Hace unas semanas, en la Ciudad de México, se anunció el retiro paulatino de las bolsas de plástico de las tiendas de autoservicio, las cuales se sustituirán por unas de uso rudo, pero benéficas al medio ambiente. (Y, para comodidad del usuario, también podrán adquirirse en la propias tiendas.) Para un adicto al súper (como quien esto escribe), es una excelente noticia, dado que tendrá que lavar su bolsa de mandado o, en su defecto, llevarse alguna de las bolsitas de segunda división que logró rescatar de anteriores excursiones al centro comercial, y así cumplir con la compra del día. No está mal, ¿verdad?
Pero al saber de semejante noticia, me viene una reacción encontrada: ¿cuál será el destino de las bolsitas de hule que dan en las librerías? Afortunadamente, buena parte de aquellas bolsas, al paso del tiempo, se han convertido en improvisados fólders, envolturas emergentes para regalos de cumpleaños, y hasta para proteger de la intemperie el libro en turno que esté leyendo. Así, hasta que el tiempo jubila la bolsita en cuestión y su destino, sin más ni más, es el cesto de la basura. Sin embargo, no todas mis bolsas pasan por lo mismo.
Desde que me volví un irredento caza libros y un junkie de las librerías, alguna de las bolsitas que me dan, y cuyo diseño sea único e irrepetible, un día resolví guardarla. Y la misma suerte corría en las ferias del libro donde me apersonaba. Al paso del tiempo, ya no sabía la manera de mantenerlas a raya, hasta que dispuse guardarlas dentro de un sobre manila tamaño ministro, por si alguna vez las necesitaba. Y sí, cada vez que requería asistir a alguna presentación editorial, una charla con escritores, o simple y sencillamente, ir por lana para salir trasquilado, siempre entraba al quite una de éstas, dejando trunca mi colección informal, y si se quiere, hasta indestructible. (Ni modo, tengo alma de hule, sin que suene a disco de Los Beatles.)
Del Fondo, el pacificador hindú, mis amados Colegios (Nacional y de México), tiendas de discos con nombre prehispánico, y hasta de compañías papeleras que iluminan, todas han aguantado tres pianos y una orquesta completa: lluvias citadinas a mitad de la semana, ventas nocturnas en la Condechi, excursiones al COLMEX en horas pico, y hasta me han servido como caballo de Troya para ingresar a la Biblioteca Vasconcelos sin aduana ni paquetería de por medio. Y siempre vuelven a casa: algo maltrechas, eso sí, pero después de haber cumplido con su deber.
Me imagino que aquella colección de bolsitas de hule, si alguna vez llegara a desaparecer de mis manos, seguramente en unos años, sería expuesta en El Estanquillo en calidad de mexican curious, engrosaría el inventario de una casa de subastas en Londres y Nueva York, o tal vez se reprocesaría químicamente para hacer combustible para nuevos vehículos o para el maquillaje del mañana. La verdad, no lo sé.
De algo sí estoy seguro: que tendremos bolsitas de hule para rato, ahora regidas por un efímero tiempo de uso. Pero aquellas que motivaron estas ociosas líneas, serán mil veces superadas por las bolsas de tela cuya fama, irónicamente, también se debe a las mismas librerías. (Qué cosas, ¿no?)
1 comentario:
¡¡Y yo soy una junkie de bolsas de mercado!! Vos lo sabés. De hecho, traigo un par en el coche para lo que se ofrezca. Te lo aviso por si se te llega a ofrecer a ti...
Nos vemos pronto, de regreso en Acatlan City.
Need to talk u, a lot. Miss u so much.
Love,
Butterfly Technicolor.
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