Desde la semana pasada, cuando dio comienzo la XXXI Feria Internacional del Libro en el Palacio de Minería, quien escribe, en su faceta de cazalibros, decidió darse sus respectivas vueltas para encontrar algún librito nuevo (aunque sólo fuera un decir, claro) o también para cerrar el círculo de la lectura, coronando con la consabida firma los ejemplares de su pequeña biblioteca. Como son tantas las cosas que vi y sentí en la semana que tomé al Palacio de Minería como mi casa, presento, día por día, algo así como mis highlights de la feria.
Jueves 18 (Primera escala: El Colegio Nacional y Publicaciones UNAM): Aproveché una visita de botepronto para preparar la logística de la llegada al palacio, dado que al siguiente día se realizaría la primera de dos presentaciones de la colección Dulce y Útil. Una escala obligada en todas las ferias donde logro asistir, es en el stand de El Colegio Nacional, donde mis ya conocidos libreros me convencieron de llevarme un ejemplar de la Memoria 2008, donde -¡¡por fín!!- logré hacerme del artículo de Enrique Krauze sobre la biografía, entre algunos textos de Eduardo Matos Moctezuma y -qué pena decirlo- el último texto de Alejandro Rossi sobre los 50 años de El laberinto de la soledad de Octavio Paz. No me cabe duda que aquel volumen habría de leerlo con devoción. Después de pagar gustoso mi nuevo florilegio, quedé con ellos de pasar en la semana por Un sol más vivo, antología poética del propio Paz, co-editada por el mismo Colegio. (Por el precio que me ofrecían, debí llevármelo de inmediato, pero decidí esperar...)
Cerré mi primera estancia con una visita obligada al pabellón de la UNAM, donde, por obra del destino, encontré los últimos ejemplares del discurso de ingreso de Adolfo Castañón a la Academia Mexicana de la Lengua. (Si les place saber a dónde fueron a parar aquellos ejemplares, les diré que buena parte de ellos volvieron a casa, es decir, con el propio Castañón.)
Viernes 19 (Segunda escala: Fondo de Cultura Económica y El Colegio Nacional): Después de la maravillosa primera presentación de los libros de Dulce y Útil en la Antigua Capilla, mis amigos Juan Bravo y Elisa Cuevas, y el que esto suscribe, nos dimos una vuelta por varias editoriales, entre éstas, Paidós, Alfaguara, y antes de salirnos a comer, los presenté con mis amigos de El Colegio Nacional; mientras Juan quedaba embelesado por el volumen poético de Paz y Elisa preguntaba por las obras de Daniel Cosío Villegas, ni tardo ni perezoso compré Calacas de Rubén Bonifaz Nuño, reciente poemario de su autoría. (A decir verdad, ya había tenido la fortuna de leerlo por completo, una tarde en la Librería del FCE en la Condechi, pero con el precio de feria, me lo llevé puesto. ¡¡Guau!!) Contentos con su primera impresión, nos retiramos con la esperanza de visitarlos la semana entrante.
Y para cerrar la visita, en el pabellón del Fondo de Cultura Económica compramos varios libros de la sección de ofertas, entre epistolarios de Alfonso Reyes y Octavio Paz, libros de cuentos de René Avilés Fabila y volúmenes poéticos de Carlos Pellicer. Estábamos maravillados con semejantes ofertas, pero sólo quedo allí, porque para adquirir los demás libros del FCE, cualquier momento es bueno y hasta con el 40% de descuento.
Martes 23 (Tercera escala: Biblioteca Mexiquense del Bicentenario): Llegué algo tarde a dos presentaciones que debía ver primero; por un lado, la presentación del fondo editorial Cofradía de Coyotes, y por el otro, la lectura poética de los autores de El billar de Lucrecia. Afortunadamente, al término del primero, me topé con Gonzalo Martré, quien se alegró mucho por encontrarse con uno de los lugartenientes de nuestro admirado Raymundo Ramos, a quien le mandó sus mejores vibras y la franca esperanza de verse algún día. Luego de despedirme, me tomé la licencia de "volarme" un ejemplar de la revista Vista, publicación hecha con motivo de la presencia de la BMC tanto en la FIL de Guadalajara como en Minería. (Qué cosas, ¿no?)
