lunes, 23 de agosto de 2021

Refugio y fortaleza

Ulises Velázquez Gil

 

En alguna de sus Notas inauditas, Ingrid Solana nos dice que la escritura “no se expande en la forma del libro; es, en cambio, una esquina, un tejido de delirios y sombras, fragmentos dispersos y discontinuos, gritos, heridas y cicatrices”. A medida que se escribe, la justa medida de nuestro trabajo se define en esas características, en la manera en que hacen mella en el ser y hacer de todos los días.

En este sentido, la obra de nuestras escritoras mexicanas contemporáneas tiene para dar y prestar. Dentro del género ensayístico, digno es saludar la aparición de Un lugar seguro, primer libro de Olivia Teroba, que confirma por entero la percepción expuesta al principio de estas líneas.

Compuesto por once ensayos (uno más que en la primera edición, de 2019), da cuenta de las inquietudes, andanzas y aprendizajes de su autora, en el arduo proceso de hallar su propia voz, prístina y destellante de claridad, evidentes en la siguiente profesión de fe. En mis textos no quisiera buscar una literatura “femenina” porque ni siquiera entiendo a cabalidad qué podría hacer partiendo de esa idea. No obstante, lo que sí quiero es ubicarme, reconocerme e intentar que de ahí surja mi escritura.

La divisa de Olivia Teroba, en ese sentido, es la misma de Alejandra Pizarnik: “Habla de lo que sabes”. Para lograrlo, fija su mirada en los sucesos y las cosas que le rodean; aunque éstos no le sean del todo halagüeños, como ocurre en su ensayo “Obra negra”: Cuando era adolescente, todo el tiempo pensaba que no quería ser como mi madre. A partir del divorcio, ella tuvo varias relaciones conflictivas, que repercutieron en la vida familiar. Sus problemas emocionales se reflejaban en la estructura de nuestra casa, siempre en construcción. Con todo y los problemas familiares (y la difícil situación que las mujeres pasan en Tlaxcala, de paso), la autora se empeña en dar testimonio de sus vivencias, aunado a la esperanza de asirse a la página escrita, a guisa de salvación y defensa.

(Paréntesis aparte. En el campo de la novela, Gilma Luque exploró en Obra negra ese tipo de altibajos familiares, y del cómo la casa se vuelve metáfora de la vida misma. De cierta forma, ambos textos se complementan.)

En “La culpa”, reflexiona sobre el momento de callar y el instante para hablar: […] Nos quedamos callados, expectantes, incómodos. Intento decir algo pero no me salen las palabras. Muchas veces tengo esa sensación con gente que estimo, pero con quienes no comparto el lugar de residencia, ni la profesión, ni las aficiones ni filiaciones políticas. Es decir, sobre todo con mi familia. Esta percepción sobre la valía de las palabras se entrecruza con la línea de su abuelo, también escritor, inmerso en los trazos de su pequeña patria llamada Tlaxcala. Es una ciudad donde, quien empieza a escribir, se encuentra con un medio literario agotado por el desencanto y el recelo. (A medida que avanzamos en su lectura, nos será irrebatible cambiar patria por matria, porque de ella venimos y hacia ella vamos.)      

Una vez que llegamos al ensayo “Presente simple”, Olivia Teroba comparte su experiencia luego de conocer a Elena Garro, cuya vida, obra y milagros le genera un profundo interés. Una de las sorpresas que nos depara la literatura reside en el encuentro con autores que comparten los mismos empeños y afanes que nosotros, y Elena Garro, a decir de la autora, no se queda atrás. Indagar en la biografía de Elena Garro es desembocar en un laberinto. Existen tantas versiones de su vida como biógrafos: ella misma llegaba a contradecirse en entrevistas […] testimonio que utiliza la ficción como herramienta para conducirnos a través de las experiencias desoladoras de la paranoia, el miedo y la exclusión social. En la figura de Elena Garro se materializa la genealogía propia de la autora (elección de antecesores, según el tópico borgiano), y, por añadidura, su constante lectura de la obra le ayuda a consolidar su propia voz.

