sábado, 31 de diciembre de 2011

Astillas literarias 2011

Ha sido entre interesante y difícil este 2011 que hoy termina, de una manera muy heterdoxa para quienes han seguido los últimos acontecimientos dentro del ambiente de las letras en general. Con un 2010 lleno de grandes pérdidas, en este año la vida siempre jugó, al fin y al cabo, el partido final, en busca del gol de oro, para bien y para mal.

Mi homenaje hacia esos autores con los que tuve, breve y constantemente, algún encuentro, se compone por estas astillas personales, protagonizadas por varios personajes que nos dejaron en el año. (Cada uno de ustedes tiene otro punto de vista sobre una u otra mención; ustedes tienen la última palabra, como siempre, pero al compartirles estas palabras, mi propósito se habrá cumplido.

Miguel Ángel Granados Chapa (Oct. 16): Hace dos años, en la Feria del Libro en Minería, después de una presentación de un libro en torno suyo, mientras todo el séquito de reporteros acaparaba a Carmen Aristegui, en el pabellón de las editoriales universitarias Granados Chapa repartía firmas y fotos a todos los asistentes; quien esto escribe se le acercó para pedirle una copia del texto que leyó en el Centenario de Andrés Iduarte en el Palacio de Bellas Artes. Muy cordial de su parte, me dio su correo electrónico y así escribirle para recordárselo. (Y así lo hice.) Las siguientes dos veces que lo vi, una en la FES-Acatlán y otra, en el ingreso de Vicente Leñero a la Academia Mexicana de la Lengua, simplemente nos saludamos y bien.
Tomás Segovia (Nov. 6): Hace exactamente dos años, después de una conferencia de Luis Fernando Lara en la Dirección de Lingüística del INAH, una colega querida, Ascensión Hernández Triviño, nos presentó; entusiasmado por la sorpresa, le expresé a Segovia mi interés por su obra, tanto en poesía como en ensayo, cosa que me agradeció. Pero lo más interesante del encuentro, fue que terminamos hablando ¡¡de blogs!!, dado que ambos somos asiduos viajeros de la red. "No olvide escribirme", me dijo. (Quedó en la mera intención. Quién sabe por qué.)
Daniel Sada (Nov. 19): La primera vez que lo conocí fue gracias a que Óscar de la Borbolla lo invitó a uno de sus clásicos Miércoles literarios; cuando me acerqué a él para que me dedicara su Antología presentida, me dijo: "Qué bueno que tengas este libro, porque a mí me sigue gustando. Y eso que ya no hay de éstos". Se lo agradecí por completo. Años después, me reencontré con él en la Casa Refugio Citlaltépetl, allá por la Condesa, antes de la presentación de sendos poemarios de Silvia Pratt y Elsa Cross. Lo saludé y al preguntarle si seguía escribiendo poesía, simplemente me dijo: "Fíjate que, a estas alturas, ya casi no escribo poesía, me ha ganado más la novela, pero ahí están mis libros de poesía, uno publicado por el Fondo de Cultura Económica, por si te interesa". Después supe que, a media presentación, terminó por irse.
Miguel González Avelar (Nov. 20): Cuando adquirí sus Versos hospitalarios, resolví escribirle un e-mail, compartiéndole mis impresiones; una semana después, me respondió sorprendido y, a su vez, agradecido por mi lectura. Tiempo después, en el Centro Cultural de España, además de conocerlo en persona, le confesé mi inquietud porque un día se anime a reunir todas sus obras de creación literaria en un solo volumen. Me comentó que una y otra vez ese pensamiento pasó por su cabeza, y que sí se animaría a hacerlo. (Ahora le corresponde a Tere y a Nicolás cumplir con esa deuda.)

(¡¡Muchas gracias!!)

jueves, 21 de julio de 2011

Carta viajera para Nellie Goyzueta

Querida Nellie:

Para el momento en que esta misiva llegue a tus manos, seguramente estarás en pleno vuelo hacia las tierras del Gabo y Shakira (de Mutis y Soraya, preferiría decir), a la búsqueda de un nuevo episodio en esa larga y ajena novela llamada vida.

Hace algunas semanas, me enteré de tu viaje y aunque el tiempo no sea, en cierto modo, nuestro, enviaste una cordial y grata invitación hacia las personas que más aprecias y quieres para compartir contigo esa dicha de atravesar otros mares, otros latidos; me imagino que casi todos acudieron a la cita, excepto quien esto escribe, y no fue por falta de ganas, sino por exceso de destino: aún en estos momentos sigo asimilando el alto impacto de un suceso familiar, que algún día tornaré a contar.

Al recibir la gratísima noticia de tu viaje, mi reacción natural fue de alegría, dado que -¡¡por fin!!- el destino decidió jugar a tu favor y otorgarte un viaje, de donde volverás llena de nuevas impresiones, extraordinarias experiencias, pero, sobre todo, de más vida, misma que habrás de compartir a tu regreso. Y aunque no haya estado en aquella reunión (muy al estilo de Mrs. Dalloway), sobra decir que mi cariño y mi certera admiración andaban por allí, deseándote todo lo mejor.

Finalmente, queda decirte: ahora que estarás en otros lares, procura compartir tus impresiones, tus vivencias desde el primer momento, y si la duda o la nostalgia te hicieran mella en algún momento, recuerda muy bien que somos legión los que te queremos y cuya fuerza te envíamos a cada paso. No lo olvides. Al final, harás tuyos aquellos versos de Constantino Cavafis: No hallarás otras tierras, no hallarás otro mar. La ciudad habrá de seguirte.

Con afecto y admiración, recibe un larguísimo, fuerte y fraternal abrazo. (Bon voyage!!)

lunes, 11 de julio de 2011

Entre libros, entrevistas

Hace tiempo, mientras navegaba en las aguas heladas del cálculo tuitero, en una sentencia dicha al vuelo dije que defiendo a ultranza los libros de entrevistas, y no es para menos, dado que me apasiona leerlos y descubrir otra faceta de las diversas personalidades puestas frente a un reportero. (Despacio y nos amanecemos...)

Como género bastante socorrido, la entrevista cuenta con una finalidad primordial: conocer de primera fuente las opiniones de los protagonistas del momento sobre sus temas, sus hechos y, sobre todo, la manera cómo se definen dentro del mundo. Pero hay de entrevistas a entrevistas, las hay de banquetazo, que sólo buscan la palabrería del indiciado en cuestión, como en las revistas de chismes que se venden en el súper o se leen (por accidente, claro) en la estética o en el baño; ese tipo de entrevistas, digamos, son como las papitas de bolsa o los refrescos: para calmar el antojo están bien, pero como alimento diario, no lo creo...

Sin embargo, hay otro tipo de entrevistas que vieron la luz en una publicación diaria o semanal, y cuya sustancia primigenia todavía suscita buenas intenciones y una clara curiosidad, aún después de haber pasado del papel periódico al couché empastado. Grandes exponentes de ello son, entre otros nombres, Raquel Tibol y Elena Poniatowska, dedicadas al arte y a la vida en México, y de quienes me ocuparé en otra ocasión. Ahora sólo me dedicaré a comentar los libros de entrevistas que más me han gustado, con todo y sus respectivos "asegunes", cuya mención es necesaria.

En mis tempranas mocedades, tanto físicas como literarias, encontré en un bazar libresco un ejemplar igual de gratificante que polémico: El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz, del incipiente periodista Braulio Peralta. Aún reciente la muerte del poeta, sentí en esas páginas que su pensamiento nunca se iría del todo y cuando esas palabras llegaban al incipiente (todavía, cabe notarlo) oído de quien esto escribe, no cabía la menor duda: mi destino estaba en las letras. He aquí una de mis partes predilectas: "-Desde dónde escribe usted, ¿desde el centro, desde la izquierda, desde dónde? -Desde mi cuarto, desde mi soledad, desde mí mismo. Nunca desde los otros." Y de allí, pa´l real...

Ya en los primeros años de la carrera de Letras Hispánicas en la hoy FES-Acatlán, fui uno de los afortunados en recibir un libro de obsequio en la charla de Marco Aurelio Carballo dentro de la primera temporada de las charlas literarias con Óscar de la Borbolla. El autor invitado resolvió regalar varios ejemplares de sus libros a los asistentes que le preguntaron varias cosas; cuando llegó mi turno, me dio a elegir entre novelas, cuentos y entrevistas. "Pues el de entrevistas, por favor..." Después, entre las tareas de cada materia y el traslado diario hacia casita, me aventaba una entrevista completa de las 29 que conforman Los atrevidos (publicado en su tiempo por la UAM-Xochimilco, hoy reeditado por CONACULTA en su serie Periodismo Cultural); Lola Beltrán, Rául Velasco, Ricardo Garibay, Julio Cortázar, Rius, entre otros ilustres personajes, me mostraban su mundo y el tiempo que les correspondió ver y vivir. Incluso el propio Carballo cuenta algunos avatares suscitados en el tiempo de cada entrevista. En una palabra, amén de conocer algo más sobre las personalidades del momento, se nos daban algunos pormenores al momento de la entrevista. (Crónica y entrevista por el mismo precio.)

