Ulises Velázquez Gil
En 1968, sea en París, México y en otras
partes del mundo, centenares de jóvenes se levantaron contra el orden imperante
de su tiempo y pedían a gritos un cambio, como una de sus divisas decía: Seamos realistas ¡pidamos lo imposible!
La respuesta que el mundo les dio ante su esperanza contundente, fue la
represión y, en otros casos, la dispersión. Aunque la primera no pierde un aura
de importancia –por la sangre derramada en algún momento–, duele más la segunda,
siempre en aras de pagar el precio de la contemporización. (Según como esto se
vea…)
Antes
de la aparición en escena de estos jóvenes del ’68, en México, a principios del
siglo XX, otro tipo de jóvenes se agrupó en una asociación con fines culturales,
donde se enfrascaron en la empresa más difícil de todas, la defensa de la
cultura, y para narrar la historia de esa intentona, nadie más capaz para ese
empeño que otra apasionada de la cultura, de nombre Susana Quintanilla. El
resultado, seguro habrán adivinado, es el libro “Nosotros”. La juventud del Ateneo de México.
Pedagoga por partida triple,
pero escritora por derecho propio, Susana Quintanilla se ganó a pulso un lugar
en la historiografía cultural con este estudio que, como su nombre lo indica,
muestra la “juventud del Ateneo de México”, legendaria agrupación que dio
cabida a futuras luminarias de las letras mexicanas, que vivió un tiempo entre
interesante como difícil, doblemente acentuado si ubicamos esta generación
entre los porfiristas ilustrados y los postreros constructores del nuevo saber
mexicano.
A
la par que Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, se suceden otros nombres,
como Alfonso Teja Zabre, Jesús T. Acevedo, Julio Torri, y hasta Martín Luis
Guzmán y José Vasconcelos, por decir algunos nombres; en el Edén del régimen
porfirista, estos jóvenes bien cuidados por Justo Sierra, hicieron todo lo
posible por difundir el saber de su tiempo, pero también buscaban su propia
voz, en el empeño de llenar páginas y vaciar inquietudes. Sin embargo, no
bastan las buenas intenciones para asegurar el sustento, y algunos de ellos
encontraron en el sector público una forma de allegarse recursos, por mínimos
que éstos fueran, a fin de sostener su ilusión literaria.
Es común que los historiadores y exégetas se
refieran al contexto social del Ateneo como si hubiera sido ajeno a la gente.
Utilizan frases del estilo de “en el esplendor del Porfiriato”, como si una
dictadura tuviera luz, o “en el marasmo previo a la Revolución”, como si ésta
hubiera avisado que ya venía, declara la autora ante la engorrosa fama con
que, antes del presente libro, solía verse a la generación del Ateneo, a la que
no la bajaban de generación nepantla,
es decir, de personas que vivieron su postulado entre dos aguas, épocas o tendencias
políticas que sólo empeñan una trayectoria impecable, prístina y franca.
Entre
los propios integrantes del Ateneo, se suscitaban historias diversas, dignas de
una novela de aventuras, o de la épica griega presentida en su postulado;
Alfonso Reyes asume la política de las Letras ante los embates de las letras de
la Política, tentación de su padre Bernardo y delirio de su hermano Rodolfo;
Henríquez Ureña, extranjero sólo de pasaporte, observa y participa al unísono
con sus colegas de grupo; Guzmán y Vasconcelos, los “pollos” del Ateneo,
mientras adquirían su lugar por cuenta propia e intentaban asimilarse a su
época, dudaron de su destino y entraron en escena. (Si me permiten decirlo,
Quintanilla dedica hojas y hojas en ponernos al tanto de la vida de Martín Luis
Guzmán, de sus antecedentes familiares y del cómo la relación con su padre,
militar de carrera, determina en él combatir con y para la literatura. Si
juntáramos esos “fragmentos”, ¿tendremos un arranque
de biografía? Quizás así lo vea, pero no me toca decirlo…)
Uno
de los méritos de “Nosotros” radica
en la fluida prosa y en la fidelidad al detalle con que Susana Quintanilla nos
adentra en el mundo de los jóvenes ateneístas; pese a compartir un tiempo en
común y con ciertas concesiones a su favor, ninguno de ellos obtuvo carta
blanca para asumir su libertad por completo. (Eran tiempos en que era mejor
significarse que justificarse. Ni modo.) Aún así, la autora enfatiza que la
presente obra “prioriza a las personas sobre sus obras. Si alguna palabra
resulta apropiada para nombrar el tema central ésta es formación, pues remite a algo siempre en proceso, nunca acabado del
todo, indefinido”. (El subrayado es mío.) La política predominante en la
familia Reyes derivó que Alfonso defendiera su vocación por las letras; el
heroico final del padre de Martín Luis Guzmán, su intención de hacerse a la mar
de la escritura; Henríquez Ureña, su plataforma de despegue cultural –siempre
en aras de avanzar en su mundo–, y de
Vasconcelos, decantar los primeros avatares de su Ulises criollo (así, sin
cursivas). Otro hecho a notar en la aventura de todos ellos –y los que faltan
por nombrar, no por falta de memoria, sino por exceso de aprecio–, es la
naciente inclinación por el hispanoamericanismo de José Enrique Rodó y su obra
emblemática Ariel: todos los
ateneístas soñaban ese ideal, pero muy pocos quedarían como Próspero en su
intento, aunque, al final, siempre se lograra vencer a Calibán, llámese Gabino
Barreda y el positivismo, o la (posible) levantisca revolucionaria.
A pesar de que existen libros
elementales sobre el tema como La
revuelta y Ateneo de la Juventud
(A-Z), que abordan este grupo con otra perspectiva, es preciso decir que “Nosotros” “termina donde comienzan la
mayor parte de los estudios sobre esta generación”. Además de proporcionarnos
una portentosa fuente de datos desconocidos acerca de ello –al menos para mí,
cabe decirlo–, su dedicación en perfilar a cada uno de los protagonistas le
otorgan un lugar de honor en la historiografía contemporánea, equiparable
solamente a Rudos contra científicos
de Javier Garciadiego, y, si me apuran un poco, a Caudillos culturales en la Revolución mexicana de Enrique Krauze.
(Si aceptaran un buen consejo de mi parte, habría que leer primero el libro de
Susana antes que los ya mencionados: así, veremos cómo evolucionó la cultura
mexicana que, a siglo y pico de distancia, goza de cabal salud.)
Con
todo, la toral enseñanza de “Nosotros”.
La juventud del Ateneo de México reside en mostrarnos a una serie de
personas que lucharon en pro de una nueva perspectiva donde inteligencia y
generosidad habrán de desarrollar al alimón otras empresas más humanas y menos
sistematizadas, donde “pedir lo imposible” es un buen síntoma de congruencia,
pero, sobre todo, de esperanzas renovadas. (Ojalá y así se vea.)
Susana Quintanilla. “Nosotros”. La juventud del Ateneo de México.
México, Tusquets, 2008. (Tiempo de Memoria)
(4/mayo/2012)
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