En el calendario de las Letras mexicanas, cuando llega un aniversario en cifra cerrada, no se sabe si echar campanas al vuelo o, de plano, temblar ante lo venidero. Así me pasa hoy, día en que Carlos Fuentes cumple hoy 80 años de vida.
Nacido en la ciudad de Panamá, en 1928, mientras su padre cumplía una misión diplomática, Carlos Rafael Fuentes Macías vivió una existencia peregrina: donde su padre fuera comisionado, el hijo también viajaba. Entre Sudamérica y los Estados Unidos, se formaría su carácter. Ya en México, se integró al ambiente cultural que imperaba por aquellos días. Sus primeros cuentos fueron publicados por Juan José Arreola en su legendaria colección Los Presentes. Pero su descubrimiento de la ciudad lo motivó a escribir una obra que, como él, también en este año llega a cifra cerrada, 50: La región más transparente. Desde entonces, la narrativa no habría de dejarle.
Bien sé que hay hasta el hartazgo páginas y páginas sobre su vida, sus obras, los lectores de sus obras, sus amigos, etc., y que en estos días dará inicio un Homenaje Nacional. Todo ello me amedrenta para hacer una pequeña semblanza correspondiente al día. Sin embargo, al leer el post que Julia Cuéllar le dedicó, veo que estas líneas solamente harán lo suyo si les integro algo de mi experiencia. Y para allá voy.
Mi primer contacto con la obra de Fuentes fue allá en la preparatoria, cuando mi profesor de Literatura me dejó como trabajos finales para el curso tres libros: El Principito, de Antoine de Saint-Exúpery, El Quijote y Aura, de Carlos Fuentes. Una maestra amiga mía me prestó su ejemplar de Aura y, además de hacer una excelente tarea, quedé impresionado con la manera cómo Fuentes describía los ambientes de una casona por las calles del Centro Histórico. Devolví el ejemplar y ya no supe más sobre Carlos Fuentes. En mis primeros años en la carrera de Letras, era del dominio público que los libros de Fuentes estaban fuera del alcance de nosotros, simples mortales de Letras, por una razón obvia: estaban publicados por Alfaguara. Sans commentaires. Pero como mi interés por sus obras había renacido, resolví comprarme varios libros suyos. Antes de ello, descubrí en mi biblioteca La cabeza de la hidra, su única incursión en la novela policiaca. Quedé sin palabras al terminar de leerla.
Más adelante, adquirí en una de las librerías del Pacificador una edición de bolsillo de Aura, misma que aún espera una relectura de mi parte. Más adelante, en una librería de viejo, compré Agua quemada, que me leí de un tirón. Otra vez me impresionó la manera cómo Fuentes describía a varios personajes, eslabones de una misma línea generacional que sustentaba la ¿novela? Pero como el interés por Fuentes aún me pedía a gritos una lectura como debía de ser, la buena fortuna hizo que me tropezara con La región más transparente, en la edición que hizo Georgina García-Gutiérrez para la editorial española Cátedra. Y, recientemente, una amiga mía me regaló los Cuentos Naturales y los Cuentos Sobrenaturales ¡¡editados por Alfaguara!! Ahora sí, ya no tengo pretexto para no leerlo.
Cierro estas líneas con la frase que siempre he dicho cada vez que celebro a un escritor: El mejor homenaje es leerlo. Para quien dedica sus días a las letras, celebrar una vida es también hacer lo propio con la obra. (Y viceversa.) La semana entrante dará inicio, de manera formal, el Homenaje Nacional por sus 80 años. La invitación está sobre la mesa.
(Carlos Fuentes cumple 80 años y, como el whisky, sigue andando...)
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