Una de las presencias más queridas en mi oficio de lector, es, sin duda, Álvaro Mutis. Y para este asunto de las entrevistas, tampoco él podía quedarse atrás. Celebraciones y otros fantasmas compila seis extensas entrevistas al autor de Ilona llega con la lluvia, hechas por su colega y compatriota Eduardo García Aguilar, donde Mutis revisa toda una trayectoria llena de obsesiones literarias, procesos de creación de sus poemas y novelas, además de los viajes que han sustentado buena parte de su vida. No dudo en echarme una de sus seis entrevistas, a lo menos, cada verano, es decir, como en estos días.

Como cliente asiduo de los Remates del Auditorio Nacional, siempre regreso lleno de nuevas cosas, o por lo menos, de alguna cosilla curiosa. Prueba de ello, Voces que cuentan, de Sari Bermúdez, que compila varias de las entrevistas que se transmitieron originalmente en el programa Hoy en la cultura por el Canal Once hace ya muchos años. El leitmotiv de las 27 entrevistas que conforman el libro, principalmente se refiere a figuras de la cultura mexicana y universal; sin temor a equivocarme, en este libro se encuentra la famosa entrevista que Sari Bermúdez le hizo a Octavio Paz, en ocasión de sus 80 años de vida. Igualmente se incluyen varias con Oliver Stone, Enrique Krauze, Lola y Manuel Álvarez Bravo, y hasta Elena Garro, también polémica pero rica en anécdotas. No dudaría en recomendarla para quienes deseen conocer a los protagonistas de la cultura en México.

En los tiempos que tuve la fortuna de conocer a mi siempre maravilloso Jorge F. Hernández (quien espero se encuentre bien de salud, desde aquí va un fuerte abrazo), en una de las Ventas Nocturnas del FCE encontré un volumen de entrevistas compilado y prologado por él: Territorios del tiempo. Antología de entrevistas con Carlos Fuentes. Para los lectores acérrimos pero también para los nuevos admiradores del autor de La región más transparente, en esta serie de 16 entrevistas, se conocen las aristas de un Fuentes aplicado a las artes de la narrativa y el debate sobre la política presente, pero también sobre el papel del escritor en la vida misma. Todo esto, complementado por el delicioso prólogo con que Jorge F. Hernández nos presenta su propia visión sobre Carlos Fuentes. (Si lo consiguen, lo disfrutarán de principio a fin.)

Y ya estacionados en volúmenes sobre un solo autor, Yo, Elena de Carlos Landeros es una pequeña contribución hacia el redescubrimiento y consiguiente revaloración de Elena Garro, y nadie como el propio Landeros (a la sazón, entrañable amigo de la escritora) para hacerle la debida justicia literaria a una autora inclasificable, pero llena de talento. Junto a La ingobernable de Luis Enrique Ramírez, excelente opción para conocer, de cuerpo entero, a Elena Garro.

Todo mundo sabe de sobra quién o qué hace Tere Vale, y confío en que muchos de ustedes la ubican (casi de golpe y porrazo) como periodista, ya sea en ABC Radio, Ondas del Lago o TV Mexiquense, desde luego. Y en su faceta como entrevistadora, las más de las veces. En una suerte de arreglo de cuentas con sus seguidores, nos entregó hace algunos años un volumen con diez personalidades en su mayoría pertenecientes al mundo de la ciencia, la cultura y las artes (y uno que otro personaje de la política), con un tema en común: que sean mexicanos de excepción. De frente y de perfil reúne diez entrevistas con Cuauhtémoc Cárdenas, Silvia Pinal, Fernando del Paso, Mario Molina, Angélica María, Juan Ramón de la Fuente, José Woldenberg, Guillermo Arriaga (sí, el guionista de Amores perros), Alejandro Soberón (el cerebro detrás de CIE, la empresa líder en conciertos y eventos afines), y Alondra de la Parra (cuya entrevista sugiero leer con cuidado, en especial, sus contadísimos detractores). Muchas de las claves que se requieren en estos interesantes tiempos, se encuentran en este volumen. (Hay que revisarlo.)

Cierro estas notas con un aviso y, a su vez, esperanza: actualmente tengo en mi mesa de trabajo Testigos de nuestro tiempo de Ana Cruz, también producto de su experiencia en Canal 22 y que reúne veinte de un sinnúmero de entrevistas realizadas, en cuyos protagonistas se encuentran Jaime Sabines, Álvaro Mutis, Carmen Boullosa, Carlos Monsiváis, Miguel León-Portilla, Ángeles Mastretta, Elena Poniatowska, Juan Soriano, entre otros. No dudaría que para algunos acercarse a este libro, es una manera de maravillarse por las pasiones de aquellos que hacen llevadera la labor de la cultura. (Sin duda.)

Finalmente, me encantan los libros de entrevistas por éstas y otras tantas cosas. Y decir algo sobre ello, la verdad, quedaría corto y hasta ahí. (Ojalá y les interese. Ojalá.)

sábado, 11 de junio de 2011

La edad de los Nuncas y los Nuevos 20

A sólo cinco días de cumplir añitos (y de replantearme muchas cosas, claro está), me pregunto si habré hecho bien en seguir la línea que he llevado en mucho tiempo.

Por influencia de varias personas mayores que quien esto escribe, me abruma la expresión denominada la edad de los Nuncas, es decir, la manera cómo han dado en denominar a la década de los 30, por aquello de que las cosas que no se pensaba hacer estando en los 20´s, ahora en la siguiente década sean el pan de todos los días. ("Nunca pensé acabar así..." "Nunca imaginé verme casado y con hijos..." "Nunca me imaginé vivir así..." y cosas por el estilo.)

Hagamos un alto en el camino. Anoche, mientras regresaba a casita, me acordé de un ex-compañero de la secundaria, y, sin saberlo siquiera, ya tenía una invitación suya para agregarlo al facebook, no sin antes mandarme un mensaje embotellado. Primero leí su cálido mensaje, que luego contesté, para después agregarlo sin problema alguno. Dos horas después, me respondió con otra buena noticia: que frecuenta mucho a un compañero nuestro, precisamente a quien he estado buscando por largo rato. Para ellos, que viven en California, dicha edad ya no les pesa, porque se aventaron a seguir su camino. (Dos locutores de radio, a cargo de un mornin chou y de un turno vespertino en cabina, respectivamente.)

Ahora bien, según la opinión de varios expertos (a los que agrego la visión de una gran amiga, princesa de altos vuelos), la década de los 30 se le ha dado en llamar los Nuevos 20, porque se suceden las mejores cosas, a semejanza de las acontecidas en la década precedente; y bien me lo dijo la Princess of Salamanca, porque su vida en las Europas no se hubiera dado en otras circunstancias. Pero hay otros que sostienen que las peores cosas (incluso las biológicas y donde la salud tiene mucho que decir) suceden ya entrados los treintas.

Sin embargo, creo que ambas posturas se contraponen en un servidor; celebro el segundo aire que otorgará, quizás, entrar a una nueva década, pero me espanta no cumplir otras cosas y que el cuerpo haga de las suyas, sin siquiera anunciarlo... (A la vejez, viruelas; y a la juventud, ¿artritis?) Ya veremos en qué para todo esto, por mientras... celebremos. Y ya.

jueves, 12 de mayo de 2011

Vicente Leñero en la Academia

Desde hace más de dos años, tengo el privilegio de asistir a varias de las sesiones públicas que realiza la Academia Mexicana de la Lengua en ocasión del ingreso de un nuevo integrante, cosa que me llena de gusto, dado el regocijo por (re)conocer a las luminarias que forman parte de tan insigne institución. (Las ceremonias de Ascensión Hernández Triviño, Patrick Johansson y Leopoldo Valiñas, respectivamente, son claro ejemplo de ello.) Sin embargo, uno no está exento de asistir a una que sea todo lo contrario, tal es el caso de la ceremonia de hoy, con el ingreso del dramaturgo, periodista, guionista y narrador Vicente Leñero. (Y para remediar un poco el desconcierto que traigo encima, procedo a contarlo todo, desde el principio.)

