Ulises Velázquez Gil
“He contemplado tanto la belleza/ que mi
vista de ella está llena”, nos dice Constantino Cavafis en alguno de sus
poemas, y de alguna manera resumen e incluso anuncian la siguiente labor a
realizar como parte del quehacer poético: dar fe de esa belleza mediante versos
entre libres y con medida, hasta formar –si se quiere– una plaquette completa, donde aquella contemplación se repita una y
otra vez cuando el lector viaje de ida y vuelta hacia otros lares, que sólo la
poesía permite.
Una
poeta de altos vuelos y ensueños de largo alcance, Claudia Hernández de
Valle-Arizpe, cumple a cabalidad ese estado contemplativo en Sin biografía, libro que reúne 22 formas
de aplicar ese estado en los objetos que le son caros, es decir, aquellos que
ella resolvió con maestría conservarles algo de su belleza, porque en el empeño
de abarcarlo todo, de alguna forma se pierden cosas.
Qué
pasaría si olvidara, de memoria,/ todo el pasado y no pudiera verme/ en la
euforia de este minuto;/ en su fasto amarillo/ que me celebra./ Seguiría quedando mi cara/ y en sus caminos,/
reconocible para los otros, una biografía incierta. Sabemos (se ha dicho) que los poetas, a falta de
biografía, tienen obra propia, y en el caso de Claudia Hernández de
Valle-Arizpe también lo son esos objetos que la sustentan; las cinco secciones
de Sin biografía habrán de
confirmarlo. En la primera, son los pájaros en su mayoría quienes buscan
insertarse en su fauna poética. Todos los
pájaros son el cuervo en mi ventana, y mi casa, por decir un ejemplo,
anuncia la vocación trashumante y viajera de la autora, que hace de las aves
otro tipo de geografía, otra residencia en la tierra. Inquieto, el sueño nace en la madrugada./ Las aves son su brújula./ Por
el miedo a quedarse con poca luz/ inician su viaje en otoño. Si el poeta es
el gaviero de la palabra, siguiendo una idea de Álvaro Mutis, en Sin biografía es el pájaro esa
manifestación latente, y como las palabras se nos escapan de las manos, nuestra
empresa no está del todo perdida: Cuando
los ojos buscan en la superficie,/ el aire es una red llena de pájaros. En
suma, la poesía. (Si en Deshielo se
cuestionaba el destino de esas aves –¿Es
cierto que los pájaros eligen su muerte?/ ¿Qué su libertad radica en esa
astucia?–, en “El cuervo anuncia las cenizas” la respuesta queda a la
vista.)
En
“Piedras” la contemplación se enfoca a tres poemas producto de esa trashumancia
intuida en el pájaro. En ese caso, el viaje cuenta con otro tipo de metáfora,
una geografía de diversos lares. Una
órbita de alabastro/ y luego esa línea que semeja un río/ pero sin la voz del
agua./ Mudez. Pedazo./ […] (Una
piedra que corte el encantamiento de las plegarias.) El silencio,
territorio prístino de la poesía, busca en las piedras su residencia a prueba
de tiempo, donde nacer a cada instante sea una empresa posible; un lugar donde Salir del mundo para ver el cielo/ […] salir sólo es posible/ después de haber
permanecido en él/ Y el poeta lo
escribe todo sin decirlo/ […] y la
piedra traída de Egipto/ es un largo silencio que sabe hablar.
Volver al origen, o a la
noción de ello, es la materia prima de “Hormigueros”, donde la voz de la tierra
queda presente para enunciarnos otros modos de nombrarla, aunque la intuición
poética de Claudia Hernández de Valle-Arizpe conjuga diversos mundos, como los
del cuerpo: Una isla es un cuerpo que
mira hacia arriba./ Busca en si noche un mosquitero de gasa/ rimbombante; la
isla es rimbombante:/ la orquídea y
el musgo devorándole su boca/ de tierra abierta a la penetración del aire. Un
cuerpo cuyo centro suele ser el ombligo, preludio y enunciación del tiempo: El valor de un conjuro está en el deseo./ En
los ombligos se añejan sus amuletos/ con la prisa de las criaturas vanas,/ […] sin la luz más clara de mirar hacia otra
orilla. (Basten estos versos de “Amuleto” y los reunidos en “Umbilicales”
para asegurarlo…)
Respecto a las secciones
restantes, “En los ojos del vidente” y “Venenos”, hay una constante: la magia o
en el encantamiento que algunos objetos ejercen en nosotros (al menos, en la
autora). El vidente, se ha dicho en otro lado, es el poeta y su visión, la
carta de marear para nuestras travesías de lectura, y como tal, hay territorios
visitados con antelación a guisa de recuerdo y esperanza de volver hacia viejos
puertos donde los pájaros de su poesía regresan: Sube la espiral del pájaro/ hasta la hoguera de los ojos. Tanto la
hiel de toro (y conozco la hiel
de toro presta para aliviarme. traída/ de una ciudad/ que lleva el nombre de un
santo) como la flor de loto (De la flor se extrae un líquido/ que se incendia con el
aire./ El loto amarillo se reduce/ y, ya en la lengua, causa sueño)
funcionan como el “ábrete sésamo” para cualquier puerta, inclusive la de la
percepción, después de todo.
Podemos decir, finalmente,
que Sin biografía es un libro que
reluce de contemplación a cada verso, pero también de detenimiento, por el
minucioso ingenio de asir el objeto presentido. Si en Hemicránea fue para exorcizar el dolor (mismo procedimiento
plasmado en Perros muy azules), en
este libro se trata de relumbrar los objetos y sus peculiaridades, con ciertos
retoques, desde luego. Después de todo, queda suscribir lo dicho por Cavafis,
“Procura conservarlas, poeta,/ aunque pocas sean las cosas que se pueden detener”,
y lo demás va por su cuenta. (De verdad.)
Claudia Hernández de
Valle-Arizpe. Sin biografía. México, Fondo
de Cultura Económica, 2005. (Letras Mexicanas)
(24/diciembre/2012)
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