En la entrega anterior, quien esto escribe había contado algunas de las cosas que le pasaron a lo largo de una semana en la XXXI Feria Internacional del Libro en el Palacio de Minería; ahora corresponde cerrar el ciclo con la crónica del último día, es decir, hoy domingo 28 de febrero. Entro en materia.
La noche del viernes 26, después de una opípara cena con Elisa Cuevas y demás flota que la acompañaba, mi agenda resolvió juntarme varios motivos de gran importancia para asistir el último día de la Feria de Minería. Sin embargo, ninguno de esos motivos no estaría completo sin el principal de todos: invitar a una amiga muy querida, cuestión que resolví en minutos y desde mi celular, mientras esperaba el metro en la estación Bellas Artes. Cuando oí su voz, casi estallaba de alegría y como el tiempo era más que valioso, de banquetazo le expresé mi invitación, la cual ella aceptó casi con carácter de inmediato, solamente que habría de confirmarlo con antelación. Y así fue.
A las 12:30 pm, tal y como habíamos quedado, comenzó nuestro (re) encuentro; pero antes que cualquier cosa, le puse la calcomanía que la acreditaba como participante y el resto, seguro adivinan, fue all exclusive. Mientras platicábamos las cosas que habían pasado desde aquel memorable día de su examen profesional, veíamos con cierto desdén la maratónica fila que había frente a la taquilla, y al momento de cruzar la puerta principal del Palacio de Minería, nos reímos un poco y como el tiempo hacía mella cada segundo, nos dirigimos a la Antigua Capilla donde se llevaría a cabo el Homenaje a René Avilés Fabila: a la 1 pm, para ser precisos. Primero saludamos a Rosario Casco, esposa de René y como el tiempo apremia, entramos casi al mismo tiempo que ella y María Luisa Mendoza, la China, y demás invitados al chou de René. Como nos había tocado la tercera fila, y a la izquierda, pudimos ver llegar a diversas luminarias, como Carlos Bracho, Dionicio Morales, Jorge Ruiz Dueñas, Roberto López Moreno, Óscar de la Borbolla, entre otros, ciudadanos de a pie, expositores y participantes, y reporteros de TV UNAM, con Rosa Brizuela a la cabeza. Ni tardos ni perezosos, pasamos a saludar al buen René, quien agradeció nuestra presencia y aprovechó para dedicarle a mi bellísima acompañante su ejemplar de Fantasías en carrusel, con todo y besito.
Con una capilla hasta el tope de gente, el homenaje comenzó, primero, con las palabras de Fernando Macotela, director de la Feria, quien luego de su participación, como su investidura lo indica, se retiró de botepronto, dejando en la China y en René todo el chou. La China dedicó su intervención en hacer un elogio bien medido sobre la vida, obra y milagros de Avilés Fabila, quien al llegar el momento de tomar la palabra, comentó su periplo como figura pública; mientras unos celebran su obra de creación literaria (donde se emparenta con Jorge Luis Borges y Juan José Arreola, por cierto), otros sólo tienen la fortuna de conocerlo gracias a sus artículos periodísticos sobre política y sus intervenciones en noticiarios y programas de análisis, como los del Canal 34, claro. Sin embargo, todo su séquito de fans, lectores y mujeres bellas deseábamos que no terminara la hora porque podíamos estar con él horas y horas, pero el tiempo, como sabemos, no es nuestro. Y como sorpresa final digna de comentarse, hizo su arribo a la Capilla su gran amiga Helena Paz Garro, sentada sobre una silla de ruedas y guiada por una enfermera. (Confieso que al verla sentí una punzada en el corazón, porque una hija de genios, doblemente genial, ahora veía pasar el tiempo. Cosas de la vida.) De cualquier manera, fue un evento inolvidable, la verdad, y como nadie podía irse sin felicitar de primera fuente a René, mi acompañante y su cicerone de petatiux emprendimos la retirada. En uno de los barandales del palacio nos encontramos a Gonzalo Martré y, claro, al buen Pascual Borzelli. Lo mejor del día apenas comenzaba.
Mientras llegaba la hora del siguiente evento, decidimos pasearnos un rato por el palacio y cumplir algunos encargos; no sin antes tomar un poco de agua en la improvisada cafetería y donde platicamos sobre un posible proyecto donde el propio René era el móvil del crimen. (Habrá un día para hablarlo con calma...) De paso, en la escalinata principal del palacio, nos encontramos a Rodrigo Martínez Baracs, joven y prolífico historiador, quien me saludó con gusto y a quien presenté a mi dulce acompañante. Una maravilla de coincidencia. (Seguramente en Discutamos México o en el Quinto Encuentro de la SOMEHIL se habrá de repetir. No lo dudo.)
