miércoles, 12 de enero de 2011

Quince del 2010

Seguramente más de uno notó mi larga ausencia de estos parajes virtuales, y no es para menos. Por esos días, y a consecuencia de una extraña conspiración tecnológica, no tuve más remedio que... leer. Y como cada año (sin dejarme llevar por las chabacanerías del momento) resolví a enumerar, igual que el año anterior, los quince libros que más me impresionaron en 2010. Claro está que ningún libro es igual a otro; aunque traten el mismo tema, siempre hay una palabra nueva, una impresión inusitada o, simple y sencillamente, ganas de leer algo, lo que sea.
De los libros que enumeraré a continuación, cabe decir que los disfruté muchísimo, pero si esto se complementa con la oportunidad de haber convivido con el autor, puedo darme por bien servido. Y aquí paro el carro.

1) Pasado anterior (Salvador Elizondo) La constancia periodística de un autor comprometido con la literatura, queda manifiesta en esta compilación -póstuma, cabe decir- de artículos, donde Elizondo se dio a la tarea de criticar, pero también celebrar las maravillas del mundo presente. Una verdadera joya.
2) Calacas (Rubén Bonifaz Nuño) Un poeta con todas las letras, como lo es Bonifaz Nuño, hace las paces con la muerte a través de este poemario, donde no olvida su preclara presencia, pero con un cierto desenfado hacía ella. Del respeto de la elegía al desconcierto de la "calaverita". (Para todos sus lectores de toda la vida, Calacas significó el "retiro" del poeta. Aún se le extraña.)
3) Lotería (Nati Rigonni) La suerte de la poesía juega con el poeta a nombrar las cosas, y con la galería de objetos que tiene a bien compartir la veracruzana Nati Rigonni, queda comprobada a todas luces. (Como la lotería, vive al día, al vaivén del tiempo.)
4) El Naranjo en flor (José Ángel Leyva) La familia Revueltas, de donde genios del calibre de Silvestre, Fermín, José y Rosaura surgieron, tiene la palabra para contarnos otras historias de aquellos personajes, pero también permite conocer a otros de igual o mayor valía. Un retrato de familia, pero con retoque.
5) Camino a Baján (Jean Meyer) Las vidas paralelas de Hidalgo y Calleja se reúnen en esta novela, donde cada quien cuenta su presencia en el entramado de la historia, y cuya señera lectura nos hace ver que nadie tiene la razón: ni tirios ni troyanos. (A título personal, me gustaba más el nombre con que se publicó por primera vez: Los tambores de Calderón. ¡¡Y hasta JM coincide conmigo!!)
6) Cartas mexicanas (Alfonso Reyes) El camino de un escritor se mide por la importancia de sus temas de escritura, pero también por la correspondencia y la hermandad emanadas de sus corresponsales en una relación epistolar. Para entender al Reyes público, vale conocer al privado, casi secreto. Y como esta maravillosa selección fue cuidada por Adolfo Castañón, el placer es doble. (Bien.)
7) Escribir, por ejemplo (Carlos Monsiváis) Diez escritores fundamentales en las letras mexicanas, vistos desde la mirada crítica y casi cardiográfica de un escritor íntegro, a quien no le era ajeno tema alguno. Entre Alfonso Reyes, Julio Torri, Rosario Castellanos, José Revueltas, entre otros, su (definitiva) presencia es más que notoria mientras se revisan esas páginas.
8) A la gorda drógala (Giberto Prado Galán) Uno de los nuevos alquimistas del palíndromo en México presenta en este libro las cartas de marear de su travesía literaria; después de dominar la forma, ésta, como buena contrincante, le obsequia gustosa sus secretos y pasiones.
9) Seis Cuentos Seis y uno de regalo (Jorge F. Hernández) "Escribir es torear", es la consigna de este libro, y queda confirmada cuando el autor se lanza al ruedo en busca de contar otras historias (en siete cuentos), donde la pasión por las letras sólo se asemeja a la emoción del novel torero al recibir la alternativa.
10) Imaginemos un caracol (Julieta Fierro) Como su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, y ahora en forma de libro, el ingenio de Julieta nos presenta una ágil, divertida e interesante manera de conocer a un caracol, y su presencia en la naturaleza, tanto de la vida como de la lengua.
11) Claridad errante. Poesía y prosa (Octavio Paz) La última compilación cuidada en vida del poeta, regresa a la escena literaria gracias al Día Nacional del Libro, como un regalo que Paz decide hacerle a las generaciones futuras, porque una obra así merece leerse y releerse, sin aniversarios de por medio.
12) La rueda de la fortuna (Helena Paz Garro) Con el talento corriendo por sus venas, la hija de dos estrellas no se queda atrás, y demuestra en sus poemas una vitalidad nunca vista; el esmeril de la distancia (geográfica, familiar, ¿literaria?) nos regala este ramillete, tan joven como siempre y tan viejo como ayer.
13) Deshielo (Claudia Hernández de Valle-Arizpe) Claudia se avienta al torrente de la poesía, en busca de decir, como su maestro Bonifaz Nuño, de otro modo lo mismo. Su estilo nos indica ciertos sinsabores en busca de la palabra, pero en aras de conocer el diamante, es preciso llenarse de carbón las manos. (Un prístino viaje, sin duda.)
14) El arte de la fuga (Sergio Pitol) Los viajes ilustran, reza el lugar común, y en la obra de Pitol, este libro es el ajuste de cuentas con sus pasados: como persona, como escritor. Sus lecturas del mundo, de los libros, de sí mismo, son ahora compartidas con una sola esperanza: seguir aprendiendo. (¿Digno retiro? No sabemos...)
15) De héroes y mitos (Enrique Krauze) Varios de los temas recurrentes -la historia y sus maniqueísmos, la política y sus claroscuros- componen esta visita guiada al universo de un autor que no complace a tirios ni a troyanos. Para sus seguidores, pública confidencia; para sus detractores, privada discrepancia. (Debe leerse.)
(¡¡Gracias!!)

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