Tal y como se había acordado, en mayo pasado, se llevó a cabo el homenaje a la finada investigadora mexicana Hannelore Malmberg. Desde el interior de la Sociedad Nacional de Historiografía, la Facultad de Estudios Superiores, campus Norte, y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, a lo largo de cinco días se presentaron ponencias; la investigadora Miriam González Meyer impartió un curso sobre historia y literatura, y se hizo el anuncio de los candidatos al premio Malmberg. (Regularmente éste se daba a conocer el 17 de septiembre de cada año, pero en semejante circunstancia, se hizo una excepción.)
Al término del homenaje (realizado del 8 al 12 de mayo, en las sedes antes mencionadas), la Sociedad llevó a cabo una de sus magnas sesiones, donde se acordaron tres cosas: 1) Publicar la memoria del homenaje, que llevaría el siguiente título: De Babelia. Homenaje a Hannelore Malmberg, coordinada por las lingüistas Ana Laura Máynez y Laura Leñero, el escritor Eliseo Blancarte y Myriam Gossman, hija de la Dra. Malmberg. (Deberá estar lista para la segunda entrega del premio Malmberg, a llevarse a cabo el 12 de octubre en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.) 2) Aprobar, casi por unanimidad, el ingreso de dos nuevas integrantes, ambas historiadoras: Sofía de la Garza Muriel, experta en estudios prehispánicos y coloniales, y Rebeca Garciadiego Katz, investigadora versada en materia de Revoluciones del siglo XX y otrora secretaria particular del presidente de El Colegio de México. Y para comenzar su trayectoria historiográfica de manera oficial en el seno de la SONAHIST, se comprometieron a impartir un curso sobre sus respectivos temas; coordinadas, desde luego, por su colega y amiga Miriam González Meyer. Y 3) El anuncio de una nueva etapa en el quehacer de la Sociedad: el intercambio académico. Gracias a un convenio con la Universidad Hebrea de Jerusalén, se instituyó la Cátedra Hannelore Malmberg, y la Profa. Gossman sería la primera en inaugurarla. Para ello, partió hacia Jerusalén, donde permanecería un año completo, y dedicada, no sólo a impartir las cinco conferencias reglamentarias, sino que también generaría futuros convenios académicos y editoriales.
Antes de irse, dejó instrucciones para la creación de una Junta de Benefactores de la SONAHIST, quienes se encargarían de obtener tanto apoyos económicos como conseguir los espacios necesarios donde realizar los eventos de la Sociedad. Dicha junta quedó integrada por los empresarios José Luis Carranza Ruizpalacio, Armando Calles Alamán y François-Xavier Poulain (a la sazón, esposos de Laura Leñero, Miriam González y Rosalía Florescano, respectivamente); el académico Serafín Ruiz de Alarcón, la arquitecta Claudette Seligson, la matemática (metida en política, qué remedio) Onatta von Weissberg, el Ing. Agustín Tolsá Quintana, y la propia Gossman, representante de la familia Malmberg. (Precisamente, por la naturaleza de sus lazos, comenzaría una época de bonanza para la institución.) Por desgracia, esto culminó de un solo golpe.
La mañana del 9 de junio, a las oficinas de la SONAHIST, en Liverpool 76, llegó un e-mail de la Universidad Hebrea con el siguiente contenido: “Myriam Gossman, académica visitante en esta universidad y primera en ocupar la Cátedra Hannelore Malmberg, falleció ayer, 8 de junio, a las 20:15 hrs. [tiempo local], en un accidente automovilístico cuando volvía de la ciudad de Tel-Aviv. La acompañaban David Warman, profesor titular en la misma universidad, y Rebeca Solano Torres, empleada de la Embajada Mexicana. Murieron al instante. La Universidad Hebrea de Jerusalén y las embajadas de México e Israel correrán con los gastos de traslado a México.” La misiva fue recibida por Ascensión F. de Enrigue, Eliseo Blancarte y Rebeca Garciadiego, quienes luego de leerla, se pusieron en contacto con la embajadora de Israel y llevar a cabo las respectivas exequias.