Luego de un delicioso ágape en tierras universitarias del noroeste y de que se me encaminara hasta el metro Camarones (donde estuve rodeado de puros aficionados al Cruz Azul hasta que hice el cambio de línea), a las 6:20 pm, llegué a Bellas Artes donde vi que el Palacio tenía las puertas cerradas; casi me daba el patatús, pero al ver que varias personas entraban al recinto por la puerta izquierda, decidí seguirlas y sí, no había nada de que preocuparse: la sesión pública de la Academia Mexicana de la Lengua sí se llevaría a cabo, pero no en la sala Manuel M. Ponce, ¡¡sino en el vestíbulo principal!! (De acuerdo con las informaciones de Radio Pasillo, al llegar una inmensa cantidad de gente al evento, las autoridades del INBA resolvieron, en el último minuto, trasladarla a un espacio más amplio. Por el acomodo iregular de las sillas, parecía fiesta de quince años, pero exageraría del todo...)

Después de haber encontrado un buen lugar, a los cinco minutos llegó una presencia inusitada hasta para los organizadores de la sesión: don Julio Scherer, legendaria figura del periodismo mexicano. Mientras reporteros y camarógrafos se preparaban para cubrir el evento, seguían llegando asistentes al palacio, que, sin decir agua va, empezaban a atiborrarlo del todo. Y ni señas de alguno de los académicos de la Lengua. Faltando diez minutos para las siete, un maltrecho Arturo Azuela bajó al vestíbulo para ocupar su lugar, sin embargo, cabría decir que se sentó en la primera silla, a sabiendas de que su sitio como académico era otro, casi de los últimos. Después de él, ya hicieron lo propio los demás integrantes, como Adolfo Castañón, Patrick Johansson, Concepción Company, Ernesto de la Peña, Eduardo Lizalde, Leopoldo Valiñas, Ascensión Hernández Triviño, José G. Moreno de Alba, Julieta Fierro, Margit Frenk, Mauricio Beuchot, Guido Gómez de Silva (sentado en la silla de Azuela, dado que éste ocupaba la suya) e Ignacio Padilla, autor del Crack y académico correspondiente en Querétaro; mientras que en la mesa directiva, además del nuevo recipiendario de la silla XXVIII (el propio Leñero, que conste) y Miguel Ángel Granados Chapa (quien respondería sus primeras palabras académicas), el director de la AML, Jaime Labastida; Diego Valadés, censor estatutario, y Vicente Quirarte, archivero-bibliotecario, quien fungiría como secretario en ausencia de Gonzalo Celorio. Y con cinco minutos de retraso, se abrió la sesión.

Luego de las palabras de bienvenida en la voz de Jaime Labastida, Vicente Leñero procedió a leer su discurso de ingreso a la Academia, con el nombre "En defensa de la dramaturgia", donde ponderó el trabajo de su antecesor en la silla XXVIII, Víctor Hugo Rascón Banda, de quien fue gran amigo y colega, y con quien compartió tanto los avatares del teatro contemporáneo como las luchas, codo a codo, en el seno de la SOGEM. Pero también Leñero hizo énfasis en la presencia de la dramaturgia en México y el no dejarse avasallar por la tiranía del director de escena, por ejemplo. "Conocemos el teatro de Shakespeare y no la dramaturgia de Shakespeare, como tampoco conocemos las dramaturgias de Ibsen y de Rodolfo Usigli", enfatizaba en su discurso. Sin embargo, sus palabras ya no fueron del todo incendiarias al revelar la misión que ahora tenía al ser admitido como académico de número: que el teatro mexicano tenga una importante presencia en la lengua, tanto en sus terminologías propias como en el quehacer escénico. Transcurrida una hora, terminó de leer y una ovación de más de un minuto fue la respuesta inmediata del público asistente. Inmediatamente después, Miguel Ángel Granados Chapa leyó la respuesta al discurso que le precedió, "Vicente Leñero: fe en la escritura", donde ponderó las facetas que componen la obra leñerina: en la novela, de donde Los albañiles es la más lograda en su género; el cuento, desde el primerizo volumen La voz adolorida hasta Gente así, su más reciente volumen al respecto; el teatro, y, sobre todo, el periodismo, patente en el legendario Excélsior de Julio Scherer y su idílica Revista de Revistas, y el siempre combativo Proceso. Finalizó sus palabras (también de casi una hora de duración) con la firme esperanza de que Leñero se sienta como en casa. Y los aplausos no se hicieron esperar. (Bien merecidos, por cierto.)

Después de las formalidades académicas, se sentía en el ambiente algo de hastío (las maratónicas palabras de Leñero y Granados Chapa tendrían un poco la culpa, pero exageraría demasiado) que los primeros en irse fueron, sorpresa aparte, Eduardo Lizalde y Ernesto de la Peña. (Quien esto escribe se quedó con las ganas de ver firmado su ejemplar del Almanaque de ficciones y cuentos. Ni modo.) Pero aproveché para saludar a Julieta Fierro y, sin proponérmelo siquiera, a Diego Valadés, quien se alegró de verme, por cierto, y que, para la siguiente vez, no dudaría en firmarme un libro suyo. (De verdad.)Sin embargo, estuve muy cerca del festejado de la noche, a la espera de que firmara -¡¡ojalá que sí!!- los cinco libros que llevaba conmigo. Entre abrazos de Ignacio Solares, Granados Chapa y el propio Scherer, transcurrieron ¡¡veinte minutos!! que cuando Leñero se desocupó para tomarse una copa, los admiradores se le lanzaron como moscas por la miel para obtener la ansiada firma; solamente firmó un ejemplar por persona. (Sentimos este gesto como mala onda de su parte, pero me imagino que no era fácil aventarse una ronda de firmas luego de un exhaustivo discurso. Qué remedio.) Afortunadamente, me encontré con un rostro amigo, Carlos Domínguez, fotógrafo de escritores y coleccionista de firmas como un servidor. Y sí, igualmente compartimos el desconcierto generado por la actitud de Vicente Leñero ante tantos lectores. Aún así, nos lanzamos a buscar a otros autores. Resignados (él, ante la ausencia de Celorio, y yo, por la partida de Lizalde), fuimos tras Vicente Quirarte, quien se alegró de vernos y agradecer nuestra presencia. Después, Carlos y el de la voz nos echamos unas primorosas copas de vino tinto. Y como la mata seguía dando, me encaminé hacia Concepción Company ("¡Qué gusto verle por aquí!" "Siempre es un gusto, Concepción, además, ahorita te traigo a uno de tus fans para que le firmes un libro", le dije. "Con mucho gusto, nada más aguántame un poco".) Como los de TV UNAM la seguían entrevistando, fui a saludar a mi queridísima Chonita de León-Portilla, quien se alegró de verme con la siguiente pregunta: "¿Te veremos en el encuentro de SOMEHIL?" "Claro que sí, es un hecho", fue mi respuesta. (Me hubiera gustado preguntarle el porqué de la ausencia de don Miguel en la sesión, pero me contuve.) Regresé con Carlos y al ver que Company acaba de desocuparse, nos lanzamos hacia ella como de rayo. Quedó impresionada al ver que Carlos llevaba un ejemplar de la primera edición ¡¡de su primer libro!! "Oiga, ¡¡esto ya es una antigüedad!! Fue el primer librito que hice como parte de un hermoso proyecto. Me alegra mucho que lo tenga". Y lo firmó gustosa.

Cerca de las 9:30 pm, y con el complejo de cenicienta bajo la piel, Carlos y quien escribe abandonamos el Palacio de Bellas Artes, contentos (en parte, claro) por el grato momento compartido; obviamente el desconcierto con la actitud de Leñero seguía latente, pero ambos coincidimos en pensar que lo agarramos en muy mal momento, aunque todo fuera al contrario, claro está. "Habrá un día. Seguro que sí". En el metro Salto del Agua nos despedimos con la esperanza de que un amigo nuestro consiga unirnos de nuevo: Jorge F. Hernández, por supuesto.

Con todo, creo que esta ceremonia de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua sí tuvo sus cosas buenas, aunque no las esperadas por mí... Pero, ya visto de una manera sencilla y franca, que Julieta Fierro, Concepción Company, Vicente Quirarte, Diego Valadés y Ascensión Hernández Triviño se congraciaran al verte, ya me hizo el buen momento. (Sobre el nuevo académico, bueno, qué más podría decir por ahora. Sólo el tiempo...) Esperemos que en la ceremonia de Carlos Prieto cambien o se mejoren las cosas. Eso espero.

miércoles, 27 de abril de 2011

Theo Angelopoulos: el tiempo detenido

En mi Arcadia personal (tal y como solía entenderla Guillermo Cabrera Infante, es decir, respecto al mundo del cine), siempre es grato regresar a esas películas, hechas por aquellos cineastas que hacen más llevadero el grato oficio del cinéfilo, y cuya prìstina mirada nos devuelve el tiempo y, si me apuran, hasta la vida misma. De la extensa nómina de directores, sin importar nacionalidad, tendencia estilística y hasta temática, digno es resaltar la presencia de uno, que sigue suscitando nuevas y apasionadas polémicas; hablo del griego Theo Angelopoulos, a quien celebramos hoy en su cumpleaños 76.

