Ulises
Velázquez Gil
En
alguna de sus Notas inauditas, Ingrid Solana nos dice que la escritura “no
se expande en la forma del libro; es, en cambio, una esquina, un tejido de
delirios y sombras, fragmentos dispersos y discontinuos, gritos, heridas y cicatrices”.
A medida que se escribe, la justa medida de nuestro trabajo se define en esas
características, en la manera en que hacen mella en el ser y hacer de todos los
días.
En este sentido, la obra de nuestras escritoras mexicanas
contemporáneas tiene para dar y prestar. Dentro del género ensayístico, digno es
saludar la aparición de Un lugar seguro, primer libro de Olivia Teroba,
que confirma por entero la percepción expuesta al principio de estas líneas.
Compuesto por once ensayos (uno más que en la
primera edición, de 2019), da cuenta de las inquietudes, andanzas y
aprendizajes de su autora, en el arduo proceso de hallar su propia voz, prístina
y destellante de claridad, evidentes en la siguiente profesión de fe. En
mis textos no quisiera buscar una literatura “femenina” porque ni siquiera entiendo
a cabalidad qué podría hacer partiendo de esa idea. No obstante, lo que sí
quiero es ubicarme, reconocerme e intentar que de ahí surja mi escritura.
La divisa de Olivia Teroba,
en ese sentido, es la misma de Alejandra Pizarnik: “Habla de lo que sabes”. Para
lograrlo, fija su mirada en los sucesos y las cosas que le rodean; aunque éstos
no le sean del todo halagüeños, como ocurre en su ensayo “Obra negra”: Cuando era adolescente, todo el tiempo pensaba
que no quería ser como mi madre. A partir del divorcio, ella tuvo varias
relaciones conflictivas, que repercutieron en la vida familiar. Sus problemas
emocionales se reflejaban en la estructura de nuestra casa, siempre en
construcción. Con todo y los problemas
familiares (y la difícil situación que las mujeres pasan en Tlaxcala, de paso),
la autora se empeña en dar testimonio de sus vivencias, aunado a la esperanza de
asirse a la página escrita, a guisa de salvación y defensa.
(Paréntesis aparte. En
el campo de la novela, Gilma Luque exploró en Obra
negra ese tipo de altibajos familiares,
y del cómo la casa se vuelve metáfora de la vida misma. De cierta forma, ambos
textos se complementan.)
En “La culpa”, reflexiona
sobre el momento de callar y el instante para hablar: […] Nos quedamos callados, expectantes,
incómodos. Intento decir algo pero no me salen las palabras. Muchas veces tengo
esa sensación con gente que estimo, pero con quienes no comparto el lugar de
residencia, ni la profesión, ni las aficiones ni filiaciones políticas. Es decir,
sobre todo con mi familia. Esta percepción
sobre la valía de las palabras se entrecruza con la línea de su abuelo, también
escritor, inmerso en los trazos de su pequeña patria llamada Tlaxcala. Es una ciudad donde, quien empieza a
escribir, se encuentra con un medio literario agotado por el desencanto y el
recelo. (A medida que avanzamos en su
lectura, nos será irrebatible cambiar patria por matria, porque de ella venimos y hacia ella vamos.)
Una vez que llegamos al
ensayo “Presente simple”, Olivia Teroba comparte su experiencia luego de conocer
a Elena Garro, cuya vida, obra y milagros le genera un profundo interés. Una de
las sorpresas que nos depara la literatura reside en el encuentro con autores
que comparten los mismos empeños y afanes que nosotros, y Elena Garro, a decir
de la autora, no se queda atrás. Indagar
en la biografía de Elena Garro es desembocar en un laberinto. Existen tantas
versiones de su vida como biógrafos: ella misma llegaba a contradecirse en
entrevistas […] testimonio que utiliza la ficción como
herramienta para conducirnos a través de las experiencias desoladoras de la
paranoia, el miedo y la exclusión social. En
la figura de Elena Garro se materializa la genealogía propia de la autora (elección
de antecesores, según el tópico borgiano), y, por añadidura, su constante
lectura de la obra le ayuda a consolidar su propia voz.
Hacia el final, los dos últimos ensayos (“No
viajaban solas” y el homónimo que da nombre al libro) se unen para afianzar una
idea toral en el ser y hacer de la autora: la sororidad, apoyar y apoyarse
entre mujeres, a fin de hacer más llevadero este mundo, donde Virginia Woolf y Sailor
Moon, por mencionar algunos ejemplos, no cesan de obsequiar lecciones de
vida, mismas que terminan, una vez asimiladas por el prisma de la experiencia,
en la página escrita, donde […] hay dos claves para el trayecto: confianza y
cuidado. Confianza porque la paranoia nos hace más débiles. Y cuidado porque el
mundo es un lugar peligroso. Y la vida es frágil y por lo tanto hay que
cuidarla.
En suma, Un
lugar seguro da cuenta de aquellos gritos, heridas y cicatrices que
componen una vida, así también la esperanza y la grata compañía en el diario
oficio de vivir; refugio y fortaleza, la escritura y su ejercicio diario
no dejan de prodigar sus mejores milagros, a prueba de tiempo y para hacerle
frente a una realidad sin menor atisbo de renovación.
Dentro del panorama ensayístico en México, el
nombre de Olivia Teroba reluce con honor junto al de sus colegas Ingrid Solana,
Marina Azahua, Laura Sofía Rivero y su paisana Karen Villeda, por mencionar
sólo algunas. Desde ahora, se le auguran grandes victorias a este libro, de
cuya lectura saldremos con otra mirada, en justo proceder con la vida misma.
Quede aquí la invitación para habitar entre sus páginas. (Así sea.)
Olivia
Teroba. Un lugar seguro. 2ª ed. Guadalajara,
México, Paraíso Perdido, 2021 (Divague).
(9/agosto/2021)