Ulises Velázquez
Gil
En una charla con varios colegas en algún
lugar de la Condesa, luego de expresarles mi asombro por los lugares que ya no
existen en la ciudad, una poeta de místicos vuelos me lanzó una frase lapidaria
que lo resumió todo: “es porque te tocó nacer en la generación del holograma”. A fuerza de comprender letra por letra
esas palabras, encontré una (posible) razón: los que aún somos jóvenes, es
decir, menores de 40 años −como quien esto escribe−, cuando nos hablan de
edificios que ya no existen por completo, y algunos de los que, simplemente,
quedan fragmentos, es como si estuviéramos frente a una alucinación, un
espejismo, un holograma. (Como quien dice, sólo sabemos su nombre.)
En el empeño por
recordar la gloria pasada de aquellos lugares, un centrícola marginal, René Avilés Fabila, nos ofrece en Antigua grandeza mexicana su visión de
una ciudad que se nos fue con el tiempo (mejor dicho, que la desquiciada noción
de modernidad –enarbolada por el político en turno, las más de las veces− se
llevara en silencio).
Dividida en cinco
partes (acompañadas por una serie de fotografías extraídas del archivo gráfico
del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM), Antigua grandeza mexicana funciona a manera de guía turística por
calles y edificios del primer cuadro de la Ciudad de México, con su respectiva
descripción sobre los usos que tuvieron antaño, y el agregado memorialista del
autor. Para mí, de niño, en plena Segunda
Guerra Mundial, el Centro (así, con mayúscula), el hoy llamado Centro
Histórico, era mi casa, mi escuela, mi vida, el ombligo del mundo, era México.
Bajo la primera
clasificación, Avilés Fabila pondera la importancia de los edificios que
componen aquella patria del corazón, hilando también sus propios recuerdos a la
vida de esos recintos. Menciono un ejemplo. Al hablar de la Antigua Aduana
(donde hoy se localiza la Secretaría de Educación Pública), sin olvidarse de su
prístina función, presencias notables como José Vasconcelos, David Alfaro
Siqueiros y Diego Rivera –fantasmas del dominio público− se conjugan con las de
José Revueltas y René Avilés Rojas, padre del autor, y donde una sencilla y no
menos encantadora Plaza de Santo Domingo se torna sucursal del paraíso. Hoy
sabemos que esos lares son estancia fraternal de evangelistas e impresores. Vale la pena advertir que el lugar
seleccionado para construir el edificio era un punto importante tanto en la
vida azteca como en la hispana y con el tiempo resultó ser la zona donde se
formó la nueva educación y cultura, nacieron los valores del México que hoy
tenemos y por cuyas calles caminaron poetas, pintores, estudiantes de la
primera universidad de América Latina, narradores en busca de temas para sus
novelas, músicos que preparaban obras de envergadura. En ese vaivén de sueños y
hazañas, estaba como eje la plaza de Santo Domingo, en el viejo centro
histórico de la Ciudad de México.
Para los que somos
orgullosamente UNAM, no nos dejan de sorprender las cariñosas evocaciones que
René Avilés Fabila realiza en torno a uno de los lugares más emblemáticos, el
Antiguo Colegio de San Ildefonso, la legendaria Preparatoria 1. A este lugar repleto de historia, que
aparece en libros fundamentales, de prosa vigorosa y sonora, como El
desastre de José Vasconcelos, yo solía
acudir a buscar amigos y a ver los murales de Orozco y Fermín Revueltas, iba a
la diminuta sala cinematográfica Fósforo y a El Generalito y en el auditorio
Simón Bolívar escuchaba conferencias y sesiones musicales… (A la distancia,
la logística actual del ACSI no ha perdido su encanto ¿verdad? Pero sigamos
adelante.)
Después de llevarnos
por los edificios y las calles que suscitaron sus primeros afectos y
presagiaron su quehacer editorial, ahora su recorrido toma por asalto algunos
lugares significativos para la vida de la ciudad y del país, como el Palacio
Nacional y el Zócalo, parejera de toda la vida. De todos los sitios de Palacio Nacional, y aparte de los frescos de
Rivera, me fascinaba visitar a Benito Juárez, iba al sitio llamado el Recinto
de Juárez y me conmovía la severidad con la que vivía y los atroces
sufrimientos que padeció en sus últimos momentos, narrados de manera magistral
por uno de sus mejores biógrafos: Héctor Pérez Martínez […] en Juárez el impasible. Como dato curioso, en esas épocas: los
intelectuales estaban del lado del poder. (Paréntesis aparte: por las
inmediaciones del Palacio Nacional, una heroica empresa cultural se gestaba
para deleite de bibliófilos y deber de investigadores: el Boletín Bibliográfico Mexicano de la Secretaría de Hacienda, aún a
la espera de su propia biografía.)
Respecto a los
recintos dedicados a la cultura, merecen grata mención El Colegio Nacional
(donde el autor, cuando niño, tuvo su primer encuentro con un gigante humanista
llamado Jaime Torres Bodet) y la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística,
con todo y su famosa polémica por la publicación de Los hijos de Sánchez de Oscar Lewis. (Ambas, hasta el día de hoy,
gozan de cabal salud.)
Cabe señalar una
presencia entrañable en la matria urbana y literaria de René Avilés Fabila: la
legendaria librería de Polo Duarte, Libros
Escogidos, donde la trinchera más perdurable del exilio español dio asilo a
un sinnúmero de escritores presentes, pretéritos y futuros. Polo Duarte tenía verdaderos tesoros, libros
viejos y nuevos, espléndidos. Poesía, además, una interminable colección de
autógrafos, páginas arrancadas a libros de personajes famosos que habían parado
en sus manos […] Allí […] concurrían el poeta Juan Rejano, el
novelista Otaola y el crítico de cine Francisco Pina, todos ellos republicanos
y hombres de vasta cultura y amplia generosidad. Entre los jóvenes iban Gustavo
Sáinz, Gerardo de la Torre, José Agustín y yo, desde luego.
Cada vez que hablo de
la ciudad, sea cual sea el pretexto, aquellos famosos versos de Constantino
Cavafis vuelven a mi pensamiento y se empeñan en hallar su lugar en estas
líneas: No hallarás otras tierras, no
hallarás otro mar. La ciudad te habrá de seguir. Para René Avilés Fabila,
como a Bernardo de Balbuena y a Salvador Novo en sendas obras clásicas,
compartir su mirada en torno a la grandeza mexicana, nos recobra una ciudad que
para nosotros hoy se antojaría la mejor de todas, o por lo menos, habitable por
completo; mientras que para aquellos que la vivieron a flor de piel, es un
grato regreso a la querencia.
En estos tiempos
dedicados al rescate de las historias de
la Historia (empleando una generosa expresión de Vicente Quirarte, también
ilustre centrícola), Antigua grandeza mexicana es una
importante contribución al recobrar, a la par de una historia personal, la vida
privada de una ciudad que se niega a morir, una
ciudad holográfica de donde surgirán, victoriosas, dos lecturas: la
arquitectónica, en espera de una justa presencia que permita la conservación de
los edificios todavía firmes, y la literaria, para reconocernos en las obras
que nos han marcado como habitantes y viajeros del Centro Histórico. (Nunca es
tarde para conocerlo muy fondo. De verdad.)
René Avilés Fabila. Antigua grandeza mexicana. Nostalgias del
ombligo del mundo. México, Porrúa, 2010.
(16/noviembre/2012)
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