Ulises Velázquez Gil
En algún instante de su creación poética
(muy a la par de sus ingentes labores de traducción), el padre Ángel María
Garibay confesó que la poesía “escapa a veces de la mente y sale de los labios
para trazarse en el lienzo con la palabra de los colores”; para quienes
ejercemos (sea en menor o mayor medida) el oficio de las palabras, esta
experiencia llega sin previo aviso y con el temor de perder de vista aquella
epifanía, nuestra primera incursión apenas se queda en intento. (Insistiremos
en ello, eso sí…)
Consciente
de esa posibilidad referida por Garibay, Diana del Ángel nos comparte el primer
resultado de su búsqueda en Vasija,
poemario con que habrá de trazar una trayectoria prometedora. Pero comencemos
por el principio.
La
primera parte del libro se compone por cuatro secciones, cada una encabezada
por un elemento de la naturaleza, que juntas tienen una peculiaridad: dar fe de
un proceso de crecimiento, así también de las cosas sucedidas en colateral
compañía. En dicho proceso, contado a guisa de Bitácora, extraemos maravillas
como éstas: La leptophobia […]
se adapta a casi cualquier espacio […]
Su sencillez se traduce en el blanco de sus alas, adornadas sobriamente por
unas pequeñas manchas negras en sus bordes. (“Primer contacto”); […] Las mariposas suelen poner entre cincuenta
y setenta en cada hoja. Animadas por un peculiar instinto de la geometría, los
colocan formando diminutos bloques rectangulares […] (“Resolución”); […] Nunca se duerme. Solamente cuando la muevo
puedo ver que está atada a una hoja por un invisible hilo de seda… (“Hilo”),
o Me gusta pensar en el misterio que
tengo ante mis ojos. Por momentos me imagino dentro de la oscuridad de su
reposo, y entre sombras me veo como la otra que despierta en mí. (“Crisálida”)
Si revisamos con cuidado los
fragmentos arriba referidos, notamos que se habla de una mariposa, insecto que
la autora busca a su vez definirla mediante la mirada poética, como en “Ala
posible” (Potencia del mundo/ como la
palabra/ que balbuceo al despertar/ como los secretos de infancia), “Ala desnuda”
(…no me atrevo a tocarla/ sin saberlo
siquiera/ en su insomnio perenne/ vislumbro sus futuras alas), o en “Ala
marginal” (…no sé cuál fue/ la ensoñación
que me dio forma/ ni sé lo que seré/ cuando deje esta piel vacía)
También cabe destacar la
presencia de un poema capital en la primera parte de Vasija: “Vena de luz”, punto de equilibrio entre la mirada de la
mariposa descrita en la bitácora y los desencuentros de la autora por ceñir su
mundo interior al ambiente que la rodea: Sin
saber a dónde iría/ por un camino de piedra/ como una espina en la carne/
atravesé la otra orilla// [...] La
mirada hipnotizada/ descubre por vez primera/ en la oscuridad de piedra/ el
reflejo que la aclara// […] Miraba la
mariposa/ que había crecido ahí dentro/ abrí los ojos del sueño/ y la vi
brillar al viento.
Por otro lado, digno es hacer
énfasis en el poema largo que conforma la segunda parte de este libro; “Vasija”,
de previa publicación y del cual se ofrecen algunos fragmentos, funciona como
un coro a varias voces, cada una con su elemental manera de contar el tiempo: Esfera negra de irreparable augurio./ ¿Sabes
qué sucede cuando se rompe el cántaro?// Un mecanismo de maldiciones. (¿”Caja
de Pandora”, quizás?); […] sonido abrupto
hieren mis recuerdos/ trozos de barro dispersos/ en la sombra de mi infancia/
su oscuridad conserva las canciones/ que mis labios moldean […] El barro
funciona como metáfora del origen; transformado en vasija, se ocupa de contener
experiencias, recuerdos, territorios ideales para el quehacer poético: patria
del corazón, matria de palabras.
En
Vasija, se presienten algunas
lecturas de la lírica náhuatl, puesto que muchas de las imágenes que Diana del
Ángel traza en sus poemas, cuenten con la misma sencillez que aquellos poemas
prehispánicos. (No es gratuito que varios de los epígrafes del libro procedan
del Poema de Chalco, por ejemplo.)
Siendo así, no dudaría ni un ápice que estos versos −traducidos y compilados
por Ángel María Garibay en Poesía
indígena de la Altiplanicie− le quedarían muy a la medida: […] de tu interior brota el canto florido que
tú, poeta,/ haces llover y difundes sobre otros.
En suma, Diana del Ángel
comienza una impecable trayectoria poética con un libro sencillo en imágenes, llenas
de sabiduría que solamente otorga una constancia poética inmune a toda
nomenclatura; itinerario y escalas de una mariposa en espera de otros
aprendizajes, donde al final toda respuesta se acercará –aunque sea un poco− a
esa lacónica resolución de Octavio Paz: La
mariposa no dudaba:/ volaba. (Lo demás es silencio.)
Diana del Ángel. Vasija. Cuernavaca, México, Instituto de
Cultura de Morelos, 2012 (La Hogaza. Trazos, 7).
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