Ulises Velázquez
Gil
En ocasiones, cuando se conoce una parte
de la obra escrita por una persona de “mal agüero”, solemos tirar al cesto
de la basura más cercano el primer libro que hojeamos de y sobre él. Al
tratarse de un historiador, todavía somos un poco más tolerantes, pero si
hablamos de Enrique Krauze nadie sabe a qué atenerse. Pero yo sí lo sé, cuando
el libro en cuestión lleva un sencillo y nada pretencioso título: Retratos personales, cuyo eje
central es la biografía, a través de varios personajes de la vida mexicana que
pasaron por su tiempo y espacio.
Veintiséis retratos,
repartidos en seis secciones (Crear,
Saber, Servir, Ejercer el poder, Criticar al poder e Historiar), son la muestra
fehaciente del interés, pero sobre todo, de la admiración que Krauze tiene
hacia varios personajes de la cultura, la política y las artes, cuya presencia
aún suscita sea enconadas polémicas, sea gratas coincidencias. Aunque, cabría
decir, que varios de los personajes reunidos podrían abarcar no sólo una, sino
varias clasificaciones. “La clasificación que utilizo focaliza un aspecto de la
persona, el que considero predominante”.
Cuando se trata de hablarnos
acerca de los autores consignados por él, Krauze emplea un lenguaje menos
complicado, más certero en sus intenciones y esto gracias a la notoria
admiración hacia el biografiado; sin embargo, buena parte de esos retratos se
deben, desgraciadamente, al rigor y a la resignación de un obituario. La
convivencia personal o intelectual con los biografiados, se nota en la
franqueza del estilo al escribirlos. Sus retratos de Octavio Paz, Daniel Cosío
Villegas, Luis González y González, Alejandro Rossi y Gabriel Zaid, son addendas a los viejos y
entrañables puertos de llegada. En otros, como los dedicados a Julio Scherer,
Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez y hasta Emilio Azcárraga Milmo, son
admiraciones con cierta coyuntura, pero leales a su propósito. (Pero entre el
rigor de la pluma y la pasión de la pala, digno es recalcar la presencia de artistas
gratamente notables: Manuel Álvarez Bravo y Juan Soriano.) Y el resto,
simplemente una promesa cumplida, tales los casos de Edmundo O’Gorman, José
Luis Martínez, Jean Meyer, Richard M. Morse y un atípico del siglo XIX, José
Fernando Ramírez, donde cabe decir que son un recuento justo y hecho a tiempo.
Retratos personales es a Enrique Krauze lo que Ejercicios de admiración es a
E. M. Cioran o Los días del
maestro para Vicente Quirarte, es decir, toda esa amplia gama de
prólogos, textos laudatorios y obituarios que expresan el aprecio y la
admiración que el autor sintió hacia algunos de sus contemporáneos. En el caso
de Krauze, sí se aplica esto, pero simplemente son deudas de honor conjuntadas
en un solo volumen. Según su autor, es una secuela natural de Mexicanos eminentes; aún así,
diría que ambos libros son los primeros volúmenes de uno solo, de índole
naturalmente biográfica. (En el libro precedente, Alexander von Humboldt, Pedro
Henríquez Ureña y Joy Laville son agrupados en el apartado “Mexicanos por
adopción”, al que –dado el rubro– debería agregarle el texto sobre Jean Meyer;
sin embargo, éste queda muy bien entre los hombres del oficio de historiar,
como Luis González y González.)
¿Por qué leer Retratos personales? Aunque
varios de los retratados en este volumen no sean del agrado del lector, es
preciso acercarse a ellos para conocerles otra faceta, menos prejuiciosa pero
más humana a final de cuentas. Incluso, reconoce Krauze, que esa intención
siempre se halla bien sustentada por una cita de Marc Bloch: “Robespierristas,
antirrobespierristas, ¿por qué no me dicen, sencillamente, cómo era
Robespierre?”. En una palabra, dejar el prejuicio afuera de la sala y aceptar
la invitación para conocer a los indiciados sin nada que perder. Si después de leer
el libro, dicho prejuicio sigue latente, al menos el lector se dio tiempo para
conocer otro punto de vista. (Cuestión de enfoques.)
Finalmente, sólo una
recomendación para una próxima obra de este tipo: que Krauze incluya más
retratos y/o biografías de más mexicanos eminentes –ahora y siempre–, como
Álvaro Matute y Javier Garciadiego (a quienes escribió sendos y formidables
textos, a manera de bienvenida en la Academia Mexicana
de la Historia ),
pero el tiempo, sólo éste, hará lo propio. El
tiempo también pinta, decía -y con justa razón- Francisco de Goya.
Y más retratos de Krauze tendrán ese privilegio.
Enrique
Krauze. Retratos personales. México, Tusquets,
2007. (Andanzas, 207/11)
(14/noviembre/2011)
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