En nuestro camino, nos topamos con Felipe Garrido, a quien saludé con enorme gusto y, como había hecho con Garciadiego, le di el pitazo sobre un libro suyo que publicó la Universidad Autónoma de Nuevo León. Rápidamente, llegamos al stand y al verlo me pidió que le bajara todos los ejemplares, mismos que compró gustoso. Además de agradecer aquel detalle, quedó de tomarse un café con nosotros y regalarle a mi belle de jour un ejemplar de su discurso de ingreso en aquella edición especial que tuvo a bien regalarme el día de mi cumpleaños. "Después del martes, cuando gusten...", nos dijo y en eso quedamos.
Pasadas las 3 pm, entramos como Dios nos dio a entender al Salón de la Academia de Ingeniería, donde Guadalupe Loaeza presentaba su libro sobre la comedia electoral; por tratarse de una figura pública y acompañada -qué les digo- por otra "luminaria", Manuel Espino, el lugar estaba abarrotado y hasta los reporteros de TV UNAM -con Rosa Brizuela a la cabeza, otra vez- hacían malabares para sacar la nota. Cuando la Loaeza tomó la palabra, lo primero que dijo fue pedir un minuto de silencio a la memoria de su colega Carlos Montemayor, quien falleció en la madrugada del domingo. Lo que vino después, fue una ronda no pedida de preguntas y una avalancha de fans que pedían a gritos que Guadalupe firmara sus ejemplares de La comedia electoral. (Por fortuna, fui el segundo y con un libro muy querido por ella: Primero las damas.) Y como llevábamos algo de prisa, nos enfilamos, nuevamente, hacia la Antigua Capilla.
Para nuestra fortuna, los muchachos de logística de la Feria nos dejaron entrar primero y así agarrar buen lugar; en esta ocasión fue en la izquierda de la segunda fila. Pasadas las 4 pm, hizo su llegada triunfal Jorge F. Hernández, recién desempacado de Nueva York, y que venía a presentar su novela Réquiem para un Ángel. (Por e-mail, Jorge me corroboró su invitación. Y aquí estamos.) Sin embargo, quien había llegado con demasiada antelación fue Fernando Rivera Calderón, su seguro presentador, y con una asistencia más que notable, comenzó la presentación. A diferencia del resto de las presentaciones, ésta se caracterizó por los palomazos de Rivera Calderón, quien musicalizó el primer episodio de la novela, además de su propia lectura del libro. (Como quien dice, un "palomazo angelical", muy al estilo de El Weso.) A su vez, Jorge comentó varias de las cosas que lo orillaron a escribir la novela, entre éstas, su constante asedio a los empleados de las librerías que suele visitar. Una presentación sin precedente, que dejó a muchos con las ganas de comprar la novela y así adentrarse en el mundo de Ángel Andrade, quien al autonombrarse "Salvador de la Ciudad de México", se volvió Ángel Anáhuac.
Al final de la presentación, no faltaron lectores en busca del consabido autógrafo, incluyendo mi bellísima acompagnatrice y el que esto escribe. Pero me aguanté al final, dado que Jorge cumplió su promesa: me regaló un ejemplar de la novela. Promesa cumplida. (Una vez leída, me corresponde conseguirle un ejemplar para ella.)
Para cerrar nuestra estancia en el Palacio de Minería, resolvimos entrar a la charla de Hugo Hiriart, en la que, sin deberla ni temerla, me apersoné frente a él para, ya saben, pedir la consabida firma. (Ahora que lo pienso, me vi muy lanzado, pero Hiriart, en cierta manera, me la regresó...) Me invitó a sentarme junto a él y sólo alcanzó a dedicar un libro. "Al rato te firmo los demás", y me cambié de lugar. Pero al momento de iniciar su charla con su interlocutor, José Santiago, mencionó mi nombre y lo que había hecho minutos antes. ("¡¡Trágame, tierra!!", me dije.) Pero como su personalidad nos invitaba a platicar con él, creo que estuvo bien el ventanazo. (Digo, creo.) Su charla fue de lo más desenfadado, donde los temas pasaron de José Lezama Lima, pasando por Joyce y Pérez Galdós, hasta cómo comprar libros de viejo, más lo que el público pedía a gritos. Al final, el tiempo apremia y el respetable tuvo que abandonar la sala para el siguiente evento... excepto un servidor, quien se esperó para sacarle las demás firmas a Hiriart, que en su caso, ¡¡fueron dibujos!! Para mí fue un inmenso placer y no creo arrepentirme de ello.
Pasadas las 6 pm, resolvimos dejar el Palacio de Minería con la enorme satisfacción de haber pasado un día inolvidable; fueron tantas las cosas vividas y vistas que quizás nos faltará tiempo y un teclado nuevo del ordenador para contarlas; lo que sí puedo decirles es que cerramos con broche de oro un buen mes, pero con la conciencia de que aún nos faltan los mejores días de nuestras vidas. Parafraseando aquella obra de Enrique Jardiel Poncela (también peli de Mauricio Garcés) sólo queda decir lo siguiente: ¡¡Espérame en Minería, vida mía!!
[A final de cuentas, Minería era una fiesta.]
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