Hacia el final, los dos últimos ensayos (“No viajaban solas” y el homónimo que da nombre al libro) se unen para afianzar una idea toral en el ser y hacer de la autora: la sororidad, apoyar y apoyarse entre mujeres, a fin de hacer más llevadero este mundo, donde Virginia Woolf y Sailor Moon, por mencionar algunos ejemplos, no cesan de obsequiar lecciones de vida, mismas que terminan, una vez asimiladas por el prisma de la experiencia, en la página escrita, donde […] hay dos claves para el trayecto: confianza y cuidado. Confianza porque la paranoia nos hace más débiles. Y cuidado porque el mundo es un lugar peligroso. Y la vida es frágil y por lo tanto hay que cuidarla.

En suma, Un lugar seguro da cuenta de aquellos gritos, heridas y cicatrices que componen una vida, así también la esperanza y la grata compañía en el diario oficio de vivir; refugio y fortaleza, la escritura y su ejercicio diario no dejan de prodigar sus mejores milagros, a prueba de tiempo y para hacerle frente a una realidad sin menor atisbo de renovación.

Dentro del panorama ensayístico en México, el nombre de Olivia Teroba reluce con honor junto al de sus colegas Ingrid Solana, Marina Azahua, Laura Sofía Rivero y su paisana Karen Villeda, por mencionar sólo algunas. Desde ahora, se le auguran grandes victorias a este libro, de cuya lectura saldremos con otra mirada, en justo proceder con la vida misma.

Quede aquí la invitación para habitar entre sus páginas. (Así sea.)   

Olivia Teroba. Un lugar seguro. 2ª ed. Guadalajara, México, Paraíso Perdido, 2021 (Divague).  

 

(9/agosto/2021) 

miércoles, 11 de agosto de 2021

Jinetes del tiempo

 

Ulises Velázquez Gil


En alguna parte de su Red de autores, José Balza nos dice que el ensayo literario “es un cuerpo vivo, fascinante, el cual es absorbido y devuelto, desde perspectivas formales de gran perfección y desde posiciones conceptuales también originales”. A este respecto, el panorama del ensayo mexicano contemporáneo tiene para dar y prestar y, en ese sentido, en los ensayistas de nuevo cuño mejor se evidencia esa visión expuesta por Balza.

            Después de transitar por los caminos del Ateneo de la Juventud y de seguir a golpe de máquina las andanzas y maestranzas de Alfonso Reyes, Marcos Daniel Aguilar se sube de nueva cuenta al corcel del ensayo, para entregarnos un libro de vuelos poco más heterodoxos (¿qué ensayo no lo es?) bajo el nombre de Gestos del centauro.

Como le ocurrió a su leído y admirado Reyes, este libro surgió de la constancia hemerográfica en varias revistas, de la cual tenemos ocho ensayos en torno a la presencia del caballo en el arte y en la literatura, desde la perspectiva de diversos exponentes, que van de Julio Ruelas y Raúl Anguiano a Saint-John Perse y, para variar, el propio Reyes: […] el andar del caballo entre las páginas de los libros y en las laterales de las pinturas se convirtió para mí en ese pequeño detalle por explorar a través del ensayo; porque el equino, además, es un disidente del arte, un outsider de la literatura […].

En la primera parte, “Pincelazos como crines”, desfilan cuatro pintores para quienes la presencia del caballo dio lugar a trabajos emblemáticos de su obra, como ocurre en los ensayos sobre César Hipólito Bacle y Ernesto Icaza, quienes conocieron de buenas a primeras al compañero de sus mejores trazos: […] Bacle retrata a los mendigos pidiendo limosna arriba del caballo, pordioseros que pasarían inadvertidos si no fuera porque están montados en su medio de transporte. […] Además, César Hipólito retrata la vida en los corrales y hasta el tráfico en los caminos debido al encuentro entre vehículos dirigidos por los cuadrúpedos (“Monografía desbocada del infausto César Hipólito Bacle”); La verosimilitud de sus cuadros es incomparable, la dimensión de las figuras y de longitud de las profundidades son siempre las correctas. Pintaba con maestría a los personajes y animales con movimientos reales, con fondos llanos y cielos altos que a primera vista hacen soñar al espectador con una cálida y jovial tarde de campo para rememorar aquel amor por la tierra (“Ernesto Icaza: del caballo al caballete”).

Completan la cuarteta plástica dos mexicanos espectaculares, por heterodoxos (Julio Ruelas) y volcánicos (Raúl Anguiano). Vayamos primero con el contemporáneo de los ateneístas. Si alguna vez ya se había autorretratado cual fauno ahorcado en un árbol, probablemente Julio sea aquel personaje de una de sus viñetas, donde un miserable hombre es amarrado de un pie a la cola de un equino para que éste, a toda velocidad, le desgarre la piel, le rompa el alma y el deseo (“Un fauno retrata al centauro: Julio Ruelas”).

Con todo y la brevedad de “Pinceladas del rejoneador: Raúl Anguiano”, es el de mayor expresividad en cuanto a la presencia equina dentro de su obra, pero a ratos -y a golpe de párrafo- busca estallar (y estallarse frente al lector) su fuerza taurina, responsable de textos memorables de José Bergamín o de Jorge F. Hernández -cuyo apotegma bien podría aplicarse a nuestro autor: “Escribir es torear”. ¿Qué le gustaba […] al artista que también pintó las costumbres del campo y de la clase trabajadora de México? Le agradó, sobre todo, el momento álgido en que el caos se adueñaba del espacio: cuando el toro de lidia embestía sobre el peto del caballo y cuando al perder el equilibrio todo se iba al suelo, provocando el peligro y la imagen de la muerte.

Para la cuarteta reunida en “Utopía del centauro”, Marcos Daniel Aguilar llega a terrenos más o menos conocidos, es decir, de gente de pluma que hizo del caballo parte de sus páginas memorables; Jorge Luis Borges, Saint-John Perse, el Martín Fierro, Don Segundo Sombra y un viejo conocido suyo, que, por sabido, omitimos por mientras. En “Gaucho bueno en pingo, gaucho malo en redomón” tenemos una pequeña gran lección de Historia, donde por fuerza es preciso echar mano de las obras literarias surgidas a la par del proceso histórico (en este caso, de Argentina y Uruguay, y la figura del gaucho): […] por medio de las palabras todavía se respira el olor a campo fresco y a mate amargo, se escucha el galope de la tropa y el relincho de un potro recién domado, un mugido vacuno y la enorme sombra de un gaucho bueno o de un gaucho malo.

Si de altos vuelos hablamos, qué mejor ejemplo de ello es “Alfonso Reyes, poesía a lomo y galope”, donde el autor sigue fiel a su experiencia alfonsina; en concreto, a su relación con el ser equino. Reyes, apasionado de la literatura, de la historia y conocedor de leyendas épicas gracias a su ascendencia militar, describió con su pluma varios episodios en que la furia del equino sirvió para dar golpes certeros en el campo de acción. Episodios que van de la mitología a la historia real y de la historia a lo anecdótico, en donde la batalla a caballo siempre está presente y de manera indisoluble.

Sobre Saint-John Perse y Jorge Luis Borges, el autor enfatiza el tópico equino en sendas obras como Anábasis o el Manual de zoología fantástica. A pie y a caballo son los dos medios que el poeta forjó para introducirse a los oscuros abismos de la esencia de la humanidad, o de la tierra prometida, que a final de cuentas es la manera para conocer cualquier nación, pueblo o persona (“Cabalgata del caribeño Saint-John Perse”); […] a diferencia de los indígenas americanos, los helenos ya conocían al animal, por lo que probablemente el centauro griego sea producto de una “imaginación deliberada, y no de una confusión ignorante”, como les ocurrió a los nativos de las tierras que hoy son México (“Borges visita el zoológico”).

Luego de la lectura de Gestos del centauro, no nos cabrá mayor duda sobre el acertado juicio de José Balza acerca del ensayo literario, del cual Marcos Daniel Aguilar se ocupó en este breve volumen de grandes afanes: “¿cuántos equinos más habrá escondidos entre las historias que leemos y vemos? ¿Cuántos podrán hablarnos sobre nuestra propia existencia en la Tierra?” Mientras esa pregunta busca su respuesta, varios jinetes del tiempo le harán el quite a nuestro autor, y llevar a buen cometido su empresa de encontrarlos.