El día 12 de junio, a las 8 p.m (tiempo local), un avión de Aeroméxico trajo los restos mortales de la Profa. Gossman y de la Sra. Solano. Cuando los féretros bajaron del avión, una banda de música que había enviado la Secretaría de Relaciones Exteriores y la Embajada Israelí, interpretó sendos repertorios de música hebrea y de obras de Vivaldi, respectivamente. La comitiva que acudió al acto estuvo conformada tanto por la mesa directiva de la SONAHIST como por amigos y familiares tanto de Myriam Gossman como de Rebeca Solano. (Ese mismo día, Fermín Feria y Edgar Espinola, abogados de la familia Gossman Malmberg, llevaron a cabo todas las disposiciones que ella dejó acordadas, las cuales se conocerían el mes siguiente. Por mientras, los abogados se limitaron a decir que los restos de la ilustre benefactora serían incinerados y puestos en una urna metálica, localizada en el interior de su antigua casa, hoy sede de la Sociedad.)
Sin embargo, para algunas integrantes, tanto la Dra. Malmberg como su hija Myriam, generaron un profundo misterio y eso les hacía darle demasiadas vueltas a la cuchara. Dicha incertidumbre (casi desconcierto) fue objeto de charla entre Eliseo Blancarte (otrora amigo de las Malmberg) y sus colegas Garciadiego, González Meyer y De la Garza, las Clío, en el Sanborns de Los Azulejos.
-Desgraciadamente –dijo Eliseo– nadie logró traspasar la privacidad de esa familia; si llegué a conocerlas, se debió a que la Dra. Malmberg era una asidua lectora en la biblioteca donde yo trabajaba. Para cuando me integré a la SONAHIST, conocí todos los entramados de doña Anna, como cariñosamente le llamaban sus vecinos. Pero, para serles franco, nunca conocí muy bien a su hija Myriam. Recuerdo que le decía Minnie Malmberg; ella ¡¡por poco y me mata!! Cuando supe que le disgustaban las comparaciones con su mamá, al igual que los diminutivos, renuncié a ello.
Se quedó pensativo unos instantes y continuó diciendo.
-Creo que no está en mí hacer su biografía –dice con voz entrecortada– Bueno…si ayudé a Rebeca de la Torre y a Ericka Mildred Ortega para reconstruir la vida de su madre, pero fue sólo a instancia de mis colegas, por supuesto. ¡¡¡Y porque la conocí muy bien, claro está!!!
Cinco minutos después de proferir esa frase, Blancarte pagó la cuenta y se retiró conmocionado.
Una semana después, las Clío se reunieron para desayunar en el mismo lugar y discutir dos cosas: una, encomiar la reciente publicación del primer libro de González Meyer, Travesía cristera (libro que recoge tres años de trabajo ininterrumpido, donde hurgó en archivos públicos y privados de Jalisco, Aguascalientes y Zacatecas, cuyo apoyo económico se dio gracias a su empresarial esposo), y la otra, la tentativa de reconstruir en conjunto la vida, obra y milagros de Myriam Gossman.
-Cuando ingresé por primera vez y de modo oficial a la Sociedad –decía Miriam González–, fue a mi casa para felicitarme. Además de una botella de oporto, me regaló un fajo de documentos acerca de la Guerra Cristera, mismos que ella encontró (dado su olfato documental y anticuario) en una casa abandonada de Guadalajara. Desde aquel día, supe que coincidiríamos no pocas veces. Es más, en este mismo lugar, le hable bien de ustedes, de sus notables investigaciones y de mi sueño al tenerlas conmigo trabajando dentro de la Sociedad. Ella, con una paciencia de Job, me dijo: “Tocaya, si tu deseo es ése, para la próxima sesión, proponlas para que ingresen formalmente. Si te apoyan más de cinco personas, sostén su candidatura. Y si en la siguiente reunión se aprueba oficialmente su ingreso, ¡¡ya está!! De eso no me cabe duda.” Fue de las pocas veces que no sólo me convenció, sino que me convirtió por completo.
