Ulises Velázquez Gil
En su discurso de ingreso a la Academia Mexicana
de la Lengua ,
Salvador Elizondo lanzó una sentencia bastante lapidaria para todo autor que se
respete: Nada ilustra la
vocación de un escritor que la vida de su primer libro. Para unos,
resulta gratificante recordarlo, como consecuencia natural de un talento
innato, mientras que, para otros, suena engorroso acordarse de ello, por los
yerros allí expuestos. Sin embargo, cuando el primer libro de un novel autor
alcanza un reconocimiento inesperado, la duda sobre persistir o declinar en el
camino se vuelve una constante de vida.
En las letras mexicanas son
contados los casos de jóvenes autores que se aventaron al mundo editorial, a
sabiendas de pasar desapercibidos, o también, proclives a una extraña
sobrevaloración por parte de sus lectores. Algunos –muy pocos, claro– han
sabido crecer (y crecerse) con gracia e ingenio, cuyas poéticas, es decir, los
engranajes de su creación literaria, ahora nos resultan obvias y hasta
recurrentes. A este elenco de noveles autores en México, ahora se inscribe un
nombre doblemente atípico: Andrea Chapela, quien aparece en la escena literaria
con su primera novela, La
heredera.
Compuesta por 24 capítulos
(como las horas del día), Andrea Chapela nos cuenta dos historias: una, la de
Irene, una joven que tiende a aislarse del mundo conocido, de sus compañeros de
escuela, amigos y hasta de su familia, y la segunda, acerca de una región
fantástica de proporciones míticas llamada Vâudïz,
mundo fantástico creado por Irene. Dos mundos, en apariencia opuestos, que
conviven en diplomática distancia, se ven involucrados con la presencia de otro
personaje fundamental, Erick, a la sazón compañero de clase de Irene en el
colegio, quien se adentra paulatinamente en su mundo.
Vâudïz también tiene a su
propia protagonista: la princesa Nannerl, hija menor de la casa real, quien se
debate entre tomar su lugar en la sucesión del trono (amedrentada por su
hermana Samanta) o buscar su propio camino. Entre las persecuciones y la
traición por parte de su hermana, Nannerl se refugia en el Bosque de
Medianoche, donde conoce a los niños
sin sombra, quienes la reciben con afecto en su morada, y después,
llamada por el destino, se integra al grupo de las guerreras nocturnas,
aprendiendo toda serie de enseñanzas, entre los conocimientos de la magia y el
arte de batirse a duelo. Todos estos sucesos influirán en el reconocimiento
gradual de su destino.
Volvamos con Irene; sus
problemas con la familia, sus compañeros de escuela y ante la duda de saber si
se siente correspondida por Erick, ella se refugia en Vâudïz, donde nunca se
sentirá sola. De cierta forma, coincide con Nannerl, el refugiarse en sí misma,
pero hay un elemento que nuevamente las hermana: el aprendizaje y el
reconocimiento de su destino. Para que la maldad desaparezca del mítico reino,
debe reconocerse como la heredera de su reino, en quien todas las cosas habrán
de equilibrarse; Irene, por el contrario, para que Vâudïz no se involucre con
el “mundo real” (el de su abuela, el de sus amigas) debe compartir su mundo con Erick.
Ante este panorama, me atrevo
a decir que La heredera
es una novela de aprendizaje,
tanto en quien narra la historia como en quien la vive. (Y viceversa.) Si
seguimos en este curso, Andrea Chapela tiene una deuda de honor (y de amor a la
lectura, por supuesto) hacia sus clásicos,
es decir, aquellos libros que conformaron su camino narrativo; Harry Potter, Las crónicas de Narnia y la
famosísima saga de J. R. R. Tolkien resuenan en su historia, y no dudaría
también que Michael Ende y hasta el Italo Calvino de Si una noche de invierno un viajero
o de la trilogía de Nuestros
antepasados, se filtren en su prosapia literaria. Si en autores
primerizos, las influencias se notan a la primera lectura, para el caso de
Andrea Chapela esto no suele verse como defecto, sino como una virtud
indiscutible. Al contarnos una historia diferente, siempre estará la impresión
de recorrer los mismos lares, de navegar hacia viejos puertos, donde el viaje
–la lectura– se renueva constantemente.
Vâudïz existía en algún
lugar más allá de su mente. Tal vez había existido antes de que ella lo
imaginara. Se dice que
un autor no elige sus temas, sino que éstos lo eligen, y para el caso de Andrea
Chapela queda muy a la medida, dado que ya hacía falta conocer este tipo de
historias, restringidas solamente para la tradición europea. Sin embargo, en el
árbol genealógico de las letras mexicanas, escritores como Angelina
Muñiz-Huberman, Hugo Hiriart, Esther Seligson y hasta el León Krauze de El vuelo de Eluán, vean en
ella a una digna recipiendaria de sus invenciones e intenciones, joven en edad,
pero consumada en intuiciones narrativas.
Finalmente, La heredera (primera novela
de una tetralogía, a la que seguirán El
creador, La
cuentista y El
cuento) muestra la postrer vocación de una novel escritora,
incipiente y experimentada, cuyas mejores líneas aún buscan un lugar hacia
donde dirigirse. No cabe duda que estamos ante un caso extraordinario en las
letras mexicanas, en espera de volverse tan universales como la Tierra Media ,
Fantasía o Narnia. Pero esa historia…
todavía queda por contarse. (¿Por Andrea, Irene o Nannerl? Esperemos entonces…)
Andrea Chapela. La heredera. Barcelona, Puck,
2008.
(9/enero/2012)
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