Señoras y señores, sí, lo declaro a los cuatro vientos: Soy totalmente Palacio. Y no me refiero a cierta tienda departamental, sino al aplomo que tengo por asistir (cada vez que el tiempo me lo permite) al más hermoso de los palacios que tiene la ciudad de México: el Palacio de Minería. Desde la semana pasada, cuando dio comienzo la XXXI Feria Internacional del Libro en el Palacio de Minería, quien esto escribe, unas veces sacaba su faceta de cazalibros, y otras acompañaba al equipo oficial de tres presentaciones editoriales, repartidas en tres días. Pero en esos días, también decidió darse sus respectivas vueltas para encontrar algún librito nuevo (aunque sólo fuera un decir, claro) o también para cerrar el círculo de la lectura, coronando con la consabida firma los ejemplares de su pequeña biblioteca. He aquí un pequeño resumen de sus andanzas.
Viernes 25 (Primera escala: El Colegio Nacional): Luego de encontrarme con Claudia Hernández de Valle-Arizpe y antes de la presentación de Dulce y Útil en el salón de la Academia de Ingeniería, hice mi escala obligada en el stand de El Colegio Nacional, donde mis ya conocidos libreros me convencieron de llevarme la Memoria 2009, y dos pendientes bibliográficos de ferias anteriores: la edición de lujo de Como la lluvia de José Emilio Pacheco (numerada y firmada por el autor) y Un sol más vivo, antología poética de Octavio Paz hecha por otro gran poeta, Antonio Deltoro. No me cabe duda que aquello volúmenes habré de leerlos con especial devoción.
Lunes 28 (Segunda escala: Pabellón del Estado de México y UACM): Después de asistir a la presentación de los nuevos libros de Cofradía de Coyotes, en el pabellón del Estado de México, me encontré con Eduardo Villegas, el Coyote Mayor, quien además de celebrar el grato encuentro entre colegas, resolvió firmarme un ejemplar de La noche de la desnudez, uno de sus primeros libros. Y como el tiempo andaba haciendo de las suyas, adquirí Porque siempre importa de Claudia Hernández de Valle-Arizpe en el local de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Mientras llegaba la hora de saludar nuevamente a la bella y talentosa Claudia, leería con verdadera alegría sus textos sobre cocina y cultura.
Martes 1o. (Tercera escala: Conaculta y Fondo de Cultura Económica): Después de la presentación de la colección Teorías Contemporáneas, coordinada por la Dra. Laura Páez Díaz de León, y mientras llegaba la hora de irnos, un servidor hizo escala en el gran pabellón de CONACULTA, donde se hizo de las Arqueologías del Centauro, volumen sobre Alfonso Reyes escrito por autores jóvenes; Pasado y presente en claro de Octavio Paz, que reúne dos textos elementales en ocasión del vigésimo aniversario del Premio Nobel, y la nueva edición de Un niño en la Revolución mexicana de Andrés Iduarte, mismo que ya debía tener por razones obvias. (Al fin, se me hizo.) Y como el tiempo seguía haciendo de las suyas, visité el pabellón del Fondo de Cultura Económica, donde además de hacerme de Tiempo de arena de Jaime Torres Bodet y De cómo ignorar de Mauricio Tenorio Trillo, un grupo de muchachos (estudiantes de comunicación, me imagino) ¡¡me hicieron una entrevista!! Simplemente me porté muy bien con las preguntas que se me hicieron y una de éstas hizo profunda mella en quien esto escribe: "¿Cuál es su escritor favorito?" "Bueno... ¡¡son muchos!! Alfonso Reyes, Octavio Paz, Álvaro Mutis, Andrés Henestrosa, Jorge F. Hernández, Vicente Quirarte... Y la lista sigue", les dije, y ellos me insistían en mencionar uno solo. "De ser así, serían dos por igual: Alfonso Reyes y Octavio Paz", fue mi respuesta y tuve que justificarla, es decir, entrar en pormenores. Al final de la entrevista, agradecieron mi disponibilidad y buen desarrollo en la misma. "No, muchachos, ustedes lo hicieron todo, de veras, y como decía don Alfonso Reyes, 'Todo lo sabemos entre todos'. Cuenten con ello".
Miércoles 2 (Cuarta escala: el pabellón de la UNAM): Tuve la fortuna de asistir a la presentación de El filósofo declara, de Juan Villoro, su primera obra de teatro, en escena hace algunas semanas y que ahora llegaba al gran público en forma de libro. Villoro ponderó su nuevo papel como dramaturgo, cuya grata incursión no se quedaría en la obra en cuestión, sino que, andando el tiempo, escribiría más para llevarlas, desde luego, al escenario. Después de contar las peripecias de sus personajes y del montaje anterior en cartelera, Villoro procedió a firmar varios ejemplares de su libro en el microscópico salón "Rafael Ximeno y Planes", donde la gente se arremolinaba para platicar un poco con el autor mientras éste firmaba su libro. Afortunadamente, la editorial del libro de marras, la UNAM, pidió que nos trasladaramos al pabellón de publicaciones de la UNAM y así dejar libre el salón para otro evento. Al llegar al stand, se hizo una larga fila para que Juan Villoro firmara libros y libros, sin contar las toneladas de fotos que lo inscribían en la memoria de sus fans. Al llegar el turno de un servidor, Villoro firmó su ejemplar de Efectos personales, además de agradecerle aquellos gratos encuentros suscitados por los libros. Mientras decidía si quedarme en el Palacio de Minería, otro grato reencuentro estaba por darse, en plena escalinata del palacio, con Julio Ortega Jiménez, colega y compañero de generación, muy bien acompañado por Julissa, su compañera de toda la vida. (Quedamos en proseguir el contacto. Sí que sí.) Pocas horas después, regresé al stand de la UNAM, donde me quedé un largo rato viendo los discursos de ingreso de la Academia Mexicana de la Lengua. En eso se me acercó David Turner, director de Publicaciones UNAM, quien me presumió (si se permite la palabra) todos los grandes trabajos publicados en la colección de Discursos de la Academia, como los de Jesús Silva Herzog, José Vasconcelos y Alfonso Reyes, por decir algo. Más de una hora esperando aquella presunción editorial, en la cual todos los empleados movieron cielo, mar y tierra para conseguirle al jefe aquellos ejemplares. Finalmente, David Turner me dijo que, en efecto, no los habían llevado. (Un día, seguro.)
