La primera vez que en mi vida oí hablar de Marcello Mastroianni, fue en el mero día de su muerte, un jueves 19 de diciembre de 1996. No había noticiario que le dedicara algunos minutos para recordar su vida y su obra. Pero gracias a estas motivaciones necrológicas, me acerqué a sus películas y esa admiración quedó plasmada en uno de mis primeros poemas, un soneto, para ser preciso sobre el gran Marcello, el cual, próximamente, reproduciré aquí.
Nacido un día como hoy, un 28 de septiembre de 1923, en Fontana Liri, Marcello Vincenzo Domenico Mastrojanni tuvo desde muy joven una inclinación por el arte y, concretamente, por la actuación. Luego de escapar de un campo de trabajo nazi, se gana la vida con el oficio que aprendió de su padre, la carpintería, y además agregaba algunos dibujos de su autoría. Aunque sus intenciones de estudiar arquitectura eran seguras, el director Luchino Visconti fue quien lo convirtió al culto a las tablas, es decir, lo convirtió en actor. En el cine italiano, ¡¡con quien no trabajó!! Mario Monicelli, Marco Ferreri, Pietro Germi, Dino Risi, Ettore Scola, el propio Visconti, pero fue Federico Fellini quien lo llevó a los cuernos de la luna. Además, era más que innegable el tremendo sex appeal que lo hacía único. (Faye Dunaway, Monica Vitti, Marina Vlady, Giulietta Massina, Sophia Loren y Cathèrine Deneuve pueden comprobarlo.)
Sin embargo, Marcello siempre andaba en busca de nuevos proyectos fílmicos, mismos que lo llevaran hacia otros países y hacer lo que siempre ha amado: actuar. Theo Angelopoulos, Nikita Mijalkov, Robert Altman y Manoel de Oliveira, por decir algunos. Inclusive, por esta naturaleza, siempre gustaba de probarse a sí mismo. (Nunca le falló el tino.) Desde el avejentado Casanova de La noche de Varennes, pasando por el político desaparecido de El paso suspendido de la cigüeña, hasta el conmovedor protagonista de Sostiene Pereira, Mastroianni siempre acaba por convencernos y, a su vez, él mismo juega con dicho rol.
A diferencia de su personaje en Sostiene Pereira, no intento con estas líneas hacer una necrológica ni mucho menos un esbozo biográfico; simplemente que esto sirva de invitación para acercarse a sus películas, y a su vida también, claro está. Mientras él estaba en Portugal, rodando su última película, Viaje al principio del mundo, la cineasta Anna María Tatò aprovechaba las pausas en el rodaje para filmarlo en todo momento. El resultado de esa proeza fue un documental biográfico, cuya versión en libro lleva el nombre Sí, ya me acuerdo (Mi ricordo, si, io mi ricordo), del cual presento, a guisa de colofón, un hermoso texto que bien lo podría definirlo con todas las letras. El resto, sobra decirlo, corre por cuenta de ustedes.
Como un viejo elefante
Recuerdo un gran níspero.
Recuerdo mi asombro y fascinación al contemplar los rascacielos de Nueva York desde Park Avenue, a la hora del crepúsculo.
Recuerdo la cazuelita de aluminio a la que le faltaba un asa y donde mi madre freía los huevos.
Recuerdo la voz de Rabagliati saliendo de un gran tocadiscos y cantando: "E tic e tac cos'è che batte è l'orologio del cuor".
Recuerdo a Clark Gable muy joven, en blanco y negro, de espaldas; luego se vuelve y sonríe... así. Un tunante irresistiblemente simpático. ¿Qué película era? Quizá Sucedió una noche.
Recuerdo la carpintería de mi abuelo y de mi padre. Mi abuelo está haciendo una silla. ¡Recuerdo el olor de la madera, el olor de la madera!
Recuerdo los uniformes de los alemanes. Recuerdo a los refugiados.
Recuerdo que en una ocasión soñé que vivía en un dirigible. O quizás era una astronave.
Recuerdo a H.G.Wells, a Simenon, a Ray Bradbury.
Recuerdo las ilustraciones en color de La Domenica del Corriere. Y también Flash Gordon.
Recuerdo que Fellini me llamaba Snaporaz.
Recuerdo la primera vez que fui de campamento.
