En ocasiones anteriores, tuve a bien contarles algunas de mis pasiones como coleccionista, de las cuales no me arrepentiría ni un ápice, y con la esperanza de incentivarlo entre ustedes que tienen la deferencia de leer a un servidor. Ahora bien, además coleccionar separadores para libros (cuyas notas, de refilón, invito a que lean), confieso algo avergonzado que tengo varias colecciones truncas o para villamelones, si se quiere, y la que más escozor me genera es la de monedas. (Bueno... ¿quién no ha coleccionado monedas en la vida? Me imagino que todos, pero cada cabeza es un banco. Ajá.) Mejor no me guardo el cambio y entro en materia.
Desde muy niño, siempre me han cautivado las monedas, pero no para generar, formalmente, una colección. Más bien, como todo niño que se respete, esperaba la hora del recreo para quemar aquellos "botines de guerra" (halladas debajo del sillón, la cama o en la ropa sucia) en papas fritas, estampas de colección o modelitos para armar, según fuera el caso. Un domingo, lo recuerdo muy bien, mi padre me obsequió una moneda impresionante: una de cinco mil pesos (de entonces) con la imagen de Fuente de Petróleos. Me sentí como si me hubieran dado una onza troy, verdad que sí. (No quería gastármela, pero tuve que hacerlo: los comics de La Pantera rosa y El Pájaro loco no podían esperarme otra semana...)
Andando el tiempo, y cuando habitaba -literalmente- en una obra negra, a medida que hacíamos la mudanza encontrábamos algunas monedas debajo de los sillones, el librero, el mueble de la televisión, en fin... que no dudé en juntarlas y, con un poco más de orden, hacer una pequeña colección. Así, me hice de varios modelos con la figura de Francisco I. Madero, José María Morelos, por decir algunos. Inclusive, mi empeño por quedarme con los cambios me regaló varias joyas, como las monedas de hace 25 años, dedicadas a la Independencia y la Revolución, respectivamente, y hasta una del mundial México '86. Sin embargo, también me gustaba juntar algunas extranjeras, como aquella joya de la corona: una de 50 centavos de dólar, con la efigie de John F. Kennedy, muy rara hasta para mí, y que tomé como amuleto de la suerte y que me dolió mucho perder cuando una banda de fascinerosos sustrajo mi cartera del portafolios. (Me hubieran dejado las fotos de la familia, mínimo...) Aún así, siempre me hacía de algunos ejemplares para la pequeña colección; incluso tengo un kopeck soviético, que se parece muchísimo -en tamaño- a la pulga de 10 centavos. En una palabra, no me pico de numismático. Hasta ahora.
Gracias a los cacareados festejos México 2010, el Banco de México tuvo a bien emitir, desde hace ya dos años y pico, una serie conmemorativa de monedas con los personajes de la Independencia y la Revolución, respectivamente, y como en acción retardada, hice lo propio, es decir, juntar varios ejemplares de dichas monedas. En las veces que las tuve en mis manos, siempre han regresado Carlos María de Bustamante y José María Cos (Independencia), Filomeno Mata y Álvaro Obregón (Revolución), y eso ya no me asombra. Cuando tuve la de Fray Servando Teresa de Mier, me dije: "Se me hace que no la tendré más de cinco minutos en mis manos" y, dicho y hecho, así fue. Pero las que merecen mención aparte son tres, con un solo leitmotiv: el poder de la palabra. Hablo de Belisario Domínguez, Ricardo Flores Magón y José Vasconcelos, cuyos ejemplares guardaba muy celosamente en mi librero cercano al escritorio. Una extraña tarde de un mal sábado, cuando el carrito de camotes y plátanos pasaba por mi calle, mi familia tuvo antojo de plátano frito y como andábamos sin blanca en aquel momento, saqué del librero las tres monedas y lo pagué no sin antes lamentar mi suerte. (De aquella trinca, solamente Belisario Domínguez ha tenido sus regresos. Y muy breves, por cierto.) Luego de esto, ya no les platico lo que me pasó con la de José María Morelos, porque se me echan encima... (En conciencia quedará.)
Después de todo, no me puedo picar de numismático, porque al intentar una colección no la termino o, al menos, la prosigo. Sin embargo, he disfrutado sobremanera las veces que se me da aquella afición, y un capítulo aparte merecerían los billetes, porque también son moneda ¿verdad? (Ya veremos entonces...)
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