciones y nos entrega una
primera novela donde el quid no reside en lo que viene por delante, sino en las
cosas y los casos aún presentes, mientras se toma una decisión definitiva,
inclusive cuando se opte por un golpe de timón y la vida dé un giro de 180 grados.
Dos sucesos son importantes para su protagonista, Romina: la relación
con su madre y la inminente desintegración del grupo musical del cual forma
parte, Los Incómodos, cuya variopinta alineación se dedica a tocar covers, aplicando aquella consigna comercial de “al cliente lo que pida”.
Las señales de este derrumbe continuaron
de forma sutil, pero contundente, escalando en los años que siguieron. Por ejemplo,
el corazón ya no se me aceleró con la misma intensidad cuando anunciaron el
nuevo sencillo de mi banda favorita, sobre todo porque los músicos que sigo ya
están muertos o en giras interminables de sus grandes éxitos. […] sé que no quiero novedades, sólo que me confirmen que lo que sentí
hace diez o veinte años significó algo en verdad.
Para un grupo dedicado
al oficio de cantar letras ajenas, la expectativa de la novedad es algo
opcional, sin embargo, esto mantiene a raya cualquier inquietud propia; unirse
a una común empresa sólo por complacer al público que pide (y no deja de pedir)
siempre la misma canción. Anto, Yanni, Alejandro y Gonzalo son los compañeros
con los que Romina comparte tanto el repertorio de “viejas confiables” como los
afanes propios que buscan otros escenarios a modo. Por
separado podrían describirnos como ”en potencia”, aunque tenemos la suerte de que
juntos no se note tanto que estamos un poco rotos y apenas podemos mantenernos
de pie con cada set que armamos. […] casi nadie nos pregunta de dónde venimos o
cómo nos encontramos. A veces me gustaría contármelo, sólo por el gusto de
comprobar que todavía lo recuerdo.
En alguna parte de una canción reciente de Love of
Lesbian (cuyo “Club de fans de John Boy” figura en algún setlist de Los Incómodos,
por cierto) dice que “la nostalgia siempre deja frágil”. Así como la protagonista
añora -por así decirlo- aquellos días de versiones y presentaciones suicidas frente
un público inmisericorde, también hace lo propio con su madre, cuya ausencia
resuena en los recuerdos y en las canciones que persisten dentro de su memoria,
como podemos ver en el capítulo 0 (a guisa de prólogo para la novela, como si
se tratase de una película o de la edición especial de un álbum con grandes
éxitos de ayer, hoy y siempre). Era el
primer día de nuestras vacaciones de verano de 1995. No sabíamos que sería el
último. Tampoco sospechábamos que trece años después, así como intentó
adelantármelo, la enfermedad regresaría. Sólo que en esa ocasión la que iba a
pavonearse no sería mi madre, sino la muerte.
Cada vez que la presencia de su madre sale a
relucir en conversaciones familiares (a las que Romina llega subrepticiamente),
se queda pensando en cómo ella sobresalía del resto de sus hermanas, qué la
diferenciaba entonces; y con la música que escuchaba se podía marcar esa
diferencia. Me encuentro enfrascada en
una pelea entre las canciones con las que crecí de niña y las que conocí por mí
misma en los 90, así que el algoritmo de mi reproductor debe estar haciendo cálculos
de mis mezclas. No son duras, no me he perdido todavía en las garras de una
cumbia, pero ya estoy presa en las redes de un poema. (¿Brecha generacional,
acaso?)
En el proceso de aceptar tanto la separación como
la ausencia, Romina acepta que lo único seguro en la vida son las canciones que
llevamos en el playlist de nuestros recuerdos, incluso si éstos no
fueron del todo halagüeños. Mi único consuelo es que más tarde […] olvidaremos cualquier tipo de cicatriz,
nueva o antigua, con las canciones que nos hicieron llorar y con las que nos
salvamos la vida.
Con todo, en Esto
no es una canción de amor persiste aquella idea de Marguerite Yourcenar de
que son tantas las cosas que nos unen al lugar donde se reside, y por más que se
busque el alejamiento, el repertorio de vivencias nos recuerda el vaivén de una
vida entre canciones, tercamente vivida de principio a fin. Aunque a
primera vista esta novela de Abril Posas sorprenda por su brevedad, no así con
su cuidada prosa y el detallado diseño de sus personajes, con los cuales es
ineludible identificarse (para bien, para mal); con un libro de cuentos y desde
ahora, una novela, nos encontramos frente a una escritora muy comprometida con
su oficio de narrar y de serle fiel a la historia que desea narrar desde el
fondo de sí.
En ustedes queda reconocerlo de buenas a primeras. (Que así sea.)
Abril Posas.
Esto no es una canción de amor. Guadalajara,
México, Paraíso Perdido, 2020 (Taller del Amanuense, 55).
(16/mayo/2022)