Nacido en Atenas, Grecia, en 1935, y en el seno de una familia acomodada, Theodoros Angelopoulos siempre sintió una enorme predilección por el cine, en especial el estadounidense. mismo que veía (una y otra vez) con verdadera fruición, al grado que comenzó su carrera fílmica de buena forma: como crítico de cine. Más adelante, a principios de los años 60, viajó a París para hacer estudios de Leyes, para después para ingresar al IDHEC y así convertirse en director de cine. De aquella época, misma que se distinguió por una continua convivencia con sus compatriotas, entre escritores y cinéfilos, realizó varios trabajos, algunos inconclusos; su primera película, I Ekpombi (El espectáculo) en 1968, cortometraje de pátina experimental, para, dos años después, estrenar su opera prima: Anaparastassi (Reconstrucción).

Sin embargo, su naciente vena cinematográfica lo motivó a interesarse por la historia reciente de su país, entre migraciones, dictaduras y golpes de estado, a la par de sus obsesiones artísticas, al grado que, sin siquiera proponérselo, ingresaría por partida triple en la historia del cine griego. En 1972 filma Mérès tou 36 (Días del '36), primera de la llamada Trilogía de los Militares, a la que seguirían O Thiasos (El viaje de los comediantes, 1975) y I Kynighi (Los cazadores, 1977), donde repasa la historia de Grecia, antes, durante y después de la Segunda Guerra. Respecto a El viaje de los comediantes, aquí se develarían varias de las peculiaridades del cine de Angelopoulos, tales como la errancia de sus personajes (actores y familias) y la nostalgia y postrer vuelta hacia la casa paterna. En una palabra, una puesta al día del sino homérico. Otra constante digna de mencionar es que Angelopoulos plasma cada una de sus películas a manera de un enorme mural -como en las obras de Bertolt Brecht, por ejemplo- donde estén representadas todas las expresiones humanas, de la tristeza a la alegría, pasando por la nostalgia misma. Y como la Historia (así, con hache mayúscula) es ya un tópico recurrente en sus obras, para 1980 realiza su versión decimonónica de Megaléxandros (Alejandro Magno), bien recibida por la crítica de su tiempo.

Aunque ya contaba con una trilogía fílmica en su haber, y sin proponérselo en un principio, durante la década de los 80 emprende el rodaje de la llamada Trilogía del Silencio, conformada por Taxidi sta Kythira (Viaje a Citeria, 1984), O Melissókomos (El apicultor, 1986) y Topio stin omichli (Paisaje en la niebla, 1988). En Viaje a Citeria descubrimos el silencio de la Historia, cuando Spiros, antiguo militante socialista, luego de un largo exilio en la URSS regresa a Grecia para descubrir que las causas que antaño había defendido a hierro y sangre ya no tenían razón de ser. En El apicultor, el silencio del Amor, donde otro Spiros, protagonizado por Marcello Mastroianni, viaja hacia el sur y se debate entre el rescoldo sentimental hacia su ex-esposa y el joven amor que una lolita punk puede entregarle mientras realiza su último viaje. Y en Paisaje en la niebla, el silencio de Dios, cuando dos hermanos, Voula y Alexandros, viajan hacia Alemania en busca de su padre... que nunca existió, a la vera de las cosas, es decir, dejados de la mano de Dios, uno que quizás no existe pero que los sostiene en pie. Para Angelopoulos este tríptico representó, no sólo el summum de su búsqueda fílmica, sino también su afán en pintar la Grecia de los años ochenta, a caballo entre la modernidad y la tradición. Pero sus mejores obras aún estaban por venir...

Después de la Trilogía del Silencio y de filmar To metéoro to víma tou pelargou (El paso suspendido de la cigüeña, 1991) junto a Gregory Karr, Jeanne Moreau y el propio Mastroianni, Angelopoulos presentó en el Festival de Cannes en 1995 su película más ambiciosa hasta ese entonces: To vlémma tou Odyssea (La mirada de Ulises), una muy peculiar manera de celebrar el primer centenario del cinematógrafo, contándonos la historia de A. (suerte de alter ego del director, protagonizado por el proteico Harvey Keitel), cineasta que luego de vivir exiliado en Estados Unidos, regresa a Grecia para presentar su última película y luego lanzarse en busca de los negativos de la primera película filmada en los Balcanes; de Florina a Sarajevo, pasando por Skopje, Bucarest y Belgrado, la odisea de A. (sí, como la de Ulises) lo confronta con la realidad balcánica ante la caída del sistema socialista y, por ende, las migraciones y la Guerra en Sarajevo, pero también ponte ante sí un espejo, cuyo imagen ahí reflejada es apenas una mínima parte de su destino. Para las intenciones del jurado en Cannes, pudo más el humor negro de Emir Kusturica en Underground que los empeños homéricos de Angelopoulos, quien, tres años después, obtuvo la Palma de Oro con Mia aioniotita kai mia mera (La eternidad y un día), dejando en el camino a La vita è bella de Roberto Benigni. La eternidad..., a semejanza de La mirada..., nos cuenta la historia de otro Ulises, un escritor en fase terminal (encarnado por Bruno Ganz, y cuyo personaje fue escrito inicialmente para Marcello Mastroianni), quien abandona todo para terminar un poema inconcluso del siglo XIX, y recobrar, aunque sólo sea por un día, el recuerdo de su fallecida esposa. Tanto en La mirada de Ulises como en La eternidad y un día, Angelopoulos insiste en recobrar el tiempo e incluso detenerlo, para hacernos partícipes de ese milagro; el cine y la escritura son dos maneras de ver el mundo -si se me permite el lugar común- pero también nos conceden la fortuna de volver al punto de partida, al origen, e inscribir -¡¡qué encomiable tarea!!- las palabras de sus personajes en nuestro sucedáneo proceder. Para quienes descubran el mundo de Theo Angelopoulos a través de estas dos películas, su vida nunca más será la misma.

Con un rotundo éxito en festivales de La mirada... y La eternidad..., Angelopoulos regresa al set y se enfrasca en la realización de otra trilogía donde pasa revista a la historia de Grecia en el siglo XX. To livádi pou dakryzei (El prado en llanto, 2004) e I skoni tou hronou (El polvo del tiempo, 2008) son apenas las dos entregas de aquella empresa, donde, como los buenos directores, hace un guiño de ojo a sus obras anteriores; en El prado en llanto, como en El viaje de los comediantes, cuenta las peripecias de una familia, mientras que en El polvo del tiempo, otro cineasta (encarnado por Willem Dafoe), a semejanza de A. en La mirada de Ulises, vive su propia odisea, pero ninguna tiene la misma invención.

Con todo, la obra fílmica de Theo Angelopoulos es una manera prístina de detener el tiempo, donde cada quien vive su propio viaje, lleno de sinsabores, pero también de gratas enseñanzas. No nos ayuda a hacer las paces con la Historia, pero sí a llevarla de mejor manera; descubre ante nuestros ojos la razón de la esperanza, pero igualmente lo hace con la nostalgia, y, por si fuera poco, nos ayuda a detener el tiempo en aras de reconocerlo y reconocernos dentro de sí. (A título personal, luego de haber visto La eternidad y un día, entendí que tan importante es el oficio de las palabras, que compramos con la vida misma; y después de ver La mirada de Ulises, saber que el viaje interior es mucho más importante que el exterior. Ni modo, en el nombre llevo la penitencia.) Hoy, además de celebrar la vida, obra y milagros de un cineasta único en el mundo del cine, también lo hago hacia una manera de ver el mundo, un tiempo verdadero que siempre detenemos a cada instante.

(Ekharistó polí, Theo Angelopoulos!!)

sábado, 23 de abril de 2011

Relecturas del mundo primigenio

Uno de mis autores de cabecera, E. M. Cioran, decía con cierta exageración que "sólo existen los autores que son releídos", opinión con la que, al menos hoy, coincido claramente. Y no es para menos, dado que el sentido del lector en horas 24 deriva en reconocerse en aquellos libros a los que siempre volvemos por primera vez, es decir, aquellos que cuentan con la suerte de la relectura, donde siempre terminamos por encontrar nuevas y gratificantes sorpresas aún acordes con las primeras incursiones en la lectura.

Aprovechando que hoy es Día Internacional del Libro (instituido por la UNESCO, en conmemoración de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega, que coincide, justamente, con la fiesta de San Jorge -Sant Jordi- en Cataluña), me limitaré a comentar algunos de aquellos libros que han corrido con la suerte de la gloriosa relectura. Bien sé que muchos de ustedes habrán de coincidir o disentir en mi selección, aún así, me aviento ese trompo a la uña y sigamos adelante. (Aquí vamos.)

