Ulises Velázquez Gil
Entre la vorágine
de publicaciones que salieron con motivo del Bicentenario en 2010, buena parte de éstas acabó por volverse un souvenir del momento. Ante este
desalentador panorama, cierta labor crítica recayó en la figura del polémico
historiador Enrique Krauze, quien luego de publicar un grueso volumen en torno
a la figura de Hugo Chávez, ahora nos entrega De héroes y mitos, obra que llega con vida ante un cacareado
espíritu patriotero, para criticarlo en sus justas dimensiones.
Es
preciso decir que los quince ensayos que componen De héroes y mitos hacen un recuento de los intereses y las
obsesiones de Krauze en los últimos años en estudiar a fondo, y sin prejuicio
de por medio, la historia mexicana. En el primer apartado, “Tres géneros
problemáticos”, deshace varios paradigmas impuestos por la mira oficialista del
momento; critica la “historia de bronce” al bajar a los próceres del pedestal…
y del caballo; nos recuerda el otro lado de la Revolución mexicana (los
que la sufrieron, sin haberse significado del todo), y, claro, reprueba una
tendencia reciente de la historiografía académica: escribir e investigar la
historia sólo para consumo personal, es decir, con terminajos incomprensibles
para el lector común, pero “apropiados” para los “colegas”. (Para quienes esto
les suene familiar, el texto “Desvaríos académicos” es la lectura sesuda del
encuentro que organizó la UNAM
con motivo de los Centenarios de 2010, cuyas posteriores réplicas hicieron
voltear la vista a este ensayo, para, finalmente, darle la razón al crítico.)
Para
el segundo apartado, “Historia de la imaginación heroica”, Krauze se ocupa de
cuatro casos en el oficio de historiar: primero, a la manera de Plutarco,
compara las visiones heterogéneas de dos historiadores con respecto a la Conquista de México:
William Prescott y Hugh Thomas, a quienes contrapone entre sí, no por la
dimensión de sus trabajos (notables ambos, sobra decirlo), sino por el enfoque
al elaborarlos; mientras Prescott privilegiaba la maestría en el decir, Thomas
simplemente se fijaba en los hechos, sin tapujo alguno. Con respecto a los dos
textos intermedios, ocurre un caso parecido al adecuar miradas diversas a un
mismo tema: tanto la fusión de la visión bíblica con la cultura mexicana como
el predominio convenenciero de una sola imagen de Miguel Hidalgo ponen en jaque
esa visión maniquea que los gobiernos, el chismorreo académico y la pésima
infraestructura educativa nos han endilgado por tiempos inmemoriales. (Paréntesis
aparte: si Krauze vitupera estas estructuras ¿por qué es el historiador más
vilipendiado? Porque –quizás intente responderlo– no tiene nada que perder; no
es académico universitario ni mucho menos funcionario en turno. Cosas de la
vida.)
En su
puntual revisión de las fechas predominantes de la historia mexicana, nos
recuerda la importancia de haber conmemorado en su justa dimensión los 150 años
de la Constitución
de 1857 (las Leyes de Reforma), de donde hace un profundo análisis sobre su
vigencia en otros tiempos dados a la cerrazón política, sea de izquierda o de
derecha y que aumenta (en ambos sectores) una antipatía enconada hacia su
persona; siguiendo con el recuento y la remembranza, los cien años de la
publicación del lúbrico libro de Francisco I. Madero, y el posible legado del ‘68, son puntos que Krauze no deja pasar
por alto: de ambos destaca su espíritu fundacional pero reprueba los vicios del
segundo, vistos hasta la fecha. Y como su talante político nunca se queda
quieto (con el que, a veces, disiento), traza el engranaje generacional de cada
partido y las razones de tanto desaguisado en las arenas (¿movedizas?) de la
esfera política.
Cuando
un autor ha trazado una constante dentro de su obra, podría decirse que encontró
un sentido propio. En “Historiadores centenarios”, Krauze rinde homenaje a dos
autores muy caros a él: Andrés Henestrosa y Silvio Zavala; trabajos que se
emparentan, sin ir más lejos, con los murales biográficos de Mexicanos eminentes y las pinturas de
caballete reunidas en Retratos personales.
(Un tópico “solvente, como todo lo suyo”.) De cualquier forma, De héroes y mitos presenta y confirma
varias de las pasiones que conforman el corpus
krauzeano: en “Tres géneros problemáticos” se oyen varios ecos de su Trilogía del poder (Siglo de caudillos, Biografía del poder, La presidencia imperial);
“Historia de la imaginación heroica” hace un guiño de ojo a La presencia del pasado, mientras “La Reforma : el
sesquicentenario olvidado” propone –bajita la mano– una incursión en su Travesía liberal, y una necesaria Tarea política se anuncia desde “Dos
episodios de libertad” y “¿Cómo llegamos hasta acá?”
¿Por
qué leer De héroes y mitos? ¿Para
deshacerse, de una vez por todas, de los malos manejos de la política reinante
sobre la historia? ¿Para recordarnos lo valioso de ciertos acontecimientos, con
miras a su justa dimensión dentro de nuestra vida histórica? ¿Para develarnos
las consecuencias de la cerrazón de tirios y de troyanos? A estas preguntas,
sobra decir que la respuesta es afirmativa, donde cabría incluir una más: para
conocer, de primera fuente, las pasiones y las obsesiones de Enrique Krauze;
para que sus lectores de toda la vida confirmen su innegable maestría; para que
sus enconados detractores sepan otro modo de decir lo mismo y sin cansarse, y,
claro, para aquellos lectores interesados en leer una obra sin concesiones de
ningún tipo, a los que, si me permiten la sugerencia, convendría también
acercarse a El temple liberal (publicado
por el Fondo de Cultura Económica y Tusquets, en ocasión de sus 60 años de vida)
y así complementar su visión.
Queda
en ustedes, atentos lectores, decir la última palabra al respecto. (Mientras la
polémica persista, ¿verdad?)
Enrique Krauze. De héroes y mitos. México, Tusquets,
2010. (Andanzas, 207/12)
(25/noviembre/2011)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario