Después de un largo y exhaustivo trabajo de paleografía, edición y publicidad, las doctoras Pilar Garibay Portilla y Ascensión Fernández de Enrigue sacaron a la luz la edición facsimilar de un documento que se hallaba perdido en el archivo Carla Williams Brightman de la Biblioteca Angelina, en el que se consignan los últimos testimonios de la Conquista. (El Dr. Miguel Enrigue de León lo llamó el Códice Máynez.) Dicho documento había permanecido fuera del alcance de los investigadores por muchos, muchos años.
Escrito en 1590 (año de la muerte de fray Bernardino de Sahagún) por el también franciscano Miguel Díaz de Aguilar –alumno de fray Francisco de Toral antes de su muerte y allegado a uno de los informantes del propio Sahagún– recopiló algunas cosas que al fraile se le había pasado escribir en su Historia general de las cosas de la Nueva España. Su texto, llamado Addenda sobre la relación de la Conquista de México a los manuscritos del Excelentísimo fraile franciscano Bernardino de Sahagún, logró terminarlo en 1616. Desgraciadamente, dicho texto nunca se editó puesto que los manuscritos y sus respectivas ilustraciones se perdieron luego que el franciscano Díaz de Aguilar murió en 1665, a la edad de 91 años. (Hasta en eso coincidió con su antecesor, de apellido real Ribeira.)
En 1895, el filólogo y escritor español Serafín Máynez y Díaz-Triviño, mientras preparaba un trabajo acerca del alemán infatigable Alexander von Humboldt, en sus pesquisas realizadas en la Biblioteca Nacional de Berlín halló un legajo amarillento en cuya primera hoja estaba escrito el nombre del franciscano Díaz de Aguilar. Procedió a revisarlo y, luego de un mes, realizó algunas anotaciones que se vieron complementadas, años más adelante, con el contenido de los Primeros Memoriales de Sahagún, albergados por la Real Academia de la Historia, en Madrid, donde conoció –casi de oídas– al también filólogo y erudito mexicano Francisco del Paso y Troncoso. Por desgracia, años después, sus intenciones de volver a Berlín para darle un último vistazo al manuscrito se disiparon cuando los nazis ascendieron al poder, cosa que vedó el acceso de los extranjeros a las bibliotecas alemanas, y quedó en el olvido después que el non e insigne erudito muriera como consecuencia de la Guerra Civil Española, durante el cerco de Barcelona.
En 1945, con la entrada de los rusos en Berlín, dos de sus soldados (sin saber lo que su vida sería a partir de entonces), entraron en la Biblioteca y rescataron del fuego algunos libros y documentos. Uno de estos, Yuri Knórosov, sería de sobra conocido; pero el otro, Yevgueni Brodka, rescató la Addenda y la llevó consigo a Moscú. En 1955, desencantado del sistema estalinista y de su empleo como funcionario del Partido Comunista, se fue a Francia donde realizó estudios de Filología en La Sorbonne, cosa que sirvió de mucho para adentrarse en el manuscrito. Allí, Brodka, quien adaptó su apellido a Broca, conoció a Samuel L. Vidal, antiguo alumno de Serafín Máynez, que conocía de sobra sus trabajos. Cuando Vidal supo que dicho documento admirado por su maestro estaba en manos de su ahora alumno, decidió trabajar al alimón con él y develar las incógnitas restantes.
Diez años más tarde, Eugène Broca viajó a México, donde conoció los trabajos del Padre Ángel Echegaray, quien junto a su alumno Miguel Enrigue de León, formaron el legendario Seminario de Culturas Prehispánicas, ahora Instituto de Investigaciones Históricas. Por desgracia, su mentor y amigo Vidal murió de un infarto dos años antes, dejando ya terminadas sus investigaciones sobre la Addenda. Cuando conoció al padre Echegaray, le confió que tenía en su poder un manuscrito que daría un giro de 180 grados a todas sus teorías. Ambos se pusieron de acuerdo en trabajar juntos. Al año siguiente, Broca decidió radicar definitivamente en México, en especial en la ciudad de Puebla, lugar benigno a su diabetes. A la muerte del Padre Echegaray, en 1969, prosiguió con los estudios hasta que el manuscrito quedó listo, no sólo para edición definitiva, sino también para facsímil y para su futura donación a la Biblioteca Nacional, al cuidado de la Universidad. Lamentablemente, Eugène Broca (né Yevgueni Iossip Brodka) murió en 1980. Sus objetos y manuscritos fueron adquiridos por la coleccionista británica Carla Williams Brightman, quien a su muerte los donó a la Biblioteca Angelina, donde permanecieron encerrados en cajas de cartón y en condiciones de completa humedad, hasta que en 1995, las doctoras Garibay, Fernández de Enrigue, Ana Laura Máynez y Mariana Centenario rescataron ese y otros manuscritos para su inmediata colocación en la Biblioteca Nacional, junto a los de su colega y amigo el padre Echegaray.
Desde entonces, a tal manuscrito no le han faltado investigadores dedicados a él, sin embargo, el misterio ahora por develar es si seguir denominándolo Códice Máynez, porque, al haber pasado por tantas manos, ya no se sabe quién comenzó con esto. (Y si no, pregúntenle a Hannelore Malmberg o a Hillary Maines, quienes me confiaron este asunto.)
