Ulises Velázquez Gil
(@Cliobabelis)
Desde antaño, la humanidad, en
aras de responderse las preguntas fundamentales (¿quién soy? y ¿de dónde
vengo?), ha puesto su mirada hacia el cielo, y ya con algo de prisa, hasta el
espacio sideral. Desde los caldeos, los griegos y los mayas, hasta los
observatorios de Monte Palomar y Tonanzintla, pasando por Copérnico y Galileo,
esa empresa se torna interesante a cada paso.
En el mundo de la ciencia en México, la presencia de una
astrónoma peculiar llamada Julieta Fierro (México, D. F., 1948) le inyecta
entusiasmo y pasión a una disciplina que, falsamente, se ha tildado de solemne
y, hasta cierto punto, aburrida. Investigadora del Instituto de Astronomía de
la UNAM y profesora en la Facultad de Ciencias, cuenta con una vasta obra en
torno a la astronomía en general; desde los elementales ¿Cómo acercarse a la astronomía? y El Universo, hasta los atípicos Extraterrestres,
Los mundos cercanos y El libro de las cochinadas, además de un
alud de libros colectivos, la experiencia compartida por ella se sostiene
siempre en aras de aprender con la ciencia (y de divertirse en su procedimiento,
claro está), se enuncia en aquella sentencia que los romanos sostenían a
cabalidad: festina lente, o
“apresúrate lentamente”, porque los grandes hallazgos que cambian el sentido de
una vida, siempre se encuentran hasta en los sitios más inusitados.
(Si un
renacentista como Leonardo Da Vinci viajara en el tiempo hasta principios del
siglo XXI, y se topara en el camino con Julieta Fierro, no cabría duda que el polifacético
artista quedaría estupefacto con el caudal de conocimientos, pero sobre todo la
versatilidad con que ella se conduce en todos los sentidos; con su antorcha
olímpica de Atenas 2004, una diadema
con antenitas de extraterrestre o lanzando libros a diestra y siniestra al
público asistente en sus charlas y conferencias, ella comparte su lectura del
mundo, que refresca su curiosidad de manera constante. De conocerla, Leonardo seguramente
se hubiera inscrito en la Facultad de Ciencias, y así tomar clase con ella.)
Su pasión por la ciencia es tan acendrada que no hay día
sin que publique artículos de divulgación científica, y no por nada es una de
las mentes brillantes detrás de La Ciencia
desde México, serie emblemática del Fondo de Cultura Económica con más de
25 años de trayectoria editorial. Esta condición endémica, aunada a una
infatigable pasión por la lectura, generó en la Academia Mexicana de la Lengua
el deseo de integrarla a su seno. Después de cumplir con las diez sesiones
reglamentarias y de acordar con su director fecha y lugar para la lectura de su
discurso de ingreso, Julieta Fierro se volvió académica de número el 26 de
agosto de 2004, en un lugar muy ad hoc
a su ímpetu científico: el Museo Universitario de Ciencias, cariñosamente
conocido como Universum.
Antecedida por el Abate
José María González de Mendoza, Amancio Bolaño e Isla y Porfirio Martínez
Peñaloza (todos, críticos de afilada pluma), se convirtió en la cuarta ocupante
de la silla XXV, y como todo incipiente académico puede elegir el tema de su
interés para su discurso de ingreso, ella optó por un tema (en apariencia)
alejado de sus linderos astronómicos: Imaginemos
un caracol, donde establece un paralelo entre el animalito de marras y el
hombre. Los caracoles y las personas nos
adaptamos para vivir en las grandes urbes. Anualmente ellos gozan al devorar
rosales, los chilangos encontramos en nuestra ciudad sorpresas como son las
jacarandas en flor; gozamos la libertad para pensar y crear. Y como los
caracoles, el hombre lleva su casa a cada instante, es decir, su propio
conocimiento. El caracol lleva a cuestas
su casa. ¿Y nosotros?: la mente, poblada de palabras. Nuestra edificación de
ideas puede ser sorprendente, enriquecida a lo largo de la vida. A veces es un
tormento: pesada y con recovecos oscuros que a pocas personas les gustaría
conocer, allí domina el enojo.
Al ser la única
astrónoma en la Academia, Julieta Fierro tiene un deber innato con la
corporación: proporcionar palabras y términos que la ciencia produce y emplea
para su desempeño comunicativo. A finales de los años 50, cuando asumió la
Dirección, Alfonso Reyes fue enfático al expresar la toral encomienda, por
parte de los señores académicos, de crear un Diccionario Tecnológico Mexicano, a semejanza de la Real Academia
Española, donde los terminajos antes reservados a los ingenieros, mecánicos y
oficios similares, ahora estarían al alcance de todos los hablantes del español
de México. (Medio siglo y pico después, aún queda pendiente esa asignatura.) Para saber de ciencia es necesario conocer y
usar su lenguaje; con las palabras transmitimos el placer de entender.
A la manera de
Isaac Asimov y Carl Sagan, Julieta se esmera en aplicar a sus textos un estilo
sencillo de explicar, sin dejar de lado la objetividad de los temas: ni
galimatías ni pasquín. Como habrán
notado, me gusta la ciencia, su lenguaje, la precisión y elegancia con que
generaliza. Volviendo a los gasterópodos, pueden ser una plaga. Por desgracia
también las palabras llegan a ser un agobio, sobre todo cuando amplifican
necedades. En ese caso sirve enconcharse. Cada quien tiene sus enemigos, los
nuestros no son aves o lagartos, como lo son para los helícidos; con mayor
frecuencia de la que quisiéramos, son personas capaces de herir con palabras;
éstas, como cualquier producto humano, pueden emplearse para el bien y para el
mal. (Para los propios académicos de la lengua, ese enemigo a vencer vive
en casa propia. Imagínense por qué.)
En
pocas palabras, la presencia de Julieta Fierro en la Academia Mexicana de la
Lengua es primordial porque, según reza el viejo adagio, nada humano le es
ajeno, y en esa intención, la ciencia siempre dará la pauta de todos sus pasos,
donde nos recetará la medicina de las
estrellas, motivándonos a descubrir otras maravillas más allá del
firmamento, porque, después de todo, sólo somos una pequeña de parte de lo que
sabemos. El resto, son sólo aproximaciones y reintegros. (Sin duda alguna.)
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