Ulises Velázquez
Gil
Hay
autores que, luego de no leerlos en mucho tiempo, cuando llega a nuestras manos
una obra suya (sin la pretensión alcahueta de un Best Of), sentimos la necesidad de leerla por completo y cuando la
abrimos al azar, este factor aleatorio nos orilla a proseguir la lectura, sin
importar el antes ni el después de aquella página. En mi caso
personal, ocurre esto con las obras de Octavio Paz (1914-1998), a quien leo con
cierta devoción desde hace varios años.
A Octavio Paz le
ocurre, en últimas fechas, el mismo caso que con Alfonso Reyes: una vez conjuntas
todas sus obras en varios volúmenes (Reyes, 26; Paz, 15), todavía siguen
encontrándose textos suyos, en espera de hallar su justo lugar entre las obras
completas. Esta cuestión no genera mayor espanto, dado que nunca se deja de
publicar libros de, sobre y contra los autores de marras: prueba fehaciente de
la buena salud de las letras mexicanas. Sin embargo, en aras de
difundir su obra, críticos y editores se han dado a la tarea de publicar varias
antologías al alcance del lector de a pie. Para el caso de Paz, en
vida suya sólo se han hecho tres compilaciones: La
Centena (1969), El
fuego de cada día (1989) y Claridad
errante (1996) –esta última, gracias a la maestría y buen tino de Jorge F.
Hernández, entonces coordinador de la colección Fondo 2000 del Fondo de Cultura Económica, y reeditada con algunas
adiciones con motivo del Día Nacional del Libro en 2010–, como ejemplo de la
maestría de Paz, generalmente en el campo de la Poesía y otras latitudes.
Las
palabras y los días (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes /
Fondo de Cultura Económica, 2008) se trata de una antología introductoria,
según Ricardo Cayuela Gally –compilador y prologuista–, integrada por 14
ensayos, 44 poemas y cinco prosemas provenientes
del ¿Águila o Sol?, presentando lo
más significativo de la obra paciana hacia los jóvenes en particular. El
propósito fundamental de este florilegio “quiere ayudar a disipar algunos […]
errores de apreciación con los mejores argumentos, los propios poemas y ensayos
de Octavio Paz”. Y no es para menos, dada la mala fama endilgada hacia un polemista
sin concesiones, cuya
profundidad en el tratamiento del tema en turno –arte, política, poesía,
preceptiva literaria, hasta la coyuntura del momento– más que convencer,
convierte. Otro propósito que sustenta a la presente antología, es el objetivo
de introducirse de buena manera hacia las Obras
completas (cuyos quince gruesos pero imprescindibles volúmenes
amedrentarían a cualquiera), suerte de salvoconducto de gran ayuda hasta para
el más evidente de sus conversos. Además, su naturaleza asequible, desde su
módico precio hasta el impecable diseño tipográfico, reafirma, claro está, el
regocijo que origina su lectura.
Un sol más vivo
(Era / El Colegio Nacional, 2008), por otro lado, se enfoca en particular a la
poesía de Octavio Paz, desde las primeras incursiones de su Libertad bajo palabra, pasando por los
parajes de experimentación visual de Blanco
y la cacería de los sueños de Ladera este,
hasta los últimos poemas publicados en la revista Vuelta, cálida marginalia poética en sus años restantes de vida.
Como resulta difícil preparar una nutrida selección de poemas, a sabiendas de
reclamar, por ende, ciertas inclusiones y extrañas omisiones, los editores de
esta antología creyeron pertinente que otro poeta –lector acucioso de Paz,
naturalmente– se encargara de aquella empresa; el elegido para ello fue, con todo
y sorpresa incluida, Antonio Deltoro, cuya obra poética debe mucho a la
preceptiva paciana y, claro, a la de sus coevos más cercanos. Afortunadamente, Un sol más vivo, a semejanza de Las palabras y los días, también cumple
con la finalidad de llevar la obra de Paz a viejos y nuevos lectores.
Pasado
y presente en claro (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes /
Fondo de Cultura Económica, 2010) aprovecha el vigésimo aniversario de la
entrega del Premio Nobel a Octavio Paz, y nos entrega, además del discurso de
recepción, un texto inédito que data
de los años 60, “México, ciudad del agua y del fuego”, publicado en la versión
en español de la revista Life, pero
que el propio Paz olvidó incluir en su obra completa; el crítico Enrico Mario
Santí, encargado de la edición, resalta la importancia de este texto sobre la
ciudad de México, que, a casi medio siglo de su escritura, aún suscita asombro
hasta en los pacianos de pura cepa.
Ante
todo esto, ¿qué importancia tienen estas antologías de Octavio Paz? La misma
respecto de Alfonso Reyes: acercarnos de primera fuente con las obras del
autor, aunque la diferencia toral sería la siguiente: mientras que a Reyes se
le puede perdonar todo (hasta lo dicho en su Diario, de publicación por entregas), para el caso de Paz esto aún
se ve muy lejano. Algunos siguen sin perdonarle sus apreciaciones políticas,
mientras que otros no saben por dónde ingresar a sus obras, dada la dimensión
de su obra completa. De algo sí podemos estar seguros: de las buenas intenciones
de sus antólogos; tanto Ricardo Cayuela Gally y Antonio Deltoro como Enrico Mario Santí
deben estar orgullosos porque las obras de Paz ahora llegarán hacia más
personas, pero esto no los conlleva a dormirse en sus laureles. Este ingente
esfuerzo de divulgación apenas tiene a sus primeros guías, cuya propuesta antológica
de un autor imprescindible en sí ya es la mayor recompensa. (Después de todo,
no serán las primeras ni las últimas antologías que se hagan al respecto
¿verdad?)
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