Jueves 3 (Quinta escala: el MUNAL): Como se habían juntado tres presentaciones de vital importancia para mí (Sandra Lorenzano, Agustín Monsreal y René Avilés Fabila, ¡¡a las 7 pm!!), decidí solamente comprar el catálogo de la exposición Alfonso Reyes y los caminos del arte en el puesto del MUNAL, muy pequeño, por cierto. Por supuesto, aplicando la máxima de Rubén D. Medina: "Si ves uno, compras dos".
Viernes 4 (Sexta escala: el pabellón de la UNAM y el Fondo de Cultura Económica): Decidido a ver a la gran Julieta Fierro, al llegar al metro Bellas Artes me encontré con una mujer maravillosa, Virginia Ortega, quien venía de impartir unas clases de inglés, y luego de saber hacia dónde me dirigía, me espetó un "¿Me llevas?" Y, claro, accedí gustoso a que me acompañara a ver a Julieta Fierro. Al llegar al Salón de Actos, cuál sería nuestra sorpresa al saber que la expositora, es decir, Julieta, no estaría presente por motivos de salud, cosa que nos desanimó tanto a Vicky como a quien esto escribe. Aún así, nos dimos una vuelta por la feria. Primero, por la cabina temporal de Radio UNAM donde le presenté ¡¡a Jorge F. Hernández!!, quien se sorprendió al ver a una rockera en la sala. (Vicky no cabía de la impresión cuando hice las consabidas presentaciones, pero es una oportunidad que no debía perderse. Así es.) Después de haber conocido a tan singular personaje, decidí compensarle la ausencia de Julieta obsequiándole un ejemplar de su discurso de ingreso, el cual Vicky me agradeció sobremanera, al igual que un libro del Fondo de Cultura Económica, cuyo mismo ejemplar corrió con semejante suerte el año pasado.
Domingo 6 (Última escala: el pabellón de CONACULTA): En el Auditorio 5, donde tuvieron a bien presentarse los primeros trece títulos de Parentalia ediciones, estuvo lleno de poesía por donde quiera que se vea; entre Luis Tiscareño, Frida Varinia y unas rozagantes Elva Macías y Leticia Herrera, las plaquettes se vendieron como pan caliente. Y ante semejante celebración (tanto poética como monetaria), quien esto escribe se dio una vuelta muy bien acompañado por la Dra. Laura Páez Díaz de León y su diligente secretaria, Hilda Edith, de buen ver, por cierto. En el stand de CONACULTA, la Dra. Páez, engolosinada por las novedades en torno a Octavio Paz, se dio vuelo y compró varias. Después, asistimos a una charla de Sara Sefchovich en la Antigua Capilla, para luego despedirlas, dado que resolví quedarme a la presentación de la Antigua Grandeza Mexicana de René Avilés Fabila, donde no faltaron ni el buen humor (cortesía del autor) ni las largas filas de admiradores. Y mientras dedicaba con aplomo varios de esos libros, me lancé de volada hacia el auditorio Bernardo Quintana y saludar a Rodrigo Martínez Baracs, con el objetivo de que firmara mi ejemplar de La biblioteca de mi padre. "No me digas que ya lo leíste...", me dijo. Se sorprendió al saber que lo había hecho ¡¡tres veces!! en un mes y prometí escribir un artículo al respecto. "Oye, de verdad que te lo agradezco. ¿Nos veremos en mayo?, respondió. "Cuenta con ello", fue mi respuesta. Regresé con René y aún seguía en la parafernalia de las firmas. Al terminar, platicamos un ratito sobre las latas de la escritura. Y para terminar el último día de la Feria de Minería, lo prometido es deuda, cerramos con Claudia Hernández de Valle-Arizpe, acompañando a la fotógrafa Gabriela Bautista en la presentación de su libro de fotos a escritores. Desde luego que escuchar a Claudia es todo un acontecimiento, pero si le sumamos la presencia del poeta Rafael Vargas y la espontaneidad de Víctor Roura, podría decirse que hubo de todo.
No me cabe la menor duda que ir a la Feria del Libro del Palacio de Minería es todo un acontecimiento, ya sea por la infinidad de personas y de libros que vas encontrando en el camino. He comprobado con todas las letras de todos los nuevos y viejos amigos que conviven en aquel espacio, en espera de que aumente esa preclara y cordial nómina. ¿Qué me espera para la siguiente feria? No lo sé... Quizás sea alguno de los nuevos protagonistas de Jóvenes escritores en Palacio, o en una de ésas, ya salga un nuevo libro, el primero de muchos que tendré a bien publicar, en fin... Sólo el tiempo tendrá que conspirar a nuestro favor, porque en la cárcel, en la trinchera, en el hospital y en el Palacio de Minería es donde se conoce a los amigos. De verdad.
(Soy totalmente Palacio... de Minería, claro está.)
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