lunes, 16 de septiembre de 2013

Pasiones y obsesiones

Ulises Velázquez Gil

Entre la vorágine de publicaciones que salieron con motivo del Bicentenario en 2010, buena parte de éstas acabó por volverse un souvenir del momento. Ante este desalentador panorama, cierta labor crítica recayó en la figura del polémico historiador Enrique Krauze, quien luego de publicar un grueso volumen en torno a la figura de Hugo Chávez, ahora nos entrega De héroes y mitos, obra que llega con vida ante un cacareado espíritu patriotero, para criticarlo en sus justas dimensiones.
Es preciso decir que los quince ensayos que componen De héroes y mitos hacen un recuento de los intereses y las obsesiones de Krauze en los últimos años en estudiar a fondo, y sin prejuicio de por medio, la historia mexicana. En el primer apartado, “Tres géneros problemáticos”, deshace varios paradigmas impuestos por la mira oficialista del momento; critica la “historia de bronce” al bajar a los próceres del pedestal… y del caballo; nos recuerda el otro lado de la Revolución mexicana (los que la sufrieron, sin haberse significado del todo), y, claro, reprueba una tendencia reciente de la historiografía académica: escribir e investigar la historia sólo para consumo personal, es decir, con terminajos incomprensibles para el lector común, pero “apropiados” para los “colegas”. (Para quienes esto les suene familiar, el texto “Desvaríos académicos” es la lectura sesuda del encuentro que organizó la UNAM con motivo de los Centenarios de 2010, cuyas posteriores réplicas hicieron voltear la vista a este ensayo, para, finalmente, darle la razón al crítico.)
Para el segundo apartado, “Historia de la imaginación heroica”, Krauze se ocupa de cuatro casos en el oficio de historiar: primero, a la manera de Plutarco, compara las visiones heterogéneas de dos historiadores con respecto a la Conquista de México: William Prescott y Hugh Thomas, a quienes contrapone entre sí, no por la dimensión de sus trabajos (notables ambos, sobra decirlo), sino por el enfoque al elaborarlos; mientras Prescott privilegiaba la maestría en el decir, Thomas simplemente se fijaba en los hechos, sin tapujo alguno. Con respecto a los dos textos intermedios, ocurre un caso parecido al adecuar miradas diversas a un mismo tema: tanto la fusión de la visión bíblica con la cultura mexicana como el predominio convenenciero de una sola imagen de Miguel Hidalgo ponen en jaque esa visión maniquea que los gobiernos, el chismorreo académico y la pésima infraestructura educativa nos han endilgado por tiempos inmemoriales. (Paréntesis aparte: si Krauze vitupera estas estructuras ¿por qué es el historiador más vilipendiado? Porque –quizás intente responderlo– no tiene nada que perder; no es académico universitario ni mucho menos funcionario en turno. Cosas de la vida.)
En su puntual revisión de las fechas predominantes de la historia mexicana, nos recuerda la importancia de haber conmemorado en su justa dimensión los 150 años de la Constitución de 1857 (las Leyes de Reforma), de donde hace un profundo análisis sobre su vigencia en otros tiempos dados a la cerrazón política, sea de izquierda o de derecha y que aumenta (en ambos sectores) una antipatía enconada hacia su persona; siguiendo con el recuento y la remembranza, los cien años de la publicación del lúbrico libro de Francisco I. Madero, y el posible legado del ‘68, son puntos que Krauze no deja pasar por alto: de ambos destaca su espíritu fundacional pero reprueba los vicios del segundo, vistos hasta la fecha. Y como su talante político nunca se queda quieto (con el que, a veces, disiento), traza el engranaje generacional de cada partido y las razones de tanto desaguisado en las arenas (¿movedizas?) de la esfera política.
Cuando un autor ha trazado una constante dentro de su obra, podría decirse que encontró un sentido propio. En “Historiadores centenarios”, Krauze rinde homenaje a dos autores muy caros a él: Andrés Henestrosa y Silvio Zavala; trabajos que se emparentan, sin ir más lejos, con los murales biográficos de Mexicanos eminentes y las pinturas de caballete reunidas en Retratos personales. (Un tópico “solvente, como todo lo suyo”.) De cualquier forma, De héroes y mitos presenta y confirma varias de las pasiones que conforman el corpus krauzeano: en “Tres géneros problemáticos” se oyen varios ecos de su Trilogía del poder (Siglo de caudillos, Biografía del poder, La presidencia imperial); “Historia de la imaginación heroica” hace un guiño de ojo a La presencia del pasado, mientras “La Reforma: el sesquicentenario olvidado” propone –bajita la mano– una incursión en su Travesía liberal, y una necesaria Tarea política se anuncia desde “Dos episodios de libertad” y “¿Cómo llegamos hasta acá?”
¿Por qué leer De héroes y mitos? ¿Para deshacerse, de una vez por todas, de los malos manejos de la política reinante sobre la historia? ¿Para recordarnos lo valioso de ciertos acontecimientos, con miras a su justa dimensión dentro de nuestra vida histórica? ¿Para develarnos las consecuencias de la cerrazón de tirios y de troyanos? A estas preguntas, sobra decir que la respuesta es afirmativa, donde cabría incluir una más: para conocer, de primera fuente, las pasiones y las obsesiones de Enrique Krauze; para que sus lectores de toda la vida confirmen su innegable maestría; para que sus enconados detractores sepan otro modo de decir lo mismo y sin cansarse, y, claro, para aquellos lectores interesados en leer una obra sin concesiones de ningún tipo, a los que, si me permiten la sugerencia, convendría también acercarse a El temple liberal (publicado por el Fondo de Cultura Económica y Tusquets, en ocasión de sus 60 años de vida) y así complementar su visión.
Queda en ustedes, atentos lectores, decir la última palabra al respecto. (Mientras la polémica persista, ¿verdad?)

Enrique Krauze. De héroes y mitos. México, Tusquets, 2010. (Andanzas, 207/12)

(25/noviembre/2011)

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