1) El principito (Antoine de Saint-Exupéry): La primera vez que leí ese libro, fue por obra y gracia de mi madre, quien lo compró de bote pronto en un tianguis cercano a su trabajo. Una extraña tarde, cuando la telera no me satisfizo, tomé el pequeño ejemplar y me lo leí de un tirón. La inmensa curiosidad de un pequeño príncipe, con más patrimonio que dos volcanes apagados y una rosa muy peculiar, me llevó a conocer otros mundos y comprender sobremanera el valor de la amistad. En víspera de mi cumpleaños, me doy chance de releerlo y así recobrar por instantes aquellas aventuras. (Me gustaría decir las palabras indicadas para ese importante libro, pero son las que me salen por ahora.)

2) Enseres para sobrevivir en la ciudad (Vicente Quirarte): En mis años de tallerista y preparatoriano, supe de este libro gracias a las generosas fotocopias que llegaron a mis manos; más adelante, en mis primeros años universitarios, logré hacerme de un ejemplar en la Librería Educal del Pasaje Zócalo-Pino Suárez; los textos que componen el libro son el testimonio de las cosas, las personas y los hechos que, de cierta forma, conforman la formación del escritor (leáse el propio Quirarte). Entre las "biografías" de objetos tan sencillos como el cuaderno, la pluma o el lápiz, y los retratos a vuelapluma de varios personajes y una que otra escala por la Ciudad de México, Enseres... nos regala una mirada hacia la franqueza de lo cotidiano. Cada vez que releo dicho libro, lo hago para recordar qué tan importante es tener los objetos muy a la mano, en espera de obtener la palabra, la idea correcta.

3) Recuento de poemas (Jaime Sabines): En los primeros afanes de asumir el oficio de escritor, en algún momento llegamos a la obra poética de Jaime Sabines, la cual, después de leerla con suma devoción, nos sabemos poetas. ¡Craso error! Claro está que nadie nace sabiéndolo todo, pero al leer este conjunto de poemas y adentrarse en la vida del propio Sabines, uno descubre que se pueden hacer otras cosas mientras la poesía hace lo suyo. Cada que puedo, tomo mi ejemplar del Recuento... (mismo que obtuve gracias a una tía muy querida) y leo varios poemas, así hasta terminar el libro.

4) La última escala del tramp steamer (Álvaro Mutis): Una de las cosas que obtuve en mis últimoa semestres de la carrera de Letras Hispánicas, es el descubrimiento de la obra de Álvaro Mutis, y eso gracias a una maestra muy querida por aquellos días. Saber de las andanzas de Maqroll el gaviero y otros variopintos personajes, me llevó a disfrutar de sus travesías. En especial, La última escala del tramp steamer (tercera novela de las siete que integran la saga de Maqroll), me lleva a renconocerme en sus acciones y en lo vital que es vivir a plenitud, a pesar de las adversidades habidas y por haber. (No falta la ocasión para echarme, además de su relectura, la oportunidad para obsequiarlo a quien se deje.) No digo más.

5) La biblioteca de mi padre (Rodrigo Martínez Baracs): Aunque tengo la fortuna de conocer al autor (varios encuentros de SOMEHIL, claro, lo demuestran a todas luces) y de saber quién es su padre (José Luis Martínez, ni más ni menos), cuando leí su libro, suerte de guía de la biblioteca paterna, supe otra forma de vivir el sacerdocio de la cultura, la pasión por los libros. Sin embargo, la relectura de este libro reciente obedece a una simple casualidad. Cuando leo un libro, siempre tengo a la mano un lapicero para hacer las consabidas notas, pero al momento de hacerlo, se me olvidó en casa. Y lo leí de pe a pa en una sola tarde, pero llegando a casa, tomé mi lapicero y volví a leerlo. Y mientras llega el momento para intercambiar con Rodrigo mis impresiones, este libro de reciente factura apenas comienza su vida.

Bien sé que aún faltan grandes libros por leer (y, por ende, releer), pero siempre he creído que llegan en su momento, por mucho que sea el tiempo transcurrido. Hay amigos que me reprochan muchas omisiones de lectura obligada y/o básica, pero me defiendo al decirles que una cosa es el llamado y otra, el deber. Y santas pascuas. Por ahora, he compartido unas pocas, que sólo el tiempo, sólo el tiempo, habrá de confirmar o de trocar por otras mucho mejores. (Después de todo, Cioran tenía algo de razón ¿no creen? Ver para vivir, vivir para creer.)

lunes, 14 de marzo de 2011

Desaforando el Foro TV

Cada quien tiene la televisión que se merece, ha sido una frase dicha hasta el cansancio por sus detractores más recalcitrantes, y no es para menos, dada la oquedad cada vez más preocupante de la televisión actual. Mientras en una cadena se alaban las estupideces de una sudamericana odiosa y en otra se privilegian los culebrones populacheros (¿o es al revés?), en todos lados se intenta algo difícil a principio de cuentas: generar buenas opiniones y motivar un sesudo análisis. Afortunadamente existen muchos canales y cadenas dedicados en cuerpo el alma a tan encomiable labor, pero como éstos se cuecen muy aparte y cada uno requiere el debido tratamiento, enfoquemos la vista hacia el más joven de todos, Foro TV, nacido -¿qué cosas, no?- en el seno de Televisa.

Con su entrada al aire hace poco más de un año dentro de la televisión de paga, y desde el pasado 30 de agosto, por señal abierta (y ocupando el lugar que tuvo Canal 4, de programación variopinta y hasta a veces surrealista,) Foro TV intenta llenar un enorme hueco dejado por el otrora proyecto informativo de la televisora de San Ángel, Eco, donde sí se tomaba en serio la misión informativa y las mesas de análisis (cuando las había, claro), y no se andaban con medias tintas. (En este punto, más de uno se atreverá a debatirlo. "Pero si no había tanta libertad informativa como ahora...", seguro me dirán. Es cierto, pero había seriedad, cosa que no encuentro a cabalidad en el canal de marras.) Ante tal precedente, la presencia de Foro TV sí resulta necesaria, pero prescindible. Vayamos por partes.

Los noticiarios conducidos por Paola Rojas y Adela Micha, sobrevivientes de la transición temática del canal 4, conservaron fondo y forma, y el público que las sigue día tras día no puede esperar de ellas más que la fidelidad a su labor informativa, cosa que celebro a todas luces; a este elenco de comunicadoras notables, sumaría hoy el nombre de Karla Iberia Sánchez, con su respectivo segmento informativo: detrás de ella, una innegable trayectoria como reportera lo comprueba sobremanera. Por el lado masculino de la noticia, contar con León Krauze (polémico más de las veces, cabe señalar) y su Hora 21 es agregarle un toque más plural al contenido del segmento informativo: para quienes lo seguimos en su programa de radio, verlo en pantalla cada noche es proseguir esa forma de conversación radial, pero a todo color. De pilón, cabe notar la presencia de un espacio dedicado a los medios de comunicación, conducido magistralmente por José Carreño Carlón, Gabriela Warkentin y Mario Campos. (Hacía falta algo así, mas no es la panacea en el tema. Cuestión de enfoques.)

Pero así como hay ejercicios notables en este campo, también los hay mediocres y faltos de ética, tal es el caso de Esteban Arce, cuyo Matutino Express también sobrevivió al cambio de giro programático, conservando un horario privilegiado y con una polémica sobre sus espaldas: las desafortunadas declaraciones en contra de la comunidad lésbico-gay. En vez de recibir un justo castigo por ello, fue premiado con la conservación de su programa; eso sí, menos irreverente que su encarnación precedente. Y como este dardo aguanta dos tiros más, mencionaré dos programas parecidos: La hora de opinar con Leo Zuckerman y Javier Tello, y Final de partida con Julio Patán y Nicolás Alvarado, ambos, transmitiéndose entre las 10 y las 11:30 pm. Del primero, no me atrevo a cuestionar sus mesas de análisis, porque sinceramente no me interesan (hay mejores y más congruentes en otros canales), pero los viernes se dan a la tarea de invitar a una personalidad de la política, las ciencias, las artes, etc., para ¡¡hablar de cine!!, de las tres películas favoritas del invitado. Como segmento para terminar de forma desenfadada la semana, está bien, pero ni Zuckerman ni Tello son críticos de cine para ahondar un poco más a gusto por el mundo del celuloide. Para muestra, un botón: cuando Fernando Gómez Mont fue el invitado de lujo, demostró saber más de cine que aquel par de conductores babosos. (Zapatero a tus zapatos. Ni modo.) Sobre Final de partida, no podemos negar que Patán y Alvarado son caras conocidas dentro de la televisión cultural (se conducían mejor en Canal 22, por aquello de la pluralidad), pero en un canal así, se privilegian más otras cosas, pero no las meramente culturales. Qué remedio.

