Ulises Velázquez
Gil
En una
charla en el otrora Centro de Lectura Condesa, Alberto Blanco, poeta y músico
por los cuatro costados, se quejó acerca de cómo las revistas y los pocos
suplementos literarios se han plagado de malos poemas y, por ende, de malos
poetas, que toman su
materia prima de asuntos banales como la política y la vida privada; sin
embargo, cabe resaltar las siguientes palabras, alentadoras al fin: “no basta
recibir el llamado, no basta tener el talento, esto es apenas el primer paso”.
Donde logran conjugarse tanto
llamado como talento, tenemos la obra poética de la mexicana Helena Paz Garro,
nacida –literalmente– entre letras, quien nos entrega una mínima pero
significativa muestra de su quehacer poético en su primer libro en español: La rueda de la fortuna, bajo la
incipiente serie de Poesía dentro de la legendaria colección Letras Mexicanas
del Fondo de Cultura Económica. (Paréntesis aparte: en su largo peregrinaje
tanto literario como geográfico, Helena ya daba desde temprana edad muestras de
una maestría y una intuición poéticas, inusitadas hasta para ella misma, que la
orillaban a escribir sus primeros poemas, pero en francés, idioma impuesto por
una esmerada educación en grandes colegios de Francia. Dicho esto, contar con
una edición en español de su poesía es, en sí, un milagro.)
A través de setenta poemas, Paz
Garro nos presenta su manera de ver la vida; desde los desastres vividos
(suscitados entre el exilio y la persecución en España y Francia) hasta esas
piezas de relojería lírica que bien merecen tallarse en letras de oro. Doy
muestra de uno breve: Era tan joven/ que
todas las primaveras del mundo/ se habían dormido sobre su frente. (“A un
joven”) O quizás éste, que merecería otra lectura diferente: Son un zafiro/ en el cual se juega/ el
destino de Constantinopla. (“El cohete”). Y este fragmento, que no
desmerecerá su respectiva lectura en conjunto: Ella canta la melodía de la tierra/ ondulante de trigo maduro/ que se
extiende a pérdida de vista/ como un mar dorado. / Su risa como una cascada/
que refresca el cuarto de mil gotas de agua. (“Aparición solar”)
Por otro lado, varios poemas están dedicados a Mijail Bulgakov, Ezra Pound,
Antoine de Saint-Exupéry, e incluso a sus padres, Elena Garro y Octavio Paz;
estos suelen verse como pequeños “retratos hablados”, es decir, su (aproximada)
apreciación de aquellas relaciones tanto afectivas como literarias. También
cabría decir que el poema breve sirve a manera de portarretrato para guardar
algunas imágenes. Para muestra, bastan estos botones: Sus cabellos chispean,/ sol domesticado en una casa. / Sol vagabundo/
errante de cuarto en cuarto/ entibia nuestras almas. […] (“Mi madre”); o
también éste: La naturaleza ha tocado tu
frente/ borrando toda enfermedad/ y los que te quieren/ te verán, joven
partícula de sol/ en una isla griega. (“A mi padre”) [De cualquier manera,
ambos merecerán su respectiva lectura completa, como debe de ser.]
Si alguna vez se confeccionara el escudo
de armas literario de Helena Paz Garro, tanto la sentencia materna “Yo sólo soy
memoria y la memoria que de mí se tenga” como el adagio paterno “Los poetas no
tienen biografía. Su obra es su biografía”, conformarían esa intención. En
ambos casos, se constituye una biografía (los trabajos del poeta) como un
resguardo para la memoria (los temas del poeta). Sin embargo,
ella alguna vez comentó que se sentía más afín a la obra materna; aún así, su
sensibilidad poética no niega cierta raigambre paciana. (Es más, si no fuese
por las fechas de cada poema, quizás habrían pasado por propios de Paz, pero
sería pecar de exageración.)
A
pesar del aparente desorden entre un poema y otro, respecto al año de su
confección, no se pierde del todo la frescura de la imagen poética presente en
la poesía de Helena Paz Garro. Me imagino que, al momento de su publicación, la
autora puso en orden los papeles de su propio baúl, sin importar la fecha de
los poemas incluidos, para dejar esta selección como ahora la conocemos. Si
queremos sustentar un poco más esa idea, vayamos al prólogo de Ernst Jünger,
quien nos dice: El poema suelto es un
ramillete. El poeta entreteje palabras e imágenes, no tanto de manera lógica
como por intuición. No hace falta que el o la oyente sean conscientes de que
concuerdan; surten efecto por su sustancia y armonía. De pilón, para
recibir un buen ramillete la fecha importa poco cuando es fresco y grato de
tener en las manos.
Finalmente, hacía falta que la obra
de una poeta notable (aparentemente desconocida, pese a su brillante prosapia)
llegara a nuestras manos. En La rueda de
la fortuna, como en el juego de feria, hay poemas que suben o bajan la
intensidad mientras se leen, pero ninguno quema su pólvora en infiernitos,
inclusive se tornan invención, y cuando la poesía nos devuelve la mirada de
niño –que sólo los buenos poetas conservan desde sus primeros borradores hasta
sus obras reunidas– dicha atracción se vuelve escala íntima. (Y hasta ahí.)
Helena Paz Garro.
La rueda de la fortuna. México, Fondo
de Cultura Económica, 2007. (Letras Mexicanas. Poesía)
(4/noviembre/2011)
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