miércoles, 11 de agosto de 2021

Jinetes del tiempo

 

Ulises Velázquez Gil


En alguna parte de su Red de autores, José Balza nos dice que el ensayo literario “es un cuerpo vivo, fascinante, el cual es absorbido y devuelto, desde perspectivas formales de gran perfección y desde posiciones conceptuales también originales”. A este respecto, el panorama del ensayo mexicano contemporáneo tiene para dar y prestar y, en ese sentido, en los ensayistas de nuevo cuño mejor se evidencia esa visión expuesta por Balza.

            Después de transitar por los caminos del Ateneo de la Juventud y de seguir a golpe de máquina las andanzas y maestranzas de Alfonso Reyes, Marcos Daniel Aguilar se sube de nueva cuenta al corcel del ensayo, para entregarnos un libro de vuelos poco más heterodoxos (¿qué ensayo no lo es?) bajo el nombre de Gestos del centauro.

Como le ocurrió a su leído y admirado Reyes, este libro surgió de la constancia hemerográfica en varias revistas, de la cual tenemos ocho ensayos en torno a la presencia del caballo en el arte y en la literatura, desde la perspectiva de diversos exponentes, que van de Julio Ruelas y Raúl Anguiano a Saint-John Perse y, para variar, el propio Reyes: […] el andar del caballo entre las páginas de los libros y en las laterales de las pinturas se convirtió para mí en ese pequeño detalle por explorar a través del ensayo; porque el equino, además, es un disidente del arte, un outsider de la literatura […].

En la primera parte, “Pincelazos como crines”, desfilan cuatro pintores para quienes la presencia del caballo dio lugar a trabajos emblemáticos de su obra, como ocurre en los ensayos sobre César Hipólito Bacle y Ernesto Icaza, quienes conocieron de buenas a primeras al compañero de sus mejores trazos: […] Bacle retrata a los mendigos pidiendo limosna arriba del caballo, pordioseros que pasarían inadvertidos si no fuera porque están montados en su medio de transporte. […] Además, César Hipólito retrata la vida en los corrales y hasta el tráfico en los caminos debido al encuentro entre vehículos dirigidos por los cuadrúpedos (“Monografía desbocada del infausto César Hipólito Bacle”); La verosimilitud de sus cuadros es incomparable, la dimensión de las figuras y de longitud de las profundidades son siempre las correctas. Pintaba con maestría a los personajes y animales con movimientos reales, con fondos llanos y cielos altos que a primera vista hacen soñar al espectador con una cálida y jovial tarde de campo para rememorar aquel amor por la tierra (“Ernesto Icaza: del caballo al caballete”).

Completan la cuarteta plástica dos mexicanos espectaculares, por heterodoxos (Julio Ruelas) y volcánicos (Raúl Anguiano). Vayamos primero con el contemporáneo de los ateneístas. Si alguna vez ya se había autorretratado cual fauno ahorcado en un árbol, probablemente Julio sea aquel personaje de una de sus viñetas, donde un miserable hombre es amarrado de un pie a la cola de un equino para que éste, a toda velocidad, le desgarre la piel, le rompa el alma y el deseo (“Un fauno retrata al centauro: Julio Ruelas”).

Con todo y la brevedad de “Pinceladas del rejoneador: Raúl Anguiano”, es el de mayor expresividad en cuanto a la presencia equina dentro de su obra, pero a ratos -y a golpe de párrafo- busca estallar (y estallarse frente al lector) su fuerza taurina, responsable de textos memorables de José Bergamín o de Jorge F. Hernández -cuyo apotegma bien podría aplicarse a nuestro autor: “Escribir es torear”. ¿Qué le gustaba […] al artista que también pintó las costumbres del campo y de la clase trabajadora de México? Le agradó, sobre todo, el momento álgido en que el caos se adueñaba del espacio: cuando el toro de lidia embestía sobre el peto del caballo y cuando al perder el equilibrio todo se iba al suelo, provocando el peligro y la imagen de la muerte.

Para la cuarteta reunida en “Utopía del centauro”, Marcos Daniel Aguilar llega a terrenos más o menos conocidos, es decir, de gente de pluma que hizo del caballo parte de sus páginas memorables; Jorge Luis Borges, Saint-John Perse, el Martín Fierro, Don Segundo Sombra y un viejo conocido suyo, que, por sabido, omitimos por mientras. En “Gaucho bueno en pingo, gaucho malo en redomón” tenemos una pequeña gran lección de Historia, donde por fuerza es preciso echar mano de las obras literarias surgidas a la par del proceso histórico (en este caso, de Argentina y Uruguay, y la figura del gaucho): […] por medio de las palabras todavía se respira el olor a campo fresco y a mate amargo, se escucha el galope de la tropa y el relincho de un potro recién domado, un mugido vacuno y la enorme sombra de un gaucho bueno o de un gaucho malo.

Si de altos vuelos hablamos, qué mejor ejemplo de ello es “Alfonso Reyes, poesía a lomo y galope”, donde el autor sigue fiel a su experiencia alfonsina; en concreto, a su relación con el ser equino. Reyes, apasionado de la literatura, de la historia y conocedor de leyendas épicas gracias a su ascendencia militar, describió con su pluma varios episodios en que la furia del equino sirvió para dar golpes certeros en el campo de acción. Episodios que van de la mitología a la historia real y de la historia a lo anecdótico, en donde la batalla a caballo siempre está presente y de manera indisoluble.

Sobre Saint-John Perse y Jorge Luis Borges, el autor enfatiza el tópico equino en sendas obras como Anábasis o el Manual de zoología fantástica. A pie y a caballo son los dos medios que el poeta forjó para introducirse a los oscuros abismos de la esencia de la humanidad, o de la tierra prometida, que a final de cuentas es la manera para conocer cualquier nación, pueblo o persona (“Cabalgata del caribeño Saint-John Perse”); […] a diferencia de los indígenas americanos, los helenos ya conocían al animal, por lo que probablemente el centauro griego sea producto de una “imaginación deliberada, y no de una confusión ignorante”, como les ocurrió a los nativos de las tierras que hoy son México (“Borges visita el zoológico”).

Luego de la lectura de Gestos del centauro, no nos cabrá mayor duda sobre el acertado juicio de José Balza acerca del ensayo literario, del cual Marcos Daniel Aguilar se ocupó en este breve volumen de grandes afanes: “¿cuántos equinos más habrá escondidos entre las historias que leemos y vemos? ¿Cuántos podrán hablarnos sobre nuestra propia existencia en la Tierra?” Mientras esa pregunta busca su respuesta, varios jinetes del tiempo le harán el quite a nuestro autor, y llevar a buen cometido su empresa de encontrarlos.

Para quienes hemos seguido la trayectoria de Marcos Daniel Aguilar, nos encontramos de frente con su libro más atípico, no por ello exento de claridad y elegancia en la prosa, que la habla de tú a sus maestros y colegas de ayer, hoy y siempre. (Quede aquí su dedicada lectura. De verdad.)   

Marcos Daniel Aguilar. Gestos del centauro. México, Ediciones Periféricas/ Instituto Tuxteco de Arte y Cultura, 2021.  

 

(28/julio/2021)

No hay comentarios.: