Hace pocos días, decidí por enésima vez ordenar mi escritorio y, por consiguiente, mi biblioteca, en aras de hallarle una mejor funcionalidad; mientras acomodaba los libros en improvisados libreros hechos con cajas de crema para el café y los clasificaba por tamaños y temas, no pude evitar la lectura, empezando por algunos con la consabida dedicatoria. Al contemplar una y otra vez el apunte autógrafo, recordaba el momento que le dio origen.
Cada vez que un libro llega a nuestra biblioteca -léase la vida-, una parte del mundo hace acto de presencia y nos regala (ésa es la palabra) un destino o la confirmación de éste. Me explicaré con mayor calma. La semana pasada hice una rápida escala a la Feria de Minería, donde compré dos ejemplares de la Memoria de El Colegio Nacional, mismos que obsequié a dos muy queridas amigas. Conociendo sus temas de interés, les quedó que ni mandado a hacer. (Y ellas saben a qué me refiero.) En este caso, el libro en cuestión se vuelve un presente, es decir, cuando un tema motiva ese gesto. Pero cuando el libro en cuestión es adquirido, leído y hasta con algo de suerte, dedicado de puño y letra por el autor, dicho ejemplar se vuelve un legado, o sea, un compromiso con y para las letras. Un ejemplo. Luego que Javier Garciadiego me obsequió su Rudos contra científicos, en una charla que dio en la Academia Mexicana de la Historia se dio la oportunidad de que me dedicara de puño y letra: "Para Ulises, una esperanza de nuestra historiografía". Con esas palabras, un servidor ahora tiene el deber de corresponder ese gesto con una obra que les rinda pleitesía y señero homenaje.
A título personal, he cumplido sobremanera las dos vertientes, presencia y legado, con varias personas a quien estimo y admiro mucho, entre amistades intransferibles y leyendas vivas. Sobre el presente, con autores que leo y releo con fruición, como Álvaro Mutis, Vicente Quirarte, Beatriz Espejo, René Avilés Fabila, por decir algunos, cuando consigo ejemplares de un libro que fue toral en mis encuentros con la lectura, procedo a obsequiárselos sin mayor problema. (En esto, las Consejeras no me dejarán mentir, ¿verdad?) Por el rubro del legado, no sólo me pasó esto con Garciadiego, sino también con Jean Meyer, Beatriz Escalante, Enrique Krauze, Roberto López Moreno, etc., cuestión que he sabido corresponder paulatinamente. Y lo mismo ocurre a la inversa.
Ustedes de seguro tienen una historia igual, y como cada quien cuenta cómo le fue en la feria, por ahora aquí les dejo mis palabras y el espacio para contar su historia. ¡¡Gracias!!
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