Y de inmediato, me lancé como de rayo para alcanzar los últimos momentos de la lectura poética; afortunadamente, logré una parte primordial de mi cometido: conocer a Nadia Escalante, poeta de prístina y solar presencia, y becaria de segunda vuelta por la Fundación para las Letras Mexicanas. Le hablé de un maravilloso proyecto editorial que se está cocinando y le pedí sus datos, con la firme promesa de verla nuevamente en alguna ocasión. Me dio las gracias y nos despedimos con agrado.
Y como el cazalibros no podía quedarse quieto ni un solo momento, aprovechó el encuentro internacional Algún día en cualquier parte. Bicentenario: Letras de Chile y México, para saludar y felicitar a su admirado Hernán Lara Zavala, y sacarle las respectivas firmas tanto a Marco Antonio Campos como a Hugo Gutiérrez Vega, siguientes participantes en el encuentro. Logrado mi cometido y haber ya saludado a Lara Zavala, enprendí la retirada hacia otro encuentro de poesía, sí, pero en el Centro Cultural de España, y a la misma hora. Además, ya había quedado con Adolfo Castañón de verlo por allá y entregarle su encargo. (Con decirles que hasta salí con un ejemplar de las Cartas mexicanas de Alfonso Reyes, que Adolfo tuvo la amabilidad de obsequiarme...)
Miércoles 24 (Cuarta escala: CONACULTA y Editora de Gobierno del Estado de Veracruz): También algo tarde, logré llegar a la mesa de poesía del encuentro de escritores México-Chile, no sin antes pasar al pabellón de Conaculta y comprar sendos libros de poesía de Pura López Colomé y Eduardo Casar, por cierto, también participante de la mesa en curso junto a Hernán Lavín Cerda y Vicente Quirarte. Una lectura maravillosa, lo que le sigue, fue el resultado de conjuntar a varios poetas de factura impecable; al final de la sesión, el cazalibros hizo de las suyas: primero le pidió su firma a Eduardo Casar, luego hizo lo propio con Quirarte, y al corresponderle el turno a Hernán Lavín Cerda, éste quedó maravillado cuando quien escribe le puso frente a él dos libros muy queridos: su novela Los sueños de la Ninfálida y el poemario Alucinación del filósofo. Sobre la novela, cabe decir que es la obra que más le gusta y que es un milagro que tenga en mi poder aquella obra. Me la firmó encantado de la vida y prometí solemnemente leerla en cuanto se diera la ocasión. (Por cierto, la esposa de Lavín Cerda también quedó sin habla al ver mi libro: "Ah, la Ninfálida, es el libro que más me gusta de Hernán... ¿ya la leyó?" Ahora la promesa va por partida doble.) Y para rematar el momento, saludé a mi admirado Pascual Borzelli, mago de la fotografía y quien seguiría los pasos del encuentro México-Chile hasta Jalapa, donde llegaría a buen fin.
Después de estar en la gloria (literaria, claro), me propuse asistir a la lectura poética del veracruzano José Luis Rivas y para ello, pasé al stand del Gobierno de Veracruz y compré, sin dudarlo ni tantito, Delta y Pájaros, volumen del que Rivas leería unos cuantos poemas. Y mientras hacía mi compra, una bellísima mujer estaba en tremenda plática con los muchachos del puesto. (Me imagino que les estaba haciendo un minúsculo sondeo, donde sin proponérmelo, metí mi cuchara y hasta le recomendé unos buenos libros.) Luego de convencerlos mutuamente y pagar mi elección, me fui platicando con aquel ángel de las letras: Nati Rigonni. Hablamos de todo y nada: entre latas de escritores, proyectos editoriales y un compartido amor por la palabra; por supuesto que le pedí sus datos (tal y como lo había hecho con Nadia Escalante) y en reciprocidad, le di los míos y prometimos intercambiar correspondencia. Nos despedimos con la esperanza de encontrarnos algún día, en cualquier lugar.