Escrito en 1590 (año de la muerte de fray Bernardino de Sahagún) por el también franciscano Miguel Díaz de Aguilar –alumno de fray Francisco de Toral antes de su muerte y allegado a uno de los informantes del propio Sahagún– recopiló algunas cosas que al fraile se le había pasado escribir en su Historia general de las cosas de la Nueva España. Su texto, llamado Addenda sobre la relación de la Conquista de México a los manuscritos del Excelentísimo fraile franciscano Bernardino de Sahagún, logró terminarlo en 1616. Desgraciadamente, dicho texto nunca se editó puesto que los manuscritos y sus respectivas ilustraciones se perdieron luego que el franciscano Díaz de Aguilar murió en 1665, a la edad de 91 años. (Hasta en eso coincidió con su antecesor, de apellido real Ribeira.)
En 1895, el filólogo y escritor español Serafín Máynez y Díaz-Triviño, mientras preparaba un trabajo acerca del alemán infatigable Alexander von Humboldt, en sus pesquisas realizadas en la Biblioteca Nacional de Berlín halló un legajo amarillento en cuya primera hoja estaba escrito el nombre del franciscano Díaz de Aguilar. Procedió a revisarlo y, luego de un mes, realizó algunas anotaciones que se vieron complementadas, años más adelante, con el contenido de los Primeros Memoriales de Sahagún, albergados por la Real Academia de la Historia, en Madrid, donde conoció –casi de oídas– al también filólogo y erudito mexicano Francisco del Paso y Troncoso. Por desgracia, años después, sus intenciones de volver a Berlín para darle un último vistazo al manuscrito se disiparon cuando los nazis ascendieron al poder, cosa que vedó el acceso de los extranjeros a las bibliotecas alemanas, y quedó en el olvido después que el non e insigne erudito muriera como consecuencia de la Guerra Civil Española, durante el cerco de Barcelona.
En 1945, con la entrada de los rusos en Berlín, dos de sus soldados (sin saber lo que su vida sería a partir de entonces), entraron en la Biblioteca y rescataron del fuego algunos libros y documentos. Uno de estos, Yuri Knórosov, sería de sobra conocido; pero el otro, Yevgueni Brodka, rescató la Addenda y la llevó consigo a Moscú. En 1955, desencantado del sistema estalinista y de su empleo como funcionario del Partido Comunista, se fue a Francia donde realizó estudios de Filología en La Sorbonne, cosa que sirvió de mucho para adentrarse en el manuscrito. Allí, Brodka, quien adaptó su apellido a Broca, conoció a Samuel L. Vidal, antiguo alumno de Serafín Máynez, que conocía de sobra sus trabajos. Cuando Vidal supo que dicho documento admirado por su maestro estaba en manos de su ahora alumno, decidió trabajar al alimón con él y develar las incógnitas restantes.
Diez años más tarde, Eugène Broca viajó a México, donde conoció los trabajos del Padre Ángel Echegaray, quien junto a su alumno Miguel Enrigue de León, formaron el legendario Seminario de Culturas Prehispánicas, ahora Instituto de Investigaciones Históricas. Por desgracia, su mentor y amigo Vidal murió de un infarto dos años antes, dejando ya terminadas sus investigaciones sobre la Addenda. Cuando conoció al padre Echegaray, le confió que tenía en su poder un manuscrito que daría un giro de 180 grados a todas sus teorías. Ambos se pusieron de acuerdo en trabajar juntos. Al año siguiente, Broca decidió radicar definitivamente en México, en especial en la ciudad de Puebla, lugar benigno a su diabetes. A la muerte del Padre Echegaray, en 1969, prosiguió con los estudios hasta que el manuscrito quedó listo, no sólo para edición definitiva, sino también para facsímil y para su futura donación a la Biblioteca Nacional, al cuidado de la Universidad. Lamentablemente, Eugène Broca (né Yevgueni Iossip Brodka) murió en 1980. Sus objetos y manuscritos fueron adquiridos por la coleccionista británica Carla Williams Brightman, quien a su muerte los donó a la Biblioteca Angelina, donde permanecieron encerrados en cajas de cartón y en condiciones de completa humedad, hasta que en 1995, las doctoras Garibay, Fernández de Enrigue, Ana Laura Máynez y Mariana Centenario rescataron ese y otros manuscritos para su inmediata colocación en la Biblioteca Nacional, junto a los de su colega y amigo el padre Echegaray.
Desde entonces, a tal manuscrito no le han faltado investigadores dedicados a él, sin embargo, el misterio ahora por develar es si seguir denominándolo Códice Máynez, porque, al haber pasado por tantas manos, ya no se sabe quién comenzó con esto. (Y si no, pregúntenle a Hannelore Malmberg o a Hillary Maines, quienes me confiaron este asunto.)
1 comentario:
Genial, Ulises. Algo habrá para que nos narres esta buena aventura. Por cierto, sabes si ya sale la edición de "Cantares".... Y otra cosita, cazalibros, he estado buscando (inútilmente) el 'Arte y Vocabulario' de Olmos, la edición de Acuña-Sullivan de '85 y no consigo encontrarla. Me podrías ayudar con tus conocimientos detectivescos?
Va un abrazo ibérico.
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