Para quienes hemos seguido la trayectoria de Marcos Daniel Aguilar, nos encontramos de frente con su libro más atípico, no por ello exento de claridad y elegancia en la prosa, que la habla de tú a sus maestros y colegas de ayer, hoy y siempre. (Quede aquí su dedicada lectura. De verdad.)   

Marcos Daniel Aguilar. Gestos del centauro. México, Ediciones Periféricas/ Instituto Tuxteco de Arte y Cultura, 2021.  

 

(28/julio/2021)

viernes, 6 de agosto de 2021

Vértigo y fascinación


Ulises Velázquez Gil

  

“Uno escribe para dejar constancia de lo imaginario o como artificio de la memoria. Las palabras son vehículo para la descripción de lo irreal e inasible y también el retrato de lo real y fidedigno”. Una vez leídas estas palabras de Jorge F. Hernández, no nos cabrá mayor duda en decir que le quedarían muy bien a un cuentista, navegante de dos aguas (lo inasible y lo fidedigno), donde al final del día su cuidada prosa y el amor al detalle destellen por los cuatro costados.

Y cuando esas cualidades recaen en una pluma de cuño reciente, los resultados no dejarán de sorprendernos y éste es el caso. Después de breves apariciones en antologías, cuadernillos de corto alcance y volúmenes colectivos, Jazmín García Vázquez nos entrega su primer libro, que destella constancia y talento desmedido en un género de grandes afanes, pero conciso en forma y fondo.

Después del exilio se compone por quince cuentos, donde se pasean, como por casa propia, el terror y la ciencia ficción, y aunque por instantes su breve extensión genere desconcierto, su eficacia es notoria en cuanto a tener su historia muy bien cuajada. Entremos en materia. Por el lado del terror, la autora posee un dominio muy marcado del género, como puede verse en “Un crimen”, “Bajo la cama” o “La otra familia”, pero es en “Los hombres perseguidos” donde esto mejor se evidencia. Santiago observó al hombre, se preguntaba cuántos años tendría, cuantos realmente había vivido e imaginaba a sus hijos esperándolo llegar a casa. De golpe, todos esos escenarios elaborados en su cabeza fueron derribados y otros más ocupados por esa mujer diciendo: Ya es hora. Sólo bastó que la última palabra se deslizara fuera de su maldita boca para que el sujeto cayera “accidentalmente” a las vías del tren justo cuando el inmenso gusano metálico se acercaba a toda velocidad. La sangre invadió las vías y el terror las miradas, pero nada conmovía el hierático ser de la mujer, quien se mostraba orgullosa de haber terminado un trabajo a tiempo.

Por otro lado, la ciencia ficción predomina en la segunda mitad del libro, con cuentos de temática futurista en los que el juego de las posibilidades (donde el hubiera se conjugue en todos los tiempos) echa mano de extraños artefactos y nos presenta toda suerte de historias. En “El mundo futuro”, una ilusión de antaño encuentra el pretexto perfecto para realizarse una vez que echa mano de la tecnología -con música de Mecano a guisa de banda sonora. La creación de las personas virtuales o sustitutos, como muchos los llamaban, representó una bendición para las familias que habían perdido a sus seres queridos, para quienes no podían tener hijos e incluso para aquellos, los menos, que deseaban la dicha de tener un hijo, pero poseían la astucia o pereza de querer sólo las ventajas.      

En “Sleep Easy®” y “Dejà vu 40” el hubiera sí puede realizarse, porque tanto los sueños como la realidad pueden modificarse a complacencia, o más bien, para sobornar al destino. ¡El insomnio y las pesadillas quedaron atrás! Con Sleep Easy®, un fácil procedimiento médico, dormir será la mejor parte del día. En el momento en que manifieste deseos de descansar, Sleep Easy® hará efecto y usted disfrutará de un sueño placentero… Al terminar el comercial, el noticiario informó acerca de una secretaria que había envenenado a dos célebres empresarios durante una junta de negocios. Para el segundo caso, por muy eficaces que sean los artificios tecnológicos, una cosa es segura: lo irreductible de la conducta humana. Viajar en el tiempo siempre se ha pensado una imposibilidad […], pero ciertamente se trata de una habilidad natural en nosotros. Cada vez que experimentamos un dejà vu, en realidad se efectúa un salto en el tiempo. Tenemos la sensación de haber vivido ese momento porque de verdad sucedió. (También esto puede verse en “La niña que sonríe”, un cuento tan desolador como luminoso -patentes en el objeto y en la imagen que da lugar a la historia-, que no le hubiera disgustado del todo a P. D. James, autora de distopías de reciente factura.)