Fuera de estos ejemplos (a sabiendas de que faltan por enumerar otras emisiones, algunas muy dignas en su trabajo, y otras, prescindibles sin más ni más), la presencia de Foro TV en la televisión abierta deja mucho que desear. Su entrada al aire se origina en vísperas de un año electoral, es decir, donde todas las cartas están por jugarse, y con su "canalito" Televisa juega a la pluralidad, cosa que sólo tiene de dientes para afuera. (Un ejemplo: Mujeres de valor fue una bonita campaña, pero en sus telenovelas impera el sexismo y en sus talk shows, la misoginia. Si lo quieren más claro, échenle agua.) Sin embargo, sólo el tiempo dirá la última palabra sobre Foro TV, que apenas busca -¡¡y de qué manera!!- su destino en la televisión mexicana. Y hasta ahí.

jueves, 10 de marzo de 2011

Leopoldo Valiñas en la Academia

No cabe duda que me gustan más los regresos que las prolongadas estancias, y no lo digo solamente por la prosapia de mi nombre. Después de haber vivido toda una celebración de las Letras (misma que pueden leer líneas abajo, faltaba más), me llega la buena nueva de la ceremonia de ingreso del lingüista e investigador Leopoldo Valiñas Coalla a la Academia Mexicana de la Lengua, precisamente hoy, a las 7 pm, en un lugar al que me alegra regresar, aunque hayan sido pocas las ocasiones para ello: el Museo Nacional de Arte (MUNAL).

Como siempre acostumbro cuando se trata de la AML, llegué una hora antes del evento; al salir del metro Bellas Artes, vi como la gente se arremolinaba frente al Palacio debido a la increíble presencia de un BMW último modelo, con todo y vallas de seguridad. Supuse que allí se grabaría un comercial al respecto, pero sólo me limité a tomar algunas fotos y seguirme de largo hacia el MUNAL. Después de tomar algunas fotos de los edificios circundantes, llegué al lugar de la cita y vi a lo lejos la presencia de Linda Manzanilla, quien provenía de El Colegio Nacional para acudir a la ceremonia de investidura de su ilustre colega del Instituto de Investigaciones Antropológicas. Luego de ponerle a mi celular la modalidad de vibrador, entré al otrora Palacio de Comunicaciones y así agarrar buen asiento para la ceremonia, lo cual hice en la segunda fila de enmedio, frente al presidium.

Minutos antes de la sesión, una bellísima mujer sentada detrás de mí, en la tercera fila, al ver tanto mi Anuario como varios ejemplares de discursos académicos de la AML, pidió verlos e igualmente me comentó ciertas cosas al respecto. "Espero que ya vendan el nuevo, porque necesito actualizarlo...", le dije. Incluso intercambiamos algunas palabras, y hasta ahí.

Cinco minutos después de las 7 pm, los académicos de la Lengua, dirigidos por su nuevo director, Jaime Labastida, hacían su triunfal llegada al salón donde se llevaría a cabo la sesión pública de hoy. A la izquierda de la mesa directiva (compuesta, además del nuevo recipiendario y el propio Jaime Labastida, por Gonzalo Celorio, Diego Valadés, secretario y censor estatutario, respectivamente, y por Concepción Company, quien respondería las palabras de Valiñas), se hallaban Guido Gómez de Silva, Adolfo Castañón (con todo y su abultada maleta), Tarsicio Herrera Zapién, Miguel León-Portilla, Fernando Serrano Migallón, Fernando del Paso (aún sin ser académico numerario, acudió a la cita), José G. Moreno de Alba (hasta el ingreso de Patrick Johansson, ocupaba el lugar de honor en la mesa directiva) y Felipe Garrido, mientras que a la derecha, Ascensión Hernández Triviño, Margit Frenk, Julieta Fierro, Vicente Leñero, Miguel Ángel Granados Chapa, Vicente Quirarte y Margo Glantz ostentaban dignamente sus lugares. Inmediatamente, el director dio la bienvenida a todos los asistentes para luego cederle la palabra al nuevo integrante de la Academia Mexicana de la Lengua.

Leopoldo Valiñas, el buen Polo, leyó su discurso, La unidad lingüística en torno a la diversidad, cuya primera parte (como debe de ser) estuvo dedicada a la vida y obra de Andrés Henestrosa, su antecesor en la silla XXIII, para después exponer un interesantísimo trabajo en torno a la diversidad lingüística de las lenguas vernáculas dentro del español de México; en lo que cabe a la faceta académica, el trabajo de Polo confirma a todas luces la misma erudición e intensidad mostrada en todos sus artículos (cabe decir que Valiñas nunca ha escrito un libro en forma, pero con el presente discurso más le vale hacerlo); claro, la mayoría de los asistentes no paró de reír en ciertos pasajes de su exposición, y, claro, hasta terminamos usando la hojita que fue depositada en cada asiento, como si en vez de una ceremonia de ingreso estuviesemos en un coloquio de la ENAH o la SOMEHIL.

Después de su alocución, correspondió a Concepción Company Company responder al discurso del nuevo académico, quien ponderó su presencia en la Academia Mexicana de la Lengua como la de una persona preocupada por la buena salud del español de México, de grata y apasionante raigambre indigenista (aunque él no se reconozca como tal), y cuya presencia, ayudará sobremanera a las intenciones originales de la Academia, enarboladas en la divisa Limpia, fija y da esplendor. (Aunque, tratándose de Polo, le queda más lo último ¿no creen?) Finalmente, el ingreso de Leopoldo Valiñas, más que un deber académico, es toda una celebración. (Quien esto escribe, luego de asistir a los ingresos de Ascensión Hernández Triviño y Patrick Johansson, no deja de aplicárselo también al de Valiñas. Claro que sí.)

Al final de la ceremonia, el Director de la AML invitó a todos los asistentes a departir un buen vino de honor afuera del salón. Mientras unos se arremolinaban por una buena copa de tinto y otros hacían fila para felicitar de primera fuente a Polo, me acerqué a varios de los académicos para pedirle el consabido autógrafo. Primero me acerqué a Julieta Fierro, quien se alegró de verme y, claro, tardó un poco en firmar mi ejemplar. Quedé en mandarle la dirección de una amiga mía, para así mandarle su discurso de ingreso. (Prometido, Julieta.) Después, saludé a Chonita y don Miguel, quien me pidió prestado mi celular para hablarle a su chofer, dado que debían irse temprano. (Como en todas sus películas...) Enseguida, me acerqué a Concepción Company; además de firmarme su discurso de ingreso, le comenté dos cosas: una, dónde podía conseguir su manual de fonética y fonología ("En la Facultad debe haber todavía algunos, supongo...", me dijo), y la otra, que una gran amiga mía ¡¡es su más ferviente admiradora!! Incluso por el nombre tan bonito y tan original que tiene. Concepción no cesó de celebrar aquellas palabras y me agradeció ese buen gesto. Ni tardo mi perezoso, me apersoné frente a Tarsicio Herrera Zapién para lo mismo, y él, con una bonhomía muy suya, agradeció que yo tuviera aquel pequeño ejemplar de su discurso; "Reyes no sabía nada de griego ni de latín, pero su Discurso por Virgilio es una maravilla ¿verdad que sí?", me dijo gratamente mientras me dedicaba su ejemplar. Al darme cuenta que Diego Valadés se había retirado y de hacerme a la idea de la ausencia de Eduardo Lizalde, me formé para felicitar a Polo y, claro, expresarle -interposítamente- los parabienes de Ana Laura Díaz y de Heréndira Téllez hacia él, como nuevo académico de la lengua. "Te lo agradezco, voy a escribirles", me respondió con gusto.

Afuera de la sala, ya me urgía echarme una buen trago y como además de vino tinto y blanco, había mezcal, resolví echarme unos buenos caballitos ¡¡y percherones, para rematar!!, con unos deliciosos canapés para acompañar. Aquella bellísima mujer con la que tuve una mínima charla antes de la ceremonia, una arquitecta experta en restauración llamada Silvia Ibáñez, al verme preguntó por los León-Portilla. Le comenté que acababan de irse, dado que siempre son los primeros en retirarse, pero insistí en acompañarla por si corría con mejor suerte. (Confirmado, ya no estaban.) De cualquier forma, platicamos un largo rato sobre muchas cosas, mientras los tequilas hacían lo suyo. Revisé mi celular para ver la hora y, como podrán imaginarlo, me salió el complejo de cenicienta al ver que ya casi eran las 9 pm. Al saberlo, mi bellísima acompañante procedió a despedirse de todas sus amigas, dado que el estacionamiento cerraría exactamente a la hora. Insistí en acompañarla hasta la salida, porque también llevaba algo de prisa, y mientras llegabamos al estacionamiento, le comenté que vivía en Atizapán de Zaragoza, y ella, muy amablemente, accedió a darme aventón. (Se lo agradecí sobremanera, y ya quedé en avisarle de los próximos eventos, por aquello de seguir en contacto.)