Luego que Miriam pagara la cuenta, las tres se dirigieron a las oficinas de la SONAHIST para consultar los archivos de Myriam Gossman. Para su fortuna, contaron con el apoyo (y su complicidad, para variar) de Rosalía Florescano, quien las dejó sumergirse entre cajas y cajas de documentos y cuadernos personales. La mayor sorpresa que se llevaron fue el hallazgo de su (mínimo) árbol genealógico.
La línea familiar de Myriam Gossman comienza en Bonn, Alemania, donde su abuelo, Joseph-Isaac Gojman, de origen judío, nació en 1899. Él llegó a Nueva York, en 1917, donde consiguió empleo como zapatero. (Cuando el personal de migración tomó sus datos, su apellido pasó de Gojman a Gossman.) Luego de tres años, se casó con Rebecca-Georgette Katz (también judía, al parecer), con quien tuvo dos hijos, Myriam Laurette y William Joseph, nacidos el 16 de junio de 1920. (Seis años después, Myriam muere de neumonía, causada por un mal diagnóstico.) A raíz del crack de 1929, los Gossman Brown viajaron a Veracruz, donde el padre administró un importante hotel del puerto; allí, William pasó los mejores veranos de su vida y ello le generó el gusto por la cultura mexicana.)
En 1940, regresan a Estados Unidos y logran asentarse en Filadelfia. El padre obtuvo empleo en un banco y William se enlistó en la Marina. Cuando Estados Unidos entró en la Segunda guerra mundial, fue enviado al Pacífico (como marino de cubierta), en la misma tripulación al mando del legendario Douglas MacArthur, de quien fue su secretario particular. (Al término de la guerra, aquel famoso militar le obsequió una de sus pipas favoritas, la cual conservó por mero cariño, dado que detestaba fumar y ver que lo hicieran. Pero ante tamaño personaje, tuvo que aguantarse.) Posteriormente, se dio de baja y, ni tardo ni perezoso, ingresó a la Universidad de Harvard, donde estudió Historia, Filosofía y Antropología. Su tesis de doctorado versó acerca de las lenguas nativas del norte del México, misma que ameritó el grado magna cum laude. En 1959, siendo profesor de Historia en Princeton, conoce a Hannelore Malmberg Krause, con quien se casó al año siguiente. En Newark, N. J., el 20 de julio de 1961, nació su única hija, a quien puso el nombre de su finada hermana.
En 1966, los Gossman Malmberg llegan a la ciudad de México, lugar donde William ocuparía la cátedra de Antropología lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y su esposa Hannelore se dedicaría a la investigación filológica en la Universidad Nacional, además de satisfacer su coleccionismo documental. Su estancia se hizo permanente.
Con el ambiente familiar lleno de pesquisas historiográficas y pasiones documentales, Myriam se interesó, además de las matemáticas y el baile, por la historia y la lingüística; por tanto, decidió estudiar Letras Hispánicas en la Universidad Nacional e Historia en El Colegio de México, donde se doctoró con una tesis sobre la diplomacia mexicana en el período presidencial de Plutarco Elías Calles. Con semejante trabajo, ingresó al Instituto Matías Romero. A la muerte de su padre, en 1993, dejó el instituto para ocupar una cátedra de Historia de la diplomacia en México en la universidad. Entre sus clases en la facultad, ayudaba a su madre en los asuntos de investigación documental y a la compra/venta de manuscritos, cosa que era notoria en la familia, desde que Carla Williams Brightman entró en la vida de los Gossman.
Cuando la Dra. Malmberg se retiró del rastreo documental, Myriam se dedicó a llevar las cuentas familiares, además de cuidar la salud de su madre, quien presentó, en los últimos años, primeros indicios de Alzheimer. Postrer a su muerte, en 2005, donó sus archivos personales a la Biblioteca Nacional, y creó dos fideicomisos para la conformación de la beca Gossman y los premios Malmberg. Hasta su repentina muerte, ocurrida el 8 de junio, formaba parte de la Junta Benefactora de la SONAHIST.