Como suele pasar con los grandes libros de cuento, siempre hay un momento para el humor, y éste sale a escena en “Anticuario”, donde el valor histórico se reduce a una transacción comercial, y en “Exilio”, cuya añoranza del Edén perdido se torna desilusión del signo, a decir de Raymundo Ramos.

Con todo, Después del exilio es un libro perfecto a todas luces, por la diversidad de enfoques plasmados en cada una de sus historias, y una cuidada prosa que no requiere de adjetivos despampanantes; vértigo y fascinación que evidencian una consumada maestría en el oficio de contar, por cuyo sendero antes ya transitaron Juan José Arreola y René Avilés Fabila, y hoy día, Atenea Cruz y Andrea Chapela, por mencionar algunos nombres.

Luego de terminar su lectura, no dudo en coincidir con Jorge F. Hernández (cuya obra también es, en el buen sentido, puro cuento) en que se escribe cuento “no al servicio de un engaño, sino por el placer de materializar los sueños”, y en ese sentido, el libro de Jazmín García Vázquez ya logró ese cometido. Mientras esperamos su siguiente obra, quede aquí su profesión de fe hacia un género espectacular. (Así sea.)   

Jazmín García Vázquez. Después del exilio. México, LibrObjeto, 2021 (Boleto para cualquier parte, 1).  

 

(23/julio/2021)

lunes, 2 de agosto de 2021

Saber en un parpadeo

 

Ulises Velázquez Gil


En alguna de las canciones que conforman el Viaje épico hacia la nada del grupo español Love of Lesbian, podemos encontrar la siguiente frase: “Unos días soy y otros días sé”. A medida que se ejerce el oficio de la escritura, no faltarán instantes donde lo escrito es un instante de nuestra vida o la impronta del conocimiento adquirido. Aun así, ambos escenarios nos ayudan a definir mejor el lugar que ocupamos en el tiempo.

      Para quienes hemos seguido la trayectoria de Andrea Chapela, ésta se compone de primeras incursiones, tanto en la novela, el cuento y ahora con el ensayo en el volumen que ahora nos ocupa: Grados de miopía, donde sus inquietudes confluyen hacia la misma línea, a fin de buscarle explicación alguna de las cosas que le rodean; concretamente, las que se encuentran -literalmente- a primera vista.

          En los tres capítulos de Grados de miopía, se busca conocer el engranaje secreto que une a la ciencia con la literatura, a partir de tres fenómenos visuales, en aras de comprender su visión periférica del tema, o, por lo menos, de la ciencia. Antes de escribir busco modelos para orientarme. Es un remanente en mi educación científica. Confío en las definiciones para dar claridad desde el principio y siento que es más fácil entender algo si se le nombra. […] Ver la ciencia desde un punto de vista poético es buscar en el extrañamiento una especie de reencuentro.

El primer ensayo del libro, “El acto de ver a través”, se compone de sesenta apartados, a guisa de apuntes, donde la autora plasma sus pesquisas como inquietudes; interrogantes a final de cuentas. Veamos algunas de éstas: Fluir: los átomos pueden desplazarse con facilidad, no están atados entre sí, no están estáticos. Los fluidos fluyen (es una característica, no un pleonasmo; el lenguaje científico no teme la repetición) porque ante cualquier fuerza se modifican, no ponen resistencia. La Matemática me decía: “Eres como un fluido, te acoplas a los contenedores, te modificas, frente a un obstáculo eliges rodearlo”. Tan fácil lo científico se vuelve metafórico. […] ¿Cómo escribir de ciencia desde afuera? ¿Cómo dejar de ver a través del lenguaje, de usarlo como herramienta, de pretender que hay exactitud en las palabras? ¿Qué le pasa a las palabras científicas al observarlas? Si se estirara la metáfora, diría que se desestabilizan y cambian de estado de agregación. […] Planeo con cuidado mi visita al Palacio de Cristal. Voy sola y camino por el Retiro un día en el que la llegada ya se está transformando en rutina. (A medida que nos adentramos en este ensayo, no dudaría en decir que rutina acabaría por volverse retina…)