En fin... me agradó mucho regresar al MUNAL y no dudaré en hacerlo mientras exista la oportunidad para ello. Por mientras, celebro el ingreso de Leopoldo Valiñas Coalla, en aras de una concordia entre el español y las lenguas originarias. Ya veremos en qué paran nuestras esperanzas. (Y ya.)

domingo, 6 de marzo de 2011

Totalmente Palacio... de Minería

Señoras y señores, sí, lo declaro a los cuatro vientos: Soy totalmente Palacio. Y no me refiero a cierta tienda departamental, sino al aplomo que tengo por asistir (cada vez que el tiempo me lo permite) al más hermoso de los palacios que tiene la ciudad de México: el Palacio de Minería. Desde la semana pasada, cuando dio comienzo la XXXI Feria Internacional del Libro en el Palacio de Minería, quien esto escribe, unas veces sacaba su faceta de cazalibros, y otras acompañaba al equipo oficial de tres presentaciones editoriales, repartidas en tres días. Pero en esos días, también decidió darse sus respectivas vueltas para encontrar algún librito nuevo (aunque sólo fuera un decir, claro) o también para cerrar el círculo de la lectura, coronando con la consabida firma los ejemplares de su pequeña biblioteca. He aquí un pequeño resumen de sus andanzas.

Viernes 25 (Primera escala: El Colegio Nacional): Luego de encontrarme con Claudia Hernández de Valle-Arizpe y antes de la presentación de Dulce y Útil en el salón de la Academia de Ingeniería, hice mi escala obligada en el stand de El Colegio Nacional, donde mis ya conocidos libreros me convencieron de llevarme la Memoria 2009, y dos pendientes bibliográficos de ferias anteriores: la edición de lujo de Como la lluvia de José Emilio Pacheco (numerada y firmada por el autor) y Un sol más vivo, antología poética de Octavio Paz hecha por otro gran poeta, Antonio Deltoro. No me cabe duda que aquello volúmenes habré de leerlos con especial devoción.

Lunes 28 (Segunda escala: Pabellón del Estado de México y UACM): Después de asistir a la presentación de los nuevos libros de Cofradía de Coyotes, en el pabellón del Estado de México, me encontré con Eduardo Villegas, el Coyote Mayor, quien además de celebrar el grato encuentro entre colegas, resolvió firmarme un ejemplar de La noche de la desnudez, uno de sus primeros libros. Y como el tiempo andaba haciendo de las suyas, adquirí Porque siempre importa de Claudia Hernández de Valle-Arizpe en el local de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Mientras llegaba la hora de saludar nuevamente a la bella y talentosa Claudia, leería con verdadera alegría sus textos sobre cocina y cultura.

Martes 1o. (Tercera escala: Conaculta y Fondo de Cultura Económica): Después de la presentación de la colección Teorías Contemporáneas, coordinada por la Dra. Laura Páez Díaz de León, y mientras llegaba la hora de irnos, un servidor hizo escala en el gran pabellón de CONACULTA, donde se hizo de las Arqueologías del Centauro, volumen sobre Alfonso Reyes escrito por autores jóvenes; Pasado y presente en claro de Octavio Paz, que reúne dos textos elementales en ocasión del vigésimo aniversario del Premio Nobel, y la nueva edición de Un niño en la Revolución mexicana de Andrés Iduarte, mismo que ya debía tener por razones obvias. (Al fin, se me hizo.) Y como el tiempo seguía haciendo de las suyas, visité el pabellón del Fondo de Cultura Económica, donde además de hacerme de Tiempo de arena de Jaime Torres Bodet y De cómo ignorar de Mauricio Tenorio Trillo, un grupo de muchachos (estudiantes de comunicación, me imagino) ¡¡me hicieron una entrevista!! Simplemente me porté muy bien con las preguntas que se me hicieron y una de éstas hizo profunda mella en quien esto escribe: "¿Cuál es su escritor favorito?" "Bueno... ¡¡son muchos!! Alfonso Reyes, Octavio Paz, Álvaro Mutis, Andrés Henestrosa, Jorge F. Hernández, Vicente Quirarte... Y la lista sigue", les dije, y ellos me insistían en mencionar uno solo. "De ser así, serían dos por igual: Alfonso Reyes y Octavio Paz", fue mi respuesta y tuve que justificarla, es decir, entrar en pormenores. Al final de la entrevista, agradecieron mi disponibilidad y buen desarrollo en la misma. "No, muchachos, ustedes lo hicieron todo, de veras, y como decía don Alfonso Reyes, 'Todo lo sabemos entre todos'. Cuenten con ello".

Miércoles 2 (Cuarta escala: el pabellón de la UNAM): Tuve la fortuna de asistir a la presentación de El filósofo declara, de Juan Villoro, su primera obra de teatro, en escena hace algunas semanas y que ahora llegaba al gran público en forma de libro. Villoro ponderó su nuevo papel como dramaturgo, cuya grata incursión no se quedaría en la obra en cuestión, sino que, andando el tiempo, escribiría más para llevarlas, desde luego, al escenario. Después de contar las peripecias de sus personajes y del montaje anterior en cartelera, Villoro procedió a firmar varios ejemplares de su libro en el microscópico salón "Rafael Ximeno y Planes", donde la gente se arremolinaba para platicar un poco con el autor mientras éste firmaba su libro. Afortunadamente, la editorial del libro de marras, la UNAM, pidió que nos trasladaramos al pabellón de publicaciones de la UNAM y así dejar libre el salón para otro evento. Al llegar al stand, se hizo una larga fila para que Juan Villoro firmara libros y libros, sin contar las toneladas de fotos que lo inscribían en la memoria de sus fans. Al llegar el turno de un servidor, Villoro firmó su ejemplar de Efectos personales, además de agradecerle aquellos gratos encuentros suscitados por los libros. Mientras decidía si quedarme en el Palacio de Minería, otro grato reencuentro estaba por darse, en plena escalinata del palacio, con Julio Ortega Jiménez, colega y compañero de generación, muy bien acompañado por Julissa, su compañera de toda la vida. (Quedamos en proseguir el contacto. Sí que sí.) Pocas horas después, regresé al stand de la UNAM, donde me quedé un largo rato viendo los discursos de ingreso de la Academia Mexicana de la Lengua. En eso se me acercó David Turner, director de Publicaciones UNAM, quien me presumió (si se permite la palabra) todos los grandes trabajos publicados en la colección de Discursos de la Academia, como los de Jesús Silva Herzog, José Vasconcelos y Alfonso Reyes, por decir algo. Más de una hora esperando aquella presunción editorial, en la cual todos los empleados movieron cielo, mar y tierra para conseguirle al jefe aquellos ejemplares. Finalmente, David Turner me dijo que, en efecto, no los habían llevado. (Un día, seguro.)

Jueves 3 (Quinta escala: el MUNAL): Como se habían juntado tres presentaciones de vital importancia para mí (Sandra Lorenzano, Agustín Monsreal y René Avilés Fabila, ¡¡a las 7 pm!!), decidí solamente comprar el catálogo de la exposición Alfonso Reyes y los caminos del arte en el puesto del MUNAL, muy pequeño, por cierto. Por supuesto, aplicando la máxima de Rubén D. Medina: "Si ves uno, compras dos".

Viernes 4 (Sexta escala: el pabellón de la UNAM y el Fondo de Cultura Económica): Decidido a ver a la gran Julieta Fierro, al llegar al metro Bellas Artes me encontré con una mujer maravillosa, Virginia Ortega, quien venía de impartir unas clases de inglés, y luego de saber hacia dónde me dirigía, me espetó un "¿Me llevas?" Y, claro, accedí gustoso a que me acompañara a ver a Julieta Fierro. Al llegar al Salón de Actos, cuál sería nuestra sorpresa al saber que la expositora, es decir, Julieta, no estaría presente por motivos de salud, cosa que nos desanimó tanto a Vicky como a quien esto escribe. Aún así, nos dimos una vuelta por la feria. Primero, por la cabina temporal de Radio UNAM donde le presenté ¡¡a Jorge F. Hernández!!, quien se sorprendió al ver a una rockera en la sala. (Vicky no cabía de la impresión cuando hice las consabidas presentaciones, pero es una oportunidad que no debía perderse. Así es.) Después de haber conocido a tan singular personaje, decidí compensarle la ausencia de Julieta obsequiándole un ejemplar de su discurso de ingreso, el cual Vicky me agradeció sobremanera, al igual que un libro del Fondo de Cultura Económica, cuyo mismo ejemplar corrió con semejante suerte el año pasado.

