Cada vez que un poeta muere, también lo hace una parte del mundo; pero cuando una mujer que dedicó la mayor parte de su vida al quehacer de las letras, podría decirse que la pérdida es por partida doble. La mañana del pasado lunes 8 de febrero, la escritora mexicana Esther Seligson hizo mutis en ese enorme escenario que es la vida misma y se fue en silencio. Para aquellos que la conocieron (sea en persona, sea como lectores), se le extrañará sobremanera.
De marcadas raíces judías (mismas que motivaron buena parte de su obra literaria), Esther Seligson nació el 25 de octubre de 1941 en la Ciudad de México; estudió Letras Francesas e Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y más adelante, fue alumna del Centre Universitaire d'Études Juives en París, Francia, y en la Universidad Hebrea de Jerusalén. A pesar de haber hecho estudios superiores tanto en México como en el extranjero, sus grandes pasiones fueron el teatro, la religión, la literatura y la traducción, mismas que sustentaron beuna parte de su vida.
En 1969 publica su primer libro, Tras la ventana un árbol, donde ya comienza a vislumbrarse el universo de su narrativa: ambientes místicos, temáticas de índole bíblica, homérica y, claro, judaíca. En 1973, su novela Otros son los sueños mereció el premio Xavier Villaurrutia. Luz de dos, libro de cuentos que afianza su lugar en las letras mexicanas, aparece en 1978.
Entre la escritura de su propia obra, se dio tiempo para incursionar en el universo de la traducción; por sus manos, autores como los inclasificables Edmond Jábès y E. M. Cioran -con quien trabó una amistad de más de veinte años- fueron conocidos en el ambiente literario de México e Hispanoamérica. (Cabe decir que las traducciones de Seligson fueron pioneras en el universo cioraniano en español, algunos años antes que las hechas por el español Fernando Savater, alumno y amigo del avinagrado rumano.)
Para principios de la década de los ochenta, publica una de sus novelas más celebradas, La morada en el Tiempo, donde recrea su propia visión del Génesis y, si nos vemos con cuidado, hasta del Éxodo. En el intermedio entre ésta y Sed de mar (1988), reparte su tiempo entre sus clases como profesora del Centro Universitario de Teatro (UNAM), sus intermitentes estancias en Jerusalén, y la frecuente colaboración en revistas como Casa del Tiempo, Vuelta, Equis y la Revista de la Universidad, que contó con sus artículos hasta la fecha. Su interés en el campo teatral la llevó a escribir un libro canónico para comprender los nuevos caminos del teatro en México: El festín efímero.
En los últimos años, tanto el Fondo de Cultura Económica como Ediciones Sin Nombre editaron casi en su totalidad el grueso de su obra; sin embargo, hay una obra que aún falta por salir a la luz: se trata de Un crisantemo en el balcón, el epistolario que tuvo con E. M. Cioran, del que ya se publicaron algunas cartas en la revista Equis. (Paréntesis aparte: en 1986, año en que están fechadas las últimas misivas, Esther Seligson se distancia del rumano iconoclasta casi por completo; hasta su muerte en 1995, ella no volvió a saber de él y le dedicó una serie de artículos en las páginas de La Jornada, que, años después, se reunieron en Apuntes sobre E. M. Cioran, pequeño volumen de la colección La Centena de Conaculta.)
A título personal, la primera vez que supe de su existencia fue gracias a la obra de Cioran. Lo primero que conseguí de ella, fue Tríptico, volumen que conjunta Otros son los sueños, Diálogos con el tiempo y Sed de mar. Tan impresionado quedé con una prosa fluida, a caballo entre la poesía y la narrativa, que me apresuré a conseguir -¡¡y a como diera lugar!!- varios ejemplares para regalar. (Hasta la fecha, es el segundo libro que más he obsequiado, entre La última escala del "tramp steamer" de Álvaro Mutis, y el Recuento de poemas de Jaime Sabines. Que esta mención sirva como mera estadística.)
De acuerdo con la fecha en la dedicatoria de mis libros (6 de agosto de 2009), mi primer y único encuentro con Esther, fue en Bellas Artes, durante la presentación de un libro de Estela Leñero; se mostró maravillada al ver a quien esto escribe como su único admirador en aquel momento. Mientras me dedicaba con gran empeño todos sus libros (excepto uno, que no diré por ahora), me preguntaba cómo había dado con su obra, cuál era mi signo zodiacal y, claro, mis impresiones como lector de sus textos. Se alegró mucho al saber que Tríptico era el libro que siempre obsequiaba; incluso se mostró sorprendida al ver que el de la voz tenía un ejemplar de Tras la ventana un árbol. "Ese libro ni siquiera lo tengo, sabe usted...", me dijo. Terminó de firmarlos y me agradeció tan maravilloso encuentro. (Luego de ver el fatal anuncio en el periódico y de ver pasar estos recuerdos delante de mis ojos, quizás me siento afortunado. Quizás...)
Cierro estas líneas con la clásica y certera invitación para conseguir sus libros y acercarse a una obra única, que nos invita a vivir en las moradas del Tiempo, siempre con las puertas abiertas de par en par, y así recibir a aquellos lectores que, una vez leída, ya forma parte de nuestra vida. (¿No es así, mis queridas Onatta y Claudette?)
¡¡Gracias, Esther!!
1 comentario:
Ulises, se muere un poeta y se muere una parte de uno. Se me ha erizado el alma.
Yo no tengo palabras hermosas para definir la admiración por Seligson y su obra. A pesar de ello, no he podido evitar un post dedicado a ella en mi blog. ¿Me harías, por favor, el favor de leerlo?
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