Durante tres días, fui testigo de una celebración de la palabra, pero con distintos matices, es decir, que las Letras hacían de las suyas en tres momentos distintos. Mejor cuento y no me descuento.
El martes 21, acudí al Museo Nacional de Arte donde se realizó la presentación del libro Los orillados de Hernán Bravo Varela, poeta y ensayista non, a quien tuve la fortuna de conocer hace dos meses en una charla organizada por el inclasificable Óscar de la Borbolla. Llegué 45 minutos antes a la cita y como el Munal aún no abría sus puertas, me metí a la Librería UNAM del Palacio de Minería, donde encontré un libro de Juan Villoro (a la sazón, presentador del libro), mismo que ya tenía, firmado y todo, en mi casa. Aún así, terminé por comprarlo. Para cuando regresé al museo, ya habían abierto y me apuré para alcanzar buen lugar. Para mi buena sorpresa, me senté en primera fila y vi llegar tanto al autor y sus presentadores como a escritores como Álvaro Uribe y Vicente Quirarte, muy bien acompañados, por cierto. Pasadas las 7 p.m, comenzó la presentación; primero habló Luis Felipe Fabre, luego Armando González Torres y, por último, Juan Villoro, quienes ponderaron satisfactoriamente el libro de Bravo Varela. Al final, amén de la firma del libro, quien escribe aprovechó para hacer lo propio con Villoro. Ya integrado a la fila, preparé mi ejemplar de Oficios de ciega pertenencia, su primer libro de poemas, con el cual quedó impresionado al saber que sí lo había conseguido, gesto que Hernán celebró. De pilón, cabe decir que en esa misma presentación, conocí a Jeannette Clariond, poeta regiomontana de impecable calidad; prometimos generar correspondencia electrónica.
El miércoles 22, en el Centro de Cultura Condesa, José Gordon (sí, el mismo de La oveja eléctrica) dio una charla sobre ciencia y literatura, la cual estuvo llena de relaciones en apariencia inexplicables entre la ciencia y las letras; cada anécdota que contaba tenía muchas conexiones con la ciencia y del cómo una y otra están estrechamente unidas. De Borges y Paz, pasando por la cultura hindú, hasta llegar a la ciencia ficción, Gordon mantuvo muy atento al público presente, quien al final de la charla, expresó sus inquietudes, mismas que dejaron contento a José Gordon. Quien esto escribe, no desperdició la oportunidad para que el autor firmara su ejemplar de Tocar lo invisible, gesto que Gordon agradeció sobremanera.
Y hoy, Día Internacional del Libro según la UNESCO, entre el maratón de lectura de El Quijote en el Centro Cultural de España, la repartición de la biblioteca de Paco Ignacio Taibo I en la Glorieta Insurgentes, y la Fiesta del Libro y la Rosa en Ciudad Universitaria, quien escribe optó por algo muy sui generis: la presentación de los Cuentos reunidos de Amparo Dávila en la Librería Rosario Castellanos del FCE, allá por la Condesa. Los presentadores: Georgina García-Gutiérrez, Evodio Escalante y León Guillermo Gutiérrez, investigadores de alto calibre, además de la autora, recién llegada a los ochenta años y a quien se le hizo un homenaje nacional el año pasado. Cada uno explicaba la impecable maestría de la obra cuentística de Dávila, señalando su incursión en los géneros del terror y el suspenso. Una presentación magistral, para ser franco. Al final del evento, además de compartir el vino de honor, la autora estaría firmando ejemplares de su libro. Luego de pedir la firma de Evodio Escalante y antes de formarme para la de Dávila, me reencontré con una presencia muy querida, Araceli Díaz Lamar, quien además de escribir en varios diarios, ¡¡es amiga de la autora!! (Ni modo, el mundo es un pañuelo...) Cuando llegó mi turno, mientras firmaba mis ejemplares de Muerte en el bosque y Árboles petrificados, le expresé a Amparo Dávila mi predilección por su cuento "Estocolmo 3", que me genera la misma conmoción una y otra vez que lo leo. Ella simplemente sonrió y me agradeció sinceramente por ello. Después de todo esto, Araceli y yo platicamos de muchas cosas: proyectos, entrevistas, escrituras, en fin... la vida misma; cuestiones que prolongamos hasta en el camión, cada quien a su respectivo hogar. No me arrepiento de haber tomado una excelente decisión.
Cada uno de estos encuentros, sea presentaciones de libros, pláticas y conferencias de y con los autores, no me cabe la menor duda que cada día trae su propia fiesta de las Letras; no es necesario que llegue un determinado día para celebrar la Literatura, sino que ésta debe celebrarse diario, sea leyendo, escuchando a un autor de viva voz o, sencillamente, comprando y/o regalando un libro. Y ya que menciono esto, si Borges siempre se jactaba de haber leído muchos libros, un servidor puede decir lo mismo con los ejemplares que ha regalado. (Mientras escribo estas líneas, una amiga mía estará disfrutando aquel libro de Juan Villoro que compré en Minería. Y ella sabe a qué me refiero.) Por ahora, no dejemos de disfrutar esa interminable "fiesta de las Letras" que es, sin temor a equivocarme, la vida misma. Verdad que sí.
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