Ulises Velázquez Gil
En la poesía como en la geografía, toda
expedición es una forma de lectura; cuando revisamos los mapas u hojeamos un
libro de poesía, buscamos en primer término el lugar donde nos encontramos, delimitando
siempre el punto de partida. Al final, como en el poema legendario de
Constantino Cavafis, “Ítaca”, o en Las
ciudades invisibles de Italo Calvino, la respuesta se encuentra en nuestras
manos.
Viajera frecuente por la geografía de la literatura, Claudia Hernández de Valle-Arizpe nos presenta un poemario donde se confirma, de nueva cuenta, su dominio del oficio poético, ahora centrado en territorios harto familiares para las letras: México-Pekín, volumen que consigna buena parte de sus experiencias en el lejano Oriente.
Viajera frecuente por la geografía de la literatura, Claudia Hernández de Valle-Arizpe nos presenta un poemario donde se confirma, de nueva cuenta, su dominio del oficio poético, ahora centrado en territorios harto familiares para las letras: México-Pekín, volumen que consigna buena parte de sus experiencias en el lejano Oriente.
A
lo largo de nueve secciones, Hernández de Valle-Arizpe nos comparte una parte
sustancial de su estancia en China, un lugar que la llenó de asombro, por las
marcadas coincidencias entre las patrias del corazón y del afecto (México y Pekín,
respectivamente), y entre el asombro expuesto sucede una sístole-diástole entre
ambas patrias, como lo evidencia el poeta-río “Como naipes”: Multiplicado en su caos el día pone/ énfasis
en los ruidos de la avenida/ Xola que sin verde y con tránsito/ incendiada por
el sol de abril/ colapsa y revive una y otra vez/ organizada como un plexo […]
Pagodas en medio del parque/ elevan a otra altura el periférico de/ kilómetros
de extensión gris/ índigo –plata tornasol– y ella/ norteada otra vez perdida
como siempre […]
Estrofa tras estrofa
(secundadas por un acróstico apenas disimulado), la mirada mexicana y la
experiencia pequinesa se alternan hasta el grado de no saber, a primera vista,
si la realidad es de forma contraria (¿una mirada pequinesa?, ¿una experiencia
mexicana?), sin embargo, hay una tercera vía que podría responder a esa
inquietud: Madruga la ciudad su aire su
agua hedionda/ pisada en charcos donde tiemblan/ edificios con letreros de neón
Desde temprano se/ enluta el día con las noticias de más caídos:/ Xóchitl
Ernesto su papá su hijo/ Karla Juan Ramón Alicia el/ índice de muertos desborda
la página y no es/ imaginario no es ficción mientras ve cómo/ cae el ángel de
su columna se hace añicos/ nada sucede y todos respiramos en la/ oscuridad
[…] (Es decir, ¿qué ambas ciudades se funden en una sola? ¿Qué la poesía hermana
sensibilidades diferentes después de todo? Sigamos con nuestro recorrido…)
Si prestamos atención a los
poemas contenidos en varias secciones intermedias (“En las plazas”, “Y en los
parques”, “Templos”, “Y de celebraciones”), ¿se nos habla de la Ciudad de
México, o de Pekín? Dejemos que la
poesía declare de primera fuente: Vibra
en la Plaza Mayor su templo,/ el palacio del emperador,/ el asta blanca. […] En ambos lados quema el sol la piedra/ y el
pavimento los pies en la plaza sin sombra,/ sin interior y sin árboles. (“Del
otro lado”); El sauce de China y el
ahuehuete mexicano/ crecen su tronco invisible,/ su trifulca de raíces entre
algas/ y conforman un paisaje para pasar de largo/ o para caminar hacia su interior,/
hacia su cuerpo de encinos, cedros, tepozanes. (“Chapultepec”); Para penitentes en cuatro grados, esta casa
real/ que acoge a millones. […] Y que
me ampare –Iglesia de la oscuridad–/ la fe en la tabla de quien naufraga. (“Basílica”)
Y como último testimonio, estos versos: Vestido
de Mis Quince como anémona, con la textura y el brillo del tangyuan de ajonjolí que espera.// Acá el humo del
cerdo. Allá la neblina del hielo. ¿Frito? ¿Seco? (“Y celebraciones”) En este
juego de alternancias, con miras a darle a cada geografía su tiempo justo, en
algún momento se crea un tercer territorio, comprobado por obra y gracia de la
poesía.
[Paréntesis aparte: para los
viajeros frecuentes de la obra de Claudia Hernández de Valle-Arizpe, es grato
hallar en México-Pekín la presencia
de la comida en China, que nos remiten de inmediato a un texto incluido en Porque siempre importa, donde nos cuenta
punto por punto sobre un ritual inamovible; pero tal parece que todo se resume
en lo siguiente: Ninguna explicación se
comprende./ Ninguna vuelta al pasado./ Ninguna referencia a su historia,/ al
gran hambre de siglos,/ al deseo de agradar/ o a la necesidad de ofrecer son
suficientes. (“Tras el banquete”) Más claro, ni el agua.]
Como
en algunos poemas de Deshielo, Perros muy azules y Lejos, de muy cerca, nunca falta en la poesía de Claudia Hernández
de Valle-Arizpe la figura de la
extranjera, quien al situarse en lares ajenos a ella, termina por reconocerse
en la gente del país que la recibe, de una u otra manera. En el último viaje por tierra, al acercarse,/ aumenta su esplendor y
ciega la esperanza. […] En la
capital, los templos y terrazas/ fueron construidos por miles de hombres,/ no
por el viento y la lluvia. (“El migrante”) Y a medida que se reconoce en
las cosas que vive y observa, esa buscada anagnórisis se encuentra en el
migrante chino, Feng, peregrino en su propia patria (Al despertar veo en la luz/ a una mujer con las pupilas de un ciervo)
y con la extranjera dentro de sí, firma su encuentro de esta forma: Morimos tantas veces, nos morimos/ a cada
rato, parece decirme ella desde dentro de mí,/ desde las pupilas del ciervo.
A lo largo de México-Pekín, podemos descubrir dos elementos
primordiales que funcionan a manera de cicerones en toda la obra: el “Nocturno
alterno” de José Juan Tablada, donde se hilvanan Nueva York y Bogotá, extremos
de la misma madeja poética, y en segundo término, la Ciudad contra el cielo de Elva Macías, mapa de viaje interior por China,
y de cuyas estancias retomo la siguiente, que bien resumiría la búsqueda de
Claudia Hernández de Valle-Arizpe: Todo
reino tiene su término:/ el afán de eternidad se cumple/ en la conciencia de
los hombres. Y en esa búsqueda, un pródigo verso funciona a guisa de
ritornelo (Madruga la ciudad su aire su
agua hedionda), que nos recuerda con claridad que toda ciudad se parece,
aunque la geografía o la urbanización se obstinen en negarlo.
A final de cuentas, México-Pekín nos introduce en un
escenario idóneo que sólo la poesía puede otorgar; un espejo sobre el cual
reflejarse, agua de dos orillas que despierte en nosotros el asombro y la
conciencia de ser, diría otro viajero de la poesía, contemporáneos de todos los
hombres. Todavía queda mucho trecho por recorrer en la geopoética de Claudia
Hernández de Valle-Arizpe, y mientras llega el momento de proseguir el viaje,
queda en nosotros su dedicada lectura. Si los viajes ilustran, la poesía crea,
descubre y transforma. (Verdad que sí.)
Claudia Hernández de
Valle-Arizpe. México-Pekín. México, CONACULTA,
2013. (Práctica Mortal)
1 comentario:
¡cómo disfruto leerte! Un abrazo.
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