(Al término de una exhaustiva revisión de centenares y centenares de papeles, Miriam, Sofía y Rebeca quedaron impresionadas y no conciliaron el sueño en tres días. Finalmente, redactaron algunas líneas al respecto, pero no pasó de allí.)
A mediados de julio, la pieza faltante en el vidrioso rompecabezas había aparecido. Los abogados Espinola y Feria leyeron, en sesión solemne de la SONAHIST, las disposiciones restantes: 1) Seguirán vigentes los fideicomisos para que se sigan dando las becas Gossman y los premios Malmberg, cuyas fechas de anuncio y entrega no cambiarán. 2) Su biblioteca personal se dividirá en dos partes, una de las cuales se quedará en la sede de la Sociedad Nacional de Historiografía; el resto, se donará a la Nueva Biblioteca de Buenavista. 3) El acervo documental, conformado por diarios personales y otros papeles, deberá catalogarse, para después integrarlo al Fondo documental C. W. Brightman de la Biblioteca Nacional. 4) Se promoverá, por parte de la Junta de Beneficencia de la Sociedad, la creación del Museo William Gossman, con los objetos personales de la familia, más otros que cumplan con el perfil museográfico. 5) Miriam González Meyer se integra al equipo de coordinadores de la memoria/homenaje a la Dra. Malmberg, misma que deberá estar lista antes del 12 de octubre. Además, se le dará carta blanca (al igual que Rebeca Garciadiego y Sofía de la Garza) si decide catalogar todo su archivo personal. Y 6) Desaparece la cátedra Malmberg en la Universidad Hebrea de Jerusalén, a causa de los conflictos intestinos que aquejan a dicha ciudad. (La Sociedad, haciendo acopio de resignación, tardó en aceptar este punto, pero finalmente la pérdida de una cátedra no desaparecería sus sueños documentales. Muy al contrario, los incrementaría.)
Tal y como se había acordado, la mitad de su biblioteca personal se donó a la Nueva Biblioteca de Buenavista, misma que se inauguró una semana después. (Por supuesto que la SONAHIST no se perdería tamaño evento.) El rector de la Universidad Nacional, la directora del Instituto Politécnico, la Secretaria de Cultura y la presidenta de la Sociedad, cortaron el listón inaugural del nuevo auditorio que llevaría el nombre de su benefactora, Myriam Gossman, localizado en el interior de la biblioteca. Ese mismo día, se resolvió elegir a la nueva mesa directiva; desde luego, se valoraron los logros obtenidos, para pensar en nuevas y mejores empresas, pero, sobre todo, preservar el espíritu que les dio origen. En las tres horas que duró la asamblea, se presentó la nueva mesa directiva: Pilar Garibay Portilla, Presidenta; Ana Laura Máynez Ojeda, Secretaria; Nidia Lapesa y Alatorre, Tesorera; Rosalía Florescano Meyer, Prosecretaria; Laura Darina Leñero Barrera, Protesorera; Rebeca Garciadiego Katz y Miriam González Meyer, Vocales. Las primeras acciones que llevaron a efecto fueron: 1) Cambiar el nombre de la sociedad, el cual quedaría como Sociedad Nacional Historiográfica, donde tendrán cabida todas las vertientes de la investigación al respecto. 2) Aceptar como integrantes oficiales al investigador Raymundo Barthes Arreola y al profesor Miguel Ángel Torres Alfonso. En carácter de honorarios, al politólogo Juan Dettmer Pipitone, a la historiadora de religiones Jael Martínez Assad y a la lingüista Helen Graziano, directora del Instituto Cultural Israelí, quien se comprometió a trabajar junto a la Sociedad en pro del intercambio cultural. (Si hacemos caso a las malas lenguas, Graziano fue alumna de Garibay y de Lapesa en la carrera de Letras Hispánicas; cosa que hará posibles todos los proyectos habidos y por haber.)
