lunes, 1 de marzo de 2010

Hasta siempre, Carlos Montemayor...

Cuando un talento versátil y un espíritu combativo se conjugan en una sola persona, suelen ser más que maravillosos sus resultados, pero cuando aquella persona fallece, no cabe duda que el mundo se vuelve sólo un montón de palabras.
Como lo mencioné hace poco, en la Feria de Minería supe por Guadalupe Loaeza de la muerte del escritor y activista social Carlos Montemayor (Parral, Chih., 13 de junio de 1947), acaecida en la Ciudad de México, la madrugada de ayer domingo 28 de febrero. Apenas en diciembre recibió, junto a sus colegas Hugo Hiriart y José Luis Rivas, el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Lingüística y Literatura, y el domingo 21 se dio tiempo para convivir con amigos y lectores en una sesión del ciclo Escritores en Palacio, dentro de la propia feria del libro.
Bien sé que abundarán los espacios para hablar de todas sus aristas creativas (poesía, narrativa, traducciones y hasta el bel canto) y de su espíritu combativo (que lo llevó a adentrarse por los senderos de la guerrilla, el zapatismo y las culturas indígenas), pero por ahora me limitaré a compartir con todos ustedes un poema suyo, porque en varias entrevistas realizadas a su persona, Montemayor se reconocía, ante todo, como un poeta: en sus novelas (Guerra en el paraíso, Las armas del alba, Minas del retorno), cuentos (Las llaves de Urgell, Premio Xavier Villaurrutia 1971), traducciones (la poesía griega antigua y contemporánea, y los Carmina Burana, por ejemplo) y poemas (Abril y otros poemas, Memoria del verano), se nota sobremanera el amor por la lengua, al detalle que conforma cada palabra, es decir, la vida misma.
Finalmente, invito a todos ustedes (y también a mí, ¿por qué no?) para acercarse a su obra, sea cual sea el tema que nos interese. (Para fortuna nuestra dejó listos dos libros: uno de análisis político y una novela, Las mujeres del alba, próxima a salir.) Hasta aquí dejo mis líneas y le cedo la palabra al poeta.

No vendrán los años

No vendrán los años, no vendrá el olvido.
No pasaremos, no, como tantas cosas.
La llovizna seguirá cayendo sobre la tierra
y estaremos en otro lugar, amor,
natural, eterno, que el cuerpo comprende.
Volveremos por él a donde nada desaparece.
Estar ahí, amiga, será estar para siempre.
Haberte amado así, será haberlo hecho para siempre,
más limpios que el mundo o las lluvias,
más que la fuerza de los mares.
En tu cuerpo hay una permanente arena,
una permanente lluvia, permanentes horas.
Todo lo que vive, desde tus ojos nos mira.
Y a través de tu cuerpo crece
nuestro encuentro luminoso como la tierra o las estaciones;
un grito silencioso insistiendo
en que no volverá a entristecernos la muerte;
que eleva en nosotros su ternura
como hasta la parte más alta de un monte,
un alto lugar donde nos sentamos a contemplar desde tus
ojos
el paisaje de lo que no muere,
de lo que no desaparece.

(¡¡Hasta siempre, Carlos Montemayor!!)

1 comentario:

Eleutheria Lekona dijo...

(UN hermoso torrente de emociones plasmadas en palabras).

Le conocí hace muy poco, a través de la televisión: Una amena entrevista en "Claves", su participación como moderador en los conflictos con la guerrilla, menciones en "Noticias 22"… Le sabía prosista y un cantante de ópera apasionado de la música, le sabía lingüista, no le sabía poeta.

Qué grato es siempre conocer a un poeta.

GRACIAS.