jueves, 14 de noviembre de 2013

Andanzas y maestranzas

Ulises Velázquez Gil

En los anchos y ajenos caminos del ensayo en México, todos los autores que incursionan en ese género, tienen –tenemos– una deuda con Michel de Montaigne: a cada instante ganado al tiempo, una hoja bien escrita es el mejor de los paseos. Y cuando se origine a raíz de la lectura de nuestro tiempo circundante, o de la mirada ajena con la que coincidimos en lugar y forma, será, sin duda, un paseo bien hecho.
Ensayista de altos vuelos y alurófila en sabio acompañamiento, Paola Velasco nos entrega en Veredas para un centauro el resultado de sus paseos, donde una variedad de temas salen a su encuentro para enunciarnos su naturaleza y seguir una línea trazada por el solitario de la torre, Michel de Montaigne −denominada primeramente paseo−, y de aquel polígrafo de dos orillas, Alfonso Reyes, que llamara al ensayo el centauro de los géneros, por su carácter igualmente erudito que imaginativo. (No olvidemos que sus mejores trabajos llevan ese doble sino.) Y aunque en ella reconocemos una deuda con ambos, también lo es del Gilbert Keith Chesterton que urdió sus Enormes minucias, de donde resalta el texto sobre las cosas que se llevan en el bolsillo.
El “bolsillo” de Paola lleva consigo quince objetos de distinta especie, entre remedios para el dolor, gatos que acompañan a los escritores y hasta una instantánea –snapshot, instagram− de las bancas del Paseo de la Reforma, sin olvidarnos de los escritores que componen su propia genealogía, sus clásicos, que vuelven a sus ojos para tornarse parte de sus líneas y de sus pensamientos, gracias a la fidelidad de muchas lecturas. 
Ida y vuelta, entrar y salir sin fatiga del libro a la vida y viceversa, es prerrogativa de contados escritores y Reyes habría de servirnos como ejemplo del hombre que combina disciplina, ciencia, humor y vitalismo en sus textos, la intuición de lo cotidiano zigzagueando entre el culmen de la sabiduría. La generosa descripción que hace del regiomontano eminente bien podría quedarle a ella, dado que esas características la pintan por entero. No sólo la presencia de Alfonso Reyes sale a su encuentro, también hacen lo propio Gilberto Owen, Francisco Tario, Nélida Piñón y Clarice Lispector, a quienes dedica sendos textos, casi todos procedentes de libros colectivos, entre volúmenes en homenaje, reseñas críticas y hasta embriones de prólogo. Sin embargo, al reunir a esos extraños textos peregrinos en una sola publicación, les concede cierta unidad, a guisa de bitácora lectora; de todas formas, prueba de vida.
Leer el mundo, apelando a la generosa expresión de Felipe Garrido, obedece a hacerlo con las imágenes y los signos que se nos presentan alrededor. En “Holland House Library”, aquella imagen de una biblioteca destruida por los embates de la guerra cobra en Paola Velasco el más fraternal réquiem por la lectura y por el conocimiento, imperecederos pese a todo embate del tiempo transcurrido: […] la fotografía de la biblioteca de la Holland House produce una doble fascinación: por un lado, la atracción que ejerce el horror y algo de absurdo que raya en lo insano: cómo puede ser que luego de diez horas continuas de bombardeo, más de cien víctimas e incontables pérdidas arquitectónicas, tres hombres entren a echar un vistazo tan despreocupados y curiosos […] a una biblioteca vencida, agonizante, que les entrega lo que sobrevivió de sus tesoros. ¿Tanta puede ser la magnitud de nuestra indiferencia? 
Los paseos de Paola Velasco van de las letras a la vida y de vuelta; inclusive por calles y avenidas como el Paseo de la Reforma, suerte de experiencia inusitada y festiva: Paseo de la Reforma es un largo abalorio de personajes, anécdotas, acontecimientos enlazados sin hiatos ni cesuras. Su funambulesco equilibrio tensa fuerzas, anulándolas y reforzándolas, poniendo como fiel una dialéctica que hace de esta avenida un espacio de cadenciosa coexistencia […] Es el escenario de una cotidianeidad de visiones absurdas y espléndidas. […] Es el mismo y tan otro, el Paseo donde los amigos se reúnen a conversar, a matar el tiempo, y los amantes se dan el primer beso mirando hacia la Palma mientras en el edificio de la Bolsa de Valores, bajo los destellos de sus cristales, se define el rumbo de la economía de este país. (Como quien dice, Paola pasea literalmente por su objeto de escritura.)
“Las veredas quitarán, pero la querencia ¿cuándo?”, reza un conocido refrán que bien resumiría una vocación lectora y hasta de consumada investigación. El transcurso de una vida dedicada a ello se resume en las lecturas que se hacen –por obra del azar, o por una necesaria y engorrosa enseñanza–, pero al final las más importantes, se tornarán en aquella querencia que nos espera como si un solo día hubiese transcurrido, aunque los años digan lo contrario. En este libro, veredas y querencia son la misma cosa, porque quitan y acercan a su vez; alejan del tedio y de la ignorancia, motivando un conocimiento ulterior. Asimismo, acercan y confirman la pasión por la lectura y, claro, también la escritura.
En suma, Veredas para un centauro se antoja interesante recorrido por el mundo que nos circunda; los libros que leemos (y, por consiguiente, sus entrañables autores), los utensilios de cada oficio cotidiano, las emociones encontradas en una fotografía y hasta las trayectorias que hacen el dolor y la melancolía por todo el cuerpo, entre otras cosas, describen a carta cabal todo lo que aprendimos tanto en el lugar de los hechos como en las palabras que escuchamos a través de la zarza ardiente; andanzas y maestranzas que definen una postrera vocación, o simplemente, nos llevan de vacaciones por la vida. Después de todo, como decía Amelia Earthart, “la aventura es lo único que importa”, y en el ensayo también lo vale, ¿no es así? (Así sea.)

Paola Velasco. Veredas para un centauro. México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2012. (Molinos de Viento, 147)

(17/diciembre/2012)

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