Ulises Velázquez Gil
El sabio árabe Averroes dijo alguna vez que
“hay que ser innovadores en lo que a ciencia y a la tecnología, pero
conservadores respecto de los asuntos de los hombres”. Ha pasado un milenio y
la tecnología ya tiene sus horas de vuelo; igualmente la educación que, como
asunto de la humanidad, sí que ha tenido su propio camino, pero cuando ambas se
encuentran, es de esperarse grandes resultados, pero si lo restringimos al
ámbito de las universidades, ¿qué podría pasar? ¿Esperamos el diluvio o el
Apocalipsis?
Comunicólogo
de primera y subsecuentes formaciones, Alejandro Byrd Orozco ha dedicado varios
años de su vida en formar generaciones de comunicólogos: mientras conforma su
panorama de trabajo, reforma el tortuoso trayecto que los condujo hasta las
aulas y, claro, deformando por añadidura todo prejuicio adquirido y así dar
lugar a un nuevo paradigma... Y, si se quiere, hasta un prejuicio nuevo, pero
eso ya es asunto de los comunicólogos en germen. El punto de partida para
conocer ese engranaje académico se encuentra en su libro Educación y tecnología en la UNAM.
A medida que pasa el tiempo, se
ha vuelto de toral importancia la inclusión de las nuevas tecnologías dentro
del campo académico, cuestión que hace necesaria, además de integrarse a la
vida universitaria, su consabido campo de estudio; reconocemos, claro, que se trata
de una empresa harto arriesgada, pero que requiere de nuestra atención.
En el primer apartado,
“Educación, sociedad y tecnología”, Byrd menciona que la tecnología todavía no
se incorpora al terreno de juego y no es para menos: se piensa, no sabemos si
con temor o escepticismo, que más que una (posible) herramienta, se vea como un
elemento adverso, inclusive acomodaticio. Por un lado, se pondera a todas luces
la misión educacional (sin importar tiempos, geografías y regímenes políticos),
por el otro, se menciona la existencia de una enorme desigualdad en su
aplicación, dentro y fuera de las escuelas. (Menciona como ejemplos del buen
maridaje educación-tecnología, los esfuerzos emprendidos en el Massachusetts
Institute of Technology, y
por la Universidad de Wisconsin, de donde surge un concepto vital para nuestras
intenciones: la transferencia tecnológica.) Una red bastante organizada que une a
varias universidades respecto al fomento de una determinada investigación,
generando un recíproco beneficio tanto social como tecnológico. Y aunque esto
se antoje maravilloso, y a ratos, hasta utópico, cabe decir que no suele ser
así en todas las universidades; algunas tienden a subir (se ajustan a los
dictados del progreso) y otras suben a tender (se tornan reacias al desarrollo,
con el temor de desviarse del camino andado). Si seguimos a Ikram Antaki: “El
conservadurismo en la universidad es legendario. Raras veces ha sabido
adaptarse a lo nuevo y su larga historia es la de una serie de oportunidades
perdidas […] Perdió el tren de la técnica. No enarboló la bandera de la
investigación científica”. Cuestión de enfoques.
En
el segundo y tercer apartados, Byrd se interna por terrenos escabrosos, que de
tan conocidos, se vuelven cotidianos. En este caso, la Universidad Nacional
Autónoma de México entra en escena para contarnos su versión de la misa. Con
una existencia centenaria, una autonomía de 80 años y el agigantado aumento de
su matrícula en los últimos treinta, la UNAM experimenta varios procesos a
favor suyo: la creación de las Escuelas Profesionales (hoy Facultades) a partir
de 1974, y las funciones del Centro de Estudios sobre la Universidad (hoy
Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, IISUE).
Dentro de la primera, digno es resaltar el desarrollo de la carrera de
Periodismo y Comunicación Colectiva en la unidad Acatlán, mientras que en la
segunda, dicho organismo se encarga de velar por los procesos educativos dentro,
para y desde la universidad, incluyendo su interacción con la sociedad y,
claro, con los instrumentos que ésta pone a nuestro alcance.