[Ahora sí, los Gossman Malmberg pueden descansar en paz. Bueno, sólo falta el museo, pero ese asunto, se resuelve solo. ¿O no?]
Al término del homenaje (realizado del 8 al 12 de mayo, en las sedes antes mencionadas), la Sociedad llevó a cabo una de sus magnas sesiones, donde se acordaron tres cosas: 1) Publicar la memoria del homenaje, que llevaría el siguiente título: De Babelia. Homenaje a Hannelore Malmberg, coordinada por las lingüistas Ana Laura Máynez y Laura Leñero, el escritor Eliseo Blancarte y Myriam Gossman, hija de la Dra. Malmberg. (Deberá estar lista para la segunda entrega del premio Malmberg, a llevarse a cabo el 12 de octubre en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.) 2) Aprobar, casi por unanimidad, el ingreso de dos nuevas integrantes, ambas historiadoras: Sofía de la Garza Muriel, experta en estudios prehispánicos y coloniales, y Rebeca Garciadiego Katz, investigadora versada en materia de Revoluciones del siglo XX y otrora secretaria particular del presidente de El Colegio de México. Y para comenzar su trayectoria historiográfica de manera oficial en el seno de la SONAHIST, se comprometieron a impartir un curso sobre sus respectivos temas; coordinadas, desde luego, por su colega y amiga Miriam González Meyer. Y 3) El anuncio de una nueva etapa en el quehacer de la Sociedad: el intercambio académico. Gracias a un convenio con la Universidad Hebrea de Jerusalén, se instituyó la Cátedra Hannelore Malmberg, y la Profa. Gossman sería la primera en inaugurarla. Para ello, partió hacia Jerusalén, donde permanecería un año completo, y dedicada, no sólo a impartir las cinco conferencias reglamentarias, sino que también generaría futuros convenios académicos y editoriales.
Antes de irse, dejó instrucciones para la creación de una Junta de Benefactores de la SONAHIST, quienes se encargarían de obtener tanto apoyos económicos como conseguir los espacios necesarios donde realizar los eventos de la Sociedad. Dicha junta quedó integrada por los empresarios José Luis Carranza Ruizpalacio, Armando Calles Alamán y François-Xavier Poulain (a la sazón, esposos de Laura Leñero, Miriam González y Rosalía Florescano, respectivamente); el académico Serafín Ruiz de Alarcón, la arquitecta Claudette Seligson, la matemática (metida en política, qué remedio) Onatta von Weissberg, el Ing. Agustín Tolsá Quintana, y la propia Gossman, representante de la familia Malmberg. (Precisamente, por la naturaleza de sus lazos, comenzaría una época de bonanza para la institución.) Por desgracia, esto culminó de un solo golpe.
La mañana del 9 de junio, a las oficinas de la SONAHIST, en Liverpool 76, llegó un e-mail de la Universidad Hebrea con el siguiente contenido: “Myriam Gossman, académica visitante en esta universidad y primera en ocupar la Cátedra Hannelore Malmberg, falleció ayer, 8 de junio, a las 20:15 hrs. [tiempo local], en un accidente automovilístico cuando volvía de la ciudad de Tel-Aviv. La acompañaban David Warman, profesor titular en la misma universidad, y Rebeca Solano Torres, empleada de la Embajada Mexicana. Murieron al instante. La Universidad Hebrea de Jerusalén y las embajadas de México e Israel correrán con los gastos de traslado a México.” La misiva fue recibida por Ascensión F. de Enrigue, Eliseo Blancarte y Rebeca Garciadiego, quienes luego de leerla, se pusieron en contacto con la embajadora de Israel y llevar a cabo las respectivas exequias.
