Ulises Velázquez Gil
En la cocina, el baile, la moda y la literatura, una cosa es meramente
primordial: el ritmo. Cada autor, protagonista o ejecutante tiene su propia
manera de hacer las cosas, pero si no cuenta con una línea digna de seguir y se
deja llevar por los caprichos del tiempo, más que ritmo, sus movimientos serán,
hasta cierto punto, autómatas. Y los que siguen las reglas de forma
exageradamente obsesa, igual sucumbirán por carencia de ritmo.
Ante sendas formas de la
exageración (en particular, dentro de los terrenos de la literatura), Sandra
Lorenzano nos propone en Pasiones y
obsesiones otras formas de decir de otro modo lo mismo, pero con una
peculiaridad: darle la palabra a quienes hacen de primera fuente el oficio
literario, es decir, a los escritores mismos. Treinta y seis perspectivas sobre
dos temas capitales en la literatura como en la vida: las pasiones y las
obsesiones; resultado definitivo, cabe señalar, del IV Encuentro de Escritores
Latinoamericanos, cuya temática principal se concentró en aquellos temas, a
guisa de homenaje a Octavio Paz. Era el
año 2008 y se cumplían diez años de la muerte de Octavio Paz, por eso quisimos
dedicar el Encuentro a su memoria, con la certeza de que no hay mejor forma de
homenajear a un poeta, a un enamorado de la palabra como lo era Paz, que
propiciando la reflexión sobre la literatura, las complicidades entre
escritores y las confesiones en torno a los secretos del oficio de escritura.
A diferencia de varias compilaciones en torno al
oficio de escribir que reúnen la poética personal de autores consagrados del
orbe europeo y estadounidense, Pasiones
y obsesiones se distingue de las demás por
cederle la palabra a los escritores latinoamericanos; concretamente, a los más recientes,
nacidos entre 1945 y 1977 (de Ignacio Solares a Tryno Maldonado, pasando por
Anamari Gomís, Adolfo Castañón, Myriam Moscona, Pablo Boullosa, entre otros)
que compartieron con el público asistente lo poco que saben, o mejor dicho,
transmitirles algunas enseñanzas provenientes de su encuentro con la zarza
ardiente.
Para Daniela Abade, no fueron las palabras sino el
poder ejercido con ellas las que asentaron su pasión por la literatura, al
igual por su obsesión por la trashumancia, es decir, un constante estado de
extranjería; en el caso de Eduardo Antonio Parra, el poder por el poder mismo
es una de las formas de la pasión y, por tanto, de la obsesión; mientras que
Anamari Gomís recurre a su propio cuerpo para buscar el sentido de unas y el
destino de otras.
Ahora bien, qué nos pregunta
Sandra Lorenzano al respecto: Y ¿cuáles
son las pasiones de los escritores? ¿De qué se enamoran perdidamente,
peligrosamente, violentamente? ¿Qué odian? ¿A qué le temen? ¿Son diferentes sus
pasiones que las del resto de los mortales? Claro que la pasión corre el riesgo
siempre de volverse amenazante, peligrosa, ¿quién no corre el riesgo de
volverse peligroso?
Darío Jaramillo, en su afán
grafómano, reconoce que llamarle a su madre todos los días a las 7 p.m., la
puntualidad y un equipo de futbol de Medellín forman parte de su móvil de
escritura, y que las historias de Karen Carpenter, Rafael Medina Flores, los
hermanos Collyer y Juan García Ponce –es decir, sus obsesas vidas al límite−
sean materia prima digna del cuento más inverosímil urdido por Julieta García
González; y qué decir del inventario físico-matemágico
de Jorge Volpi. Ellos, al igual que sus demás colegas, tiene sus propias
pasiones y obsesiones, sólo que para buscar las propias, es preciso reflejarse
en las ajenas, porque después de todo, qué es la literatura sino una casa de los espejos: cóncavos y
convexos, descarnadamente honestos o descaradamente ilusorios.
Mientras que la mayoría de
los convidados al encuentro hablan de su aldea para describir al mundo, muy
pocos dedicaron su intervención en hablar del ilustre homenajeado, Octavio Paz;
tal es el caso de Ignacio Solares, quien declara en su favor lo siguiente: Escribir sobre Octavio Paz con un lenguaje
que no sea el de la pasión resulta contradictorio. Para Octavio los poderes de
la palabra no eran distintos a los de la pasión, y ésta, en su forma más alta y
tensa, no era sino poesía. Y como la poesía era el mero mole de Paz, una de
sus obras emblemáticas recibe de Adolfo Castañón su mejor homenaje, una crítica
acertada, generosa e inteligente: […] Pasado en claro representa limpiamente al Octavio Paz más próximo a la melancolía de
Saturno que al ímpetu guerrero del que sólo ve las armas del verano o las
silvestres y lunares calamidades y milagros, para jugar con sus títulos. Pasado
en claro sigue siendo un poema habitado
por dioses, pero éstos son dioses taciturnos, cuando no melancólicos, dioses
que vienen de vuelta.
(Paréntesis aparte: quien
esto escribe tuvo la dicha de asistir, hace cinco años exactamente, al Claustro
de Sor Juana en ocasión de aquel encuentro; hacia donde volteara la mirada, me
parecía escuchar la voz de Octavio Paz, y a medida que caminaba por los
pasillos del Claustro, esa voz se volvía irrepetible, como si en el momento
menos esperado me dijera las siguientes palabras: “Soy hombre: duro poco y es
enorme la noche.” Y como en aquel lugar también estuvo Sor Juana Inés de la
Cruz, nunca dudé que en algún descuido de mi parte, ella y Paz se me acercarían
para conversar conmigo. Hasta la fecha, no he saldado esa deuda...)
A final de cuentas, cada
quien tiene sus propias Pasiones y
obsesiones que describen de forma gradual el oficio de escribir, encargado
de pintarnos de cuerpo entero, o en aras de develarnos algo primordial de nuestro
mundo. Así como el ritmo lleva la batuta en cuanto a la moda, el baile y la
cocina, también la tiene dentro de la literatura misma, donde digno es de
contar cómo nos fue en la feria, es decir, de qué manera escribimos.
Sin duda alguna, esta
compilación, sabia y generosa como la propia Sandra Lorenzano, será un maravilloso
incentivo para que jóvenes autores encuentren su camino literario y los
lectores en lista de espera conozcan otra manera de vivir con y para la
literatura, y en este sentido, los clásicos nunca se equivocan: “Se non è vero, è ben trovato”. (¿Qué
otra cosa podemos ya decir?)
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