Respecto
al desarrollo de la carrera de Comunicación (antes llamada Periodismo y
Comunicación colectiva), Byrd pondera ante todo su naturaleza
interdisciplinaria, donde agentes culturales y procesos de investigación se
valen de varios instrumentos tecnológicos en pro de un conocimiento completo.
Pero también pone a discusión el ámbito de Educación Distribuida por
Tecnología, para que varios sectores universitarios (profesores y alumnos, en concreto)
sepan cómo afrontarla y hasta emplearla para su beneficio mutuo, dentro y fuera
del aula.
Para
que esto logre llevarse a cabo de forma satisfactoria, en su apartado cuarto,
Byrd hace mención de algunos tópicos en aras de ese buscado maridaje entre
educación y nuevas tecnologías. Primero, debe resolverse que quien no esté apto
para estos nuevos artefactos, no se vea marginado, sino en vías de adaptación;
segundo, que los nuevos modelos de enseñanza deben recibir cambios y mejoras
tanto del profesor y el alumno como de los propios medios a emplear, y como la
tecnología es uno de ellos, el profesor se permite reproducir su móvil
pedagógico y el alumno, desde luego, tenga una motivación autoformativa. Eso
sí, ninguno de los dos debe adolecer ni exagerar en sus intenciones. (Y como en
otra montaña, otro es el cantar, según reza un antiguo proverbio chino, cada
alumno tiene necesidades diferentes.)
A
la terna tradicional (material didáctico, acción docente y evaluación
continua), se le unen, gracias al ámbito tecnológico, tres conceptos
complementarios: biblioteca virtual, encuentros presenciales y relaciones
sociales extraacadémicas, cuestiones que permiten que el proceso de aprendizaje
persista, aun en el domicilio del educando. Bajita la mano, este tipo de
procesos hacen que tiemble de frío el concepto de autonomía institucional, precisamente por la multiplicidad que
permite dichos intercambios y que, supuestamente, atentan contra la estructura
propia de cada institución educativa.
Respecto
a la carrera de Comunicación (sobre la cual es enfático Alejandro Byrd en este
libro), lo mismo ha producido gratas satisfacciones que lamentables
desencantos; no abdiquemos antes de tiempo. El encuentro entre la tradición de
las aulas y la posibilidad de incluir las nuevas tecnologías en su ser y hacer,
no nos exime de hallar otras vías de investigación, de internarnos a fondo en
la ingente labor de comunicarnos, y, por lo visto, no es tema del todo acabado.
Hace treinta años, por ejemplo, la televisión tuvo cierta hegemonía y ahora sus
últimos bastiones se encuentran en los prados de Edusat-SEP. Al paso de las
siguientes décadas, la Internet se volvió el caballo de batallas (y hasta de
Troya, según se viera) y sus frutos, desde las Universidades a distancia hasta
los universos paralelos de Facebook y Twitter, aún tienen cosas por decirnos.
En
suma, Alejandro Byrd apenas ha dicho la primera palabra al respecto; nos pone
al día sobre un proceso aún en construcción. Mientras insistamos en conocerlo,
no está de más tener muy en cuenta que el pecado capital del ámbito académico
es la especialización excesiva, que sólo achata los entendimientos y engrosa
las discrepancias. Para los comunicólogos que lean Educación y tecnología en la UNAM, además de conocer a fondo un
problema vigente y reflexionarlo muy a fondo, deberán, a medida que sus
proyectos se configuren, interesarse por otros temas, y así vivir a plenitud la
experiencia de la multidisciplina. (De cualquier manera, queda en ustedes la
última palabra.)
Alejandro Byrd Orozco. Educación y
tecnología en la UNAM. México, UNAM/ FES-Acatlán/ COPACSOH, 2008 (Dulce
y Útil).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario