Cada vez que se frecuenta una obra poética, se revisa una parte del mundo que nos tocó ver y sentir; pero cuando llega ese momento en el mero cumpleaños del autor, la visita es más que placentera. Sí que sí.
Alejandro Aura (1944-2008), poeto (así se decía él) y promotor cultural, cumpliría hoy la siempre recíproca edad de 66 años, y una manera de recordarlo es acercándonos tanto a su obra narrativa (Los baños de Celeste) y teatral (Bang!, Las visitas, Salón Calavera) como a su poética (Poeta en la mañana, Alianza para vivir, Volver a casa, etc.), de la que comparto con ustedes uno de sus poemas más socorridos y que, en cierta manera, fue su testamento.
Alejandro Aura (1944-2008), poeto (así se decía él) y promotor cultural, cumpliría hoy la siempre recíproca edad de 66 años, y una manera de recordarlo es acercándonos tanto a su obra narrativa (Los baños de Celeste) y teatral (Bang!, Las visitas, Salón Calavera) como a su poética (Poeta en la mañana, Alianza para vivir, Volver a casa, etc.), de la que comparto con ustedes uno de sus poemas más socorridos y que, en cierta manera, fue su testamento.
Despedida
Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,
pedir los abrigos y marcharnos,
aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo
y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;
se quedarán los demás, que cada vez son otros
y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,
también el hueco de nuestra imaginación se queda
para que entre todos se encarguen de llenarlo,
y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,
como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo
y luego, sin rencor, deja de estarlo.
¿Se imaginan el esplendor del cielo de los tigres,
allí donde gacelas saltan con las grupas carnosas
esperando la zarpa que cae una vez y otra y otra,
eternamente? Así es el cielo al que aspiro. Un cielo
con mis fauces y mis garras. O el cielo de las garzas
en el que el tiempo se mueve tan despacio
que el agua tiene tiempo de bañarse y retozar en el agua.
O el cielo carnal de las begonias en el que nunca se apagan
las luces iridiscentes por secretear con sus mejillas
de arrebolados maquillajes. El cielo cruel de los pastos,
esperanzador y eterno como la existencia de los dioses.
O el cielo multifacético del vino que está siempre soñando
que gargantas de núbiles doncellas se atragantan y se ríen.
Lo que queda no hubo manera de enmendarlo
por más matemáticas que le fuimos echando sin reposo,
ya estaba medio mal desde el principio de las eras
y nadie ha tenido la holgura necesaria para sentarse
a deshacer el apasionante intríngulis de la creación,
de modo que se queda como estaba, con sus millones,
billones, trillones de galaxias incomprensibles a la mano,
esperando a que alguien tenga tiempo para ver los planos
y completo el panorama lo descifre y se pueda resolver.
Nos vamos. Hago una caravana a las personas
que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós.
(¡¡Gracias, Alejandro!!)
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