Hace cinco meses tuvimos un primer encuentro, donde cumplí mi palabra al localizarte unos ejemplares de tu libro Contra el ángel, mismos que te entregué aquella tarde en el Sanborns de San Ángel. Primero me dedicaste un ejemplar de Península, Península, tu última novela, y luego unos ejemplares (para una amiga mía, que cumplió años ese día y para quien escribe) de tu Antología personal que publicó la Universidad Veracruzana y que te inspiró un grato sobrenombre hacia mi persona: el caza libros. Al final de nuestro encuentro, me dijiste lo siguiente: Esperaré tus críticas sobre mi novela. (Gracias de antemano.) Más vale tarde que nunca, helas aquí.
Antes de Península, Península, nunca había leído alguna obra tuya. (Bueno, algunos ensayos y un cuento, pero hasta ahí.) De inmediato, comencé a leerla y la manera como describes los paisajes de la península de Yucatán me dejó maravillado que no solté el libro en toda esa semana. (Con esa sola intención, ya tenías asegurado un sincero lector; que no quede allí.) Al principio, me costaba seguir historia tras historia; no terminaba un capítulo con personaje diferente cuando ya me presentabas a otro muy distinto; al llegar al fin de la primera parte, ya había ahondado en las vidas de muchos personajes, quienes sufrían un díficil tiempo al presenciar y vivir la inminente guerra de castas de 1848. (Si me permites, aquí cabría decir que para un lector ávido de conocer sobre este hecho, tu novela está que ni mandada a hacer. Bueno, con sus debidas distancias respecto a un sesudo estudio de sobra conocido.)
Cuando inicié la segunda parte, ya pude ver ampliamente la presencia de un escritor en lengua inglesa muy querido por ti, William Faulkner, quien alguna vez jugó con el tiempo y las vidas de sus personajes para contar una historia, en apariencia local, meramente universal. (Por la estructura de los capítulos, me recordó Las palmeras salvajes, y el título, claro, me remite a Absalon, Absalon.) No me cabe la menor duda que la Península (léase Yucatán, Campeche y Quintana Roo) es tu propio Yoknapatawpha; también tu Comala o Macondo, si se quiere ver así.
Hernán, aún hay muchas cosas que decir sobre tu novela. Por ahora me limito a expresarte mi más sincera admiración y desearte que sigas escribiendo otras, porque para los cuentos y los ensayos, más que escribirlos, los transpiras. La próxima vez que el tiempo nos haga coincidir en alguna presentación, tendré la oportunidad de expresarte todas estas apreciaciones.
Nuevamente, muchas gracias por tu novela. Te mando un fuerte y fraternal abrazo.
Sinceramente,
U.V.
1 comentario:
Mi amigo el viajero, qué gusto que visites mis terruños. Créeme, en todo este tiempo yo he hecho lo mismo a través de tus aguas...
Sí amigo, hemos adoptado -quieras que no- posiciones antagonistas, pero ello en ningún momento me ha obstado a apreciar toda la riqueza que hay en un ser que observa la vida desde otra arista (¿perpendicular o paralela?, todavía no lo sé).
Qué bien que a lo largo del viaje, de cuando en cuando, podamos tomarnos una pausa, confluir e intercambiar palabras. Que así sea.
Eleutheria
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