Ulises
Velázquez Gil
En
alguna parte de su Red de autores, José Balza nos dice que el ensayo
literario “es un cuerpo vivo, fascinante, el cual es absorbido y devuelto,
desde perspectivas formales de gran perfección y desde posiciones conceptuales
también originales”. A este respecto, el panorama del ensayo mexicano contemporáneo
tiene para dar y prestar y, en ese sentido, en los ensayistas de nuevo cuño mejor
se evidencia esa visión expuesta por Balza.
Después de transitar por los caminos
del Ateneo de la Juventud y de seguir a golpe de máquina las andanzas y maestranzas
de Alfonso Reyes, Marcos Daniel Aguilar se sube de nueva cuenta al corcel del
ensayo, para entregarnos un libro de vuelos poco más heterodoxos (¿qué ensayo
no lo es?) bajo el nombre de Gestos del centauro.
Como le ocurrió a su leído
y admirado Reyes, este libro surgió de la constancia hemerográfica en varias
revistas, de la cual tenemos ocho ensayos en torno a la presencia del caballo
en el arte y en la literatura, desde la perspectiva de diversos exponentes, que
van de Julio Ruelas y Raúl Anguiano a Saint-John Perse y, para variar, el
propio Reyes: […] el andar
del caballo entre las páginas de los libros y en las laterales de las pinturas
se convirtió para mí en ese pequeño detalle por explorar a través del ensayo;
porque el equino, además, es un disidente del arte, un outsider de la
literatura […].
En la primera parte, “Pincelazos
como crines”, desfilan cuatro pintores para quienes la presencia del caballo dio
lugar a trabajos emblemáticos de su obra, como ocurre en los ensayos sobre
César Hipólito Bacle y Ernesto Icaza, quienes conocieron de buenas a primeras
al compañero de sus mejores trazos: […] Bacle
retrata a los mendigos pidiendo limosna arriba del caballo, pordioseros que
pasarían inadvertidos si no fuera porque están montados en su medio de transporte.
[…] Además,
César Hipólito retrata la vida en los corrales y hasta el tráfico en los
caminos debido al encuentro entre vehículos dirigidos por los cuadrúpedos (“Monografía desbocada del infausto César Hipólito
Bacle”); La verosimilitud de sus
cuadros es incomparable, la dimensión de las figuras y de longitud de las
profundidades son siempre las correctas. Pintaba con maestría a los personajes
y animales con movimientos reales, con fondos llanos y cielos altos que a
primera vista hacen soñar al espectador con una cálida y jovial tarde de campo
para rememorar aquel amor por la tierra (“Ernesto
Icaza: del caballo al caballete”).
Completan la cuarteta plástica dos mexicanos espectaculares,
por heterodoxos (Julio Ruelas) y volcánicos (Raúl Anguiano). Vayamos primero
con el contemporáneo de los ateneístas. Si alguna vez ya se había autorretratado
cual fauno ahorcado en un árbol, probablemente Julio sea aquel personaje de una
de sus viñetas, donde un miserable hombre es amarrado de un pie a la cola de un
equino para que éste, a toda velocidad, le desgarre la piel, le rompa el alma y
el deseo (“Un fauno retrata al centauro: Julio Ruelas”).
Con todo y la brevedad de “Pinceladas del
rejoneador: Raúl Anguiano”, es el de mayor expresividad en cuanto a la
presencia equina dentro de su obra, pero a ratos -y a golpe de párrafo- busca
estallar (y estallarse frente al lector) su fuerza taurina, responsable de
textos memorables de José Bergamín o de Jorge F. Hernández -cuyo apotegma bien
podría aplicarse a nuestro autor: “Escribir es torear”. ¿Qué le gustaba […]
al artista que también pintó las costumbres del campo y de la clase trabajadora
de México? Le agradó, sobre todo, el momento álgido en que el caos se adueñaba
del espacio: cuando el toro de lidia embestía sobre el peto del caballo y
cuando al perder el equilibrio todo se iba al suelo, provocando el peligro y la
imagen de la muerte.
Para la cuarteta reunida en “Utopía del centauro”,
Marcos Daniel Aguilar llega a terrenos más o menos conocidos, es decir, de
gente de pluma que hizo del caballo parte de sus páginas memorables; Jorge Luis
Borges, Saint-John Perse, el Martín Fierro, Don Segundo Sombra y
un viejo conocido suyo, que, por sabido, omitimos por mientras. En “Gaucho
bueno en pingo, gaucho malo en redomón” tenemos una pequeña gran lección de Historia,
donde por fuerza es preciso echar mano de las obras literarias surgidas a la
par del proceso histórico (en este caso, de Argentina y Uruguay, y la figura
del gaucho): […] por medio de las
palabras todavía se respira el olor a campo fresco y a mate amargo, se escucha
el galope de la tropa y el relincho de un potro recién domado, un mugido vacuno
y la enorme sombra de un gaucho bueno o de un gaucho malo.
Si de altos vuelos hablamos, qué mejor ejemplo de
ello es “Alfonso Reyes, poesía a lomo y galope”, donde el autor sigue fiel a su
experiencia alfonsina; en concreto, a su relación con el ser equino. Reyes,
apasionado de la literatura, de la historia y conocedor de leyendas épicas gracias
a su ascendencia militar, describió con su pluma varios episodios en que la
furia del equino sirvió para dar golpes certeros en el campo de acción. Episodios
que van de la mitología a la historia real y de la historia a lo anecdótico, en
donde la batalla a caballo siempre está presente y de manera indisoluble.
Sobre Saint-John Perse y Jorge Luis Borges, el
autor enfatiza el tópico equino en sendas obras como Anábasis o el Manual
de zoología fantástica. A pie y a caballo son los dos medios que el
poeta forjó para introducirse a los oscuros abismos de la esencia de la
humanidad, o de la tierra prometida, que a final de cuentas es la manera para
conocer cualquier nación, pueblo o persona (“Cabalgata del caribeño
Saint-John Perse”); […] a diferencia de los indígenas americanos, los
helenos ya conocían al animal, por lo que probablemente el centauro griego sea
producto de una “imaginación deliberada, y no de una confusión ignorante”, como
les ocurrió a los nativos de las tierras que hoy son México (“Borges visita
el zoológico”).
Luego de la lectura de Gestos del centauro,
no nos cabrá mayor duda sobre el acertado juicio de José Balza acerca del
ensayo literario, del cual Marcos Daniel Aguilar se ocupó en este breve volumen
de grandes afanes: “¿cuántos equinos más habrá escondidos entre las historias
que leemos y vemos? ¿Cuántos podrán hablarnos sobre nuestra propia existencia
en la Tierra?” Mientras esa pregunta busca su respuesta, varios jinetes del
tiempo le harán el quite a nuestro autor, y llevar a buen cometido su
empresa de encontrarlos.
Para quienes hemos seguido la trayectoria de Marcos Daniel Aguilar, nos encontramos de frente con su libro más atípico, no por ello exento de claridad y elegancia en la prosa, que la habla de tú a sus maestros y colegas de ayer, hoy y siempre. (Quede aquí su dedicada lectura. De verdad.)
Marcos
Daniel Aguilar. Gestos del centauro. México,
Ediciones Periféricas/ Instituto Tuxteco de Arte y Cultura, 2021.
(28/julio/2021)
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