El día 12 de junio, a las 8 p.m (tiempo local), un avión de Aeroméxico trajo los restos mortales de la Profa. Gossman y de la Sra. Solano. Cuando los féretros bajaron del avión, una banda de música que había enviado la Secretaría de Relaciones Exteriores y la Embajada Israelí, interpretó sendos repertorios de música hebrea y de obras de Vivaldi, respectivamente. La comitiva que acudió al acto estuvo conformada tanto por la mesa directiva de la SONAHIST como por amigos y familiares tanto de Myriam Gossman como de Rebeca Solano. (Ese mismo día, Fermín Feria y Edgar Espinola, abogados de la familia Gossman Malmberg, llevaron a cabo todas las disposiciones que ella dejó acordadas, las cuales se conocerían el mes siguiente. Por mientras, los abogados se limitaron a decir que los restos de la ilustre benefactora serían incinerados y puestos en una urna metálica, localizada en el interior de su antigua casa, hoy sede de la Sociedad.)
Sin embargo, para algunas integrantes, tanto la Dra. Malmberg como su hija Myriam, generaron un profundo misterio y eso les hacía darle demasiadas vueltas a la cuchara. Dicha incertidumbre (casi desconcierto) fue objeto de charla entre Eliseo Blancarte (otrora amigo de las Malmberg) y sus colegas Garciadiego, González Meyer y De la Garza, las Clío, en el Sanborns de Los Azulejos.
-Desgraciadamente –dijo Eliseo– nadie logró traspasar la privacidad de esa familia; si llegué a conocerlas, se debió a que la Dra. Malmberg era una asidua lectora en la biblioteca donde yo trabajaba. Para cuando me integré a la SONAHIST, conocí todos los entramados de doña Anna, como cariñosamente le llamaban sus vecinos. Pero, para serles franco, nunca conocí muy bien a su hija Myriam. Recuerdo que le decía Minnie Malmberg; ella ¡¡por poco y me mata!! Cuando supe que le disgustaban las comparaciones con su mamá, al igual que los diminutivos, renuncié a ello.
Se quedó pensativo unos instantes y continuó diciendo.
-Creo que no está en mí hacer su biografía –dice con voz entrecortada– Bueno…si ayudé a Rebeca de la Torre y a Ericka Mildred Ortega para reconstruir la vida de su madre, pero fue sólo a instancia de mis colegas, por supuesto. ¡¡¡Y porque la conocí muy bien, claro está!!!
Cinco minutos después de proferir esa frase, Blancarte pagó la cuenta y se retiró conmocionado.
Una semana después, las Clío se reunieron para desayunar en el mismo lugar y discutir dos cosas: una, encomiar la reciente publicación del primer libro de González Meyer, Travesía cristera (libro que recoge tres años de trabajo ininterrumpido, donde hurgó en archivos públicos y privados de Jalisco, Aguascalientes y Zacatecas, cuyo apoyo económico se dio gracias a su empresarial esposo), y la otra, la tentativa de reconstruir en conjunto la vida, obra y milagros de Myriam Gossman.
-Cuando ingresé por primera vez y de modo oficial a la Sociedad –decía Miriam González–, fue a mi casa para felicitarme. Además de una botella de oporto, me regaló un fajo de documentos acerca de la Guerra Cristera, mismos que ella encontró (dado su olfato documental y anticuario) en una casa abandonada de Guadalajara. Desde aquel día, supe que coincidiríamos no pocas veces. Es más, en este mismo lugar, le hable bien de ustedes, de sus notables investigaciones y de mi sueño al tenerlas conmigo trabajando dentro de la Sociedad. Ella, con una paciencia de Job, me dijo: “Tocaya, si tu deseo es ése, para la próxima sesión, proponlas para que ingresen formalmente. Si te apoyan más de cinco personas, sostén su candidatura. Y si en la siguiente reunión se aprueba oficialmente su ingreso, ¡¡ya está!! De eso no me cabe duda.” Fue de las pocas veces que no sólo me convenció, sino que me convirtió por completo.
Luego que Miriam pagara la cuenta, las tres se dirigieron a las oficinas de la SONAHIST para consultar los archivos de Myriam Gossman. Para su fortuna, contaron con el apoyo (y su complicidad, para variar) de Rosalía Florescano, quien las dejó sumergirse entre cajas y cajas de documentos y cuadernos personales. La mayor sorpresa que se llevaron fue el hallazgo de su (mínimo) árbol genealógico.
La línea familiar de Myriam Gossman comienza en Bonn, Alemania, donde su abuelo, Joseph-Isaac Gojman, de origen judío, nació en 1899. Él llegó a Nueva York, en 1917, donde consiguió empleo como zapatero. (Cuando el personal de migración tomó sus datos, su apellido pasó de Gojman a Gossman.) Luego de tres años, se casó con Rebecca-Georgette Katz (también judía, al parecer), con quien tuvo dos hijos, Myriam Laurette y William Joseph, nacidos el 16 de junio de 1920. (Seis años después, Myriam muere de neumonía, causada por un mal diagnóstico.) A raíz del crack de 1929, los Gossman Brown viajaron a Veracruz, donde el padre administró un importante hotel del puerto; allí, William pasó los mejores veranos de su vida y ello le generó el gusto por la cultura mexicana.)
En 1940, regresan a Estados Unidos y logran asentarse en Filadelfia. El padre obtuvo empleo en un banco y William se enlistó en la Marina. Cuando Estados Unidos entró en la Segunda guerra mundial, fue enviado al Pacífico (como marino de cubierta), en la misma tripulación al mando del legendario Douglas MacArthur, de quien fue su secretario particular. (Al término de la guerra, aquel famoso militar le obsequió una de sus pipas favoritas, la cual conservó por mero cariño, dado que detestaba fumar y ver que lo hicieran. Pero ante tamaño personaje, tuvo que aguantarse.) Posteriormente, se dio de baja y, ni tardo ni perezoso, ingresó a la Universidad de Harvard, donde estudió Historia, Filosofía y Antropología. Su tesis de doctorado versó acerca de las lenguas nativas del norte del México, misma que ameritó el grado magna cum laude. En 1959, siendo profesor de Historia en Princeton, conoce a Hannelore Malmberg Krause, con quien se casó al año siguiente. En Newark, N. J., el 20 de julio de 1961, nació su única hija, a quien puso el nombre de su finada hermana.
En 1966, los Gossman Malmberg llegan a la ciudad de México, lugar donde William ocuparía la cátedra de Antropología lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y su esposa Hannelore se dedicaría a la investigación filológica en la Universidad Nacional, además de satisfacer su coleccionismo documental. Su estancia se hizo permanente.
Con el ambiente familiar lleno de pesquisas historiográficas y pasiones documentales, Myriam se interesó, además de las matemáticas y el baile, por la historia y la lingüística; por tanto, decidió estudiar Letras Hispánicas en la Universidad Nacional e Historia en El Colegio de México, donde se doctoró con una tesis sobre la diplomacia mexicana en el período presidencial de Plutarco Elías Calles. Con semejante trabajo, ingresó al Instituto Matías Romero. A la muerte de su padre, en 1993, dejó el instituto para ocupar una cátedra de Historia de la diplomacia en México en la universidad. Entre sus clases en la facultad, ayudaba a su madre en los asuntos de investigación documental y a la compra/venta de manuscritos, cosa que era notoria en la familia, desde que Carla Williams Brightman entró en la vida de los Gossman.
Cuando la Dra. Malmberg se retiró del rastreo documental, Myriam se dedicó a llevar las cuentas familiares, además de cuidar la salud de su madre, quien presentó, en los últimos años, primeros indicios de Alzheimer. Postrer a su muerte, en 2005, donó sus archivos personales a la Biblioteca Nacional, y creó dos fideicomisos para la conformación de la beca Gossman y los premios Malmberg. Hasta su repentina muerte, ocurrida el 8 de junio, formaba parte de la Junta Benefactora de la SONAHIST.
(Al término de una exhaustiva revisión de centenares y centenares de papeles, Miriam, Sofía y Rebeca quedaron impresionadas y no conciliaron el sueño en tres días. Finalmente, redactaron algunas líneas al respecto, pero no pasó de allí.)
A mediados de julio, la pieza faltante en el vidrioso rompecabezas había aparecido. Los abogados Espinola y Feria leyeron, en sesión solemne de la SONAHIST, las disposiciones restantes: 1) Seguirán vigentes los fideicomisos para que se sigan dando las becas Gossman y los premios Malmberg, cuyas fechas de anuncio y entrega no cambiarán. 2) Su biblioteca personal se dividirá en dos partes, una de las cuales se quedará en la sede de la Sociedad Nacional de Historiografía; el resto, se donará a la Nueva Biblioteca de Buenavista. 3) El acervo documental, conformado por diarios personales y otros papeles, deberá catalogarse, para después integrarlo al Fondo documental C. W. Brightman de la Biblioteca Nacional. 4) Se promoverá, por parte de la Junta de Beneficencia de la Sociedad, la creación del Museo William Gossman, con los objetos personales de la familia, más otros que cumplan con el perfil museográfico. 5) Miriam González Meyer se integra al equipo de coordinadores de la memoria/homenaje a la Dra. Malmberg, misma que deberá estar lista antes del 12 de octubre. Además, se le dará carta blanca (al igual que Rebeca Garciadiego y Sofía de la Garza) si decide catalogar todo su archivo personal. Y 6) Desaparece la cátedra Malmberg en la Universidad Hebrea de Jerusalén, a causa de los conflictos intestinos que aquejan a dicha ciudad. (La Sociedad, haciendo acopio de resignación, tardó en aceptar este punto, pero finalmente la pérdida de una cátedra no desaparecería sus sueños documentales. Muy al contrario, los incrementaría.)
Tal y como se había acordado, la mitad de su biblioteca personal se donó a la Nueva Biblioteca de Buenavista, misma que se inauguró una semana después. (Por supuesto que la SONAHIST no se perdería tamaño evento.) El rector de la Universidad Nacional, la directora del Instituto Politécnico, la Secretaria de Cultura y la presidenta de la Sociedad, cortaron el listón inaugural del nuevo auditorio que llevaría el nombre de su benefactora, Myriam Gossman, localizado en el interior de la biblioteca. Ese mismo día, se resolvió elegir a la nueva mesa directiva; desde luego, se valoraron los logros obtenidos, para pensar en nuevas y mejores empresas, pero, sobre todo, preservar el espíritu que les dio origen. En las tres horas que duró la asamblea, se presentó la nueva mesa directiva: Pilar Garibay Portilla, Presidenta; Ana Laura Máynez Ojeda, Secretaria; Nidia Lapesa y Alatorre, Tesorera; Rosalía Florescano Meyer, Prosecretaria; Laura Darina Leñero Barrera, Protesorera; Rebeca Garciadiego Katz y Miriam González Meyer, Vocales. Las primeras acciones que llevaron a efecto fueron: 1) Cambiar el nombre de la sociedad, el cual quedaría como Sociedad Nacional Historiográfica, donde tendrán cabida todas las vertientes de la investigación al respecto. 2) Aceptar como integrantes oficiales al investigador Raymundo Barthes Arreola y al profesor Miguel Ángel Torres Alfonso. En carácter de honorarios, al politólogo Juan Dettmer Pipitone, a la historiadora de religiones Jael Martínez Assad y a la lingüista Helen Graziano, directora del Instituto Cultural Israelí, quien se comprometió a trabajar junto a la Sociedad en pro del intercambio cultural. (Si hacemos caso a las malas lenguas, Graziano fue alumna de Garibay y de Lapesa en la carrera de Letras Hispánicas; cosa que hará posibles todos los proyectos habidos y por haber.)
[Ahora sí, los Gossman Malmberg pueden descansar en paz. Bueno, sólo falta el museo, pero ese asunto, se resuelve solo. ¿O no?]
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