Cuando la Historia y las Letras se encuentran en el camino, siempre hay de dos sopas: una, generar enconadas polémicas, y otra, invitar a su mutuo reconocimiento. Son contados los casos de personas que han hecho lo segundo a cabalidad y hasta sus resultados, como el Cid Campeador, siguen ganando batallas. En este aspecto, suenan algunos nombres como Luis González y González y Jean Meyer; en estos tiempos, habría que añadir al elenco el nombre de Jorge F. Hernández, historiador de formación pero narrador por derecho propio.
Nacido un día como hoy, de 1962, en la Ciudad de México, pero guanajuatense por gusto y origen familiar, Jorge F. Hernández estudió la carrera de Historia, donde contó con el magisterio y la amistad de don Luis González y González, quien supo guiarlo por los caminos de la microhistoria. Ese historiográfico andar derivó en su primer libro: La soledad del silencio. Microhistoria del Santuario de Atotonilco (1991). (Una primera versión, en forma de tesis doctoral, obtuvo en 1987 el Premio Atanasio G. Saravia que otorga Banamex a las mejores investigaciones sobre historia regional.)
Aunque su formación historiográfica lo hacía conducirse bien por los círculos académicos, el talento de Jorge F. Hernández iba más lejos al publicar, por una parte, algunos cuentos en revistas dirigidas a los pasajeros de conocida aerolínea, y por la otra, crónicas y retratos de raigambre historiográfica en suplementos culturales. En ambas, resalta un elemento peculiar de su postrera obra: el desconcierto, sea para pintar las mordaces andanzas de los pasajeros a bordo de un avión, sea para describir los vicios y locuras de una esquizofrénica grey de clionautas. Dichos esfuerzos periodísticos tomaron forma de libro: En las nubes (1997) y Espejo de historias y otros relatos (2000).
Entre una compilación y otra, Jorge F. Hernández demostró también sus cualidades para el ensayo, desde donde rescataría otras historias que merecen contarse: la taurina, con Réquiem taurino (1998), y la literaria, donde preparó un selecto volumen con algunas de las mejores entrevistas realizadas a Carlos Fuentes, bajo el nombre Territorios del tiempo (1999), y con un maravilloso estudio introductorio de su parte. Pero la empresa más grande estaría por venir, cuando en 1999 publica su primera novela, La Emperatriz de Lavapiés, donde cumple una deuda de amor hacia España, país por el que siente un acendrado afecto, cuyo protagonista, Pedro Torres Hinojosa, cumple al final de su vida una travesía allende el Atlántico, hacia un Madrid tan lejos de American Express y tan cerca de su siempre amada Carmen. Y regresaría al redil del ensayo con Signos de admiración (2006), libro donde reuniría algunos retratos de sus filias y fidelidades literarias, que antes tuvieron su foro de expresión en la columna "Agua de azar" que tiene a bien publicar los jueves en el periódico Milenio. Por estos meses, tuvo a bien publicar una segunda novela, Réquiem para un Ángel, donde cumple otra deuda de afecto, pero hacia la Ciudad de México, amada y odiada al unísono; vista desde la mirada cuasi redentora de Ángel Andrade. (Si se me permite el paréntesis, en cierto modo también es deudora de La región más transparente de Fuentes.)
Con todo, Jorge F. Hernández ha sabido salvaguardar todos los momentos de la vida gracias a la literatura, sin dejar de lado su formación como historiador; más bien sabe que la historia tiene prisa por vivir y ello hace posible dicha labor. Paréntesis aparte, es una delicia convivir con un conversador sin igual (que hace poco se destapó como actor gracias a Cabezas, radiodrama producido por Radio Educación, donde interpretó a un Miguel Hidalgo bastante peculiar), que comparte hasta la más recóndita minucia con sus compañeros de mesa, entre becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas y colegas de ambas orillas del charco atlántico. Dicho lo anterior, podría decirse, taurinamente, que siempre acaba por partir plaza.
Bajo el pretexto de celebrar su cumpleaños, queda aquí la invitación para acercarse a una obra narrativa y ensayística que siempre busca atrapar el tiempo. Y aquí me detengo.
(¡¡Enhorabuena, Jorge!!)
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