Ulises Velázquez Gil
(@Cliobabelis)
En 1492, dos sucesos torales
definieron el curso de una lengua recién deslindada del huevo latino: la
publicación del Arte de la lengua
castellana de Elio Antonio de Nebrija, y, por supuesto, la legendaria
travesía de Cristóbal Colón hacia las llamadas Indias; los intérpretes que iban
a bordo de las tres carabelas, pese a su profundo conocimiento de las lenguas
del Viejo Mundo, se vieron indefensos ante las lenguas del Nuevo Mundo y, por
añadidura, se impusieron la tarea de aprenderlas, “auscultarlas” minuciosamente
y así buscar un mutuo entendimiento. En la segunda etapa de esta empresa, sin
dejar de lado su labor evangélica con los pueblos originarios, algunos
misioneros, amén de enseñarles los preceptos del catolicismo, acabaron por
crear sus propias gramáticas.
A semejanza de sus
epígonos franciscanos, como fray Alonso de Molina y fray Andrés de Olmos, una
lingüista de dos orillas e historiadora de formación, Ascensión Hernández
Triviño (Villanueva de la Serena, Badajoz, España, 1940) se adentró en el
estudio de la lengua mexicana, empresa que agarró un fuerte impulso debido a
dos razones: “primera, porque me casé con un mexicano y con él me vino el
destino posible que todo español trae al nacer: atravesar el Atlántico y
empatriarse en tierras americanas; segunda, por haber cruzado mi vida con la
Universidad Nacional Autónoma de México”.
Instalada ya en Ciudad Universitaria, desde el Seminario
de Lenguas Indígenas del Instituto de Investigaciones Filológicas lleva a cabo diversas
investigaciones sobre la lengua náhuatl, las gramáticas misioneras y, sobre
todo, una figura primordial que comprendió a cabalidad el saber indígena: fray
Bernardino de Sahagún, y su Historia
General de las cosas de la Nueva España, cuya versión definitiva se reúne
en el hoy llamado Códice Florentino.
Sin embargo, su primer trabajo publicado no versó acerca de los temas arriba
descritos, sino acerca de una asignatura pendiente en la Historia del siglo XX:
el exilio español de 1939 y sus integrantes, llamados transterrados o generación nepantla.
Con España desde México: vida y
testimonio de transterrados (1978), Ascensión Hernández Triviño cumplió una
deuda de honor hacia sus dos patrias: una, que la vio nacer, y otra, con la que
contrajo nupcias y nacionalidad mexicanas; dicho estudio es indispensable para
conocer una etapa de la historia contemporánea que, a más de 70 años de
distancia, aún genera ámpula entre refugachos
y gachupinches, empleando una
expresión de su colega y compatriota José Pascual Buxó.
Volviendo a sus investigaciones sobre las artes y
gramáticas del náhuatl, desde la Conquista y la Colonia hasta las incursiones
más recientes de colegas suyos como Patrick Johansson, Pilar Máynez, Bárbara
Cifuentes o Leopoldo Valiñas, éstas se cristalizaron en los dos tomos de Tepuztlacuilolli: Impresos en náhuatl.
Historia y bibliografía (1988), publicación imprescindible y básica en esos
temas, y en constante elaboración, debido a que su bibliografía aumenta día
tras día; ella consigna sus nuevas pesquisas en una sección fija de la revista Estudios de Cultura Náhuatl.
Por su
persistencia en esos temas, mismos que ha defendido a capa y espada tanto en el
Seminario de Cultura Mexicana como en la Sociedad Mexicana de Historiografía
Lingüística (SOMEHIL), la Academia Mexicana de la Lengua consideró que su
presencia en dicha corporación es primordial en cuanto al equilibrio entre la “lengua
del imperio” –Nebrija dixit− y las lenguas
vernáculas. Su ingreso le daría nueva fuerza a la Indiada, corriente académica integrada, antaño, por Ángel María
Garibay, José Rojas Garcidueñas, Salvador Novo, Andrés Henestrosa y Miguel
León-Portilla, colega y esposo; décadas más tarde, Roberto Moreno y de los
Arcos, Salvador Díaz Cíntora y el propio Montemayor se le integrarían
paulatinamente.
En el auditorio de
la Coordinación de Humanidades, en Ciudad Universitaria, el 22 de enero de
2009, Ascensión Hernández Triviño se convirtió en la tercera ocupante de la
silla XXI, después de Jaime Torres Bodet y Salvador Elizondo con la lectura de La tradición gramatical mesoamericana y la
creación de nuevos paradigmas en el contexto de la teoría lingüística universal,
su discurso de ingreso, del que solamente leyó una versión reducida. En su
historia con hache mayúscula, cuenta que un
grupo de misioneros, movidos por la utopía de la fe, trataron de evangelizar en
las lenguas americanas [y] se
convirtieron en espontáneos lingüistas inventando nuevos paradigmas, que dieron
germen a una nueva tradición, la tradición mesoamericana, que enriqueció la
doctrina gramatical existente y que hoy tiene personalidad propia en el campo
de la lingüística.
Aquellos intérpretes
y misioneros traían detrás de sí la obra de los primeros gramáticos como
Dionisio de Tracia, Elio Donato y Prisciano, y de contemporáneos recientes como
Antonio de Nebrija. Pero el don de
lenguas que se requiere para predicar y escribir con soltura en una lengua
nueva va mucho más lejos porque implica conocer el perfil morfológico de cada
palabra y su forma de ensamblarse con las demás, es decir, su función en la
oración. Cada uno de los misioneros lingüistas profundizó en el
conocimiento de la lengua nativa, a fin de entenderse mejor con sus hablantes; son
notables los casos de Maturino Gilberti, Horacio Carochi, Juan Bautista
Lagunas, y los ya citados Alonso de Molina y Andrés de Olmos; además, en aras
de entenderse, se crearon colegios de humanidades, como Tiripetio o Santa Cruz
de Tlatelolco, para recuperar el saber de aquellas culturas. (De todos modos,
todo se lo debían a su manager, o
sea, a Nebrija.)
Entre los
pormenores sobre morfología, sintaxis, partículas, etc., hay dos viejos
conceptos heredados de los gramáticos helenísticos: analogía (“fue el primer paso para conocer la naturaleza de la
palabra: escuchar los sonidos, diferenciar fonemas, lo que ellos llamaban las
letras, e identificar la palabra para establecer una correspondencia con las
partes de la oración y determinar su categoría gramatical y sus accidentes”) y anomalía (“permitió perfilar la función
de la palabra, novedosa y desconocida para ellos”). Después de todo, “fueron la
mejor forma posible de hermenéutica para codificar las nuevas lenguas y crear
una nueva tradición lingüística mesoamericana”.
Con el
ingreso de Ascensión Hernández Triviño, la Academia Mexicana de la Lengua
incluye en su nómina a una lingüista con todas las letras, cuya auscultación de las lenguas permite
conocer a fondo un aprendizaje continuo para descubrir sus fallas, así también
los remedios para que funcione mejor; además, sus investigaciones en el campo
de la historiografía lingüística habrán de abrir una nueva brecha por donde los
nahuatlismos en el español de México recobrarán algo del terreno perdido ante
un hispanismo recalcitrante, donde, tarde o temprano, predominará la prosapia
indígena, suscitando enconadas polémicas que sendas admiraciones. (Y el resto
va por nuestra cuenta.)
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