Recuerdo a Chéjov, en particular al capitán Solioni, que en Las tres hermanas dice: "pío, pío, pío".
Recuerdo la primera vez que vi las montañas, y la nieve, y la emoción que sentí.
Recuerdo la música de Stardust. Era antes de la guerra. Bailaba con una chica que llevaba un vestido floreado.
Recuerdo los caballos del viejo anuncio de cervezas Peroni.
Recuerdo perfectamente el sabor y el olor del cocido de garbanzos. Y recuerdo que la noche de Navidad se jugaba al bingo.
Recuerdo el terrible zumbido de los Liberators, los aviones norteamericanos del primer bombardeo sobre Roma.
Recuerdo la agilidad tan elegante de Fred Astaire.
Recuerdo la primera vez que el hombre pisó la luna al ralentí. Pero, ¿dónde estaba yo?
Recuerdo que fui por primera vez al cine en Turín. Vi Ben Hur, con Ramón Novarro. Tenía seis años.
Recuerdo París, cuando nació mi hija Chiara.
Recuerdo las croquetas de arroz. Pero era imposible comprar todos los días, costaban cuarenta céntimos.
Recuerdo mi primer sombrero de hombre; era modelo Saratoga.
Recuerdo las películas cómicas de Charlot.
Recuerdo a mi hermano Ruggero.
Recuerdo que Cicerón nació en el año 106 A.C., es decir, 2122 años antes que yo, pero a dos pasos de mi casa, en Arpino. Mi abuelo se sentía orgulloso de ello. "Vitam regit fortuna, non sapientia", me decía, citando a nuestro conciudadano. Luego dejaba escapar un suspiro y añadía: "Pues sí, la fortuna es la que dirige la vida, no la sabiduría."
Recuerdo una noche de verano con olor a lluvia.
Recuerdo las aventuras de Ulises: "Háblame, musa, de aquel varón de multiforme ingenio..."
Recuerdo a Classius Clay (llamado La Lengua) en Nueva York, enfrentándose a Frazer.
Recuerdo la espléndida cabeza cana del arquitecto Ridolfi, mi profesor de dibujo arquitectónico.
Recuerdo los primeros dibujos de mi hija Bárbara.
Recuerdo mi proyecto de elevar el Tíber construyendo debajo una carretera.
Recuerdo a Greta Garbo mirándome los zapatos y diciendo: "Italian shoes?"
Recuerdo el primer cigarrillo que fumé. Estaba hecho, lo recuerdo perfectamente, con barbas de mazorcas.
Recuerdo las manos de mi tío Umberto, unas manos fuertes como tenazas, manos de escultor.
Recuerdo el silencio que se hizo en el restaurante Chez Maxim's cuando apareció Gary Cooper vestido con un esmoquin blanco.
Recuerdo una pequeña estación y el ruido de los trenes. Recuerdo a la cajera del bar de la estación. La caja hacía: ¡clin,clin,clin,clin! ¡Cobrado!
Recuerdo a Marilyn Monroe.
El primer automóvil que tuve, lo recuerdo, era un Topolino modelo camioneta.
No sé por qué recuerdo esta estúpida retahíla: "¡Oh cuántas chicas guapas, Madame Doré, oh cuántas chicas guapas!"
Recuerdo las luciérnagas, que ya no se ven.
Recuerdo la nieve en la plaza Roja de Moscú.
Recuerdo un sueño en el que alguien me dice que me lleve los recuerdos de casa de mis padres.
Recuerdo un viaje en tren durante la guerra: el tren entraba en un túnel, se hace una gran oscuridad y, entonces, en el medio del silencio, una desconocida me besa en la boca.
Recuerdo a los kurdos masacrados en un éxodo bíblico; recuerdo que no debo olvidar la violencia de tantas imágenes absurdamente violentas.
Recuerdo también la sensación de silencio y de luz suspendidos sobre la ciudad de Jerusalén como un halo místico.
Recuerdo el deseo de ver qué será de este mundo, qué sucederá en el año 2000, y de estar allí y recordarlo todo como un viejo elefante, sí, porque, lo recuerdo ¡siempre he sido muy curioso!
Y hasta recuerdo cuando íbamos a cazar lagartijas. ¡Mi tirachinas!
Recuerdo mi primera noche de amor.
Sí, ya me acuerdo. . .
No hay comentarios.:
Publicar un comentario