Ulises Velázquez Gil
En alguna entrevista (de las pocas que se
permitió conceder), el escritor rumano E. M. Cioran declaró a los cuatro
vientos que sólo existen los autores que son releídos; razón no le faltaba –al
menos, en parte– porque al releer a los autores que suelen acompañarnos a lo
largo de una vida, les regalamos una ración de vida para que su presencia sea
notoria y no exenta de sorpresas ante nuestros ojos. (Sucede igual con los
biógrafos: al adentrarse aún más en el universo de sus biografiados, éstos
recuperan fuerza y prosiguen si vida, sin presentarle cuentas a nadie.)
En el caso de las antologías
literarias (como en los Best Of en la
música), suele darse el mismo caso: viejos conocidos aparecen ante nuestros
ojos para contarnos, nuevamente, su historia. Tal es el caso de Un montón de piedras de Jorge F.
Hernández, volumen que consigna por partida doble una constancia en el oficio
de Scherezada, y una selección de sus mejores cuentos, aquellos que han
resistido la prueba del tiempo, y cuya lectura sigue siendo la primera de todas.
Habrá quienes se preocupan por hacer
cuentas, cuadrarlas y sumarlas; el escritor, por el contrario, se ocupa en
hacer cuentos, encuadrarlos y restarlos… Habrá quienes viven la realidad en constante
ajuste de cuentas; el escritor rinde cuentos y, al hacerlo, intenta otra
realidad. (Como quien dice, un “corte de caja”.)
Para los viajeros frecuentes de la narrativa de
Jorge F. Hernández, resulta francamente familiar encontrarse con viejos conocidos
como el pasajero transatlántico de “El huevo de Colón”, donde un vuelo en clase
turista se convierte en una comedia delirante en business class; o aquella travesía en el nostálgico blanco y negro de dos pasajeros
que suman a su manda épica a un piloto de tierra firme, cuya sustancia –de la
que, me imagino, están hechos los sueños– conforma “En las nubes”. (Paréntesis
aparte: esos extraños viajeros, parecidos a sendos personajes de la película Casablanca, son un guiño de ojo a la pasión cinematográfica del autor; por
cierto, en su primera novela, La
Emperatriz de Lavapiés, el protagonista es parecido al
Marcello Mastroianni de Sostiene
Pereira. Si “el cine es mejor que la vida”, como
decía Emilio García Riera, la vida es el mejor de todos los cuentos.)
En este desfile de luminarias, Rosendo Rebolledo,
Patrimonio Balvanera, Wang Feng y el dichoso Avellaneda, viajeros del
pretérito, conjugan aquellas formas de escribir la historia según el ilustre
vecino de la Rue
Broca, Pierre Gripari: la historia con hache
mayúscula –materia prima de académicos y gambusinos del pasado– y con hache
minúscula, restringida a las charlas de sobremesa o al anecdotario familiar.
Aún así... Lejos de la pretensión y el acartonamiento,
el oficio de historiar ofrece viajes ilimitados y sus circunstancias, aunque
registrables y narrables, son alimento ideal de la imaginación y del ensueño.
Por otro lado, cabe resaltar tres cuentos que
tienen como hilo conductor a la noche, donde otras historias se dejan fluir y
la sorpresa es cosa de esperarse: una delirante vivencia de la ciudad expuesta
en “Noche de ronda”; el aprendizaje de unos tránsfugas de la realidad en su
empeño por convertirse en glorias del toreo (“Un farol en la noche”), o la
deuda de amor de un maestro hacia el autor en espera de su alternativa literaria en “De regalo”: […] siempre he creido… Creo… que no hay mejor universidad que
los libros y no te confundas: uno se juega la vida tanto o más que con escribir
que con andar toreando… Lo dicho: escribir es torear. […].
Otro cuento digno de resaltar
es “True friendship”, donde un hombre
que justifique toda omisión y/o ausencia inoportuna, detona en la historia
secreta de un fantasma que, luego de muchos artificios, aparece ante el
individuo que lo conjuró, para bien, para mal. (Si uno nunca sabe de la amistad
verdadera hasta no conocer a Bill Burton, bien diría que el agua de azar –materia prima de todos sus
textos– no funciona a la perfección sin la presencia de Jorge F. Hernández.)
El deseo de volverse enano,
una partida fantasmal de dominó o una extraña liturgia que desaparece las urnas
de una votación, son sólo algunas de las maravillas encontradas en este
volumen, que por igual reúne fantasmas entañables (Ángela, hermana del autor),
viajes conjurados a la vera del sueño (“El fuego clásico”) y hasta objetos que
encierran una historia de amor (“Un romance antiguo”).
Para quienes seguimos con
suma devoción la obra de Jorge F. Hernández, esta antología es un glorioso
regreso a territorios ya conocidos, así también una incursión por los primeros
pasos de un narrador sin par; producto de muchas lecturas (homenajes) de los
autores que lo acompañan cada día de su vida. Un sendero de maestros, augurio
para una nueva forma de contar una historia.
Un
montón de piedras
funciona como el remedio que Bastian Baltazar Bux le dio a Fantasía, como la travesía del Rey Mono hacia el Oeste, o como la Ítaca de Constantino Cavafis: un viaje y
un destino. (El primero, permitido por gracia de la lectura; el segundo, la experiencia
obtenida, es decir, una historia por contar.) Sea como sea, ya no vemos la vida
igual después de leer alguno de los cuentos de esta antología. Según el autor,
esto obedece a una decisión personal, pero luego que el lector de a pie logra
reconocerse, se vuelve un tópico estrictamente personal. Quien lea estas páginas decide si merecen olvido o contarse o
contagiarse y compartirse en voz alta en el diálogo del silencio… como hacemos
con los recuerdos.
En suma, esta maravillosa
antología de cuentos escritos por Jorge F. Hernández, es apenas una mínima
muestra de una consumada maestría en el oficio de contar historias (con hache
mayúscula y minúscula, por supuesto); cartas
de navegación a la espera de un viaje interior, donde sus lectores asiduos
continuamos acumulando millas de viajero frecuente (otras historias en espera
de contarse) y para que los nuevos pasajeros conozcan “el mejor de los mundos
imposibles” –Abel Quezada dixit– que sólo
la imaginación, o el mero afán de compartir una historia, puede otorgar en esta
vida. Para todo lo demás, queda la lectura. (Así sea.)
Jorge F. Hernández. Un montón de piedras. Antología de
cuentos. México, Alfaguara, 2012.
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