El segundo ensayo, “El acto de verse”, se compone de varias partes, todas iniciando de la misma forma (“Podría comenzar…”), donde se da pauta a toda serie de posibilidades, sea para llegar a un mismo punto, sea para replantearse la resolución de un problema, o simplemente dar libre curso a una idea, un recuerdo e incluso la negación de ambos. Queden aquí algunos ejemplos: Podría comenzar diciendo que los espejos son inútiles si nadie se contempla en ellos. Decir: la historia de los espejos es la historia de mirar(se). […] Podría comenzar así: yo frente al espejo, buscando mi semblante, dejo pasar la luz.

Contemplar un espejo, fabricarlo, citar a Lacan, recordar su estancia en Madrid o ver una fotografía, por mencionar otras cosas, son una forma de resumir el acto de verse, de hallar en su reflejo el envés de las cosas, su maquinaria oculta y propia que le da sentido a su presencia en este mundo. A este respecto, recuerdo que en una entrevista al escritor colombiano Álvaro Mutis, éste recordaba lo que alguna vez su madre le dijo: “Detrás de todas las cosas está usted”. Con el tiempo, Mutis descubrió allí la esencia de la literatura. (Paréntesis aparte: la misma frase con que inicia cada sección de este ensayo remite un poco a la estructura de Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino, novela compuesta solamente por inicios de novela; aunque, en el caso de Andrea Chapela, la tentación del principio busca traspasar el lindero de la primera línea…)

Una vez conocido el vaivén de ideas y sucesos que llevan a la autora para urdir estos ensayos, llegamos así al tercero que cierra este volumen, “La historia de ver”, donde ciencia y cultura se alternan sin mayores distinciones, confluyendo -¡ahora sí!- hacia el conocimiento, o la obtención de éste: […] Tardé mucho tiempo en aceptar que escribir me ayudaba a entender las preguntas y no a encerrar las respuestas, pero a veces me gustaría tener la claridad y seguridad de las matemáticas, poder declarar fácilmente “esto es lo que quería demostrar”. […] Tengo que escribir mi versión; aunque me aleje de mí misma y me acerque a la ciencia. […] Envidio como Da Vinci logra hacer de lo artístico algo científico, así como yo quiero hacer de lo científico algo personal. […] Pero el arte, a diferencia de la ciencia, suele tergiversar la realidad y es imposible saber si la fotografía es verdadera o falsa. […] Pero la ciencia no puede ser sólo una abstracción objetiva, así como escribir no se trata sólo de lo subjetivo y sentimental. Hay un lugar, tal vez sin nombre, donde coexisten. Y ese lugar sólo existe en la página misma, “para alcanzar este innegable paraíso del espíritu donde la primera respuesta a todas las preguntas es preguntarlas”, a decir de Ikram Antaki.

En suma, Grados de miopía reúne tanto inquietudes científicas como el compromiso con la escritura, a fin de encontrar el entramado propio de las cosas, de justipreciar su presencia en este mundo mediante un constante cuestionamiento; saber en un parpadeo que no deja de prodigar milagros como maravillas. En la ardua empresa de unir ciencia y literatura, Andrea Chapela tiene en Julieta Fierro y la propia Ikram Antaki a sus consumadas antecesoras, y en Mariel Damián y Jazmín García Vázquez a sus compañeras de viaje, en cuya obra destella esa grandiosa fusión.

Desde ahora ya esperamos con gusto su siguiente obra, donde se reafirmen curiosidad y talento desmedido. Quede en ustedes confirmarlo a primera, segunda, tercera vista inclusive. (Así sea.)

 

Andrea Chapela. Grados de miopía. México, Secretaría de Cultura-Dirección General de Publicaciones, 2019 (Fondo Editorial Tierra Adentro).  

 

(19/julio/2021)