Domingo 6 (Última escala: el pabellón de CONACULTA): En el Auditorio 5, donde tuvieron a bien presentarse los primeros trece títulos de Parentalia ediciones, estuvo lleno de poesía por donde quiera que se vea; entre Luis Tiscareño, Frida Varinia y unas rozagantes Elva Macías y Leticia Herrera, las plaquettes se vendieron como pan caliente. Y ante semejante celebración (tanto poética como monetaria), quien esto escribe se dio una vuelta muy bien acompañado por la Dra. Laura Páez Díaz de León y su diligente secretaria, Hilda Edith, de buen ver, por cierto. En el stand de CONACULTA, la Dra. Páez, engolosinada por las novedades en torno a Octavio Paz, se dio vuelo y compró varias. Después, asistimos a una charla de Sara Sefchovich en la Antigua Capilla, para luego despedirlas, dado que resolví quedarme a la presentación de la Antigua Grandeza Mexicana de René Avilés Fabila, donde no faltaron ni el buen humor (cortesía del autor) ni las largas filas de admiradores. Y mientras dedicaba con aplomo varios de esos libros, me lancé de volada hacia el auditorio Bernardo Quintana y saludar a Rodrigo Martínez Baracs, con el objetivo de que firmara mi ejemplar de La biblioteca de mi padre. "No me digas que ya lo leíste...", me dijo. Se sorprendió al saber que lo había hecho ¡¡tres veces!! en un mes y prometí escribir un artículo al respecto. "Oye, de verdad que te lo agradezco. ¿Nos veremos en mayo?, respondió. "Cuenta con ello", fue mi respuesta. Regresé con René y aún seguía en la parafernalia de las firmas. Al terminar, platicamos un ratito sobre las latas de la escritura. Y para terminar el último día de la Feria de Minería, lo prometido es deuda, cerramos con Claudia Hernández de Valle-Arizpe, acompañando a la fotógrafa Gabriela Bautista en la presentación de su libro de fotos a escritores. Desde luego que escuchar a Claudia es todo un acontecimiento, pero si le sumamos la presencia del poeta Rafael Vargas y la espontaneidad de Víctor Roura, podría decirse que hubo de todo.

No me cabe la menor duda que ir a la Feria del Libro del Palacio de Minería es todo un acontecimiento, ya sea por la infinidad de personas y de libros que vas encontrando en el camino. He comprobado con todas las letras de todos los nuevos y viejos amigos que conviven en aquel espacio, en espera de que aumente esa preclara y cordial nómina. ¿Qué me espera para la siguiente feria? No lo sé... Quizás sea alguno de los nuevos protagonistas de Jóvenes escritores en Palacio, o en una de ésas, ya salga un nuevo libro, el primero de muchos que tendré a bien publicar, en fin... Sólo el tiempo tendrá que conspirar a nuestro favor, porque en la cárcel, en la trinchera, en el hospital y en el Palacio de Minería es donde se conoce a los amigos. De verdad.

(Soy totalmente Palacio... de Minería, claro está.)

miércoles, 12 de enero de 2011

Quince del 2010

Seguramente más de uno notó mi larga ausencia de estos parajes virtuales, y no es para menos. Por esos días, y a consecuencia de una extraña conspiración tecnológica, no tuve más remedio que... leer. Y como cada año (sin dejarme llevar por las chabacanerías del momento) resolví a enumerar, igual que el año anterior, los quince libros que más me impresionaron en 2010. Claro está que ningún libro es igual a otro; aunque traten el mismo tema, siempre hay una palabra nueva, una impresión inusitada o, simple y sencillamente, ganas de leer algo, lo que sea.
De los libros que enumeraré a continuación, cabe decir que los disfruté muchísimo, pero si esto se complementa con la oportunidad de haber convivido con el autor, puedo darme por bien servido. Y aquí paro el carro.

1) Pasado anterior (Salvador Elizondo) La constancia periodística de un autor comprometido con la literatura, queda manifiesta en esta compilación -póstuma, cabe decir- de artículos, donde Elizondo se dio a la tarea de criticar, pero también celebrar las maravillas del mundo presente. Una verdadera joya.
2) Calacas (Rubén Bonifaz Nuño) Un poeta con todas las letras, como lo es Bonifaz Nuño, hace las paces con la muerte a través de este poemario, donde no olvida su preclara presencia, pero con un cierto desenfado hacía ella. Del respeto de la elegía al desconcierto de la "calaverita". (Para todos sus lectores de toda la vida, Calacas significó el "retiro" del poeta. Aún se le extraña.)
3) Lotería (Nati Rigonni) La suerte de la poesía juega con el poeta a nombrar las cosas, y con la galería de objetos que tiene a bien compartir la veracruzana Nati Rigonni, queda comprobada a todas luces. (Como la lotería, vive al día, al vaivén del tiempo.)
4) El Naranjo en flor (José Ángel Leyva) La familia Revueltas, de donde genios del calibre de Silvestre, Fermín, José y Rosaura surgieron, tiene la palabra para contarnos otras historias de aquellos personajes, pero también permite conocer a otros de igual o mayor valía. Un retrato de familia, pero con retoque.
5) Camino a Baján (Jean Meyer) Las vidas paralelas de Hidalgo y Calleja se reúnen en esta novela, donde cada quien cuenta su presencia en el entramado de la historia, y cuya señera lectura nos hace ver que nadie tiene la razón: ni tirios ni troyanos. (A título personal, me gustaba más el nombre con que se publicó por primera vez: Los tambores de Calderón. ¡¡Y hasta JM coincide conmigo!!)
6) Cartas mexicanas (Alfonso Reyes) El camino de un escritor se mide por la importancia de sus temas de escritura, pero también por la correspondencia y la hermandad emanadas de sus corresponsales en una relación epistolar. Para entender al Reyes público, vale conocer al privado, casi secreto. Y como esta maravillosa selección fue cuidada por Adolfo Castañón, el placer es doble. (Bien.)
7) Escribir, por ejemplo (Carlos Monsiváis) Diez escritores fundamentales en las letras mexicanas, vistos desde la mirada crítica y casi cardiográfica de un escritor íntegro, a quien no le era ajeno tema alguno. Entre Alfonso Reyes, Julio Torri, Rosario Castellanos, José Revueltas, entre otros, su (definitiva) presencia es más que notoria mientras se revisan esas páginas.
8) A la gorda drógala (Giberto Prado Galán) Uno de los nuevos alquimistas del palíndromo en México presenta en este libro las cartas de marear de su travesía literaria; después de dominar la forma, ésta, como buena contrincante, le obsequia gustosa sus secretos y pasiones.
9) Seis Cuentos Seis y uno de regalo (Jorge F. Hernández) "Escribir es torear", es la consigna de este libro, y queda confirmada cuando el autor se lanza al ruedo en busca de contar otras historias (en siete cuentos), donde la pasión por las letras sólo se asemeja a la emoción del novel torero al recibir la alternativa.
10) Imaginemos un caracol (Julieta Fierro) Como su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, y ahora en forma de libro, el ingenio de Julieta nos presenta una ágil, divertida e interesante manera de conocer a un caracol, y su presencia en la naturaleza, tanto de la vida como de la lengua.
11) Claridad errante. Poesía y prosa (Octavio Paz) La última compilación cuidada en vida del poeta, regresa a la escena literaria gracias al Día Nacional del Libro, como un regalo que Paz decide hacerle a las generaciones futuras, porque una obra así merece leerse y releerse, sin aniversarios de por medio.
12) La rueda de la fortuna (Helena Paz Garro) Con el talento corriendo por sus venas, la hija de dos estrellas no se queda atrás, y demuestra en sus poemas una vitalidad nunca vista; el esmeril de la distancia (geográfica, familiar, ¿literaria?) nos regala este ramillete, tan joven como siempre y tan viejo como ayer.
13) Deshielo (Claudia Hernández de Valle-Arizpe) Claudia se avienta al torrente de la poesía, en busca de decir, como su maestro Bonifaz Nuño, de otro modo lo mismo. Su estilo nos indica ciertos sinsabores en busca de la palabra, pero en aras de conocer el diamante, es preciso llenarse de carbón las manos. (Un prístino viaje, sin duda.)
14) El arte de la fuga (Sergio Pitol) Los viajes ilustran, reza el lugar común, y en la obra de Pitol, este libro es el ajuste de cuentas con sus pasados: como persona, como escritor. Sus lecturas del mundo, de los libros, de sí mismo, son ahora compartidas con una sola esperanza: seguir aprendiendo. (¿Digno retiro? No sabemos...)
15) De héroes y mitos (Enrique Krauze) Varios de los temas recurrentes -la historia y sus maniqueísmos, la política y sus claroscuros- componen esta visita guiada al universo de un autor que no complace a tirios ni a troyanos. Para sus seguidores, pública confidencia; para sus detractores, privada discrepancia. (Debe leerse.)
(¡¡Gracias!!)