Ulises Velázquez Gil
Entre los artículos de pulpa académica y los manuales con pretensión de
directorio telefónico, de todas las definiciones dadas al arte de la poesía hay
una muy original de Rubén Bonifaz Nuño que me agrada mucho: “la poesía es como
echar relajo, es decir, para ser libre, para gozar la vida”. En una palabra, un ajuste de cuentas
con las cosas que la propia vida ofrece a cada instante.
En aras de vivir a flor de
piel cada instante de las palabras, Roberto López Moreno regresa al redil de la
poesía con una compilación que destella vitalidad que conocimiento, gratitud y
constancia. Se trata de Xóchitl
Uchitelnitza, poemario que celebra la vida a cada instante, porque cuando
se trata de plasmar el resplandeciente paso de ésta, todo verso se sirve del
tiempo para cumplirlo a cabalidad; condición endémica en López Moreno, por
nacer en una tierra poética por excelencia, Chiapas, donde refulgen dos
diamantes llamados Jaime Sabines y Enoch Cancino Casahonda.
Xóchitl Uchitelnitza se compone por 61 poemas repartidos en
tres secciones; el primero y el tercero son complementarios, respectivamente,
donde se nota a leguas un destino con cierto sentido: compartir o develar qué
hay detrás del horizonte, lleno de flores, como cantos y alabanzas en loor de
la vida. Esa misión recae de forma directa en el poeta, gaviero del tiempo, a
quien se le agradecerá siempre anunciarnos lo que venga. Gracias, poeta que puedes construir con los reflejos/ la simetría
volátil del ensueño./ Aquí, el resplandor de tu diseño:/ sobre el viento
oriente/ hay un lago de ondas lejanías/ en donde habitan leyendas galateas/
danzando acuáticos velámenes. (O como diría Carlos Pellicer: ¡lo que diga el poeta!)
Ahora bien, ¿en qué se distingue el paisaje poético
de México respecto al de otros lares? En las flores ¡¡por supuesto!! Desde
tiempos inmemoriales, la poesía (in
xochitl in cuicatl) ha sido un tópico esencial en
la vida diaria de este lado del mundo, a la vera de inscribir en la memoria
alguna ración de paraíso. Desde el título mismo, Roberto López Moreno se suma a
esta búsqueda; aunque, cabe mencionarlo, es sólo una transfiguración de su
búsqueda poética, o mejor dicho, de la poesía misma. Del poemural al verso laconista, en este ramillete su ábrara late a corazón batiente: Flor en aura de aroma, en los templos del tiempo,/ en alta
función de prima vera,/ primera verdad desde tu siembra,/ de mies
xochitlreparto,/ tierra de propia luz estremecida,/ tierna así la tu guerra,
misión cumplida.
¡¡Ábrara sésamo!! En aras de nombrar la flor, se
desarrollan mundos minúsculos en apariencia, que rebosan de vida y sin importar
su brevísima presencia en la tierra, la poesía permite una segunda oportunidad
para lograr su persistencia en los siguientes testamentos: pétalo que nos instruye en el amor y el tiempo (“Xóchitl
Uchitelinitza”); El conocimiento es la
flor/ y nos habita a través del pétalo/ −somos simetría−./ La eternidad tocamos.
(“El conocimiento es la flor”); ¿Y si es
cierto que Dios existe, flor maestra? (“De veneraciones”); Pero queda la flor maestra,/ Ahí. Aquí./
Para iniciar horarios. (“Desconocimiento”), o éste que cierra el libro: Xóchitl uchitelnitza/ flor maestra/ belleza
y enseñanza/ por encima y encima de la muerte/ fuerte/ siempre/ Vida. (A
final de cuentas, emisarias del tiempo que, como la rosa de Borges, tienen asilo
y estancia en su palabra misma.)
Quien destella un acendrado
amor por las flores, tiene a su cuidado un jardín secreto donde viven y crecen
las más cercanas a su matria
fraternal; ese lugar discrónico reside en la segunda sección del libro,
“Suplemento dominical”, compuesto por diecinueve flores suyas, de alegría floreciente;
pétalos de Coyoacán, cerros de Milpa Alta, versos desde Querétaro y Belén,
conviven en franca cordialidad con la calidez de una canción, destinada para
Valentina (La mañana clara y alta/ tiene
sonrisa de niña), Blanca (Fui bajando
hasta el río,/ mi niña Blanca…/ te compuse este canto/ con cuerdas de agua),
Encarnación (que cante/ tu voz de
tiempo,/ que los niños que fuimos/ seguimos siendo) o Nandiumé (Una canción cantaba/ y la cantaré/ a la risa
encantada/ de Nandiumé), que no requieren exageraciones terrenales para
descubrir en ellas un jardín interior, donde la vida se descubre por sí sola.
Como en “El gigante egoísta”
de Oscar Wilde, la inocencia y el encanto de un niño siembra una semilla de fe
y esperanza en el jardín marchito de un taciturno gigante, así también la
poesía logra este milagro, celebrando una vida en espera de mejores días. El jardín secreto de Roberto López Moreno
simplemente funciona como ese territorio a prueba de tiempo, donde crecen las
mejores flores, a salvo del sufrimiento y del sinsabor del diario acontecer;
aunque también, cabe decirlo, las mejores flores se fertilizan con sangre y con
lágrimas, y ello no las exime de su belleza ni de su encanto.
A final de cuentas, con Xóchitl Uchitelnitza cumple
Roberto López Moreno una deuda con su propia poética, donde su descubrimiento
de la prístina partícula llamada ábrara
encuentra en las flores una inusitada manera de sentirse vivo, y como sus
epígonos mexicas, comparte verso a verso su visión de la flor verdadera, ésa que nos permite ser libres con la vida. Después
de todo, xochitl citlali uchitelnitza,/
instrúyenos/ en tu renovado nacimiento. (Lo demás es mera exageración. De
verdad.)
Roberto López Moreno. Xóchitl Uchitelnitza. México,
Ediciones del Ermitaño, 2013 (Minimalia. La furia del pez, 11)
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