Ulises Velázquez Gil
En los anchos y ajenos caminos del ensayo en México, todos los autores
que incursionan en ese género, tienen –tenemos– una deuda con Michel de
Montaigne: a cada instante ganado al tiempo, una hoja bien escrita es el mejor
de los paseos. Y cuando se origine a raíz de la lectura de nuestro tiempo
circundante, o de la mirada ajena con la que coincidimos en lugar y forma, será,
sin duda, un paseo bien hecho.
Ensayista de altos vuelos y
alurófila en sabio acompañamiento, Paola Velasco nos entrega en Veredas para un centauro el resultado de
sus paseos, donde una variedad de temas salen a su encuentro para enunciarnos
su naturaleza y seguir una línea trazada por el solitario de la torre, Michel
de Montaigne −denominada primeramente paseo−,
y de aquel polígrafo de dos orillas, Alfonso Reyes, que llamara al ensayo el centauro de los géneros, por su
carácter igualmente erudito que imaginativo. (No olvidemos que sus mejores
trabajos llevan ese doble sino.) Y aunque en ella reconocemos una deuda
con ambos, también lo es del Gilbert Keith Chesterton que urdió sus Enormes minucias, de donde resalta el texto sobre las cosas que se llevan en el
bolsillo.
El “bolsillo” de Paola lleva consigo quince objetos
de distinta especie, entre remedios para el dolor, gatos que acompañan a los
escritores y hasta una instantánea –snapshot, instagram− de las bancas
del Paseo de la Reforma, sin olvidarnos de los escritores que componen su
propia genealogía, sus clásicos, que vuelven a sus ojos para tornarse parte de sus líneas y de sus
pensamientos, gracias a la fidelidad de muchas lecturas.
Ida
y vuelta, entrar y salir sin fatiga del libro a la vida y viceversa, es
prerrogativa de contados escritores y Reyes habría de servirnos como ejemplo
del hombre que combina disciplina, ciencia, humor y vitalismo en sus textos, la
intuición de lo cotidiano zigzagueando entre el culmen de la sabiduría. La generosa descripción que hace del
regiomontano eminente bien podría quedarle a ella, dado que esas
características la pintan por entero. No sólo la presencia de Alfonso Reyes
sale a su encuentro, también hacen lo propio Gilberto Owen, Francisco Tario,
Nélida Piñón y Clarice Lispector, a quienes dedica sendos textos, casi todos
procedentes de libros colectivos, entre volúmenes en homenaje, reseñas críticas
y hasta embriones de prólogo. Sin embargo, al reunir a esos extraños textos
peregrinos en una sola publicación, les concede cierta unidad, a guisa de
bitácora lectora; de todas formas, prueba de vida.
Leer el mundo, apelando a la
generosa expresión de Felipe Garrido, obedece a hacerlo con las imágenes y los
signos que se nos presentan alrededor. En “Holland
House Library”, aquella imagen de una biblioteca destruida por los embates
de la guerra cobra en Paola Velasco el más fraternal réquiem por la lectura y
por el conocimiento, imperecederos pese a todo embate del tiempo transcurrido:
[…] la fotografía de la biblioteca de la
Holland House produce una doble fascinación: por un lado, la atracción que
ejerce el horror y algo de absurdo que raya en lo insano: cómo puede ser que
luego de diez horas continuas de bombardeo, más de cien víctimas e incontables
pérdidas arquitectónicas, tres hombres entren a echar un vistazo tan
despreocupados y curiosos […] a una
biblioteca vencida, agonizante, que les entrega lo que sobrevivió de sus
tesoros. ¿Tanta puede ser la magnitud de nuestra indiferencia?
Los paseos de Paola Velasco
van de las letras a la vida y de vuelta; inclusive por calles y avenidas como el
Paseo de la Reforma, suerte de experiencia inusitada y festiva: Paseo de la Reforma es un largo abalorio de
personajes, anécdotas, acontecimientos enlazados sin hiatos ni cesuras. Su
funambulesco equilibrio tensa fuerzas, anulándolas y reforzándolas, poniendo
como fiel una dialéctica que hace de esta avenida un espacio de cadenciosa
coexistencia […] Es el escenario de
una cotidianeidad de visiones absurdas y espléndidas. […] Es el mismo y tan otro, el Paseo donde los
amigos se reúnen a conversar, a matar el tiempo, y los amantes se dan el primer
beso mirando hacia la Palma mientras en el edificio de la Bolsa de Valores,
bajo los destellos de sus cristales, se define el rumbo de la economía de este
país. (Como quien dice, Paola pasea literalmente por su objeto de
escritura.)
“Las veredas quitarán, pero
la querencia ¿cuándo?”, reza un conocido refrán que bien resumiría una vocación
lectora y hasta de consumada investigación. El transcurso de una vida dedicada
a ello se resume en las lecturas que se hacen –por obra del azar, o por una
necesaria y engorrosa enseñanza–, pero al final las más importantes, se tornarán
en aquella querencia que nos espera como si un solo día hubiese transcurrido,
aunque los años digan lo contrario. En este libro, veredas y querencia son la
misma cosa, porque quitan y acercan a su vez; alejan del tedio y de la
ignorancia, motivando un conocimiento ulterior. Asimismo, acercan y confirman la
pasión por la lectura y, claro, también la escritura.
En suma, Veredas para un centauro se
antoja interesante recorrido por el mundo que nos circunda; los libros que
leemos (y, por consiguiente, sus entrañables autores), los utensilios de cada
oficio cotidiano, las emociones encontradas en una fotografía y hasta las
trayectorias que hacen el dolor y la melancolía por todo el cuerpo, entre otras
cosas, describen a carta cabal todo lo que aprendimos tanto en el lugar de los
hechos como en las palabras que escuchamos a través de la zarza ardiente;
andanzas y maestranzas que definen una postrera vocación, o simplemente, nos
llevan de vacaciones por la vida. Después de todo, como decía Amelia Earthart,
“la aventura es lo único que importa”, y en el ensayo también lo vale, ¿no es
así? (Así sea.)
Paola Velasco. Veredas para un centauro.
México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2012. (Molinos de Viento, 147)
(17/diciembre/2012)
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