Entre las 2 y las 6 pm, mi tiempo y mi cacería se repartió en dos lecturas: la primera, de escritores michoacanos radicados en la Ciudad de México (donde conocí a Leticia Herrera y a Lucía Rivadeneyra, poetas de maravillosa genialidad) y la segunda, por parte de los poetas de la casa: la Casa del Poeta "Ramón López Velarde". Y donde un servidor se reencontró con Hernán Bravo Varela, a quien horas después, vería sentado en la sala Ponce del Palacio de Bellas Artes, durante la ceremonia del Premio Villaurrutia 2009. (Le agradó mucho encontrarme, porque desde la comida con Jorge F. Hernández y los becarios de ensayo de la FLM, habían pasado, no sé, ¡¡como cinco meses!!)
Y ya que hablo de Bellas Artes, cabe decir que la ceremonia de entrega del consabido premio a la poeta y traductora Tedi López Mills por su libro Muerte en la Rua Augusta, fue muy íntima, maravillosa, donde las voces de Pura López Colomé, Enrique González Rojo Arthur y la propia galardonada hicieron la noche. (A comparación con la ceremonia del año pasado -cuya crónica pueden leer en esta bitácora en red-, faltaron luminarias, pero abundó en cordialidad, compañerismo y, sobre todo, magia. Sí que sí.)
Jueves 25 (Quinta escala: Universidad Autónoma de Nuevo León): Debido a un bomberazo de última hora, ya no pude llegar a la lectura poética de José Luis Rivas (para la cual ya me había "peinado" varios libros suyos), y como mi desconsuelo estaba por el piso, en el puesto de la Universidad Autónoma de Nuevo León compré a muy buen precio un ejemplar de Alfonso Reyes: centauro de la voz errante de Adolfo Castañón, y como me debía una visita a El Colegio Nacional, voy llegando y... ¡¡sorpresa, sorpresa!! Allí estaba el propio Adolfo, quien al verme, me saludó cordialmente y en plena efusividad de mi parte, le mostré mi libro y pedí que me lo dedicara, cosa que hizo con todo el gusto del mundo. Y después, nos despedimos. (Como diría mi querida Nora de la Cruz, "¡¡Son señaaaaleees...!!")
Viernes 26 (Última escala: Fontamara ediciones): Antes de la segunda gloriosa presentación de Dulce y Útil en el Salón de la Academia de Ingeniería, Juan Bravo, Elisa Cuevas y su servilleta pétalo, paseamos de editorial en editorial, buscando -ahora sí- el libro prometido. Y mientras ellos negociaban con los marchantes de Paidós, disfrutaban de las glorias de Alfaguara y medían el terreno en Alianza Editorial, aproveché un momento para saludar a Javier Garciadiego, a quien puse al tanto de la presencia de un librito suyo en el stand de la UANL, del cual quedó de comprar todos los ejemplares. Me agradeció sobremanera el pitazo y hasta lo invité cordialmente a la presentación.
Mientras Juan y Elisa apuntaban datos y títulos de libros para futuros sondeos, en el espacio de Fontamara compré sin pensarlo mucho los últimos ejemplares de la Summa de Maqroll el gaviero (1948-1988) de Álvaro Mutis en la magnífica edición de Visor y a un precio maravilloso. (Como ya tengo la Summa... en la edición del FCE, resolví comprar la de Visor simplemente por mi afición por cotejar edición tras edición. Manías de filólogo.)
Minutos antes de la presentación, me tomé la libertad de irme corriendo a otra sala sólo para alcanzar a Dolores Castro, quien iba saliendo de una presentación previa; afortunadamente logré que mi firmara mis libros. Regresé a mi puesto en el auditorio con la satisfacción de haber cumplido mi cometido. Es más, después de la excelsa segunda presentación de Dulce y Útil, todos salimos del Palacio de Minería con las expectativas más que superadas.
Sin embargo, lo mejor de la Feria estaría por venir el último día, cuyas andanzas y maestranzas merecen un espacio aparte.
(Continuará...)
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