En estas últimas semanas, cuando la nómina de escritores fallecidos aumenta con todo el dolor del corazón, es imperioso hacer un balance de lo escrito y, aunque duela decirlo más que hacerlo, retirarse paulatinamente del ruedo. La noche de hoy cuenta con ese espíritu, luego que el maravilloso escritor Sergio Pitol presentó Una autobiografía soterrada, libro que aparece bajo el atípico sello de Almadía, y cuya presentación se realizó en la Librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica, alla por los rumbos de la Condesa.
Poco antes de las 7 pm, ya comenzaban a llegar distintas luminarias del mundo de las letras mexicanas para presenciar un acto sin precedentes. Quien esto escribe, al igual que Magali Tercero, Federico Campbell, Daniel Sada, entre otros, se paseaban por los estantes de libros o, simplemente, se tomaban un café antes de compartir las letras con su gran colega Pitol. Para mi buena fortuna, me encontré con Carlos Domínguez, colega y amigo, cuya cámara literaria estaba más que lista para entrar en acción. Platicamos un buen rato -la última vez que nos vimos fue en la entrega del Premio Villaurrutia 2008 para Adolfo Castañón- y ví que ya llevaba una enorme bolsa con ejemplares del homenajeado y sus presentadores: Jorge Volpi y Álvaro Enrigue. Y como traía unas ganas de hacer efectivo un regalo, le dije que me esperara un poco y, varios minutos después, llegué con Efectos personales de Juan Villoro (a quien se le extrañó, por cuestiones de fuerza mayor) y, claro, El arte de la fuga del maestro Pitol. (Ahora que lo menciono, sí debí comprar el libro de marras. Y sí, hoy me arrepiento.)
Justo a la hora indicada, el primero en hablar fue, desde luego, Sergio Pitol, quien leyó algunas palabras en torno al nuevo libro, destacó su importancia -desde los libros de procedencia hasta el orden definitivo en el volumen- y, claro, también su alocución dedicó algunas palabras hacia Carlos Monsiváis, entrañable amigo suyo y recientemente fallecido, con quien compartió, además de las lecturas y las aventuras literarias, toda una vida hecha de letras vivas e impresas. Finalizó su participación de forma lapidaria : Una autobiografía soterrada sería su último libro, y luego agradeció al público su asistencia. La siempre espontánea Anamari Gomís, al término de sus palabras, se puso de pie y aplaudió con toda intensidad, misma que no tardó en secundar el resto del público asistente.
Después de semejante muestra de afecto hacia Sergio Pitol, las intervenciones de Álvaro Enrigue y Jorge Volpi parecían salir sobrando, pero por igual las escuchamos, y la presentación acabó tal y como había empezado: de excelente manera, y con una enorme cereza en el pastel: una copa de mezcal oaxaqueño, cortesía de la editorial Almadía, y la firma de libros por parte del autor. Y mientras sucedía una u otra cosa, Carlos y un servidor nos acercamos a los presentadores; él, para sacar las consabidas firmas, y yo, para saludar al buen Álvaro y comenzar mi safari fotográfico para la colección privada. No nos fue tan mal. Y si le sumamos nuestro encuentro con la queridísima Maribel Báez, doblemente maravilloso.
En el mezzanine, encuentros con Margo Glantz, José de la Colina, Ix-Nic Iruegas, los escritores del Crack (Volpi-Padilla-Urroz), Mario Bellatín, Anamari Gomís y la dupla dinámica de Bonilla Artigas editores, entre otros, hicieron más que soñada aquella cita cultural en la Condesa. (Domínguez y Gorbea, a quien encontré después, también compartían aquella impresión.) De paso, he de confesar que, al encontrarme con mis editores (Bonilla Artigas, claro), quedó más que confirmado mi deseo de hacer mío este mundo (ancho y ajeno) de las Letras mexicanas. Sí que sí.
Y para cerrar con botón de oro, como todo mundo me sumé a la fila para obtener la rúbrica de Sergio Pitol. Primero hizo lo suyo Maribel, luego Carlos, y al llegar el turno de un servidor, el maestro Pitol, al momento de firmar mi ejemplar de El arte de la fuga, oyó mal mi nombre y así lo escribió; luego le aclaré la errata y, claro, corrigió como debe de ser. Esto me hizó recordar algo parecido que pasó hace dos años, en la Feria de Minería, cuando en vez de su nombre ¡¡puso el mío!! y que en segundos corrigió. Cuando se lo comenté, solamente acertó a reirse y a celebrar aquel destello de espontaneidad. (Natural en él, por cierto.)
Mientras emprendíamos la retirada mis colegas y yo, Anamari Gomís aprovechó el momento para saludarme y preguntarme si el maestro Pitol seguía firmando libros; respondí afirmativamente y ella, al voltearse, exclamó: "Pero si no es una fila... ¡¡es un colón!!" Y le dije que así era, dado el gran aprecio que se le tiene. Anamari también coincidió en ello y nos despedimos con aquella idea en la cabeza.
No me cabe la menor duda que el camino de las letras me ha dado un lugar preferente en lo que a homenajes, mesas redondas, premios se refiere. Como decía mi querido Jorge F. Hernández, una admiración se comprende más cuando después de leer con fruición y fidelidad a un autor ya querido, se realiza el milagro de conocerlo en persona, aunque sólo sea por un instante. Y creo que hoy con Sergio Pitol dicho milagro se cumplió a carta cabal. No dudo en volvérmelo a encontrar, pero en sus libros, como El arte de la fuga (a la sazón, mi favorito), siempre será como el primer día. ¿No lo creen?
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