Como todo niño que se respete, no podía conciliar el sueño mientras esperaba con ansia y infinito agrado la llegada de los Santos Reyes. Para que aquellos días hagan su aparición en un capítulo más de las Leaving Port Memories, doy una mordida a mi pedazo de rosca de Reyes y como la madalena proustiana, el resto saldrá por sí solo.
Recuerdo que cada año recibía regalos diferentes, casi no había una constante en ello. Una vez, eran figuras de acción con sus vehículos y toda la cosa; en otra, juegos de química y microscopios, y en algunas, esporádicamente, juegos de mesa y juguetes a escala para armar. Sin embargo, de las últimas escalas que tuvieron los Santos Reyes en mi vida, hay por lo menos dos obsequios que recuerdo con cariño: películas de Cantinflas y, the last but not the least, la saga novelística de las aventuras de Maqroll el gaviero escrita por Álvaro Mutis. (Para quien escribe, ahora las letras son la vida, es uno de los regalos que nunca podrá olvidar.)
Por otro lado, recuerdo que le daba bastante uso a mis juguetes, incluso al grado de buscarles un nuevo y hasta inusitado uso: los vehículos de batalla a veces servían como edificios para ciudades inexistentes; las plataformas de los juegos de mesa los usaba como escritorio improvisado para hacer mis tareas, en fin... siempre les buscaba un nuevo uso. También confieso que hubo uno que casi me sacaba canas verdes: era el caso del avión a escala para armar. Aunque tenía mucha experiencia armando barquitos a escala, cuando se me dio la oportunidad para aplicarla con un avión Tomcat a escala, pero definitivamente me rendí. No así con el resto de las cosas.
Ah... ahora que recuerdo estas cosas, a la vera de mi camino hacia la treintena, creo saber que no he perdido del todo aquellas ilusiones generadas por los juguetes del 6 de enero. Una de las cosas que tuve muy presentes cuando elegí la carrera de Letras Hispánicas, era mantener vivo al niño interior, a aquel que no conocía la imposibilidad de las cosas, que podría hacer todo un universo con los objetos que encontraba con la mirada. Cada vez que la temporada llega, miro un poco hacia atrás (sólo un poco, nada más) y veo que las cosas no son tan difíciles como se pintan. Conservo aún el gusto por coleccionar figuras de caricatura, juguetillos que salen en las golosinas y objetos que el tiempo pone en mi camino. Ahora sumaría los libros que me han regalado.
Para cerrar estas líneas, y mientras me sirvo otro pedazo de rosca (¡¡el segundo de muchos en la semana!!), una amiga mía, cuyo nombre me reservo, acaba de regalarme la edición de aniversario de La región más transparente de Carlos Fuentes. Después de todo, aún hay sorpresas para un hombre de la vieja guardia en 6 de enero. Gracias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario